La ciudad siempre te acompañará: notas sobre el espacio en Fresa y Chocolate

La relación tan estrecha que mantienen los protagonistas de Fresa y Chocolate con la ciudad, viene a ser una de las tantas conexiones subterráneas que la atan a ese otro clásico del cine cubano: Memorias del subdesarrollo. En este filme las calles, que simbólicamente juegan el papel de las arterias de la ciudad, están provistas del mismo jaleo de los sesenta, cuando Sergio las caminaba reflexivo y enajenado.

En esta película de Titón, sin embargo, nosotros somos un poco ese David que se inicia en la mirada enfática y triste por una ciudad que se destruye inefablemente. Ya no somos los espectadores que escuchan de manera atenta los comentarios de Sergio luego de observar por su telescopio; ahora nos fundimos con la mirada de David, que primero transitaba descuidadamente la ciudad y más tarde, como parte de su aprendizaje, la contempla mientras lee manuales de arquitectura.

Esa aprehensión por un sitio que siempre nos ha acompañado, pero que corre el riesgo de desaparecer, es uno de los atributos que ratifican al director, según Reynaldo González, no solo como un artista, sino como un ciudadano.

Las paredes atestadas de grafitis se vuelcan simbólicamente al interior de la película. La escalera del edificio de Diego acumula, lo mismo una bandera con una imagen superpuesta de Camilo Cienfuegos, que una extensa cita de Fidel que apenas llegamos a leer. Todo junto al deterioro acostumbrado en los inmuebles antiguos de la Habana Vieja.

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Los autos, viejas reliquias del pasado o actuales modelos de servicios de embajada, se incorporan a la imagen híbrida que implica una arquitectura que salta rabiosamente del colonialismo a la modernidad.

Otro elemento que se integra al espacio simbólico es la aparición de animales domésticos. La primera vez que David se encamina a casa de Diego acompañado por este, se cruzan con un vecino que a su vez lleva un par de conejos. Este hecho, aparentemente azaroso, pero observado intencionalmente por David en cámara, descubre la posibilidad de leer al joven inocente como una presa de Diego, y como parte de una doble implicación, a este último como un viejo cazador. Más adelante, cuando David regresa interesado por la estado de Nancy, quien había intentado un suicidio, se queda observando detenidamente a un cerdo que suben de manera forzosa por otra escalera. Ahora el director parece indicarnos que el protagonista ha pasado a ser realmente una víctima, en este caso, porque cae inocentemente bajo los efectos de un amor inducido por las estrategias de conquista de Nancy, otrora prostituta.

1993_fresa_y_chocolate_2La casa de Diego, barroca, en cada rincón está presta a definir la nacionalidad cubana. Es posible que esta imagen tan cargada dañe la fluidez de la relación y por añadidura, la verosimilitud de la película. Sin embargo, como los suvenires turísticos, Diego se ha llevado a la casa todo lo que para él significa Cuba, porque le es negado, en su condición de homosexual, encontrarlo a plenitud en el espacio exterior. Se ha construido su nación y está dispuesto a luchar porque se conozca lo que vale de ella, que son, de acuerdo a su estatus de intelectual, los valores culturales. Por eso, al final de la película, cuando sabemos que Diego abandona el país, tendremos la certeza de que su nostalgia y su tristeza ya no solo corresponderán al declive de la ciudad, porque este amante de su país, como los judíos, llevará a Cuba en su cabeza a donde esté, evocando, en una imagen futura, a esos personajes eclipsados de las últimas novelas de Jesús Díaz, que abordan a cada emigrado que se tropiezan para preguntarle, sedientos, algo sobre la isla.

 

 

Imagen de portada tomada de: www.aristeguinoticias.com

Foto 2 tomada de: the-artifice.com

Foto 3 tomada de: cultura.unizar.es

 

 

 

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