La voz de la escritura

Carmen Cutié Torres, aunque joven, tiene la ventaja, o pudiera decirse, tuvo la infantil inteligencia de mantener siempre un libro cerca; eso, fundamentalmente, y su talento, tal vez, fueron las dos granadas que detonaron en el centro de su cosmos. Que su estilo está en formación, es cierto, que aún hay tiempo para que crezca dentro del universo literario, también. Es muy posible que la lealtad y la lectura se encarguen de ello, pero los pasos iniciales son respetables y, por tanto, dignos de un asiento dentro de las gradas de la materia creativa de los jóvenes narradores cubanos.

El primer libro de Carmen (Buscando a Anna Veltfort) fue premio Reina del Mar Editores en el año 2014. Un cuaderno, que obviando detalles periféricos como detenerse a preguntar cuáles fueron los miembros del jurado, y el resto de los concursantes, tiene un valor autónomo.

Se trata de narraciones limpias, donde la fuerte voz de un narrador-personaje está en constante intercambio, sujeto a constantes dudas, y transformándose junto con el lector y el argumento, para encontrar, o no, las respuestas que no por ser las de siempre, son menos necesarias. Hay violencia que intenta desajustar a la violencia, y defensa femenina desde el concreto desarrollo de las acciones; hay contemporaneidad e innovación; hay diálogo con el arte universal; y en el fondo, hay esa necesidad, y ese respeto, por hacer la buena literatura. Sobre todo eso: la dependencia de, cada cierto tiempo, tomar el lápiz y encontrar una voz, digna y decente, para la escritura.

Afirmaste que con este volumen realizabas «una búsqueda interior», pero, imagino que se necesita algo más para conectar esas vivencias, ideas o conceptos muy propios, con el público y con la atemporalidad y relevancia medianamente universal que necesita la literatura…

Carmen-Cutié-La voz de la escrituraSe necesitan deseos de concretar un producto artístico literario vivo que aporte ideas y conceptos a una realidad, y si no aporta, al menos debe ser su reflejo. La capacidad de pensar literariamente, la cual según Santiago Gamboa, equivale al anhelo de crear algo que aún no existe, y de hacerlo con una intención estética. Supongo que cuenta también el hecho de tener definido el núcleo que entrelace las historias en función del todo. En resumen: mucha fuerza de voluntad y también talento o lo que algunos llaman vocación de escritor. De juzgar esto último ya se encargarán los lectores y críticos en su momento.

Todavía mantengo, a pesar del tiempo transcurrido, que con la escritura de este cuaderno realicé una suerte de búsqueda hacia lo interno, con un fuerte sesgo catártico. No soy una persona muy imaginativa, por lo que admiro muchísimo a escritores como Tolkien (Tierra Media), Juan Carlos Onetti (Santa María) y William Faulkner (Yoknapatawpha), creadores de mundos sin precedentes en la historia de la literatura.

El proceso de escritura de Buscando… significó un viaje iniciático, como todo primer libro; un período de aprendizaje, una especie de bildungsroman, agónico y reconfortante en la medida en que me sobreponía a las inconformidades de estilo y de forma que surgen cuando se carece de voz propia.

Los once textos que integran el cuaderno fueron escritos prácticamente en cascada, uno detrás de otro, salvo alguna rara excepción. Mucho antes de redondear las historias, intuí que quería un libro que indagara en el ámbito de la familia, raza, religión, y de las migraciones como fenómeno de desplazamiento. En el peor de los escenarios: si no gustaba, que al menos escandalizara al público lector.

Una vez me dijiste que lo tuyo eran los dígitos, y que quizás tanta lectura te hiciera inclinar la balanza, mientras escribes, hacia la imitación. Yo creo lo contrario, que esa relación tuya con la lectura ha sido la impulsora de tus creaciones y la responsable de las numerosas referencias presentes en Buscando a Anna Veltfort, además de que aprovechas y también incluyes, muchos temas o términos informáticos, ¿para qué escribe Carmen Cutié entonces?

Escribo como alternancia a una realidad que me tocó por la libreta o que elegí en algún momento en que ni siquiera sabía que algo publicable podía salir de mis manos. Jamás, hasta llegar a la universidad y sus talleres, festivales de aficionados al arte, y al Curso de Técnicas Narrativas del Centro Onelio (lugar que me convirtió en una lectora más crítica y selectiva), me tomé la literatura en serio. De hecho, no creo que pudiera vivir de ella. Coincido cien por ciento con Bolaños cuando dijo que la literatura es un oficio miserable practicado por gente que está convencida de que es un oficio magnífico.

La lectura jugó un papel esencial en mi formación, pues desde niña devoraba las aventuras de Salgari, Mark Twain y Julio Verne, cosa que con el tiempo (por suerte o desgracia) sufrió variaciones en cuanto a género y cantidad. Entonces mi nivel de consumo saltó, sin aparente dificultad, de las novelas de aventuras a las de misterio y horror, y de ahí a los clásicos de la literatura universal. 

Volviendo al libro, es cierto que algunos de sus cuentos incluyen referencias y hasta guiños a obras de autores como Nabokov, Carroll, Willy Cuppy , de reyes de la pantomima como Marcel Marceau, filmes de Coppola y cantantes al estilo de Rihanna y la mismísima Joni Mitchell. Un pastiche de referentes entre los que también se diluye toda esta terminología informática (chats, sms, wifi, enamoramientos a distancia, etc.) que me fascina, e intento colar en mis historias siempre que puedo.

Soy ingeniera y prefiero hablar sobre las cosas que conozco. Me adscribo a mi entorno para no correr el riesgo de resultar inverosímil.

¿Prefieres narrar en primera persona siempre, o es intencional en el libro?

No es intencional. Quizá en el momento en que fueron escritos los cuentos me sentía más cómoda trabajando desde esta perspectiva más íntima, y que considero cercana al lector.  Actualmente prefiero la tercera persona, un narrador omnisciente despegado de la trama.  

Uno de los cuentos tiene una dedicatoria a Belkis Ayón, ¿tienes un especial interés por esta artista y su trabajo, por las artes plásticas en general?

Me interesan, más que la vida y notoriedad de Belkis Ayón como artista plástica, los elementos conceptuales de su obra. Ella coloca y da voz a la mujer en medio de un ambiente regido absolutamente por hombres: La Sociedad Secreta Abakuá.

Belkis dialoga con el mito, la leyenda, y el ritual sagrado, valiéndose de símbolos: chivos, cruces, serpientes, peces, bastones de mando, signos, marcas. Nadie puede observar, sin sobrecogerse, obras como La cena, Perfidia, Arrepentida o escuchar los tormentos de Sikán. Entonces llegan las preguntas, la investigación, el deslumbramiento ante una visión de mujer que se rebela a la vista de sus pares y trasciende en el tiempo. Es ahí donde comienza a desarrollarse la historia.

¿Te importa la defensa del feminismo, quiero decir, alguna forma de promover desde lo literario una voz a su favor?

Más allá de la eterna discusión sobre el género de un autor dentro de su obra (aquello de escritor macho o hembra en alegoría a los términos que usaba Cortázar para definir a su lector potencial), a mí me interesa promover una voz narrativa desde lo femenino como igual. Creo que existen buenos escritores, o malos escritores, aunque en ocasiones los estereotipos laceran al resto. Estereotipos que surgen, al menos desde mi visión como narradora, a partir de la propia literatura hecha por mujeres (en Cuba y en el mundo)  y que marca tendencia dentro del gremio. Con esto no me refiero a una cuestión de temas o argumentos típicos, sino al tono y a la forma escritural en que son abordados.

La mujer, por derecho, merece lograr un empoderamiento a todos los niveles de la sociedad. Y si desde la literatura se puede al menos llamar la atención sobre lo incómodo de la discriminación de género, hacer sonrojar a quien prefiere mirar al lado opuesto, pinchar con el aguijón pues… me apunto.

Decía Nabokov que el buen lector, el lector admirable no se identifica con los personajes del libro, sino con el escritor que compuso el libro, ¿cuán fuerte es esa identificación tuya con los autores norteamericanos, al punto de preferir su literatura por encima de la de otros anglosajones como Joyce, Virgina Woolf o Wilde, de la francesa con Proust, Flaubert y Céline; la alemana con Mann o Hesse; la rusa de Tolstoi, Dostoievski o Pasternak; la checa con Kafka y Kundera, por ejemplo?

Me gustan los escritores norteamericanos. Y mucho. Pero esto no quiere decir que los prefiera por encima de los que mencionas. Sería injusto obviar a Joyce, Virginia, Flaubert o Dostoievski, por una cuestión continental.

Coloco en un pedestal a autores como Faulkner, Raymond Carver, Bukowski, J.D. Salinger, Hemingway, Kurt Vonnegut, Henry Miller, Philip Roth, por cuestiones de estilo. También a escritoras de la talla de Djuna Barnes, Carson McCuller, Alice Walker y Susan Sontag.

De sus obras me quedo con la objetividad y redondez de cada argumento, el manejo del lenguaje, el realismo descarnado sureño, el sentido de lo trágico y heroico, de lo satírico y político, de la frescura y la economía de recursos en algunos, la noción de movimiento y acción casi cinematográfica de otros, del carácter constante de denuncia.

Creo que resulta imperdonable dejar fuera a exponentes geniales de nuestra literatura latinoamericana y caribeña como Roberto Bolaños, Clarice Lispector, Santiago Gamboa, César Aira, Mario Bellatín, Junot Díaz, entre muchos que se me quedan.

Algunos críticos señalan el provincianismo en la literatura cubana como un punto desfavorable para la perdurabilidad de la misma. Debido a tu interés por los escritores cubanos contemporáneos, ¿quién o quiénes pudieran salvarse de esta máxima?

Si tuviese que conformar una lista se salvarían muchos (Encinosa Fu, Dazra Novak, Ahmel Echevarría, Ana Lidia Vega Serova, Ena Lucía Portela, Marcial Gala, y otros). Consumo bastante literatura cubana, en especial literatura hecha por jóvenes. Y no comparto el criterio de que el provincianismo sea precisamente un mal que atente contra la perdurabilidad de una obra. La memoria histórica de los pueblos (ciudad pequeña, provincia, país), incluso de una época, se construye desde adentro.

¿Crees que desde las organizaciones que deben hacerlo se le presta atención, información, seguimiento y orientación a la apreciable cantidad de jóvenes que hay escribiendo hoy en Cuba?

Los escritores jóvenes que ganan premios como el Calendario, David y Pinos Nuevos, reciben mayor visibilidad que los que no lo hacen. La categoría (nacional, provincial, local) del certamen pasa a ser directamente proporcional a la cobertura mediática que se recibe luego. Esto es un hecho. Como mismo lo es que algunas sucursales de la AHS de provincia prestan mayor atención a los asociados que otras, valiéndose de mecanismos que publicitan su obra y en ocasiones hasta la publicación de la misma sin haber ganado un lauro importante. Hacia estos ejemplos positivos como los de Holguín, Villa Clara e Isla de la Juventud, es que se debe volver la cabeza: observar y tomar copia.

Tu primer libro publicado es a consecuencia de un premio, ¿fue una forma de medirte con la literatura hecha por jóvenes o la manera más inmediata que encontraste de publicar en Cuba?

Ambas. Actualmente a los inéditos no nos queda de otra. Habitar en el delirio, competir, intentar demostrar que se es bueno, o de lo contrario, confiar en la suerte o en el humor de un jurado X, insistir en la cocción del mejunje, probar la fórmula y si no funciona (aun si lo hace) seguir removiendo hasta el cansancio.

 ¿Hasta dónde te interesa llegar con la literatura, Carmen?

Esta es una de esas preguntas trampas: no tengo madera de ensayista ni de poeta, por tanto, planeo seguir escribiendo a intervalos mis cuentos cortos con el ánimo de conformar algún cuaderno y seguir enviando a concursos. Quizá también comience una novela que me rete a investigar otros temas y me aleje de mi zona de confort con las tecnologías.

Carmen maneja las letras con la destreza del titiritero. En dependencia de la rapidez o distancia de los hilos, aparecen narraciones más oblicuas y otras atrozmente rectas. Los golpes de tinta crean una fidelidad extraña, que no le permite abandonar, pero tampoco estar. La escritura creativa, pudiera pensarse, es para ella un acto simbólico que quizá recuerde el compás, siempre constante, de un hombre sentado en un banco, en un piano, en un teatro, en una cuidad: dormida y apesadumbrada.

Fotos: Cortesía de la entrevistada

 

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