La miseria familiar produce monstruos

Antes de comenzar a escribir este texto quisiera aclarar algo. Creo que el ambiente cultural de la provincia, la obra de un artista y el lector que se toma el trabajo de leerme, se merecen todo mi respeto y la verdad por encima de todas las cosas.

No pude asistir, por motivos personales, a la inauguración de la expo personal de Addiel Travieso Valenzuela (Ciego de Ãvila, 1991), Reverencia al vacío, que ocurrió el 2 de julio en la galería Raúl Martínez. Ese simple hecho, que pudiera ser baladí, determina en gran medida mi apreciación de esta muestra personal de un artista joven, miembro de la AHS, a la cual me debo como artista revolucionario.

Partiendo de ese inicio, y tomando en cuenta el número de las piezas a exponer que son 6, y que pertenecen a las denominadas como instalación y una intervención más un NetArt, está más que claro que me he perdido como el 50% de la exposición.

Como toda instalación e intervención tiene un «ahora» y un «después», he de quedarme en el después y así, y solo así, es que me construyo la opinión sobre Reverencia al vacío.

Parto de la generalidad. Apenas entré a la galería y di con la primera pieza que da título a la muestra, entendí que el universo aquí representado podría estar emparentado con nuestra realidad avileña, familiar o ajena, pero social al fin. Y supuse, tal vez no me equivoqué, que la cosa iba por los senderos del caos.

En la ciudad de los portales, desde que tengo uso de memoria, no hay historias ricas en derrumbes ni en deslaves. Las casas datan del siglo pasado y han soportado las inclemencias de todo tipo y muchas siguen en pie. Por lo que, los escombros pudieran no ser algo que caracterice esta ciudad.

Pero nadie es ajeno a ellos. En distintas ocasiones, y en sentido metafórico, nos hemos sentido así.

Esta primera obra, que nos brinda una pila de escombros contra la pared, y un pedazo de papel con un poema en letras minúsculas, me llamó la atención e hizo que pusiera un pie en las piedras para alcanzar a leer: «lamentando la oscuridad de sus casas», y así, sucesivamente, la imagen de una familia, de una situación determinada que ya no está. El poema que dio origen a la obra, o viceversa.

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Pensé en mi familia, en primer lugar, que a duras penas ha sobrevivido a los embates del tiempo o a su propia dinámica. Pensé en las familias de mis amigos bien distintas a la mía y que han corrido todo tipo de suerte. Pensé en la familia cubana, esa que vemos también en filmes y novelas o detrás de los barrotes de las casas.

De eso se trata. La obra de arte, la genuina, la que tiene valores estéticos, tiende a construir un momento ideal alrededor de quien la crea y de quien la vivencia. Luego se vuelve experiencia, argumentos.

Y si es cierto, que cualquiera pudiera pensar que una pila de escombros en una galería no tiene por qué ser necesariamente arte, también es cierto que arte es todo aquello que está abierto a las interpretaciones y que está hecho con ese fin. Es humano, o hecho por la mano del hombre. Y si no se construye, al menos se coloca en un espacio determinado (la galería, por ejemplo) con un fin determinado.

Las lecturas de obras de arte siempre han de ser variadas. Porque ningún símbolo artístico significa lo mismo para todo el mundo. No estamos hablando de señales de tránsito, por ejemplo, donde su lectura pudiera ser una y universal.

Lo único que ha de lograr una obra de calidad, para ser sui generis, es poner a pensar al espectador. Hacerlo revivir, vivenciar, transportarse a una zona determinada dentro de su cerebro para que rescate memorias casi olvidadas.

Así una pila de escombros en una pared, con un papelito colgado encima, con letras minúsculas y de difícil acceso o lectura, debería tener muchos significados. De hecho los tiene.

Yo veo, por ejemplo, el tipo de escombros que veo a mis pies. Y me pregunto, ¿son pedazos de concreto? ¿Fueron arrancados con rabia o con cuidado para preservar? ¿Son fragmentos de una pared, de un piso, de un muro? ¿Y ese fragmento pertenece a una casa, una institución, o a parte de un hecho histórico? ¿Es producto a la barbarie humana, a la inclemencia del tiempo, o es la huella de nuestra modernidad que está haciendo cambiarlo todo?

Trato, sin conseguirlo, de no hallar una respuesta. La duda es mejor. Pero siempre termino por responderme: es el derrumbe de un muro, una familia que fue encerrada en la incomunicación y que un día, de pronto, decidió quebrar ese muro y, con rabia, lo hizo pedazos.

Hacerle reverencias al vacío que al fin deja la caída de ese muro, es el mejor aliciente. Ahora se puede llenar con cosas buenas. O con más de lo mismo, no lo sé. Pero prefiero pensar que los seres humanos pueden escarmentar. Y que buscan el mejoramiento personal a toda costa, aunque pudiera ser, a veces, demasiado tarde.

Así, creo yo, pudo suceder. El espectador hará su propia lectura. Lo importante es que se tenga la propia, la personal.

La segunda pieza a la que me enfrenté: La siesta (sábana, sillón, cojín y orina) me llevó al pasado de esa historia, mi historia, que creé a partir de la obra artística de Addiel. Y vi como la miseria familiar, esa que no se construye solo desde la economía, esa que no agrupa a las distintas generaciones en un ambiente propicio para el desarrollo personal, produce monstruos.

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Pero siempre hay quien inicia esa miseria. El gestor, uno de los miembros fundacionales de la familia, de esa familia, ha ido corrompiendo la paz, la armonía, los vasos comunicantes que hacen que un hijo cumpla su rol de hijo, que un padre el de padre. Así la cadena se arma para sostener la miseria humana.

Lo que no fuimos como persona, tampoco lo fuimos en familia. Ni hacemos familia.

Y en ese sillón, amarrado con una sábana cual camisa de fuerza, abandonado a la intemperie y a la desventura, veo a ese progenitor mísero que a fuerza de su egoísmo, aniquiló sueños.

Voy más atrás en la historia, cual novela de García Márquez, Crónica de una muerte anunciada, y veo la soga, el nudo, la luz amarilla: Puesta de sol. Es como el purgatorio. La soga anida, envuelve, limita o sostiene. Nos hace sacar nuestros pecados, o nos hace mudos para siempre. Salva o castiga en dependencia del momento y del contexto.

El nudo es la unión de dos direcciones, el antes o el después. Es la marca del centro de las cosas. Es como una piedra en medio del lago en donde colocamos el cuerpo para no ahogarnos.

Pero la soga también es castigo. Ahorcamos, apretamos, fustigamos, marcamos y limitamos, ajustamos y acallamos. Morir de la soga es el peor de los males del pecador porque observamos, mientras el cuerpo pende y la muerte acecha, al mundo como se distiende ante nosotros.

El resto de las piezas, a mi juicio, complementan este argumento que escribo a raíz de mi interpretación de Reverencia al vacío, de Addiel Travieso Valenzuela, y que muchas otras interpretaciones debería suscitar en quien la presencia.

Es una exposición que pudiera tomarse como un facilismo pues no evidencia la mano del artista. Es decir, lo que comúnmente entendemos por «la mano del artista», pero que ya no es tan necesaria, como tampoco lo es el libro de papel. Lo puede sustituir, irremediablemente, el digital. Y otras formas de lectura.

La mano del artista está aquí, entonces, en la manera en que esos elementos cotidianos son llevados al contexto expositivo. Es la facilidad de crear significados para cada pieza. Y es, también, la posibilidad de convertir la pieza en un momento único. Como de hecho, lo son.

A mi juicio, a la ciudad de los portales le hace falta más exposiciones como estas. Mueven el intelecto de las personas y permiten que cada cual se sienta o no identificado con lo que mira. No apreciamos un buen dibujo, ni una pintura o fotografía de calidad insuperable, pero hay un alma joven, también de vanguardia que nos está llamando la atención sobre algo.

Algo importante, creo yo.

La miseria familiar produce monstruos. Nosotros mismos, por ejemplo, somos el producto de lo que nuestra familia nos puede legar. Somos lo que construyó o destruyó nuestra familia. Heredamos su patrimonio, su identidad. Hicimos con eso lo que nos vino en gana, o lo respetamos y perpetuamos. Cada cual sacará sus conclusiones.

Así ocurre con la modernidad. Es lo que percibo en la pieza Evocatio, que de una forma invoca a los artefactos modernos y por otra, a la vieja usanza romana, enjuicia esos artefactos o, lo que es lo mismo, a la modernidad. Algún día ya dejará de existir y solo quedará en el pasado, la modernidad, digo. Y eso que disfrutamos hoy como algo moderno, ya será escombros, cenizas de algo mayor. Y me pregunto, ¿acaso la familia no lo es también?

La familia es otra cosa. Aunque pasa por la modernidad y se vuelve vieja. Tiene su ritmo, su antes y su ahora. Sus etapas o ciclos. Se abre y se cierra, se expande o se contrae. Se disuelve. Pero siempre, aún en su bravura, educa y forma al Ser Humano en su esencia.

Podría estar, páginas y páginas, escribiendo sobre esta exposición, pero, repito, no conseguí estar el día de la inauguración y así me perdí casi el 50% de la misma. Esto que escribo es una menudencia. Si de algo sirve, pues que aproveche.

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