Repensemos el Salón de Arte Digital

Con toda la devoción que suscita el arte, en la era contemporánea el cúmulo de información impide que la gente sostenga  un diálogo cálido con las obras y los pintores.1 Así, los artistas necesitan reinventarse para retomar el diálogo certero con el público, ese que enriquece y vigoriza la obra. No es de dudar entonces que con el advenimiento de la “Era Informática” ellos, los creadores, se apropiaran de las ventajas que ofrecen los medios digitales para crear un arte nuevo, renovador: El Arte Digital.

Este abril  vio renacer  en Las Tunas los Salones de  Arte Digital que años atrás habían quedado en el olvido. En la galería La Jungla de la UNEAC se reunieron obras de una decena de artistas del patio entre los que destacan nombres como Miguel Mastrapa, Alexander Lecusay y Yunior Fernández.

La protagonista del salón es la fotografía, que descubre en la manipulación la oportunidad expresiva de recrearse y presentar las propuestas discursivas que desde la diversidad de enfoques y temas encontraron la mejor manera de plasmar la realidad subjetiva de los artistas. Motivos naturales, sexuales y abstracciones priman en las imágenes digitales que propone la exposición.

Que la fotografía sea el elemento principal de un Salón de Arte Digital vuelve creíble el proceso, aunque lo limita en tanto se prescindieron de obras que aprovecharan los recursos expresivos que ofrecen las nuevas tecnologías como el vidoarte o las instalaciones interactivas. La pluralidad de lenguajes es un hecho y en lo atípico, lo diferente, en la sorpresa, está la maravilla de cada obra. Estos rasgos se le “escaparon” al Salón, que adoleció de una propuesta impactante, seductora, que aunara desde la diversidad de las imágenes un discurso coherente y atractivo.

Se sabe que en arte digital la imagen no existe como tal sino es la visualización gráfica de un código invisible a nuestros ojos, pero esto no debe ser el pretexto para hilar saltos al vacío donde prime la presunción y la superficialidad conceptual.

Tres obras llaman poderosamente la atención pues distan de esta realidad: Chimalma: Los caminos del agua de Yunior Fernández, las piezas de la serie ADN- 18 ¨c de Iván Pérez Rolo y el conjunto de obras de Miguel Mastrapa, que apelan a la sensibilidad y subjetividad para conectar directamente con el espectador.

Pese a todo, el mérito del Salón – que no es poco-  está en el principio de retomar los encuentros, de devolver la frescura del arte digital a las galerías tuneras. Para las ediciones futuras los marcos institucionales deben pensar en actividades colaterales que fortalezcan y vitalicen los salones como la inclusión de sesiones teóricas, las convocatorias a concursos que promuevan la creación y posibiliten la selección de las piezas  y por qué no la premiación de las mejores. Todo para motivar que aflore lo que ya sabemos característico del arte cubano: la creatividad, la provocación y el talento.

1 Tomado del libro Agua Bendita, Rufo Caballero.

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