¿Poesía femenina o poesía feminista?

La poesía feminista nace asociada a la poesía femenina, a una voz de mujer que se construye como sujeto lírico y coloca a la par a la mujer en el centro de la creación, para hablar y pensarse y decir lo que siente y como lo siente. La literatura —e incluso el discurso femenino en tanto parte de esta—, ha estado dominada a lo largo del tiempo por los hombres. La donna angelicata, al abandonar el rol asignado por tradición, exhibe su realidad material, alma y cuerpo, y exige “mírame, estoy aquí y ahora”, y este primer gesto de rebeldía prefigura un cambio. El hecho femenino articulado de tal forma se torna en sí mismo transgresor, en tanto rompe con la dinámica patriarcal y se centra en la renuncia al puesto asignado de objeto al que se le canta, para devenir protagonista del poema.

El primer escritor de quien se tiene un registro histórico, ya que llegó a firmar su trabajo, fue Enheduanna, alrededor del 2000 a. C., una mujer de Mesopotamia. En ella el don poético se desarrolla en relación a su triple función como suma sacerdotisa del templo del dios Nannar (La Luna), diosa encarnada —representante de la divinidad— y princesa —tuvo un protagonismo político en su tiempo—. Sin embargo, hoy su nombre permanece casi en el olvido. Ya lo dijo Virginia Woolf en su ensayo Una habitación propia (1928-1929):

“Cada vez que una lee de una bruja tirada al agua, de una mujer poseída por los demonios, de una curandera vendiendo hierbas y aun de la madre de un hombre célebre pienso que estamos en la pista de un novelista, un poeta abortado, o una Jane Austen muda y sin gloria, una Emily Brontë rompiéndose los sesos en el páramo o recorriendo con desolación los caminos, trastornada por la tortura de su genio. Me atrevo a adivinar que Anónimo, que escribió tantos poemas sin firmarlos, era a menudo una mujer.”

No obstante, el tiempo ha regalado voces, que han ido posicionando un modo de hacer femenino al dar voz a los sentimientos e inquietudes de muchas, hasta llegar incluso a denunciar la posición relegada que ha ocupado la mujer en la sociedad, así como su aspiración a la igualdad. La poesía se anticipa y así en Latinoamérica se desarrollan claras expresiones de tal sentir, incluso mucho tiempo antes del desarrollo del feminismo como movimiento.

De manera temprana, en el siglo XVII, Sor Juana Inés de la Cruz se atreve a decir “Hombres necios que acusáis/a la mujer sin razón/ sin ver que sois la ocasión/ de lo mismo que culpáis”; con ácido sarcasmo, esta exponente del barroco novohispano se centra en el comportamiento hipócrita del género masculino y lo satiriza en sus célebres redondillas.

Ya entrado el siglo XX la transgresora poeta modernista mexicana Nahui Olin (María del Carmen Mondragón) en El cáncer que nos roba la vida, un poema que es casi un manifiesto, denuncia: “El cáncer de nuestra carne que oprime nuestro espíritu sin restarle fuerza, es el cáncer famoso con que nacemos —estigma de mujer— ese microbio que nos roba vida proviene de leyes prostituidas de poderes legislativos, de poderes religiosos, de poderes paternos”. En el caso de Nahui el pensamiento que refleja en la obra se imbrica de un modo íntimo a su vida, ya que ella se caracterizó por quebrar las normas y tabúes de su tiempo: en 1922 era una mujer divorciada y tuvo varias relaciones sin llegar a casarse. Activa desde el punto de vista cultural, fue también pintora y como modelo posó desnuda para pintores y fotógrafos de su tiempo; entre ellos Diego Rivera, Rosario Cabrera o Edward Weston.

Contemporánea de la Mondragón y para más, modernista, al sur del continente la escritora argentina, Alfonsina Storni, también reflexiona en su obra acerca de su lugar como mujer en el mundo. En ¿Qué diría la gente? cuestiona su “libertad de ser” por encima de la imposición de cualquier “deber ser” dictado por la sociedad, mientras que en Hombre pequeñito comienza por compararse con un canario, para enfatizar su necesidad de volar libre, lejos incluso de los dictados del amor o las relaciones: “Digo pequeñito porque no me entiendes, /ni me entenderás./Tampoco te entiendo, pero mientras tanto/ábreme la jaula que quiero escapar;/ hombre pequeñito, te amé media hora, no me pidas más.” De manera similar en su texto Mujer, su contemporánea, la uruguaya Juana de Ibarbourou, enfatiza: “Cuando a mí me acosan ansias andariegas/ ¡qué pena tan honda me da ser mujer!” Este sentir alcanza a la también uruguaya, Ida Vitale, exponente de la generación del 45 y Premio Cervantes. Ella en Fortuna, reivindica los derechos de la mujer, y expresa: “haber podido hablar, caminar libre (…). Ser humano y mujer, ni más ni menos.”
En el caso de la poeta cubana Carilda Oliver Labra se observa algo por lo menos singular. Si bien a simple vista no pareciera pretender la reflexión directa que realizan sus congéneres con respecto a la posición de la mujer, con su poesía erótica ofrece otra mirada de lo femenino, que resulta también transgresora. A lo largo de siglos, la sexualidad de la mujer ha sido ninguneada desde una cosmovisión patriarcal que tiene su origen en la religión y luego se transfiere incluso a movimientos políticos y establece la necesidad de castigo para la Eva incitante mientras exalta la castidad y pureza a través de la figura de la Virgen María. De ahí que la obra de Carilda se torne también osada desde esta perspectiva, en tanto el erotismo puede ser en sí mismo una infracción a lo establecido, máxime si es una mujer quien rompe la norma. Más allá de las múltiples obras perseguidas a lo largo del tiempo por este motivo cabe recordar, ya que aquí se alude a poesía femenina, el incidente de censura en el semanario Marcha, durante el año 1956, relacionado con el verso “un pañuelo con sangre semen lágrimas”, en el poema El amor de Idea Vilariño. Carilda Oliver redimensiona la condición de hembra cuando exige “hazme otra vez una llave turca”, pero también en su tan célebre Me desordeno, amor me desordeno desde una carnalidad que no necesita siquiera del atenuante del amor —“acaso sin estar enamorada”— para entregarse a ser.
Hoy siguen surgiendo voces, en Latinoamérica y el mundo, y trasciende que la poesía femenina pueda ser hondamente feminista, en su sinceridad descarnada, en el orgullo con que devela el sentir, pensar, o hacer de un sujeto lírico, que se reconoce mujer. Así Gioconda Belli reafirma: “Y Dios me hizo mujer,/de pelo largo,/ojos,/nariz y boca de mujer./Con curvas/ y pliegues/y suaves hondonadas/y me cavó por dentro,/(…)/ Todo lo que creó suavemente/ (…)/ las mil y una cosas que me hacen mujer todos los días/por las que me levanto orgullosa/ todas las mañanas/ y bendigo mi sexo.”

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