Una Jugada en G

En una UNEAC (supongo) pasada las 5: 00 pm

Querida Laidi:

Antes que todo tengo que preguntarte a ti, que conoces un poco del mundo de las epístolas, si puedo decirte «querida» cuando probablemente ni te acuerdes de mí, teniendo en cuenta que fue efímero nuestro encuentro, en el mes de abril del pasado año,* en los pasillos del Canal Educativo 2 de la televisión cubana. Esa vez, mientras esperábamos impacientes que la maquillista nos atendiera para ir al set junto a Marino Luzardo y Raquel Mayedo, apenas cruzamos algunas palabras sobre los seis años en común de nuestras vidas.

Ya desde antes, para mí eras la médico que sí se quedó vestida con su bata blanca, la que pudo mantener su escritura, sus libros y sus premios junto a los pacientes, el verde de los salones, el olor que se respira en los hospitales cubanos, y que te marca para siempre. Tú eras la excepción, eras quizás más fuerte, más resistente que muchos de nosotros que habíamos guardado nuestros títulos en una gaveta. De eso hablamos esa tarde en los pasillos del Educativo 2, de pie, porque no había por todo aquello una silla que nos hiciera más grata la conversación.

También hablamos de la narrativa cubana actual, de los amigos que teníamos en Guantánamo, y de que a pesar de las invitaciones recibidas, no habías podido estar antes. Todo eso en unos resumidos quince minutos hasta que la maquillista, cansada de vernos de pie, nos invitó a pasar. Entonces, ¿esos quince minutos de diálogo, esos seis años de llevar la misma bata, me dan el derecho de decirte «querida»? No sé. Confieso que soy un neófito en el mundo de las cartas y tú, más experimentada, me dirás de qué otra forma pudiera comenzar.

Esa tarde no podía siquiera imaginar que casi un año después debía comentar un libro tuyo, un libro que nuestra Miladis Hernández insistió en que debía ser yo, y sólo yo, el presentador por no sé cuál extraña razón. Un gesto que le voy a agradecer toda la vida, porque Jugada en G me permitió ahondar en la psiquis de esos seres que generalmente protagonizan mis cuentos: los niños, adolescentes y jóvenes cubanos.

Sin embargo, esta entrega publicada por Ediciones Unión en el año 2013 no es para niños. Por el contrario, es un libro para que los adultos conozcan cómo se percibe la realidad a través de los ojos de los infantes.

Estimada Laidi, ¿podré decirte estimada? Evidentemente, cada uno de tus protagonistas, narradores a la vez de sus historias, son descendientes de Oscar Matzerath —el joven que a los tres años decidió no crecer más, y desde esa óptica, relata sucesos ocurridos en la II Guerra Mundial, mientras se hace acompañar por un tambor de hojalata— o de Douglas Spaulding —el adolescente que relata con minuciosidad lo ocurrido en el verano de 1957, en su pueblo natal—, o más cercanos quizás a los adolescentes de cada uno de los cuentos de Guillermo Vidal en su libro Donde nadie nos vea.

Laidi, y esta vez a secas, porque no sé qué otros adjetivos se usan en las cartas, tengo que felicitarte por este libro. Si ya estas alturas me has permitido que te llame querida y estimada, tengo que decirte además que eres habilidosa, pícara, maliciosa, como todos los buenos escritores, y lograste construir dos historias, sin que ninguna sobresaliera por encima de la otra.

La primera, y que emerge a simple vista, tiene que ver con esa visión que tienen los más pequeños de un mundo que les resulta a veces desconocido, absurdo, inexplicable, no importa si está dentro o fuera de las paredes de su casa.

Los cuatro relatos, que se intercalan con cinco anotaciones de un diario, demuestran que la familia puede ser paraíso, refugio, hogar y, al mismo tiempo, nido de hormigas, caldero hirviente, infierno. Es en esas mismas familias donde aparece una madre sobreprotectora y chusma que violenta a todos los maestros de su hijo; otra que quiere, a la fuerza, que su hijo convierta en suya sus historias vividas en otro país; aparece el primo Universo López y su novia que destruyen todas las ilusiones familiares del protagonista y cambian sus sueños de ir al museo, a la biblioteca, al acuario, o al circo nacional por un concierto de rock, un tatuaje de una serpiente, prácticas de Tai Chi y carnavales. ¿Pertenecen todos estos personajes a la misma familia o era tu intención confundir a los lectores y gritar a voz en cuello que la familia cubana es una sola y que en cada uno de nuestros hogares pudieran encontrase historias parecidas? ¿Son el padrastro, la madre, la abuela y los hermanos de los que se habla en el diario, los mismos que aparecen protagonizando los cuatro relatos intercalados? Eso me lo tendrás que decir cuando me respondas, si es que te animas.

Jugada en G —el cuento que le da título al libro— viene a convertirse, a mi parecer, en el punto neurálgico de estos conflictos, ¿ves que aún me acuerdo de algunos términos? El Narra, Pluto, Frufrú, El Vikingo, y el protagonista de nombre desconocido, forman parte de esa gran manada que ha inundado la calle G en La Habana, y que buscan en el otro joven, el otro adolescente, el otro niño, la familia que muchas veces no está.

¿Laidi, recuerdas las clases de piscología de tercer año de la carrera? Para los psicólogos, en la adolescencia, las relaciones entre compañeros es la actividad fundamental; sin embargo, el desborde de niños, adolescentes y jóvenes que cada noche visita la calle G —como si el solo hecho de encontrarse con alguien que lo escuche fuese el sentido de su vida— ha demostrado que esos mismos adolescentes, jóvenes y niños andan buscando algo más que un compañero. Sospecho que muchos buscan la familia que no encuentran dentro de su casa. Esos mismos que terminan siguiendo a la mayoría y se convierten en emos, repas, góticos y, los que corren con menos suerte, en cuatreros de la peor calaña. Pero Jugada en G no se conforma con contar lo que le sucede al protagonista, desde su propia voz, sino que va más allá y busca las causas, los comportamientos familiares que condicionan cualquier posterior actitud ante la vida.

La segunda historia, porque antes te había dicho que eran dos, recrea la descomposición de una sociedad con una crisis económica que condicionó la pérdida de los valores más elementales. En tu libro se puede encontrar, como si estuviéramos frente a la pantalla de un cine, una fotografía de un país en el medio del periodo especial, con todas sus carencias, sus deterioros, sus miserias, pero, importante, sin el tremendismo que ha caracterizado la narrativa de los últimos años en Cuba. Los protagonistas, narradores a la vez, son niños, adolescentes y jóvenes que describen con tanta ingenuidad lo que sucede a su alrededor, que más que lamentable resulta simpático.

¿Recuerdas este párrafo?

«Mi abuela nos dejaba a mi hermano y a mí destruir lo que mi madre nos compraba, porque decía que era el único momento en que éramos felices de verdad, sin estar pensando en los apagones ni en el arroz con suerte que teníamos que comer, mientras mi madre compraba cosas para la buena suerte como azabaches, ojitos de Santa Lucía, unas tablas horrendas que tenían dibujado un ojo enorme o lenguas atravesadas por cuchillos que me daba tanto miedo mirar que le decía a mi madre que era preferible la mala suerte a tener colgado esos cuadros por los pasillos de la casa».

Bueno, si la recuerdas, ahí se resume todo lo que he tratado de explicarte.

Una última pregunta, por si algún día te decides a contestarme ¿pensaste alguna vez en clasificar tu cuaderno dentro de algún género?, ¿es un libro de cuento, una novela?, ¿pensaste en eso? Yo no he tenido mucho interés en pensarlo, en aclarar mis dudas sobre esas clasificaciones que nos imponen los críticos. Como te dije antes, prefiero pensar que Jugada en G es foto, una foto de un momento difícil de nuestro país que aún deja secuelas, sobre todo en el plano sentimental y afectivo de nuestras familias.

Sin embargo, no es este un libro triste, por el contrario, mediante algunos guiños te confiesas esperanzada, segura de que volveremos a conquistar nuestra humanidad. Y eso, por supuesto, también me da esperanzas a mí, que soy un poco más joven pero por momentos dejo de creer en el hombre.

Laidi querida, y vuelvo con el querida, creo que es hora de despedirme. Tú que sabes de epístolas, comprenderás que cuando son demasiado largas se vuelven aburridas y difíciles de leer, lo único que me queda es decirte gracias, gracias, y gracias, por dejarme leer tu libro, y darme la excusa perfecta para echar esta carta en el buzón de correos.

*Esta reseña, escrita en el estilo de su autor, es el resultado de una presentación que el mismo realizó al libro Jugada en G, de la escritora cubana Laidi Fernández de Juan en la feria del libro de Guantánamo,  el 7 de marzo del 2014. (N. de la E.)

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