Fernando Martínez Heredia: Ni conde ni marqués

Tomado de Escambray

Cuando Cuba más lo necesitaba, Fernando Martínez Heredia, Premio Nacional de Ciencias Sociales 2006 y una de las voces autorizadas de la cultura nacional, se ha ido del mundo de los vivos. Escambray desempolva una entrevista realizada al importante investigador, historiador y ensayista en 2012 en la que habla de su formación, de sus sueños y de su Yaguajay querido.

Libro a libro, Fernando Martínez Heredia levantó las paredes de su apartamento habanero, que de pronto parecen venirnos encima. Valgan unos trazos, iluminados de cubanía, de Fuster, que cuelgan en la pequeña sala.

Sin poses de catedrático, pese a sus disímiles títulos académicos, el Premio Nacional de Ciencias Sociales 2006 me brinda el sillón para la charla como si me conociera de toda la vida. La razón la encuentro en una palabra: Yaguajay. Este pensador rebelde, de verbo audaz, que ha viajado mundo y medio, no niega ni un segundo de sus días en ese pueblo.

“Allí hacía de peón de mi papá y así lo ayudaba, cargaba mosaicos, bolos de madera… Él llegó a tener zapatería propia; a los ocho años me fajaba, en el suelo, con aquellos cueros de vaca. Me contó que con su primer salario de cortador se compró un diccionario. Lo recuerdo sentado por la tardecita, leyendo la revista Bohemia, me hacía cuentos de la guerra…”.

Quizás, por ello, joven ya, Fernando tocó las puertas de muchas casas, libreta en mano, para establecer quiénes de la localidad pelearon en la contienda de 1895. Como pocos, conoce los cuatro puntos cardinales de la historia de ese territorio, cuya Asamblea Municipal del Poder Popular lo declaró Hijo Ilustre en el 2001.

Investigador Titular del Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, ha hecho calas y explorado temas sociales, económicos, ideológicos y del proceso histórico en el país. Fidelista y guevariano, ha alertado, por ejemplo, en torno a indicios del racismo en la Cuba actual, “elusivo; pero pertinaz y que registra cierto crecimiento”. Por más de tres décadas se ha detenido en análisis latinoamericanos de diversa índole.

Nunca ha olvidado su compromiso con los que cayeron en Cuba, incluso, ni con Plinio, su profesor de El Capital, quien murió siendo guerrillero guatemalteco. ¿Cómo ha tratado de no quedar mal con ellos?

“De varias maneras. En ocasiones decimos que los mártires están vivos; pero no que están vivos si los hacemos vivir. Tenemos esa obligación. Siempre he participado con honestidad, como militante, dentro de las luchas de la Revolución. Soy militante por mis criterios también, y no que tengo criterios a pesar de ser militante. He debido ser incómodo, e, incluso, hacer lo que parece que no debía hacer”.

Usted se vincula mucho con los jóvenes.

“Estoy tratando de pasarles la memoria histórica. Una de nuestras dificultades ha sido cómo se han ido desdibujando quienes lo dieron todo por la Revolución, quedan para fechas, para clichés.

“Cierta vez me entrevistó una comisión que redactaría biografías de mártires estudiantiles. Yo había conocido a uno de Las Villas y lo admiraba mucho; pero dije: ‘Recuerdo que parecía blanco, se pelaba muy bajito, seguramente para que no se le notara el pelo”. Me lo tomaron a mal. ‘No vamos a continuar’, dije. Ese compañero que llegó a ser un héroe no nació héroe. Si a los jóvenes de hoy se les habla acerca de los grandes a partir de que eran seres humanos, se emocionan y se hacen muy cercanos a ese ejemplo”.

En 1966 usted afirmó que el Marxismo-leninismo debía colocarse a la altura de la Revolución cubana. ¿Por qué con ello expresaba una angustia, según su propio parecer?

“Para entonces el Che había terminado la operación del Congo; Fidel había dicho en Santa Clara en 1966 que teníamos que unir la inteligencia a la valentía, y que a la inteligencia no le faltara el valor, y al valor no le faltara la inteligencia. Esto lo expresó en medio de una situación en la que el Estado cubano se disolvía por los martillazos que le daba el propio poder revolucionario entre el ’66 y el ’67. Yo no hallo que fuera malo, las Revoluciones sólo avanzan produciendo revoluciones de sí mismas. La unidad política no estaba del todo fraguada, a pesar de la fundación del Partido en el ’65.

“El Movimiento Comunista Internacional nos volvía la espalda. Las relaciones con la URSS se enfriaban; el movimiento que encabezaba la dirección china se mostraba chovinista.

“Cuba estaba en una posición tan avanzada como tan peligrosamente enfrentada a la incomprensión, al Imperialismo norteamericano. Imagínate, el carácter incluso, de urgencia y hasta de un poco de angustia que con que uno dice: el pensamiento que se dice que es el nuestro tiene que ser verdaderamente el nuestro, tiene que estar a la altura del proceso práctico nuestro”.

En polémica

Argumentos le sobran al autor de El corrimiento hacia el rojo para vertebrar la idea de que su sentido de la polémica lo heredó de la tradición cubana. Mira al Siglo XIX y coloca a la figura de Carlos Manuel de Céspedes en el vórtice del análisis. “Él polemizó tanto –comenta– que, inclusive, siendo el presidente de la República en Armas, un grupo de compañeros suyos, muy polémicamente, acordó expulsarlo del cargo. O sea, el primer presidente de Cuba fue expulsado por votación en plena guerra, en la miseria más grande.

“Hay una verdad mayor, la polémica tiene que convertirse en la herencia que le dejemos a los más jóvenes y a los niños de hoy. Muchas veces se ha creído que nos perjudica. A veces he tenido que recordar que en los años ’63 y ’64, cuando la escolaridad promedio de los cubanos era dos grados y medio y tres de Primaria, cuando apenas organizábamos el nuevo Estado, dirigentes de la Revolución debatieron en las revistas importantes de La Habana sobre los problemas principales de la construcción económica; en el fondo estaban analizando cómo debía ser el Socialismo en Cuba”.

Pero hoy el debate no se sistematiza.

“Es una paradoja cuando usted compara esa preparación tremenda con la falta de discusión profunda de las cosas. Me impresionó mucho cuando Raúl, en su discurso del 26 de Julio en Camagüey, dijo: ‘Tenemos que discutir con valentía y profundidad’. Quizás hemos tenido demasiado aferramiento a la idea de que la unidad pasa por el hecho de que no haya criterios diferentes”.

Más de una vez usted ha retomado a Martí: “Los locos somos cuerdos”. ¿Quién le diagnosticó esa locura?

“Martí aprendió que la rebeldía está obligada a ser lúcida y tajante. Soy muy martiano. Hace muchos años encontré esa carta a Viondi, el abogado, donde recoge la frase. Nadie creía en Martí entonces. Él lo dijo con esa convicción, esa capacidad de síntesis; luego me di cuenta de que podía ser un emblema para la vida.

“Ahora, ¿qué me pasa en lo personal? Nunca me he interesado por quienes me han diagnosticado locura. Si uno empieza a polemizar con quienes nos declaran loco, no sólo pierde mucho tiempo; sino que no es un verdadero loco. He estado en cierto número de polémicas, algunas de ellas con consecuencias; pero nunca las he personalizado. He sido luchador por unos ideales, y enemigo de lo que yo creo que es rémora para que avance la gente y el proceso”.

De armas tomar

A los 23 años teniendo la posibilidad de convertirse en profesor universitario, Fernando se fugó de la escuela que cursaba, pistola calibre 45 a la cintura, para ir a la Crisis de Octubre.

Luego protagonizó, según entendidos, dos de los proyectos más significativos en el ámbito del pensamiento social de la década de los 60: el Departamento de Filosofía, de la Universidad de La Habana, y la revista Pensamiento Crítico (1967-1971), la cual “era polémica (…). De no ser así, no hubiera valido la pena”, ha expresado quien a partir del 71 arrostró un silencio que duró tres lustros. “Me tocó estar en el ostracismo intelectual, no en el revolucionario”.

Usted ha ocupado disímiles responsabilidades y funciones y ha asegurado que maduró con carburo, como decían en Yaguajay. ¿Qué etapa de su vida rehiciera o borrara?

“No me gusta parecer pedante, pero ninguna; uno no escoge la vida. Recuerdo un poema del alemán Karl Liebknecht, quien decía: ‘A nosotros no nos es dado cosechar, hemos vivido un tiempo de sembrar’. Me han tocado tiempos de cosechar, de sembrar, de sequía, de inundaciones… (RÍE). En algunas etapas no me fue bien o no terminaron bien; en otras, muy bien; sin embargo, en todas me he divertido. Trato de seguir la idea de Marx: ‘La felicidad está en la lucha’. Si uno logra que sea verdad, en el caso cubano tiene una cantidad tremenda de felicidad a su alcance”.

En deuda

Fernando, quien prefiere a Eleguá antes que a Jano, el rey de dos cabezas mediterráneo, no dejó de ir, cuando muchacho, al bembé en su Yaguajay pese a la advertencia de algunos: “No vayas, eso atrasa”. Soñó con ser un compositor de orquesta; pero ni siquiera escribió una nota en el pentagrama. No obstante, sí ha sido capaz de poner en solfa su capacidad de ensayista y articulista, con más de 130 títulos y varios libros; incluso, ha incursionado en la cuentística, una de cuyas historias tiene como eje narrativo un combate escenificado en El Yigre, durante la gesta independentista.

En la agenda guardo cientos de líneas acerca de su “amistad cotidiana” con el salvadoreño Roque Dalton. Sus reflexiones alrededor del Che Guevara colmarían toda esta plana. Acostumbrado a “lidiar” con periodistas, el Premio Nacional de Ciencias Sociales 2006 se llenará de paciencia y de fino humor:

“Ese título nobiliario no me gusta. El premio te lo dan y te quedas para siempre con él, como el de conde y el de marqués; aunque no hagas nada más. Siempre me ha parecido, por lo menos, sospechoso”.

 

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