El uniforme de la vida…

Conocer la pintura de Jorge Juvenal Baró fue la oportunidad de enfrentarme a una obra plástica que maneja hoy en día, una extraña dualidad, ser visualmente encantadora y profundamente precisa hablando en términos conceptuales.

Lo primero a destacar sin lugar a dudas es su rigor técnico, fruto de una formación académica heredera particularmente de las escuelas rusa, y española. Por ende, estamos en presencia de una obra que bebe directamente de una tradición pictórica europea, aún más fidedigna, teniendo en cuenta que el material empleado es el óleo, sobre un soporte también tradicional, el lienzo. Asumiendo estos criterios como primera referencia, podríamos entonces pecar de encasillar esta pintura en los marcos más anticuados del arte. Rotundo error, siendo esta una obra perfectamente actualizada en tiempo y espacio. No lo digo por el conocimiento y admiración de Jorge por autores como Neo Rauch, o Rupert von Kaufmann, sino por su profundo compromiso con nuestra época.

En mi opinión, va implícito en su discurso un halo “casi renacentista”, del hombre como centro de la naturaleza, domesticador y ordenador de la misma. Baró tiene una obsesión con esos procesos, la imposición de un modelo antropogénico a algo que a la vista humana es caótico, y viceversa, la coacción de la ley natural sobre el hombre. Asimismo, la pintura de Jorge, está exenta de toda decoración gratuita, generando imágenes con una alta complejidad simbólica, donde el patrón, entendiéndose como modelo reiterativo, tiene un protagonismo clave. Los patrones en su producción plástica, tienen dos expresiones, antropogénicos, y naturales, en el primer caso constituyen una poderosa alegoría a los modelos y estructuras sociales creadas por el hombre, entiéndase la política y la religión, y en el segundo responden a cuestiones orgánicas, procesos naturales, ejemplo olas del mar, nubes.

Referente a las intenciones del autor, decir que son piezas exentas de todo cuestionamiento, nuestro creador no pretende criticar nada, ni construir un alegato moral, sino que nos enfrentemos a una escena cargada de intriga y suspenso, casi un “crimen surrealista”, donde los protagonistas muchas veces son “objets trouvés”. A pesar de que el mismo Jorge plantea que los objetos en sí, no son determinantes, las sillas, como elementos reiterativos en su pintura son la referencia más poderosa a la existencia humana. Baró, no desaprueba el caos, tampoco el orden. Nuestro autor ilustra la lucha armónica de los procesos racionales del hombre y los fenómenos abruptos de la naturaleza. Partiendo de su tesis, que los seres humanos sentimos una biológica atracción por la simetría y patrones que tomamos del medio ambiente, racionalizando estos, y reponiéndolos hasta que son afectados por algún que otro suceso natural, en efecto, la entropía, Jorge, crea imágenes más que válidas en nuestro tiempo, porque pinta, el uniforme roto de la vida.

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