Héroe de culto

En sincronía con el 37 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, el documental Héroe de culto, de Ernesto Sánchez, inauguró en el Pabellón Cuba, una muestra de materiales apoyados por el fondo para documentales Sparring Partners.

En 27 minutos y sin el uso de entrevistas, poniendo a hablar exclusivamente a «las épocas», es decir, a lo que se publicó sobre José Martí en la prensa en diferentes períodos históricos —colonia, república y revolución— tenemos noticias acerca de la muerte, exhumación, y luego resucitación, de la figura del héroe nacional, hasta una actualidad donde es posible reproducirlo de forma masiva.

La materia prima, una arenilla blanca, es vertida en un recipiente que la derretirá hasta llevarla a un trozo de tubo de plástico hirviendo, que será amoldado luego por dos planchas mecánicas insensibles, impersonales y de metal, que al unirse entre sí, y luego separarse, dejan caer un busto de color blanco que no es más que la imagen icónica de Martí. Un culto es un artificio, un culto se fabrica, y es cosa de hombres.

Y a partir de ahí, pueden surgir múltiples interpretaciones que salen a cuenta y riesgo del espectador. Por esa línea, se hace obligatorio evocar a Walter Benjamín, que en 1936 hizo una interpretación política de un proceso similar en La obra de arte en la época de su reproducción técnica.

Benjamin aventura la tesis de que la obra de arte es despojada de su aura cuando llega al estadio —inevitable acaso— de la reproducción en serie, esa independencia la arranca a su vez de su pertenencia parasitaria al ritual (el religioso, por ejemplo, evocando una de las primeras funciones del arte), la convierte en un objeto que se desembaraza de su función primaria, y se hace susceptible de ser utilizado para diversos usos, «a saber, en la política».

Martí murió con 42 años, queda su obra escrita y esa otra forma de escritura que fue su ejemplo: sus renuncias, su voluntad, su decisión de entrar en el combate. Este legado, con la muerte, es separado para siempre de su referente, y es reproducido en boca de hombres de ideas similares, distintas o enfrentadas.

Por ejemplo, fue un político, y se le utiliza para hacer política, pero el campo donde se movió trasciende lo político. No solo deja una huella en la historia de la poesía hispanoamericana —Jorge Luis Borges lo coloca, no sin cierto desdén, como ejemplo en la génesis del Modernismo, un mapa que traza a propósito de Lugones, uno de sus poetas preferidos—, sino que también su copiosa producción periodística, su estilo sentencioso, moral, abiertamente vindicativo, incluso profético, le hacen ganar un puesto en la cosmovisión de lo americano, un recipiente en donde entran muchas cosas al mismo tiempo, incluyendo lo político.

Es fácil hoy llamar a Martí patriota, pero fue más que un patriota. Es incómodo, insuficiente, incluso sospechoso, llamarlo solo escritor, solo poeta, o solo periodista; estas habilidades parecen tributar al político. La noción política, por la que llegó a perder la vida, es la que tiene un enorme peso, al menos en nuestro país.

Su multifuncionalidad lo hace sensible a ser reproducido —quizá de ahí surge el desdén de Borges— en diferentes campos, y a que su culto crezca por encima de otros hombres que fueron solamente políticos, o solamente poetas.

A la palabra «apóstol» se la recibe muchas veces asociada al ritual cristiano. Sin embargo, anterior a esa resonancia, la palabra significa propagador de doctrinas. Martí propagó en Cayo Hueso las ideas de la revolución, recaudó fondos, sumó gentes. Tanto en La Edad de Oro para niños, como en Patria para adultos, propaga ideas de justicia social, y en su poesía pretende la sencillez —que potencia la propagación— como valor agregado.

Como el fundador de medios de propagación que fue, no debe descartarse que en algún momento pensara en la reproducción en serie de objetos evocadores, como bustos de Simón Bolívar. Recordemos que con sus mañas retóricas, escribe, y hace pública y plausible, su profunda emoción ante la estatua ecuestre de Caracas, una época en que aun no se había inventado el plástico.

Si la intención del documental es sugerir que se piense críticamente en el culto, su contenido y su reproducción, y cómo este podría vaciarse, volverse puro aire –bustos de plásticos huecos—, o puro instrumento de manipulación, si ese es su fin, entonces se cumple.

Del mismo modo, cabe reconocer la utilidad de la iniciativa Sparrings Partners, que no solo permite financiar producciones documentales y sumar una más a la lista, sino hacer posible la expresión propia, o de una época, una necesidad humana imposible de coartar.

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