El lunes más largo

Hace unos días les dejé por acá un post sobre mi más reciente viaje a La Habana y los bichos que me acompañaron: Un viaje con bichos en la cabeza. Como bien pronosticó el chofer del ómnibus en el que iba, a las tres de la madrugada de ese lunes, ya estábamos en la terminal de Villa Nueva. Y allí llegó esta santiaguera, casi más capitalina que cualquiera porque con las veces que viajo en el año a desandar sus calles, trabajo pa’rriba, trabajo pa’bajo, imagínense ustedes.

Mi hermano debía estar esperándome para recoger una jaba con comida que la familia de su novia les había enviado, (están becados en la UCI), pero no fue así. No quise hacer catarsis tan pronto. Me acomodé hacia una esquina luego de haberme ubicado bien donde estaba, pues, hacía tiempo que no iba por esa zona de Vía Blanca a inicios de Diez de Octubre, pero bueno, dicen que lo que bien se aprende no se olvida; la cosa era cómo llegaba desde ahí hasta la tienda de Carlos III a las tres de la madrugada. En realidad, nunca he temido el andar sola por las calles, ni en La Habana ni en mi provincia ni en ningún lugar, y no lo digo vanagloriándome de ello, es una imprudencia de mi parte, siempre he pensado que tengo un poco adormecida la noción del peligro, pero bueno, en fin, solo restaba esperar. Hice la primera llamada y mi hermano no atendió el teléfono. Los taxistas me tenían loca ofreciéndome sus servicios hasta la puerta de la casa. “Casa”, ¡qué pena me daba con Amelita el tener que llegar a estas horas! “Taxi”, ¿de dónde? Esta cubana de a pie había viajado con lo básico. En lo que mi hermano devolvió el timbre tuve tiempo de cargar los matules hasta una de las sillas dentro de la terminal. Allí esperé con calma cerca de media hora, quizás un poco más.

–Estamos aquí –escuché al otro lado del teléfono. Al salir, supe que no había llegado solo. Mejor, me preocupaba el saberlo por ahí de madrugada. Un colega de la Universidad y un primo lejano nuestro lo acompañaban. En realidad, viene siendo ya como pariente tercero en el pedigrí, es contemporáneo con papá, así que por una cuestión etaria le llamamos tío. Tremenda peste a alcohol traían. –Tuvimos que hacer tiempo empinando el codo, tata –dijo el mocoso ese, ni corto ni perezoso. Le di su jaba, que era lo único que me entorpecía el lanzarme a desandar porque he aprendido a viajar ligera, no como antes que cargaba medio armario. Pero bueno, no hizo falta, mi hermano se fue rumbo a casa del colega y mi tío alquiló una máquina para los dos.

Fuimos hasta una cafetería y me compró unos jugos, no había pizzas. Luego, a su apartamento. Me dijo que podía quedarme ahí para que no tuviese que despertar a mi amiga tan tarde. Lo creí prudente. Dejamos las cosas y me propuso salir a buscar algo de comer. No lo supe en ese momento, pero desde entonces había comenzado mi aventura en “Casa Tomada”.

La comunidad trans, el activismo que realizan a favor de sus derechos, de su legitimidad legal, la búsqueda del respeto absoluto, la integración y el reconocimiento de su identidad sexual, son tópicos en los que comienzo a inmiscuirme como parte de un estudio bastante holístico que realizo en cuanto a temáticas recurrentes en la literatura escrita por mujeres de Latinoamérica, amén de mi vínculo directo a las cuestiones de feminismo en las que sí llevo inmersa hace ya algunos años desde la coordinación de Diversas.

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Un proyecto que pretende desde el arte desmitificar cuestiones de género y del cual soy una de las coordinadoras. Sin embargo, a pesar incluso de la deconstrucción que una ha venido fomentando a lo largo del proceso cognitivo sobre estos temas, la supuesta falta de prejuicios y la comprensión, mentiría si dijese que una a veces no se sorprende al estar en presencia de personas trans y, al menos en mi caso, de forma ingenua, el asombro disimulado ante lo bien logrado del cambio, o quedarme un poco lela ante sus maneras de vida, o con recelo a preguntar cómo debo llamarle.

Esa madrugada con mi tío mientras comprábamos las pizzas, fuimos testigos de muchas escenas en una esquina caliente de Cayo Hueso. Variopinto se tornó el paladar. Por momentos me sentía en un libro de Pedro Juan Gutiérrez. Por más que venga de mes en vez a La Habana, no estoy acostumbrada a estas cotidianidades, Santiago no es la capital. Agradecí la experiencia, que ya las he tenido antes, pero que siempre vienen bien para entender las otredades y alimentar el morbo y la pluma. Mi tío se mantuvo en una postura de aceptación ante la diversidad, pero de lejitos, machistas la mayoría de sus comentarios, entre otros adjetivos que mejor no mencionar para no extenderme en descripciones innecesarias, «rifles colgados en la pared», le dicen los narradores.

Nosotros permanecimos afuera, por el mostrador. Desde ahí hicimos el pedido a una señora rendida en una silla a la que un hombre tuvo que sacudir prácticamente para que cobrase las pizzas. Ahí las recibimos y desde ahí vimos llenarse las mesas dentro del paladar. Varias parejas que comenzaban a salir de los bares y clubes nocturnos hicieron también sus pedidos. Hombres y mujeres trans que parecían conocer a mi tío, una flaca que preguntó si yo era su novia y sin esperar respuesta lo haló por un brazo diciéndole algo al oído. Luego supe que quiso saber si mi tío fumaba Hashís, para que le comprara y echársela juntos. Éste respondió que no, tal vez por pena conmigo (si supiera), y después la flaca le gritó que entonces le regalara cien pesos para comprar cigarros. –¿Cuánto? –dijo mi tío.

Un señor trans se empecinó en sacarme la lengua. Ya se me había atorado media pizza. Los jugos se quedaron en la casa y el paladar solo tenía cerveza. No tomo cervezas. El ron no es aconsejable con los lácteos. Aquello estaba rebosado de queso, mucho queso, como el señor.

Yo realmente estaba agotada. Sugerí que podíamos ir a casa, pero tío invitó a seguir caminando un rato por el malecón, estábamos cerca. No quería ser descortés. Era un poco raro todo aquello. No veía a ese pariente desde mucho tiempo atrás. Por suerte, suelo aclimatarme bien a los espacios y a las personas. Pero ya comenzaba a sentirme incómoda.

Al regresar a casa me mostró el cuarto donde iba a dormir. El aire acondicionado no encendía. Bueno, al menos la cama era cómoda. La pila con agua caliente no soltaba más que un hilillo fino. No hubo forma de que la ducha hiciera honor a su nombre. Confieso que valoré saltarme el baño. Necesitaba reposar esta cuerpa sobre la cama, aunque no durmiese mucho; el insomnio me habita poro a poro. Pero luego de 17 horas de viaje, tiempo de espera en la terminal, cafeterías y escenas diversas, era tiempo de un descanso.

Al final, me dieron las 6 de la mañana sentada en la ducha, llenando cubos de agua caliente. Pero valió la pena. Luego cada gota casi hirviendo arrastraba de mí el cansancio, revitalizándome de manera mágica. Cuando comencé a coger el sueño el móvil sonó varias veces. Mis amigas mandaban SMS recordando la fiesta de esa noche.: «Casa Tomada», Lis –decían– olvidarás que es lunes.

Sobre las once de la mañana salí de casa de mi tío rumbo a la de Amelita, la amiga con la que debí haber ido desde que llegué, pero realmente me daba pena despertarla tan tarde, y con lo perezosa que es, aquello iba a pesarle en el alma. Un almuerzo riquísimo me esperaba con ella. Había estado timbrándome al móvil desde temprano, preocupada porque no di señales de vida. Siempre disfrutamos mucho el tiempo juntas, aunque nos vemos con frecuencia se nos queda una nostalgia grande cuando nos despedimos.

Ame lleva una vida sosegada, muy diferente a la mía. Tiene establecidos ritmos que para nada atentan contra su debido descanso y su paz. Me cuesta ir a su paso, ¡tengo siempre el tiempo tan ocupado!, tantos proyectos que parezco teletransportarme de un sitio a otro, multiplicar mis horas en el día como si fueran panes y peces para cumplir con todo el mundo. Por más que lo intento no puedo echarme a procastinar, sin embargo, este viaje pasé tres días con ella y, realmente disfruté su modus de vida. Sentí que logré descansar. No obstante, entre charla y charla, anduve leyéndome un libro, cuya reseña tengo en punta para próximas publicaciones. Una guagua es un país, un libro de crónicas de una periodista cubana bastante popular por sus historias llenas de sandunga y cubanía. Disfruté mucho esa lectura. Fue el segundo título leído en ese viaje. A veces me pregunto, ¿cómo pretendo no andar siempre con dolores de cabeza si parezco una polilla devoradora de libros?

Sin percatarme apenas llegó la hora que había pactado con otra amiga para encontrarnos en la parada e ir juntas hasta Marianao para la fiesta de “Casa Tomada”, una intervención comunitaria que lleva el proyecto MirArte en La Habana, y que colabora con muchas otras iniciativas para el apoyo a la comunidad LGBTIQ+. ¡Por dios!, aquella parada del p14 en el Parque de la Fraternidad estaba en candela. El tiempo que hacía que no luchaba con guaguas. En Santiago ando pa’rriba y pa’bajo en bicicleta, y cuando no, en motos. No tengo paciencia, ni tiempo para echarme horas en eso. Pero bueno, hay sitios un poco estratégicos para los que no queda opción, ese era uno de ellos.

La guagua nos dejó en… en algún lugar cerca de donde íbamos, ahora mismo no recuerdo. La cosa es que anduvimos unas cuadras, nos perdimos, y de pronto una mujer con una niña a cuestas nos preguntó si llevábamos rumbo a «Casa Tomada», dijimos que sí y pidió que la siguiéramos, que ella estaba allá pero había ido a buscar a su hija y retornaba. Aquello me sonó un poco fuera de lugar. ¿Cómo iba a llevar esa mujer a su niña pequeña a una fiesta de adultos a esas horas de la noche un día de semana? Pero bueno… Cuando llegamos allí comprendí todo. El ambiente era «Jorodowskyano» para mí, que no estoy acostumbrada a esas fiestas llenas de colores, estilos, diversidad total. El show ya había comenzado. El resto de nuestros amigos estaban allí.

¿Qué es «Casa Tomada»?

Es un proyecto que inició en marzo del 2017 cuya sede está ubicada en Ave. 43, no. 13003 e/ 130 y 132. Marianao, La Habana, Cuba.

Sus objetivos son los siguientes:

  • Establecer una residencia de perfil didáctico para artistas, activistas autónomos, individuos o grupos en situaciones de vulnerabilidad.
  • Visibilizar la familia lesboparental afrocubana y que interactúen con otros ámbitos.
  • Fortalecer el emprendimiento psíquico, intelectual y económico de la familia y otros actores sociales.
  • Crear actividades de apreciación-creación de diversas manifestaciones sociales, artísticas, culturales y recreativas.

 

Trabaja con la Barriada de Coco Solo, uno de los 6 Consejos Populares del municipio Marianao, al noreste de La Habana. Con la comunidad LGBTTIQ+, con iniciativas Antirracistas, con la Red de Promotores de Salud y la Red de Educadores Populares formados en el CMLK.

La iniciativa Casa Tomada MirArte se desarrolla en el hogar multigeneracional de una familia lesboparental afrocubana. Pese a los esfuerzos gubernamentales y de otros actores sociales que accionan para la transformación civil, esta localidad, que en gran porciento está conformada por personas con salarios bajos y que no son favorecida por las remesas familiares del extranjero, históricamente ha presentado problemáticas como:

  • Salideros y contaminación de aguas potables con residuos albañales, debido al deterioro de las redes hidrosanitarias.
  • Deficiente educación ambiental e higiénico-sanitaria en la población ya que no se clasifican los residuos domiciliarios cuando se llevan a los depósitos.
  • Deterioro físico de inmuebles, viviendas, parques, calles, aceras.
  • Hacinamiento habitacional.
  • Vertimiento directo de desechos a ríos y zanjas colindantes.
  • No respeto a las regulaciones urbanísticas.
  • Escasos los sitios culturales y recreativos.
  • Nulos los de creación artística.
  • En reciente diagnóstico se observa aumento del consumo de alcohol y drogas en jóvenes, lo cual provoca a la vez indisciplina social. Señalamos que esta localidad es mayoritariamente de prácticas religiosas Africanas. Aunque también convergen otras religiones.

Es, como podrán percibir, un proyecto con una fundamentación bien pensada y analizada desde el punto de vista del impacto sociocultural. Articulado además con otros proyectos afines tanto nacionales como internacionales, lo cual les ha permitido establecer una red de colaboración para el desarrollo de las intervenciones comunitarias, destinadas a todo tipo de público. Entre ellas estuvo la noche de este lunes que les relato, donde los artistas de la Comunidad LGBTIQ+ tuvieron su espacio y la inclusividad desde los más diversos conceptos se respiraba en el aire.

Compartí durante toda la noche con un hombre trans, mayor, arraigado en la cultura popular de la barriada de Coco Seco y practicante de la religión Yoruba, con el cual establecí diálogos muy interesantes. Era un ambiente diáfano, de diversión sana. La pasé realmente bien y tal como profetizaron mis amigas olvidé que era lunes.

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