Idiel García, de la naturaleza del hombre al mito

Como los griegos, Idiel García emprende un viaje desde sus sentimientos más profundos hasta las cimas del mito clásico. Hurga con destreza en este código de saberes metafísicos y cósmicos y convoca imágenes propias. Hace despertar a los dioses del Mediterráneo y los transmuta a su sueño insular caribeño.

El Hombre está llamado a reconocer su naturaleza y a partir de esta cognición enfrentar los fueros del destino con un aliento digno de ser cantado. Así se engendran y cuecen, como la porcelana de Palissy, las pasiones más grandes.

Fuego Griego (Editorial Capiro, Santa Clara, 2018) bebe de los textos de Ovidio, el poeta desterrado por César Augusto y de la tradición latinoamericana de extensos poemas como los escritos por Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Ernesto Cardenal. Es un libro nacido de una voz joven y madura, tanto, que estremece.

Idiel se despoja de cualquier facilismo y entra en el ámbito de los conjuros, los misterios, el sueño perdido, con una potencia única en nuestro panorama. La palabra, su palabra, horada el universo de los símbolos y evade cualquier vacuidad catártica sin caer en barroquismos innecesario, sin ser lejana. El tono es contundente como el de las obras llamadas a sentar base, traer claridad.

Idiel no se agota con lo superfluo, él comprende su íntima impulsión y de la misma se lanza con deseos de descifrarlo todo. A  modo de Whitman, escucha las multitudes que lo pueblan y desde ellas le canta a un público universal.

Idiel, persistente, optimista, ve más allá del caos, se sumerge en lo bello y dice:

…acaso alguien invente lo que somos

y nuestro tiempo no sea

                                /sino el gesto

el equilibrio justo de un trazo

hecho por una mano que duda

y una duda que tiembla.

Con acento firme, el editor, el poeta, el narrador Idiel, se vuelve hombre y frágil en las estrofas de Endimión y al perfilar a su Artemisa, la cazadora por el dolor y las aniquilaciones también habitada. Inicia con una sentencia que a la vez marca el discurso lírico:

Estoy completamente solo en la noche

terrible fue mirarte Juno

y terrible ha de ser el camino

                              /que he de seguir…

Es una radicalización válida porque este es un cuaderno construido en torno al amor y las paradójicas experiencias asociadas a este sentimiento. Ya lo dijo Miguel de Unamuno, el “más íntimo abrazo es el mayor desgarramiento.” Es algo que conocían también los dioses de la Acrópolis, tan caóticos en sus emociones, tan promiscuos, celosos, implacables.

Con una música personalísima, los versos de Fuego Griego nos conducen a través de la narrativa del encuentro, ¿imposible?, entre Acteón, Artemisa y Endimión. Los tres nucleados en torno a una conciencia del deseo en otro proyectado, un amor supremo, la forma más elevada de la sabiduría.

Idiel parece haber seleccionado cada palabra con la meticulosidad de un alquimista. Hay verdad en ellas y hay espontaneidad, pero hay sobre todo, atención a la forma. No es esta una obra simplona sino compleja y abundante de estratos semánticos. Fuego Griego es, en resumen, un acierto total y especial, especialísimo.

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