Hablar de poesía

Creo que no hay nada más difícil, pues no es otra cosa que hablar de la subjetividad, del pensamiento, del acendramiento interior de una idea. La poesía es producto del cuestionamiento, del preguntarse y horadarse sin respuesta. O sea que el poeta es un filósofo que entiende que el secreto del universo es una mierda; y más allá que preguntarse de dónde venimos y hacia dónde vamos, lo cierto, lo tangible, es que estamos, somos, y respiramos por algún milagro o rara inercia. El presente es el único verbo posible. Los ojos del poeta están en todos los tiempos a la vez, pero este sabe, es consciente, de que el hoy es el punto de apoyo para toda travesura posible.

Pues justamente eso es la poesía, una travesura, una diablura infantil. En el alma de todo poeta duerme un niño, un niño que no se reconoce y se busca en todas las miradas, en todos los roces, un niño que demanda un excesivo afecto, que requiere del mimo de la madre, de la amada, pero también el de Dios y todas sus invenciones; y cuando este cuidado le falta, cuando no le es suficiente, comienza un proceso de invención y reinvención del universo, de todo cuanto le rodea.

El misterio está en las palabras. Signos muertos que cobran vida al ser puestos en orden o desorden, cuando entran en fricción, en acople o combate de unas con otras. O sea que la poesía es una invención que parte desde la nada, el poeta está en cero cada vez que emprende un poema, es un salto al vacío sin noción aparente de que exista suelo firme al final de ese trayecto oscuro.

El poeta tiene el mundo, lo vive o se siente vivido, se angustia o se enardece con los afanes de la realidad, y luego crea algo nuevo usando el lenguaje, masa abstracta y preconcebida, reglas y órdenes dispuestas para que nada nuevo pueda surgir desde él, por ello el primer paso hacia la poesía es domesticarlo, hacerlo propio, personal, y mantenerlo siempre en estado de cambio, pues sujetarlo a una ley, aunque esta sea interna, es de por sí matarlo, frenarle todas sus posibilidades.

Decía Horacio que en poesía no es admisible la mediocridad, y yo entiendo como mediocridad el estancamiento del pensamiento, el acatamiento de un sistema único de raciocinio y el negarse a las posibilidades que ofrecen los diferentes o contrarios. En poesía es necesaria una evolución constante, un fluir y refluir, un abandono de viejas normas y formas. Los moldes son el enemigo primario de toda creación. Hay buenos artistas que dejan de serlo, súbitamente, porque encuentran un espacio holgado para su creación y se acomodan en él, comienzan a recrear(se) y dejan de lado la creación.

Ahora, vale recalcar que esa evolución de una vieja forma de decir a otra que se considera más nueva, más a fin, más acorde, es siempre dolorosa; pues cuesta desembarazarse de viejos trajes y acatar que el poema de un tiempo atrás puede no representarnos del todo, sino que pasa, a veces, a encarnar lo que fuimos en un instante determinado y uno llega a sentirlo encartonado, frágil, endeble. No hay nada más ventajoso para un creador que sentirse inconforme con su trabajo, experimentar ese raro desasosiego de querer hacerlo todo mejor, de reinventarse sobre la marcha.

Si la poesía es un espacio de libertad, entonces entiendo que la poesía es una plaza para la sinceridad y para el fingimiento; vale hablar con veracidad, pero también vale decir nuestras mentiras, pues a la larga las mentiras no existen, sino que son solo una forma trasmutada de la verdad. El hombre que se finge a veces lleva más carga emotiva que el hombre que se expone abiertamente. Ya Pessoa nos dejó ese trabalenguas que habla de la posibilidad de llegar a fingir el dolor que en verdad se lleva dentro.

Entonces si la poesía es una travesura, también puede ser un plan malévolo, como esos niños malditos que gozan al mortificar a todos a su alrededor.

No existe una manera única de poetizar; existe la variedad, la pluralidad, un mar de formas. Seguir un camino es lacerarse las piernas antes de echar a andar. Es hacer las cosas fáciles y por ende es no llegar a ningún sitio, pues, como elegiste un camino hecho, solo podrás llegar a un suelo habitado, a veces demasiado habitado. Así que vale más intentar un camino propio, personal, que bien puede llevarte al fracaso, pero que incluso así, reconforta saber que es un fracaso que solo a uno le pertenece.

El poema queda expuesto. Y aunque no lo parezca la poesía les gusta a casi todos, incluso a muchos que no han leído jamás un poema. Cada día se habla más de frivolidad, de la era de la ironía y del cinismo, de la pérdida de valores, de los bajos índices de lectura, de la poca venta que genera un libro de poemas; y si no existiera nada más en el mundo, si esto fuera una verdad de Perogrullo, ya sería suficiente para seguir haciendo travesuras con el mayor de los afanes, pues la utilidad de la poesía es algo que no vale poner en tela de juicio.

La sensibilidad humana existe y ha marcado el orden y el bienestar del hombre. El poeta esta imbuido en el mundo aun cuando el mundo no lo reconoce como ente social, sino que lo desplaza hacia sus márgenes, pues la sociedad ataca consiente e inconscientemente a sus cantores. El poeta sabe que su lucha es contra todo lo que trata de disipar su esencia, y concibe dentro de su creación una coraza endeble que lo acerca y aleja de todo lo inhumano.

El poeta tiene que cambiar con su tiempo, readaptarse, a la vez que mantiene intacta algunas parcelas. Pues cada bardo responde a una continuación. Desde Homero a Rimbaud, desde Heredia a Novás, se trata de sostener el vigor de la palabra y de dejar testimonio de uno y de los demás, del interior de alma y de todo cuanto nos rodea.

El mundo puede ser hostil o benévolo. La poesía se ensancha o encoje hasta acoplarse a sus formas, hasta gravitar en el alma y en el imaginario de todos. El poeta, el poema, la poesía, son partículas indeterminadas de tiempo. El poeta es el presente del ayer volcado hacia mañana. El poema es un susurro, un milagro manifiesto. La poesía es innombrable, indomesticable, una parcela infinita de sueño.

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