La grave luz del pozo. El cuerpo poético de Yessica Arteaga Ibal

Algunos articulan que el tema amoroso está desfasado, por demás trillado y apenas cautivador. Escribir poesía amorosa en los días que corren,en un mundo que gira alrededor de las redes sociales, la propaganda sin sentido y campañas que promueven el caos, apenas lograría —según aquellos— hacerte ver como rara avis dentro de un mercado que busca desesperadamente —con temas cada vez más estrambóticos, aunque esto no sea un hecho generalizado— hallar sitio dentro de un canon literario.

Para Yessica Arteaga Ibal (La Habana, 1988) esta no es una preocupante. Acabo de recibir su poemario unigénito Anatomía del pozo, el cual vio la luz por la editorial española Guantanamera, en 2017. La lectura de este libro me devolvió hermosas evocaciones de escritoras cubanas que supieron —con sutileza y acierto— abordar el tema amoroso; me refiero a Nieves Xenes, Juana Borrero y María Luisa Milanés, por sólo citar algunas. Lo que asemeja a Arteaga Ibal con estas poetisas, más allá del tópico del amor, es el desenfado y ausencia de máscaras a la hora de decir, confesar el acontecer íntimo, esas tribulaciones que mueven actitudes y conductas, impeliéndola a la necesidad de acudir a la escritura para —digamos— salvaguardar/expulsar un sentimiento, sea de luz o de limo.

Escrito en versos libres y dividido en dos capítulos, este cuaderno guarda una unidad temática y estilística que le otorga coherencia, lucidez. Sin embargo,debo acotar que por momentos hay descuido en el uso de los signos de puntuación. Siendo que pueden encontrarse poemas sin comas, unos que sólo al final la tienen y otros en los que sí han sido usadas sin reservas, se hace evidente cierta inmadurez en este sentido, restando en ocasiones intención a la lectura y sus posibles significados, lo cual un trabajo de edición decoroso hubiera evitado.

Con las citas de Charles Baudelaire y Roberto Manzano a modo de exordio ,su autora deja en claro desde el comienzo del libro, lo que habrá de leerse, hallarse en él.La metáfora del pozo, su anatomía, le ha servido a la poeta—como pilastra/hilo de Ariadna/faro— para hilvanar de manera ingeniosa su discurso poético, ya sea en torno al amor o al desamor, puesto que uno es consecuencia del otro, convirtiéndose, por ende, en realidades inherentes entre ellas, y así mismo del poemario.

El amor/pozo es —al mismo tiempo— espacio tangible (por lo vívido de las conmociones, la manera en que se padece) y espacio espiritual (por la semejanza alegórica que establece la escritora entre amor y pozo). En cada ámbito la condición del ser es diferente: el sujeto lírico se va situando en uno o en otro según la correspondencia entre lo que siente y lo que recibe.

La voz lírica que inunda estas páginas es, por momentos, atrevida, firme, toma vuelo y logra llegar más allá del brocal del pozo; en otros instantes suena gutural, como el bramido de quien se halla en el fondo, restallando sus alas contra las paredes mohosas y faltas de sol. Hay una mujer que ama, se entrega sin reticencias y no repara en el ofrecimiento, no teme mostrarse tal cual es, llena de emociones que pulsan, tornándola dádiva de ardides y bríos para conceder —como estandarte— su propio ser. Pero toda entrega, todo ofrecimiento trae un costo para quien confiere: hay una otredad, alguien que recibe y debe devolver, de quien dependerá que la ofrenda amorosa adquiera —o no— el valor y efecto esperado. En el amor (entiéndase afecto de pareja, apetencia lúbrica y espiritual por un otro/a) está todo relacionado/imbricado intrínsecamente con el número dos. Dos partes, dos realidades, dos maneras de sentir y percibir los estados vivenciales, pero que a la larga, ambos habrán de descubrir un punto de convergencia, una embocadura por donde fluya todo en un solo cauce. De esto dependerá el destino, el final de lo que en un inicio se hace llamar amor.Esa es la ruta, lo que proyecta este poemario de Arteaga Ibal: el modo en que —fatal o armoniosamente— puede tomar cuerpo el sentimiento amatorio, ya sea en el fondo oscuro del pozo, ya sea en el borde junto a la luz.

Utilizando un lenguaje diáfano, sin artificios que recurren al uso desmedido de la retórica y tropos del lenguaje, pero que no dejan de mostrar un lirismo dotado de propósito, la autora prefiere confesar, conmover antes que impresionar. No hay facilismo de imágenes ni de metáforas en este cuaderno, sino una finalidad de poder apelar —en evidente tono conversacional— a un mecanismo de entrega y liberación en la escritura. Y creo que lo logra, la autora encuentra su lugar y sabe reconocerse a sí misma dentro de esa marea de evocaciones y sentimientos, de los cuales se vale para entretejer versos de profundo sentido emocional, testimonios de vida que han quedado grabados en este poemario de belleza sutil y muy particular.

No existen lauros sin desafíos, no se llega a un final si no se conquista el camino, no ha de sobrevivir el hombre si no se hace sabio en su andar, es por ello que la mujer-poeta muda la piel y va de la sumisión espiritual/carnal a la rebeldía, de la entrega a la negación, de la añoranza al olvido, de la súplica a la renuncia; revelando en cada curso un aprendizaje, una manera de asumir su realidad frente al amor y el ser deseado. Y descubriéndose, sobre todo, como una mujer que ha sabido erigirse, reinventarse desde el tajo y la pérdida, para gritar(se) —como himno de salvación—:

Rindo a la palabra, la grave luz del pozo

caminé y soy más sabia

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  • Excelente libro! Fue uno de los ejemplares que adquirí en la pasada feria del libro por su excelente factura y la profundidad de su contenido, lástima que no hayan echo un buen proceso editorial. Agradecer tanto a la autora como a Milho por hacernos ver esta luz, la luz de Yessica que nos llega en estos versos.
    Saludos

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