El valor de lo prestado

Los pies prestados (Ediciones Orto 2014), volumen narrativo de Héctor Luis Leyva, es uno de esos libros que se disfrutan porque sí. Porque sí no es una respuesta, diría un personaje de algún viejo programa infantil. Sin embargo, hay veces que no se encuentran las palabras oportunas y exactas. Simplemente, sucede que el libro persiste adentro luego de finalizada la lectura y obliga a ser partícipe de alguna de las historias, o de todas las historias.

Ya en el título el autor reconoce –lúcidamente– que sólo es una pieza de ese misterio llamado creación, un medio: el elemento prestado de algo que nos supera. Un algo que nos mueve como a cada uno de los personajes del volumen, hermosos de diferentes maneras. Ya lo dijo un sabio indio de apellido difícil: La belleza no tiene causa. Desde un niño en silla de ruedas hasta una nube traviesa, desde un bebé presidente hasta una autómata narradora; todos los personajes gravitan entre un mundo onírico y otro real que para los niños resulta ser el mismo. Así de serio es el universo para esos locos bajitos, cuya ingenuidad hemos perdido y de la que muchas veces intentamos despojarlos. No obstante, en algún que otro personaje quedamos dibujados no como los niños que fuimos, sino como los que todavía somos o al menos como los que siempre quisimos ser.

En el libro se arman y desarman las paradojas, se unen los puntos aparentemente más distantes: lo hermoso y lo terrible, lo quieto y lo convulso, lo enorme y lo pequeño. De una manera totalmente desprejuiciada se manejan temas que pudieran herir alguna sensibilidad. Sin embargo, al hacerlo desde un punto de vista infantil (no ingenuo), se logra un mensaje que supera cánones y patrones culturales; nos lleva a las esencias del ser humano en una dimensión universal que rebasa cualquier aspecto de índole política o presuntas diferencias sociales.

Las narraciones se agradecen igualmente por el lenguaje espontáneo y limpio: las oraciones saltan a los ojos como animalitos de juguete que han cobrado vida y se revelan (y se rebelan) ante nuestros ojos sorprendidos y apacibles. Sospecho que los cuentos no estarían más enteros con el total dominio de algunas técnicas que se intuyen y aprovechan desde diversos narradores y puntos de vista, múltiples ángulos y niveles de realidad: a veces lo impecable de la prestidigitación puede quitar encanto a la magia. Tal vez, para una futura edición de este mismo volumen, el autor se aventure en remiendos o permutaciones que harían de su prosa un ente cuasi completo. Pero, a riesgo de reprimendas por su parte, recomendaría dejarlo tal cual, como un río que es el mismo río pero no es el mismo río.

Quien tenga el doble placer de conocer al creador y de leer su libro notará que ambos tienen la misma respiración: algo que hace pensar que los conocemos desde siempre. Este es un libro para todos los niños. O mejor: para la niñitud, si me permiten el vocablo como condición inherente a los seres humanos, a pesar de cualquier edad o tamaño.

Aplausos para la edición del volumen, de factura contundente y hermosas ilustraciones de Yuris Baldoquín, diestro manejador de imágenes que no sólo encajan con el contenido, sino que aportan significaciones a cada uno de los cuentos. Entiendo que estamos en presencia de un excelente libro de ficciones y advierto que no será el único que veremos de Héctor Luis; para suerte de quienes disfrutamos de una literatura lúcida, auténtica y necesaria.

A veces los niños son criaturas egoístas, difícil es que presten sus juguetes y bienes más preciados. Por eso hay que dar valor a sus pensamientos, intentar parecernos a ellos como ellos desean parecerse a nosotros: nos prestan sus deseos y sueños, como han prestado los pies al niño del primer cuento (y me temo que también a su autor). Juguetes, sueños, pies: palabras que entrañan el valor de lo prestado.

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  • Hector es un excelente escritor, de una mirada crítica y perceptiva que ha ido creciendo junto a las experiencias durísimas de su vida. Nadie como él para discernir el horror y manifestarlo (convertido ya en palabra, arte, poesía), es un libro para niños jóvenes y adultos, un roce tímido y audaz a las raíces más profundas de la sensibilidad humana. Un texto pensado, tenazmente elaborado amén de las críticas literarias. En esta primera lectura ( y él lo sabe) me ha conmovido por más que crea que lo conozca, la otra lectura ( la técnica, la que separa al corazón de la mente) la voy a posponer un poco. El tiempo necesario para disfrutar la esencia integra y primaria de este buen libro que Héctor hizo caminar con los pies prestados del universo.

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