Yani quiere decir siempre la verdad

No fue la típica niña a la que le gustaba recitar, incluso nunca lo ha hecho, «de estudiante prefería participar en el coro y el grupo de danza». Dice, y su mente vuelve a los días de noveno grado en el municipio Las Tunas, cuando supo de las pruebas de aptitud para la Escuela Nacional de Arte (ENA) y decidió arriesgarse, como si se embarcara en una novedosa aventura.  

El primer intento resultó fallido, sin embargo, sus afanes la llevaron a encontrar asesoramiento en la Casa de Cultura Tomasa Varona. El año siguiente la sorprendió en la Escuela de Iniciación Deportiva cursando la disciplina de tiro, seguía un legado familiar de mamá gimnasta, jugadora de voleibol; papá basketbolista y tíos también muy atléticos. Eso hacía, pero otro sentimiento le palpitaba dentro, y se fue a probar suerte otra vez. Ahora sí, ¡ahora sí!

En casa todavía hoy se disputan de quién ella heredó la vena artística, y al parecer, según los alegatos individuales, «saqué un poquito de todos», cuenta mientras la sonrisa se le vuelve inevitable y permite que la sigamos descubriendo.

«La ENA fue una etapa muy importante, me dio mucha técnica. Me preparé en acrobacia, expresión corporal, dicción; tuve profesores de gran categoría, algunos, actores de grupos como Buen Día y Teatro de Dos, de cada uno absorbí lo mejor para poder enfrentarme al mundo profesional, que es duro, rigoroso; no se puede tener miedo».

Seguro teme a veces, pero no deja que los fantasmas la dominen. Por eso, cuando en el 2014 recibió el premio Adolfo Llauradó como Mejor Actriz, debido a su intervención en la obra Gris, Yani Gómez lo asumió como «el resumen de mi disciplina, entrega, constancia con la agrupación y conmigo misma, porque me exijo mucho. No me gusta marcar en los ensayos, los hago con la exactitud que llevan para que luego en la función el público note limpieza».

Una añeja certidumbre palpita en el lauro. «No me equivoqué al retornar a la provincia. Siempre quise hacerlo, realizar mi servicio social y probar. En las prácticas como estudiante estuve con todas las compañías tuneras, pero Teatro Tuyo me deslumbró porque podía incursionar en el teatro infantil y juvenil. Al cabo de 12 años de experiencia sigo pensando que trabajar para los niños resulta muy difícil, pues son exigentes, sinceros, con ellos no se puede improvisar».

Y echó su suerte al lado de ese elenco. «Aquí he confrontado los conocimientos de la academia, creé mi propia personalidad artística y nació Puchunga. Jamás soñé interpretar un clown, al inicio pensaba que los pequeños iban a salir llorando de la sala por mi culpa, porque no me sentía preparada para hacer reír. Lo asumí porque era la estética del grupo y con la ayuda de mis compañeros fui aprendiendo, gracias a ellos hoy puedo disfrutar de los diversos premios que hemos obtenido.

»Desde mis inicios hasta ahora siento que he evolucionado y mi colectivo también. Vamos avanzando, eso me gusta».

Puchunga constituye más que un nombre cuya sola mención te hace imaginar algo afectivo. Entre sus colores, Yani nos deja rastros. «¿Qué si se parece a mí? Bastante… La he confeccionado a partir de mi personalidad, exagerando o bajando el tono a ciertos rasgos. Puchunga es sensible, tierna y yo también; es despistada, y la verdad no lo soy tanto, o bueno, trato de no serlo». Vuelve a sonreír, y ahí lo podemos notar: igual comparten la risa de gente buena.

Para quien pasó cuatro años en la ENA inmersa en el quehacer dramático, asumir el clown era un desafío de ribetes mayúsculos, sin embargo, hoy expresa con naturalidad: «Confío en esta técnica, porque resulta el personaje ideal para transmitir a los niños y con los niños, es como mediar entre el adulto y el infante. El clown está en el medio, ni es uno, ni el otro, por eso lo respeto tanto.

»Confío plenamente en Puchunga, en Lelé, Belo, Karambola, Papote, en Chocolina que apenas está empezando». Enumera con cariño a sus colegas payasos, pero especialmente a… Lelé o Leyder Puig, si usted prefiere llamarlo como en la vida cotidiana. A su lado, ella ha hecho una familia.

«A algunos no les va bien con la pareja en la misma rama, pero para mí es genial. Mi esposo me ayuda y guía en el trabajo, nos apoyamos mutuamente; cuando hemos actuado mal, hablamos por las claras, eso duele, pero alguien tiene que hacerlo para poder avanzar. Así, en la próxima puesta sientes presión, te exiges y esmeras más».

María Fernanda, a sus 3 años, ya les ha cambiado lo suficiente la vida como para que Yani tenga la necesidad de ser extremadamente responsable. La situación se complica si a la pequeña le da por escuchar sus genes artísticos, que por lo visto ya andan haciendo de las suyas.

«Hace pocos meses participó con nosotros en una actuación. Siempre pensé que eso sería rico, y claro que lo disfrutamos, pero sobre todo resultó estresante, porque debíamos estar atentos a no salirnos de los personajes y a la vez estábamos preocupados por ella, deseando que lo hiciera bien, que no le diera pena».

Esta joven artista, miembro de la AHS, no olvida sus pretensiones dramáticas; por suerte, como reconoce, en Teatro Tuyo no valen los encasillamientos, y en cualquier momento la veremos retomar esa vertiente. «Estudié para actuar y el papel que me den lo haré con el mayor gusto posible».

Recuerda la escena de las sillas en Charivari, obra extraverbal y minimalista en la que los actores cuentan su preparación para interpretar al clown, como el momento más complicado de su andar. Cualquiera hubiera imaginado que mencionaría a Gris, pieza que demanda tanto de sus habilidades histriónicas y corporales. Pero no.

«Necesito mucha concentración para ese número, es pura técnica de actuación. Me siento en tres sillas y cada una posee un estado de ánimo diferente, que debo representar con pocos segundos de diferencia entre ellos».

Así de complejo y a la vez hermoso se erige el universo de las tablas, siempre infinito, retador. Según dicen, no hay marcha atrás una vez adentro. «En casa a veces decimos que no vamos a hablar de trabajo, o si salimos con nuestros compañeros a una fiesta lo sugerimos igual, pero no lo podemos evitar».

Yani actualmente cursa el quinto año en el Instituto Superior de Arte, maestras como la inmensa Verónica Lynn le han compartido su savia. Mientras, en el hogar, los padres siguen siendo los pilares de su formación, el faro que, sabe, jamás se rendirá.

Por estos días se le ve ocupada preparando el próximo estreno del grupo, Súper banda clown, que le abrirá los brazos al teatro musical. Cuando vayamos a verlo, ella tendrá con su credo en mente otra oportunidad de agradecer cada palabra de aliento recibida.

«Siempre actuar, crear personajes que le lleguen al público con toda la dulzura y el amor que les pongo. Siempre dar la verdad en el escenario».

Foto: Yaciel Peña de la Peña

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