Venta de ¿arte? en Cienfuegos

Lo enseñado en el cine, en esas propuestas hollywoodenses de subastas y grandes ventas, resulta utópico para Cuba. Aun cuando existe una estructura formalizada para el comercio de arte, sigue siendo esta una actividad enfocada principalmente al turismo. Las postales de la Isla se cotizan más afuera que adentro.

«No existe discusión: contamos con la obra y el productor, explica la crítica de arte Massiel Delgado Cabrera. Ahora, el conjunto de personas con dinero, y dispuestos a comprar arte, no lo hay en nuestro país. Quien lo tiene, lo gasta en esos elefantes horribles de la shopping, aberrantes… Hay mucho por hacer para potenciar el buen gusto».

A criterio de la especialista no existe aquí un mercado de arte. «Para ese tema deberíamos hablar de una institución, no del estrecho marco de un lugar para vender. Implica un mecanismo legitimado: circuito de expertos, críticos, personal que certifique el valor de las piezas, y no digo precio, digo valor. O sea, consenso entre el mercado y el artista, con sus sistemas de garantías. Y que se trate de arte, no de souvenir».

Durante 25 años ha sido el Fondo Cubano de Bienes Culturales (FCBC) la entidad más cercana a tales gestiones. Se erigió como figura mediadora entre los creadores y el cliente, con un sistema muy propio de protección, pagos y beneficios.

«Cualquier obra que salga a través de nosotros, lo hace con una propiedad, una factura de exportación donde van los datos referentes a esta y al artista: título, técnica, medidas, el número del sello; lo que clasifica, de por sí, como una marca de calidad, explica Miguel Ángel Rodríguez Bauta, especialista del FCBC. Le damos al cliente un certificado ante cualquier inconformidad o reclamación.

»El Fondo era líder en la venta de artes plásticas en Cienfuegos, añade. Incluso, cuando la Uneac comercializaba teníamos mayor fuerza y espacio. Los mismos artistas que vendían por esa vía, también lo hacían con nosotros. Seguíamos siendo líderes.

»Ahora mismo, no sé… Continuamos posicionados en el mercado, pero sí ha disminuido nuestra presencia: el Corredor de Santa Isabel está lleno de cosas, el Prado igual… Dondequiera nace un punto, te sorprende un cuentapropia.

Yo llegué a desvelarme, me preocupó muchísimo la situación, lo que pasa que uno va como aclimatándose».

Monopolio… ¿en el arte?

Ante el surgimiento de nuevas formas en la comercialización, el Fondo ha perdido el monopolio de las últimas décadas. La gestión privada ofrece una creciente competencia, ya bien al amparo de la institución o fuera de esta.

Bajo algunas figuras del cuentapropismo emergen espacios donde se expenden piezas «artísticas», lo mismo cuadros, textiles, artesanías, antigüedades… Sin embargo, falta claridad sobre el alcance de las licencias otorgadas, su control o implicaciones en la política cultural de la nación.

El sistema legal entrega permisos de artesano, grabador cifrador, pintor rotulista y trabajador contratado artista, con ambiguas especificaciones en sus respectivos roles. Sin vínculo directo con el régimen cultural del país, tales brechas posibilitan la «venta de croquetas por aviones», o viceversa.

Para avalar la condición de artistas y artesanos existe en Cuba, desde hace mucho tiempo, el Registro del Creador, el cual, mediante patrones internos, legitima a los egresados de escuelas de artes o aquellas personas con demostrada experiencia. Lo incoherente radica en la aparición de entes similares, ajenos a los procedimientos establecidos.

«La actividad de artesano, por ejemplo, consiste en la confección y comercialización de artículos, accesorios, prendas, transformando diferentes materiales a partir del empleo de sus habilidades, argumenta Jakelin Linares Luján, especialista del sector no estatal en la Dirección Provincial de Trabajo. No se inscriben los afiliados al Registro ni los miembros de la Asociación Cubana de Artesanos y Artistas (ACAA). Entra todo el que confeccione y comercialice. Dentro del reglamento no hay ninguna otra exigencia».

Y entonces, ¿los espacios donde se vendan artes plásticas, y no pertenezcan al FCBC, son ilegales?

«Si no está autorizado por el Fondo ni por la ACAA es ilegal», sentencia Linares Luján. Puede constar la persona que, como trabajador contratado artista, promociona y cuida el lugar, controlado por el Fondo. No se trata de “yo quise pintar, voy, arriendo un espacio y lo pongo”». No obstante, al decir de los propios especialistas de Trabajo, el cuentapropista tiene derecho a alquilar un local para su labor, sin importar las competencias en el ámbito donde ejercerá.

«Es una política del Estado, no la cuestiono, pero a nuestra gente le exigimos conocimientos de arte, historia, y carecen del autorizo para abrir estudios-taller; ni siquiera pueden hacerlo a través del FCBC, alega José Felipe Herrera Hurtado, presidente de la ACAA en Cienfuegos y su vicepresidente nacional. Además, los míos responden a normativas del CITMA y la Empresa Forestal, deben justificar de dónde sacan todo, pagan cuatro CUC a diario…

«Se les reclama mucho a unos y a otros no tanto. El privado solo desembolsa 300 pesos al mes, obvia el derecho de autor, y lo mismo vende un culero que un mantel, prosigue. Nosotros convenimos en su existencia, al final contribuye al progreso económico; ahora, ¿dónde está el peligro?, en la destrucción de la cultura».

Regular ese marco de las nuevas formas de gestión constituye también un punto hueco en el reciente panorama de la comercialización. Ni Trabajo (que da la licencia) ni las entidades del entramado cultural, lo asumen como su responsabilidad.

«No les realizamos inspecciones, solo cuando llega alguna queja», reconoce Linares Luján. «Quienes los deben inspeccionar son los supervisores de Cultura».

«En Cienfuegos surgió, en 1990, el Consejo Provincial de las Artes Plásticas. Allí se involucran todos los actores que permiten el desarrollo orgánico de una manifestación: el Centro de Arte, la Uneac, la Asociación Hermanos Saíz, la ACAA, las Casas de Cultura», enfatiza Delgado Cabrera. «A su conjunto de instituciones le corresponde hacer cumplir lo establecido en cuanto a políticas o líneas para cada una de las expresiones del arte, popular o tradicional. Hoy no funciona así, el ejercicio colectivo lo ha perdido».

De acuerdo con Lidia María Álvarez, especialista del Centro Provincial de Arte, «La proyección estratégica del Consejo tiene bien determinado su parrafito de cómo es la historia. Representa a los artistas ante las instituciones, además de aplicar políticas. Le llegamos a los profesionales, a los vinculados al Fondo y lo hemos hecho».

Entonces, ¿las figuras emergentes quedan en el limbo? ¿No requieren ellos una mayor asesoría?

«Son ellos (los integrantes del Consejo) quienes deberían visitar a esa instancia, al cuentapropista, y brindarle una preparación metodológica, profiláctica», sugiere Delgado Cabrera. «Una vez lo decía: si el país tarda tanto en implementar las cosas, en la apertura al cuentapropismo en cuestión de expresiones artísticas, valores simbólicos de la nación, era preciso pensar mejor el asunto».

Aunque la aplicación política cultural cubana no resulta privativa a la institucionalidad e implica la participación del sistema social en pleno, las actuales condiciones para el comercio de arte plantean el divorcio entre lo estatal y lo privado.

«Lo controlado, desde el punto de vista cultural y comercial, es lo estatal; la otra parte, el cuentapropia, no tiene regulación», agrega Celia Joya Riverón, especialista comercial del FCBC. ¿Quién determina los valores estéticos o no de su trabajo? ¿Quién le establece pautas? Por eso insisto en lo necesario de un acuerdo, pero tomarlo de la mano ya, porque estamos perdiendo muchas cosas, incluso, el patrimonio».

La coexistencia entre ambas formas de gestión requiere ordenanzas: «todos los actores, cada de uno desde su potencial, deben establecer relaciones de coordinación y consenso», opina Delgado Cabrera. «Me parece bien que existan artistas –no el que pinta palmitas– con sus estudios independientes, porque cuando venden su obra, venden el resultado del sistema de enseñanza de nuestro país. Él, en sí mismo, porta un valor simbólico.

»Con los comerciantes, en ocasiones el mercader más pedestre, tengo mis reservas, aunque prefiero no generalizar. Negocian con lo más sensible del país, su cultura nacional, el sentido de cubanía; pero el sistema lo permite. Por tanto, no creo que penalizar o invalidar sea la solución, sino asesorar, ver el terreno donde se mueven y valorar en qué condiciones».

Retorno a la esencia

Otra arista, no menos compleja, presentan los estudios-taller suscritos al Fondo, pertenecientes a creadores con una obra más consolidada.

«La experiencia ha sido muy buena, desde el punto de vista promocional y comercial», comenta Vladimir Rodríguez, cuyo espacio radica en el Parque Martí. «Personas de alrededor de 50 países han comprado mi trabajo en estos últimos tres años: ese es el principal éxito de un lugar como este.

»Yo vendo mucho más ahora», asegura. «De hecho, mi trabajo en el FCBC era catalogado como poco comercial y lo es, pues tiende a ser conceptual; sin embargo, aquí he demostrado que el concepto vende. La interacción con el comprador cuenta entre los beneficios: el espacio está especializado solo en mi quehacer y esa marcada individualidad promueve a un artista. Con las ventas también aumentaron las ganancias, en materia de porcentajes: no es lo mismo pagar un 30 por ciento a la institución, que un 10 por ciento».

En cambio, los mecanismos de venta funcionan como hace dos décadas, cuando el Fondo poseía el control absoluto. La imposibilidad de vender sin la presencia de un especialista de la institución, los pagos a mediano o largo plazo y la escasa promoción a los artistas, son trabas con las cuales lidiar en medio de un nuevo contexto.

«Quizá años atrás, el cobro era bastante engorroso, pero ya no: pagamos en 30 días, mes terminado», explica Miguel Ángel Rodríguez Bauta, especialista del FCBC. «La casa matriz pone dinero para el pago y nuestra fecha establecida son los jueves. Puede haber una excepción: si alguno lo necesita antes, no hay problemas».

«Es cierto», reconoce el artista Vladimir Rodríguez. «Antes pasábamos hasta tres y seis meses esperando. Ya no. Justo reconocerlo. Pero, ¿qué sentido tiene abrir un espacio de gestión personal si no cuentas con el dinero de forma inmediata? Hasta los mismos extranjeros se sorprenden cuando ellos le tienen que entregar el dinero completo a otra persona (el vendedor del Fondo). Eso no pasa en ningún lugar del mundo.

»En otros países, que he tenido la oportunidad de visitar, el proceso ocurre dentro de la misma galería: el banco emite un cheque, con tres partes (la del banco, la del registro y otra para el dueño del espacio). Ese talonario confirma la venta, tu ganancia, el pago al contribuyente: se acabó el intermediario».

El Fondo de Bienes Culturales agrupa a los artistas y artesanos del territorio, e incluso de otras provincias, con los mismos derechos y prebendas. Lo que en un momento fue su mayor potencial hoy se traduce en limitante, pues no logra discernir con claridad una estrategia de promoción individual y adecuada.

«Los catálogos no son de la calidad requerida, tenemos deficiencias», reconoce Rodríguez Bauta. «Pero, imagínese, solamente de la plástica, contamos con más de 100 artistas, algunos de Santa Clara, de Sancti Spíritus, de La Habana… Con nosotros comercializa Nelson Domínguez, Premio Nacional de Artes Plásticas 2012. Eso también prestigia el espacio. Tampoco tenemos una galería como quisiéramos: Maroya es una tienda, una tienda de arte. Igualmente, hacemos promoción al momento de las exposiciones: vamos a la radio, a la televisión, tratamos de que los artistas asistan…».

Otras gestiones reclama este cambiante escenario: «ahora mismo, con el tema de los cruceros, no existe una ‘itinerancia’ programada a los talleres vinculados al Fondo, señala Vladimir Rodríguez. Y es parte de su razón de ser: ayudarte a comercializar tu trabajo. En los tres años de mi taller, no ha arribado una solo guagua de extranjeros coordinada por la relación cultura-turismo del FCBC. Eso deviene un elemento fallido».

Quizás llegó el momento de replantearse las esencias, incluso desde lo institucional. «Se están perdiendo valores y en ocasiones se ha llevado el arte al comercio más comercial», señala la especialista Celia Joya Riverón. «Somos una institución de arte comercial, para vender, pero vender arte de lujo, con pensamiento… y aquí llegamos a comercializar hasta toldos para camiones, ¿qué tienen de artísticos los toldos para camiones? ¿O las botas de trabajo, certificadas porque llevaban casquillos? Nada, aun cuando está implícito un oficio, no guardan relación con nuestro objeto social. Yo creo no nos podemos alejar de las esencias».

Para la crítica de arte Massiel Delgado Cabrera, algunas causas son evidentes: «el Fondo debe cumplir con el Ministerio de Cultura, lo cual le obliga a producir dinero, pues de eso depende la enseñanza artística, el trabajo con el patrimonio vivo, la restauración de Casas de Cultura, instituciones… Tienen que ingresar, en una escala grande, y en ese producir dinero está el riesgo de su gestión. Al galerista individual, en cambio, solo lo apremia el pago de una contribución según sus ingresos.

»El Fondo, hasta el día de hoy, cumplió cometidos importantes, como visibilizar la trayectoria de muchísimos artistas; pero precisa remontar este momento histórico y replantearse un crecimiento como empresa, movilizarse a tenor de las demandas actuales del mercado. No solo del turista individual que se baja en el crucero, sino también de ese público representado en los artistas.

»Tiene la infraestructura y, con 25 años de presencia, un know how del que no dispone hoy ningún artista en lo individual… Hay una infraestructura de activos: un inmueble, un edificio reconocido, una marca, un sitio privilegiado en el centro fundacional de la ciudad, un grupo de especialistas con amplia experiencia, su relación con los artistas… Todos valores a su favor. Necesita movilizarlos y sobre esa base reestructurar, repensar, modernizar, atemperar…

¿Cuál será solución? He ahí el reto: los tiempos difíciles tienen que ser tiempos creativos».

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