Alejandro Vega Baró


El uniforme de la vida…

Conocer la pintura de Jorge Juvenal Baró fue la oportunidad de enfrentarme a una obra plástica que maneja hoy en día, una extraña dualidad, ser visualmente encantadora y profundamente precisa hablando en términos conceptuales.

Lo primero a destacar sin lugar a dudas es su rigor técnico, fruto de una formación académica heredera particularmente de las escuelas rusa, y española. Por ende, estamos en presencia de una obra que bebe directamente de una tradición pictórica europea, aún más fidedigna, teniendo en cuenta que el material empleado es el óleo, sobre un soporte también tradicional, el lienzo. Asumiendo estos criterios como primera referencia, podríamos entonces pecar de encasillar esta pintura en los marcos más anticuados del arte. Rotundo error, siendo esta una obra perfectamente actualizada en tiempo y espacio. No lo digo por el conocimiento y admiración de Jorge por autores como Neo Rauch, o Rupert von Kaufmann, sino por su profundo compromiso con nuestra época.

En mi opinión, va implícito en su discurso un halo “casi renacentista”, del hombre como centro de la naturaleza, domesticador y ordenador de la misma. Baró tiene una obsesión con esos procesos, la imposición de un modelo antropogénico a algo que a la vista humana es caótico, y viceversa, la coacción de la ley natural sobre el hombre. Asimismo, la pintura de Jorge, está exenta de toda decoración gratuita, generando imágenes con una alta complejidad simbólica, donde el patrón, entendiéndose como modelo reiterativo, tiene un protagonismo clave. Los patrones en su producción plástica, tienen dos expresiones, antropogénicos, y naturales, en el primer caso constituyen una poderosa alegoría a los modelos y estructuras sociales creadas por el hombre, entiéndase la política y la religión, y en el segundo responden a cuestiones orgánicas, procesos naturales, ejemplo olas del mar, nubes.

Referente a las intenciones del autor, decir que son piezas exentas de todo cuestionamiento, nuestro creador no pretende criticar nada, ni construir un alegato moral, sino que nos enfrentemos a una escena cargada de intriga y suspenso, casi un “crimen surrealista”, donde los protagonistas muchas veces son “objets trouvés”. A pesar de que el mismo Jorge plantea que los objetos en sí, no son determinantes, las sillas, como elementos reiterativos en su pintura son la referencia más poderosa a la existencia humana. Baró, no desaprueba el caos, tampoco el orden. Nuestro autor ilustra la lucha armónica de los procesos racionales del hombre y los fenómenos abruptos de la naturaleza. Partiendo de su tesis, que los seres humanos sentimos una biológica atracción por la simetría y patrones que tomamos del medio ambiente, racionalizando estos, y reponiéndolos hasta que son afectados por algún que otro suceso natural, en efecto, la entropía, Jorge, crea imágenes más que válidas en nuestro tiempo, porque pinta, el uniforme roto de la vida.



Pride

Nací en 1997, a finales de la peor crisis económica en la historia nacional. No obstante, crecí, fui a la escuela, aprendí a leer. Devoré libros, visité museos, también me enamoré de cosas, de gente, que ya ni veo, ni escribo y aún sigo amando. Un día me miré al espejo, me vi cubano y me enamoré de mí. Así comencé a ahondar en mi propia historia, como reflexión profunda de mi propio país. En una ocasión una amiga estadounidense me dijo que la primera palabra que debo aprender del inglés era PRIDE, y le hecho caso, esa palabra brilla en mi pecho porque también he escogido ser cubano.

Como no creo en las casualidades y soy un amante de la historia, desde hace tiempo, viendo la situación de Cuba he pensado mucho en Etiopía. Esta nación se defendió del más feroz y genocida imperialismo europeo, ese que destruyó la carne y alma de muchas de las naciones más antiguas de la tierra, que devoró África, y humilló como nunca antes se había visto, a millones de seres humanos. La monarquía absoluta de Haile Selassie tuvo miles de defectos, más fue la forma de resistir frente al invasor. Etiopía sigue siendo un país muy pobre y, como siempre he dicho, no hay nada de dignidad en la pobreza, no obstante, la dignidad etíope está en poder decir, tengo Patria, porque la PATRIA lleva implícito el concepto de LIBERTAD. Es esa palabra tan volátil y abstracta, Patria, lo que permite mirar de frente al otro, y asumir nuestras lenguas, nuestras razas, nuestros credos, con la misma dignidad y orgullo que el ofensor, porque también tenemos historia. Hoy en un continente plagado de lenguas oficiales anglófonas y francófonas, en Addis Ababa se habla con orgullo amhárico.

Es innegable que nuestro primer proyecto de país fue convertirnos en una república dispuesta a la anexión. Pero también es innegable que un día miramos nuestras manos, pieles, luz, tierra, mar, y en un convulso despertar de sentires muchas veces plagados de racismos, discordia, diversidad de credos y religiones, también de nacionalidades, nos dimos cuenta de que éramos cubanos, así en 1868 nuestra tierra ya fertilizada parió la nación. Innegable también es, la primera intervención militar, y el vil chantaje de tener una república mediatizada o prolongar la intervención. Optamos irremediablemente por la primera opción, tuvimos que aceptar que Leonard Wood, que se había desempeñado como gobernador general, nos clasificara como… una verdadera dependencia de los Estados Unidos, que naturalmente se anexaría a la nación…

Vivimos en un país donde al mismo Batista se le negó la entrada a clubes privados, porque su mulatez pesaba más que sus cargos políticos. Donde las sobras de los restaurantes se les vendían a los mendigos. Que se llenaba de rascacielos, hoteles, contrastando con una economía netamente azucarera y enteramente dependiente de las fluctuaciones y coyunturas del mercado internacional. El campesinado cubano tenía un índice de desnutrición de 91%, menos de 1% consumía pescado, solo el 11.22% tomaba leche, solo el 45% comía carne, solo el 8% recibía atención médica gratuita. Estos datos no los inventé, revisen la encuesta de la Agrupación Católica Universitaria de 1956 y 1957.

Llegó enero de 1959 con el triunfo de la revolución iniciada en 1868. Nos negaron refinar el petróleo y nacionalizamos a las empresas. Así, en nuestro justo batallar, exigimos todas nuestras tierras, playas, minas; reclamamos también nuestro derecho a aprender a escribir y leer. Hubo bandidos, bombas, invasión, terrorismo, nace la Patria y es ella o la muerte. Es en ese tremendo discurso inicial, digno, justo, descolonizador y emancipador que nos olvidamos de un gran detalle que en mi opinión debe ser el primer principio del socialismo, liberar al hombre, no convertirse en su dueño. Fue ese pequeño gran detalle que nos hizo pasar por alto la humanidad de nuestra comunidad religiosa, minorías sexuales, que no comprendió que temer, pensar diferente y disidir, también es humano. Hemos arrastrado ese error hasta nuestros días y hoy nuestra supervivencia depende de sumar, tenemos la misión de que nuestro concepto patrio sea cada vez más amplio, inclusivo, sin olvidarnos de nuestro máximo deber y legítimo derecho de hoy más que nunca, defender a Cuba. Para eso también tenemos que discernir, porque ser cubano y ser parte de Cuba no da derecho a destruir.

Cuba es obra, luz, las sombras como ausencias que son, no existen en la Patria, digo esto aún a sabiendas de lo complejo que son estos conceptos. Las manchas de nuestra estrella tendrán derecho a existir, pero todos sabemos que son incapaces de iluminar. Es nuestra obra constante revelarlas, pero también trabajar diariamente en los brillos, en ser mejores, solo así tendremos un país mejor. Para eso tenemos que asumir nuestra condición actual e independientemente del tremendo grado de dificultad que representa para muchos y me incluyo, hemos de aprender a amarla. En nombre de este sentimiento se ha dicho mucho, se hace mucho, pero pocos conocen que amar es construir, y efectivamente en un mundo de tan poca inteligencia emocional pocos saben hacerlo. Cuba hoy más que nunca necesita ese genuino amor que en muchas ocasiones, pasadas, recientes y en la actualidad, todavía le negamos.

Lleva implícito la Patria, y lo reitero, la libertad, la vida, en sus expresiones más dignas, más humanas, por eso, en estos días tan tristes de julio, en estos tiempos tan tristes, llenos de manipulaciones, de viles intereses, de post verdades, hemos de amarla más que nunca.

Digamos Patria y decimos VIDA O MUERTE.



Regreso a un país que ya no existe

He seguido la producción pictórica de Raúl Morejón durante ya unos 10 años. Siendo testigo de toda su evolución y desarrollo plástico, lecturas filosóficas y textos, puedo decir sin temor al error, que es un creador verdaderamente singular en el novísimo panorama plástico cubano. Nos enfrentamos a un artista genuinamente anacrónico para su tiempo. Un “pintor doméstico”, cuyo ejercicio plástico está tan naturalizado como tomar un vaso con agua. Raúl, piensa, lee, estudia y pinta en su cuarto, justo al lado de su cama está el caballete. Su pintura se cocina bien lento y desde el silencio ha estado generado una obra, hermética, rara, salpicada del pensamiento filosófico alemán, teorías de la New Age, fotografías anónimas, revistas del período soviético, libros e imágenes rescatadas de la basura, sumado a eso numerosos objetos…

Si bien es un continuador de los presupuestos visuales de José Ángel Toircac y Gerhard Richter, dado el empleo constante de la fotografía, en efecto base de toda su pintura. Su obra sutilmente maneja una intimidad y anacronía que desde un punto de vista netamente conceptual es heredera de otra línea de pintores figurativos, en la cual podemos mentar a Fidelio Ponce y Lucien Freud.

“Variedades”, es la última serie de Morejón. En ella genera una sabia reflexión sobre nuestro presente político. Es un conjunto de piezas para la cual nuestro artista demandó de la colaboración de parte de la ciudadanía de su natal Matanzas. A esas personas les pidió, a modo de préstamo, la foto que captura el momento en el cual galopaban en el caballo mecánico del Ten Cents de la ciudad. Raúl reprodujo monocromáticamente al óleo esas imágenes, en efecto homogenizando generaciones muchas veces diferentes, a las cuales las unía algo más que el famoso aparato. Este caballo mecánico, juguete importado de los Estados Unidos, pasó sin penas ni glorias sus primeras décadas en el recinto comercial, hasta que, en los años 70, se convierte al calor del Elpidio Valdés, en un caballo mambí. Se pinta toda una escenografía a su fondo, y el conjunto se trasforma en una bella puesta en escena infantil, que no es más que la expresión de un sentir nacional, o, mejor dicho, de un proyecto nacional. Todo sabemos, que el juego es casi un ensayo, en efecto los niños en ese juguete ensayaban ser mambises.

Muchos de los infantes retratados, hoy ya no viven en la isla, algunos han tenido una vida delictiva, otros, sin embargo, sí fueron “mambises”. El mismo título de la serie “Variedades”, que curiosamente es el nombre actual del Ten Cent, nos guía fielmente en la lectura de estas obras, hablando de una heterogeneidad incapaz de divisar desde un punto de vista formal, teniendo en cuenta lo homogéneo de las piezas. Variedades alude y valga la redundancia a la variedad de vidas que esos niños han tenido, hoy ya convertidos en hombres y mujeres. Estas pinturas a diferencia de lo que pueden pensar muchos, solo son un medio, su fin no está en ellas mismas, es inmaterial. Constituye la generación de un “memento” en el cual el espectador queda completamente atrapado, el “proyecto infantil” de jugar a ser un embajador de la patria. Sin lugar a dudas es una hermosísima y poderosa reflexión, que parece preguntarnos, ¿Te acuerdas cuando esa era tu misión, recuerdas cuando ese era tu destino? Cuestionamiento que… en ausencia de respuesta, solo sirve para convertirnos en objetos de un país que ya no existe.