Jorge Fornet desnuda El 71 (I)

El martes de la segunda semana de cada mes, el patio de la sede de la AHS de Villa Clara acoge el espacio de debate La Caldera. Recientemente fue invitado Jorge Fornet, investigador y crítico literario, miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua y autor de El 71, anatomía de una crisis. En nuestro sitio reproducimos, en dos partes, una entrevista que allí le fuera realizada.

 ¿Por qué un libro sobre el año 1971? ¿Qué relevancia tuvo para la cultura cubana?

En un libro mío anterior, donde hablaba de la nueva narrativa latinoamericana y fundamentalmente cubana, tomaba como punto de partida el quiebre que representó el año 1989 y el posterior período especial. Intentaba entender qué había significado para la literatura y cómo ella expresó ese cambio que se producía, sobre todo de mentalidad. Traté entonces de ir a un momento muy anterior que también había implicado grandes rupturas.

Yo estaba oyendo hablar del año 71, sobre todo, de lo relacionado con el caso Padilla y el Quinquenio Gris, y me interesé por el tema. Incluso empecé a trabajar en el libro antes de que se produjera la famosa “guerrita de los e-mails”. Nadie me hubiera creído pero, por suerte, al publicar el libro anterior (que ganó el premio Carpentier), Marilyn Bobes me hizo una entrevista para El Tintero. Allí me preguntaba cuáles eran mis proyectos y le hablé de ese proyecto. En aquel momento yo no sabía exactamente lo que quería, estaba buscando información. Y cuando en el 2007 acaeció la polémica en torno a la aparición de Luis Pavón en el programa Impronta, me dije: “hay que trabajar estos temas”. Muchas veces no sabemos exactamente lo que pasó y es muy fácil caer en lugares comunes.

Había oído decir que aquella época había sido terrible y me preguntaba qué hubo de terrible y cómo eso se expresó en el medio cultural cubano. Mi formación es literaria y casi todo lo que escribo es sobre literatura, pero me daba cuenta de que esto no era un tema exclusivamente de la literatura, sino que iba mucho más allá. Me interesaba conocer lo que sucedió en el campo cultural cubano. Y efectivamente, sí hubo una ruptura bastante importante.

Hasta ese momento había cierto consenso en la sociedad cubana, entre los intelectuales y las posturas del gobierno cubano y, al mismo tiempo, entre los intelectuales de adentro y de afuera. Si uno era de izquierda, si se consideraba un intelectual revolucionario, estaba de acuerdo necesariamente con la política de la Revolución. En el año 71 eso, de alguna manera, entra en crisis. Desde antes ya se venían gestando varios femémonos, pero fue en ese año cuando todo llegó al punto culminante, y cuando se produjo un encontronazo radical entre intelectuales de diferentes tipos.

«Me interesaba conocer lo que sucedió en el campo cultural cubano» (Foto: Yariel Valdés González)
«Me interesaba conocer lo que sucedió en el campo cultural cubano» (Foto: Yariel Valdés González)

 

Como usted decía, el 1971 fue muy significativo a nivel nacional, pero, también, a partir de entonces, se rompe el Frente Único de intelectuales que hasta ese momento se había nucleado alrededor de la Revolución. En este año se rompe el consenso, pero el proceso no se vive igual en Latinoamérica ni Europa. ¿Cómo reaccionan los intelectuales a nivel internacional, particularmente con respecto al caso Padilla?

Efectivamente, el proceso no se vive igual en los diferentes lugares. Varios intelectuales, entre ellos Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, de alguna manera participaron en el proceso, desde posiciones de izquierda, pero ya distanciándose del caso cubano, asumiendo que ya Cuba no era la Revolución que ellos habían admirado.

Al hablar de Cuba, entonces, se está hablando también de otras cosas. No solo se discute el tema de los cubanos, sino qué significa la Revolución en el campo cultural y qué significa ser un intelectual revolucionario. De todo eso se discute al mismo tiempo, aunque aparentemente solo se trate de una persona en concreto.

El caso más notable creo que es el de México, no solo porque allí se produjo la mayor cantidad de cartas, manifiestos, proclamaciones, sino porque, al mismo tiempo, todo lo que brilla y vale de la intelectualidad mexicana —por decirlo de una forma un tanto simplificada— estuvo a favor de las posiciones que condenaban la postura cubana. En otros países fue más discutido el tema, pero en México hubo cierto consenso. Ellos habían tenido una revolución muy radical 60 años antes y estaban desencantados de todo aquello; tenían una relación distinta con la idea de qué cosa es un intelectual. El partido de gobierno, el Partido Revolucionario Institucional (PRI, durante 70 años en el poder), tuvo una labor de cooptación con los intelectuales, dándoles importantes cargos públicos, embajadas y de alguna manera la intelectualidad de este país era bastante afín con los intereses del gobierno, algo que no se daba en otros casos.

Ocurre también en el caso mexicano que los dos más importantes intelectuales en ese momento, uno de corte más hacia la derecha y el otro un gran intelectual de izquierda, asumen una posición común frente a la del gobierno cubano. Uno de ellos, José Revueltas, fue un hombre con una trayectoria excepcional: miembro del partido comunista, expulsado varias veces de sus filas, preso a los 14 años, un heterodoxo, un hombre muy de izquierdas que se definía como antiestalinista y antidogmático, y tenía la rara condición de que era incómodo en todas partes. Cuando se da lo del caso Padilla, este hombre estaba preso y allá fue a verlo Octavio Paz a solicitarle un texto sobre el tema. Detrás de ellos siguió todo el mundo. En el resto de Latinoamérica las reacciones fueron bastante más diversas.

El Congreso de Educación, que pasó a llamarse de Educación y Cultura (CEC), asumió en su discurso la herencia de Palabras a los Intelectuales que era el gran programa de la política cultural cubana. ¿Qué opinión te merece este texto, visto a través de la apropiación que hizo el CEC? ¿Cómo valoras este congreso que, en definitiva, sentó la pauta de la política cultural cubana en los próximos años?

Cuando se publicó el libro me escribió un estudiante de periodismo en La Habana y me dijo que estaba haciendo un trabajo y necesitaba mi opinión: ¿Palabras a los Intelectuales fueron una muestra de libertad de expresión en Cuba o una muestra de censura? Le contesté diciendo que un tema como este requería un análisis más complejo que el de una respuesta rápida. Pero le agradezco la pregunta porque me dio la clave.

Se han simplificado tanto las cosas que no se tiene ningún reparo en formular la pregunta de ese modo tan brusco. Es inevitable que uno relea el pasado a la luz del presente y de todo lo ocurrido, pero si uno lee el discurso de Fidel Castro y ve el momento en que se pronunció, apenas dos meses después de Girón, si se percibe el ambiente de peligro y confrontación, las entiende mejor. No es raro que los intelectuales que estuvieron allí y vivieron aquel momento, digan que para ellos era como la máxima aspiración posible; la mayor cantidad de libertad posible, la que ellos sintieron.

Cuando ese discurso se caricaturiza en una frase y esa frase perdura durante muchos años y sirve para cualquier cosa, entonces de alguna manera también estamos distorsionando el valor que las Palabras… pudieron tener en su momento. Ya lo decía Ángel Rama en el año 71, cuando dice que «las Palabras… que me parecieron a mí tan importantes y que dieron la pauta para lo que sería la política cultural durante los próximos años, había que haberlas repensado en el año 68».

En 1971, mientras estaba cambiando todo, lo único que permanecía incólume era la frase famosa. Entonces creo que fueron importantes, beneficiosas, porque dieron un margen de libertad creativa salvo a los que estaban contra la revolución; y en el período que va de Girón a la Crisis de Octubre, esto era mucho decir.

Repensemos también que, en los países socialistas, Nikita Jruschov había ido a una exposición de arte abstracto y le había tirado un zapatazo a un cuadro, mientras que en Cuba en ese momento, afortunadamente, no se daba nada de eso.

Yo digo que hay una dificultad inevitable que plantea siempre la Historia cuando se trata de ver el pasado desde el presente y desde ciertas repercusiones del presente. Sobre el Congreso mismo, me parece que fue desastroso en lo que a política cultural se refiere, por lo que tuvo de excluyente.

Así como las Palabras… fueron incluyentes (porque lo que dejaba afuera era mínimo y había un consenso a nivel del campo cultural y de la sociedad cubana), el Congreso fue excluyente por todo lo que sacrificó, porque quedó al margen un porciento enorme de la cultura cubana. Y no me refiero a cantidades. La nueva política cultural abrió la puerta a miles de jóvenes a los talleres literarios, a los movimientos de artistas aficionados, así que no es un tema de suma y resta, la cultura funciona de otra manera. Muchos de los que se vieron perjudicados a raíz de la política eran de los que más brillaban en la cultura cubana. Esa separación retrasó su desarrollo, al cercenar montones de formas de creación posibles.

Tal vez lo peor de este Congreso es que subordinó la cultura y el arte a la educación…

Sí, el modelo del intelectual era el maestro, que tiene una función capital en toda sociedad, pero distinta. El maestro normalmente reproduce una ideología y no la cuestiona, por lo menos en las primeras etapas de la vida. Se supone que un intelectual es lo contrario, alguien que está permanentemente pensando, creando y transformando.

Continuará

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