Subamos la parada del misterio

La censura genera siempre un halo de misterio sobre lo que se ha prohibido. Ir al Trianón a ver Harry Potter: se acabó la magia, es, también, un resultado de ese impulso generoso de la reprobación hacedora de expectativas inubicables. Y ya sentado, apagados los teléfonos, encendidos todos los receptores posibles, el misterio se deshace porque no hay razones fidedignas para ello.

Encarnar la cotidianidad sobre las tablas, exponiendo con desenfado problemáticas viscerales del cubano anónimo, desde el (homo)erotismo y los —esta vez, escasos— desnudos quizás innecesarios, o jugar con el tema de las nuevas tecnologías no tan presentes como se quiere, marca la vida de Teatro El Público, aun en adaptaciones de obras foráneas que parecieran distantes; entonces nada de eso sorprende, pero sí son aderezo grato en Harry… que toca la fibra, inflama la neurona con tanto detalle consabido que, por serlo, pasa inadvertido a los ojos de quien intenta vivir concentrado en hacer su magia diaria, a consciencia o sin ella.

Sombrero levantado para todo el equipo de Carlos Díaz. Coherente diseño escenográfico. Vestuario entre glamuroso y surrealista, evocador de imaginarios ya establecidos por la literatura, la moda y nuestro folklore. Sonido reforzador del ambiente, sin propiciar entropías. Maquillaje justo con el espectáculo. Actuaciones creíbles, algunas más orgánicas que otras, donde cabe hacer mención aparte a César Domínguez: desdoblarse en varios personajes de afinidades cuestionables es un asunto serio, si se pretendiere representar a la isla en peso.

El texto de Agnieska Hernández (sobre la base de las vivencias de los actores) dice mucho, y corre el riesgo de la ambición polisémica: perderse entre tanto significado; pero entre esas múltiples líneas de sentido, gracias al empleo de hechos bien marcados en la memoria afectiva de Cuba (que no mencionaré porque vista, oído y tiempo propios hacen fe), el espectador habrá de construir su mensaje, el SUYO, que será probablemente una versión nutrida (o no) de esa acumulación ya grande en sí. En monólogos y diálogos salen a relucir la novela de J. K. Rowling, pretexto loable para las analogías en diversas áreas, no solo la escolar; Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, un poco traída a la fuerza si se revisa con rigor su relación con los conflictos centrales, pero recurso útil para la sugestión pornográfica y el cuestionamiento a regentes inflexibles; algunas de nuestras canciones populares y otras extranjeras que dinamizan y aligeran la tensión dramática; las ideas más difundidas del marxismo, que participan incluso de la jerga común; y, quizás, de una manera menos evidente, pudiera encontrarse a Abdala, de José Martí, en la conversación de Edgar con su madre sobre aparentes nimiedades que son, hoy por hoy, inquietudes de los hijos amantes de su patria. La intertextualidad —parte intrínseca de la poética de nuestra era— se convierte aquí en hipertexto renaciendo en cada puesta, precisamente por esa retroalimentación entre espectáculo-público antes descrita.

La creación grupal forma nexos vivos, si se aprovechan bien los insumos de cada uno de los actores en esa autoficción con la que ponen su piel como tela de juicio. Pensar en la relevancia de sus conflictos sería contraproducente, cada uno ha puesto lo que para sí mueve el mundo. Y he ahí la savia: son esos jóvenes —ellos en la escena, su casa, la calle, la guagua…— el relevo en la carrera de la Isla, serán los responsables de pasar luego la batuta a la generación que emerge de las mismas insuficiencias (educación empobrecida, economía empobrecida, salud empobrecida… ¿dignidad empobrecida?), en que ellos se van curtiendo. No nos sorprenda su confusión política, consecuencia de la hiperpolitización que ha generado apatías y desgarramientos en la cosmovisión social de este país. ¿Preocupa su inseguridad de todo, su arraigado desarraigo movido por la disyuntiva de crecer divididos con la pronta llegada de la decisión de partir o quedarse cuando resurja la crónica contradicción entre lo viejo y lo nuevo o, sencillamente, quieran probar con el tropiezo de sus pies en otras piedras? Sea bienvenida la pregunta retórica. Pero, ¿eso quiere decir que el corazón de la Isla ha sido cambiado de lugar? Quién lo sabe, mejor dicho, quién se lo pregunta. Ojalá sea alguien interesado en procurar el cambio adecuado a lo que somos y necesitamos y no inspirado en delirios

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  • Espero, si un día veo la obra, entender tus reflexiones. Creo que de eso cojea esta reseña: debes tratar de que en ella aparezca la esencia de la puesta y que aquellos que por razones obvias no estuvimos allí y te leemos (la mayoría) sepamos de qué estas hablando.
    Parece tu escrito más el reflejo de tus pensamientos sobre la realidad real que una invitación al teatro. Dale más espacio a la descripción e interpretación del suceso, al análisis de lo logrado o no sobre el escenario que a tus propias ideas sobre lo infuncional del mundo cubano.

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