Un baile sin máscaras a bordo de una bañera

Entrevista al dramaturgo cubano Yunior García

Katherine espera a Yunior en la entrada de la Uneac. Edgar también lo espera, pero en el traspatio. Once menos cinco de la mañana, miércoles veinte de julio de 2016. Yunior llega un poco sudado…

YUNIOR. ¿Llegué puntual?

KATHERINE. Cinco minutos antes.

Esta mañana y en este lugar a Yunior lo interceptan cada dos pasos. Le preguntan por Jacuzzi, si no ha habido ningún problema. Él que no, que no ha pasado nada. Katherine lo acompaña–guía al traspatio, al pasar por la barra le hace a la chica del bar la seña pactada.

EDGAR. Gracias por venir, Yunior. Por favor, siéntese.

KATHERINE. ¿Por dónde empezamos?

EDGAR. Por el principio. Yunior, aquí vinimos a bailar sin máscaras. Vinimos a conocer al actor; más que al actor, porque a ese ya creemos conocerlo, al dramaturgo, pero más que al dramaturgo, al hombre; incluso más allá, al artista.

KATHERINE. Somos dos contra uno, pero no se rinda. Confíe en la bondad de los desconocidos, póngase a merced de los extraños.

EDGAR. En Baile sin máscaras dice su personaje Yanelis: «…el amor es necesidad incontrolable, pasión irresistible, o algo así». Dígame, ¿para usted el teatro es necesidad incontrolable, pasión irresistible, o algo así?

YUNIOR. Sí, el teatro es del tipo de relaciones donde sabes que hay problemas. Algo te dice «termina, esto no tiene futuro». Por otra parte, no puedes dejarlo, es el amor de tu vida… eso es algo que me pasa con las tablas específicamente. Por más que uno se encuentre ante obstáculos, por más que otras artes sean quizás más cómodas, como la televisión o el cine, si tuviéramos todos los recursos, el teatro es difícil de abandonar, es pasional, carnal, se vive de una forma única.

El hecho de tener al público reaccionando, de que ninguna función se parezca a otra, de que tengas que esperar a decir el primer parlamento para escuchar la respiración del público y saber cuál es el ritmo que va a llevar ese día el espectáculo, no pasa con ninguna otra manifestación que no sea de las tablas. Es complicado, pero es una experiencia única y muy difícil de prescindir de ella. Pudiera decirse incluso que es como una droga.

EDGAR. Hábleme del más reciente estreno de Trébol Teatro, Jacuzzi.

YUNIOR. Íbamos a montar otro espectáculo, uno más seguro, aprobado, publicado, premiado: Sangre. Ya teníamos la bañera, que era uno de los recursos que utilizaríamos. De pronto en Holguín se presentó una mala puesta, que no voy a mencionar de qué grupo, pero una mala puesta…

EDGAR. De Punto Azul.

YUNIOR. Yo no lo dije. Pero a nosotros no nos gustó. De hecho, yo hablé con los creadores y les dije que no estaban preparados para salir a escena de esa manera, que siguieran trabajando con la obra. Se producía un divorcio total con la esencia del texto y no se creaba un buen resultado con el público. Por ese mal momento que pasé con una obra que yo quiero muchísimo, que considero uno de mis mejores textos, decidimos no montarla. Necesitamos esperar que el público la olvidara, incluso nosotros mismos.

Revisé mis escritos. Ya teníamos el problema de que estaba comprada la bañera y necesitábamos usarla. Encontré Jacuzzi, seis páginas de un texto que había empezado a escribir hacía mucho tiempo…

EDGAR. ¿Cuánto tiempo?

YUNIOR. Quizá cinco años. Comencé a pensar el texto y en una semana les llevé la primera propuesta a los actores. La leímos en un café y la química que produjo la primera lectura de dieciséis o diecisiete páginas fue espectacular. Los actores dijeron: «no hay otra opción, esto queremos hacerlo». A partir de ahí se terminó el texto, muy rápido, en una semana. Se hizo la lectura en público, fueron quizás cincuenta personas. En tres semanas de montaje la obra estaba lista. Luego, en la semana de ensayos generales, hicimos un ensayo a puertas abiertas.

A mí me gusta trabajar de esa manera, a puertas abiertas. Hay otros directores que prefieren trabajar a puertas cerradas, reservarse la sorpresa para el público, que nadie conozca la noticia que se está cocinando. En mi caso, porque me gusta primero desde un punto de vista artístico y en segundo lugar porque las condiciones en las que estoy viviendo y trabajando en los últimos tiempos requieren la mayor transparencia posible, decidí hacerlo así. Desde el principio a puertas abiertas. Cualquiera podía ir, ver lo que estábamos haciendo, incluso opinar, aportar, decir su criterio. Me parece un proceso muy enriquecedor, me parece que, en Holguín sobre todo, deberíamos potenciar esa parte del proceso, para tratar de acercar a un público, antes asiduo asistente a las salas de teatro.

EDGAR. Tus obras se presentan en los Estados Unidos y otros países; has trabajado con dramaturgos extranjeros; estuviste en Londres. Me parece humilde que regreses a Holguín, más que a Holguín a Trébol Teatro.

YUNIOR. Trébol Teatro es una responsabilidad, como la relación que uno tiene con un hijo. A pesar de que en un tiempo uno quizá se divorcie de la ciudad, sabes que tienes ese hijo que es Trébol Teatro.

Surgió en 2004, yo estaba de servicio social. Cuando salí de la Escuela Nacional de Arte (ENA) para entrar al Instituto Superior de Arte (ISA), en ese año en que fui no apto FAR, decidimos, con una estudiante de instructores de arte, montar un texto sobre la escena, muy parecido a este proceso. Yo encuentro mucha relación entre Jacuzzi que es el último texto y el primero, Malos Presagios, porque fue escrito así, de una forma muy rápida, para pocos actores, basado en experiencias personales. En Malos Presagios también Holguín, la ciudad, estaba presente. Así surgió ese proyecto. Aunque después estaba en el ISA y solamente podía trabajar aquí en julio y agosto, volvía todas las vacaciones a Holguín a estrenar un espectáculo. Pienso seguir haciéndolo.

KATHERINE. En el «Ritual de confesiones» de su obra Baile sin máscaras, Yoni escoge al azar un espectador y le pregunta: «Tú, que te crees realizado profesionalmente. Todo el mundo te elogia ¡qué talento! ¿Realmente te crees tan talentoso?». Si fuera usted ese espectador, ¿qué respondería?

YUNIOR. El problema de ser joven o ser eso que llaman promesa, es complicado. A los jóvenes casi siempre nos cuesta trabajo hacer que la gente nos respete, puedes tener una obra kilométrica y la gente te sigue diciendo promesa, y uno se pregunta cuándo deja de ser promesa y empieza a cumplir lo prometido. Si tuviera que decirme eso ahora, yo no me considero realizado todavía; es decir, todavía me quedan muchas expectativas.

KATHERINE. Yoni insiste: «Allá adentro, en el fondo, ¿crees que te mereces todos esos elogios?».

YUNIOR. Qué pregunta tan complicada. No sé, no sé, pero no creo que el arte se haga solo por el hecho de recibir elogios. Uno hace las cosas porque no puede dejar de hacerlas. Como un grito, es como un grito que tienes dentro; si no lo sueltas, vas a reventar. Puede que después vengan elogios y puede que los elogios sí te hagan sentir bien, pero no creo que esa sea la causa por la que uno decide gritar. Gritas por una necesidad interior que no puedes controlar. Y después quizá rechazos, elogios, aplausos, críticas, lo que venga ya tú estás dispuesto a aceptarlo, porque hiciste lo que tenías que hacer: soltar el grito.

KATHERINE. Yoni termina: «La gloria es tan efímera que siempre es alcanzada por la envidia. Y puede que en muy poco tiempo nadie recuerde ni siquiera tu nombre». En la versión cinematográfica de Ilíada, Aquiles y Héctor pelean. Héctor tropieza, cae. Aquiles le dice: «Ven, levántate, no permitiré que una piedra se robe mi gloria». ¿Qué piedra puede robarle la gloria a Yunior?

YUNIOR. Depende de lo que uno considere gloria o lo que uno considere piedra. He tenido la suerte de coincidir como amigo de varias generaciones de dramaturgos, algunas que ya no están. Tuve la suerte de ser amigo de Héctor Quintero, poco tiempo antes de su muerte, también de Abelardo Estorino; conocí a Pepe Triana, quien para mí es el mejor dramaturgo cubano vivo. En ellos siempre he notado en determinados momentos algún tono de pesimismo, sobre todo al final de las carreras, donde comienzas a evaluar el reconocimiento, la gloria, los obstáculos, los tropiezos y comienzas a darle otro tipo de importancia. Yo también, a pesar de que soy joven y tengo una carrera corta, he tenido esos momentos de decepción, de desilusión, de comenzar a verlo todo como algo vano, una crisis medio de Eclesiastés, de todo es vanidad. Pero creo que si uno vuelve a la esencia, al porqué hace las cosas, importan poco los tropiezos y poco la gloria. No lo veo como una búsqueda de reconocimiento, sino como una necesidad urgente de decir lo que tienes adentro.

Entra la chica del bar con tres tazas de café, cierra el pacto. Yunior enciende un cigarrillo, no prueba el café de su taza marrón, distinta a las de Edgar y Katherine, negras. Casi sin murmullos en derredor, Katherine comienza a tararear «Nel blu dipinto di blu». Edgar la interrumpe.

EDGAR. Katherine, en Memorias de Adriano, de Yourcenar, el emperador dice que un día llegó a probar la carne semipodrida que hace las delicias de ciertos pueblos germánicos, dice que la vomitó, pero la experiencia quedaba hecha. Partiendo de que la obra de Yunior tiene muchos puntos de contacto con su vida y que, por ende, surge de sus experiencias, le pregunto a Yunior, ¿tratas de vivir todas las experiencias que se le puedan dar a un hombre?

YUNIOR. No. No podría. Trato, sobre todo, de ser honesto conmigo mismo y evitar reprimirme. Ya uno va madurando, teniendo responsabilidades, en mi caso tengo un hijo. Uno empieza a tener una especie de compromiso ético y con el paso del tiempo se va perdiendo esa forma liberal de pensar de cuando uno es adolescente o bastante joven, de experimentar, de que no importe nada. Quiero vivir. Quiero vivir. Quiero vivir. Como parafraseo en Jacuzzi: «La juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo», y uno se va curando de esa juventud. Pero trato de ser auténtico conmigo mismo, de no reprimir mis necesidades, mis gustos, mis opciones. Aunque no puedo negar que experimenté una vida bastante libre.

KATHERINE. ¿Quiénes son sus maestros en el teatro?

YUNIOR. Es un poco pretencioso decir que todos, pero sí. Todo lo que me leo me sirve como aprendizaje, como experiencia. No lo conocí, pero una experiencia grande que tuve desde la ENA fue Virgilio Piñera. La primera obra de teatro que vi cuando llegué a la Habana fue La boda.

EDGAR. Fue la primera que montaste al graduarte.

YUNIOR. Sí, mi tesis fue con La boda, con Raúl Martín y Teatro de La Luna. Virgilio tenía como una especie de influencia espiritual ahí, era como un maestro espiritual, además de que podía tener sus obras a la mano y leérmelas; me leí todo el teatro de Virgilio. Mis primeras obras son muy virgilianas; Malos presagios, Baile sin máscaras, tienen esa cosa del absurdo virgiliano. Después me gustó mucho el teatro más experimental, sobre todo con el realismo que tenía Abelardo Estorino, y este juego con el realismo me interesaba: acercarme a la realidad ya no desde el absurdo, ya no desde otra mirada, sino tratando de ser un poco más honesto, más franco con la realidad. Después vinieron los maestros europeos. Sarah Kane fue una influencia que marcó mi generación. Otros dramaturgos contemporáneos de América Latina como Rafael Sprelgerburd, Arístides Vargas, de alguna manera me influyeron. No puedo negar tampoco a Héctor Quintero con su comedia, me parece que era un maestro y mis obras tienen muchos elementos de humor. Abel González Melo fue mi profesor directo, de él aprendí mucho, de mis colegas incluso. De Rogelio Orizondo, de Marien, que es un dramaturgo espectacular que se conoce poco y que tiene una dramaturgia verdaderamente novísima, nosotros decimos que el único novísimo de verdad de ese grupo fue él. Yerandy Fleites también, con su juego con los clásicos. Es decir, yo creo que todo lo que me cae a la mano me sirve como aprendizaje.

KATHERINE. ¿Y en la literatura, quiénes son sus maestros en la literatura?

YUNIOR. La literatura es otro tipo de lenguaje. La literatura no la veo como un estudio sino para disfrutarla, es decir, me acerco a la literatura, sobre todo a la narrativa, no como dramaturgo, sino como lector, y trato de disfrutarla. Tengo gustos muy diversos. Puedo disfrutar leyendo filosofía, me gusta muchísimo Nietzsche. Una de las influencias que tuve para esta obra fue El hombre mediocre, de José Ingenieros, parte del discurso final de Jacuzzi nace de ahí. Me encantan las buenas historias, buscar la poesía en las historias. Trato de leer como lector, no como dramaturgo.

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Foto: Lázaro Wilson

EDGAR. Yunior, ¿tiene algún ritual para escribir, mañas antes de utilizar el lápiz, alguna ceremonia previa a la creación?

YUNIOR. No había pensado en eso. He tenido que acostumbrarme a trabajar con ruido. No soy muy exigente con eso. Algunos escritores necesitan estar encerrados, solos, el momento de soledad. Hay partes para las que necesito la madrugada, el mayor silencio posible. Como a cualquier otro escritor me aterra la página en blanco, después que uno tiene ya cuatro o cinco palabras, o al menos una idea, todo lo demás sale. Nunca escribo cronológicamente, empiezo a escribir ideas sueltas, parlamentos y después de eso lo voy ordenando, tampoco desecho lo que escribo. Tengo una carpeta que es de trabajos a medio hacer y todo sirve, todo sirve; cuando estoy ante ese pánico me pongo a revisar lo que he escrito y de pronto encuentro algo, por lo menos una idea.

EDGAR. ¿Qué auguras para los nuevos dramaturgos cubanos? ¿Cómo ves la plataforma de la dramaturgia en Cuba?

YUNIOR. Yo veo mucha libertad en todos los sentidos. La gente se está arriesgando para encontrar estructuras distintas.

EDGAR. Dice Alejandro en Jacuzzi, que al bajar corriendo La Loma de la Cruz puede tropezar. Yunior, qué pasaría, si cuando bajes corriendo, no tropiezas… ¿A dónde te llevaría el impulso?

YUNIOR. Quizá llegue al aeropuerto como dijo Pepe, pero aunque vaya al aeropuerto, agarre un avión y me vaya, nunca será definitivamente…

EDGAR. Yunior, pero si bajas corriendo, lo más probable es que tropieces, y te quedes sin impulso. Entonces qué pasaría.

YUNIOR. Nunca faltan las piedras, siempre hay alguien dispuesto a ponerte el pie para que tropieces, pero aunque parezca manido, levantarse siempre es la opción. A veces he tropezado, he caído y he dicho «de aquí no me levanto, ya me cansé de todo, no quiero saber del teatro, me voy de la ciudad y no vuelvo», pero son momentos. Hay una fuerza siempre, que no sé de dónde sale pero te levanta.

KATHERINE. Susy, el personaje femenino de Jacuzzi, quisiera morir como Marat. Y usted, ¿usted cómo quisiera morir?

YUNIOR. No quiero morirme por ahora, pero más que morir de una manera determinada, París con aguacero, o morir como Marat, o morir en mi tierra, o todas las formas posibles de morir, quiero que en ese momento, cuando le eche un vistazo a lo que hice, esté satisfecho. Como dice la obra, me aterra la inercia, me aterra ese sentimiento que he visto en mi ciudad, en algunas personas con muchísimo talento que se han cruzado de brazos, le tengo miedo a esa inercia, a eso más que a nada. Por eso todo el tiempo trato de estar en movimiento, de estar inquieto. Quiero cambiar, no quiero acomodarme, trato de proponerme metas, esa es una forma de no morir en vida.

TELÓN

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