Con ojos de cinéfilo # 2

Cinco horas dura Novecento (1976) de Bernardo Bertolucci. Y aunque en su estreno tuvo una fría recepción de público y crítica, esta megaproducción es considerada hoy un filme de culto. Dividida en dos partes, para hacerla un poco más potable, asistimos a un fresco cruel y violento de la Italia de la primera mitad del siglo XX a través de los miembros de una familia: los Berlinghieri por un lado, dueños de la hacienda, los patrones históricos; y por otro los Dalcò, los campesinos, explotados, también históricos en una Italia con visos feudales. Dos niños nacen en ambas familias, justo el mismo día que muere Verdi (¿acaso el fin de una época y el inicio de otra?). Y ellos, amigos clandestinos, enemigos de clases, rivales por naturaleza, pero mediando cierta ternura, vienen a guiar la historia política y social de casi cincuenta años: Olmo Dalcò (Gérard Depardieu) y Alfredo Berlinghieri (Robert De Niro). Ambos jovencísimos, ambos talentosísimos, con aun una amplia carrera por delante (tremendo es también Donald Sutherland, en la piel del antagónico Attila Mellanchini).

Fue un proyecto gigantesco que necesitó la ayuda de tres países europeos y de tres estudios de cine norteamericanos. Todavía es hoy uno de los proyectos cinematográficos más ambiciosos e importantes de la historia del cine.

Bertolucci quiso homenajear al comunismo italiano con un filme persuasivo e ideológico, aunque con una lógica reflexión utópica, al final de la cinta, sobre la ideología y el papel, a veces rozando con la ingenuidad política, de los obreros y campesinos. Quiso hacer eso, pero Novecento es un filme hermoso y cruel –tiene varias escenas de una violencia inaudita, estetizada–, con un plantel de excelentes actores liderados por Depardieu y De Niro, y donde vemos también a la mítica Francesca Bertini, a Burt Lancaster y a Dominique Sanda; un guion robusto, que logra condensar casi cinco décadas de historia; la fotografía de Vittorio Storaro y la banda sonora del maestro Morricone (ambas detallistas, preciosistas).

Bertolucci es melodramático cuando quiere, poético también, violento cuando le apetece. Por otra parte añade un erotismo –como en varios de sus filmes– que lo circunda todo. Esta película no es solo una crónica del devenir histórico de las ideologías en la Europa del siglo XX –los movimientos obreros, la influencia de la Revolución de Octubre y la figura de Stalin, el progresivo surgimiento del fascismo y los camisas negras, apoyados por los terratenientes, la primera y la segunda Guerra Mundial–, sino también una bella obra de arte.

Solo un detalle no me convenció en esta gran película: la solución tan ambigua del final. Los campesinos entregan sus armas al Comité de Liberación Nacional y se van al campo, levantando la bandera de la hoz y el martillo. A Alfredo le han hecho un juicio popular por ser el patrón y a sugerencia de Olmo han decidido dejarle vivo, si al fin y al cabo no habrá más patrones en una Italia que, como veríamos en los filmes del surrealismo y otros de los años 60, seguirá anclada en esas grandes diferencias, mucho más en el sur y las zonas rurales. “El patrón está vivo”, le dice Alfredo a Olmo y se van a golpes entre el polvo, como mismo lo han hecho desde niños, como lo seguirán haciendo ya de ancianos. Y aquí, en esta escena casi cíclica, justo antes que pasen los créditos, donde ambos, ya ancianos, siguen peleándose, es donde Novecento toma un aire ambiguo, paródico, que no fluye. Es como si el filme se esfumara entre los dedos en un final que bien pudo cortar un poco antes. Es cierto, maestro Bertolucci, todo sigue como antes, peleas incluidas, disputas de clases también, explotados y explotadores, pero no era necesario decirlo, maestro. Quizás sugerirlo, pero no dejarlo así, como una carcajada que posee más bien un saborcillo impreciso. Aun así –y lo anterior es una nimiedad– Novecento es una bella película de culto.

El atlas de las nubes

En un principio Warner Bros rechazó el proyecto por requerir 170 millones de dólares, pero al final los directores reunieron 101 millones con las ventas internacionales. Warner compró finalmente los derechos de distribución en Londres por 20 millones.

Cloud Atlas es un filme de ciencia ficción escrito y dirigido por Tom Tykwer (también compositor de la banda sonora) y las hoy hermanas Wachowski. A Tom Tykwer la mayoría lo recordará por El perfume. Y a los Wachowski, por la conocida The Matrix y sus secuelas, y también por el guion y la producción de V for Vendetta, de James McTeigue. El filme se compone de seis historias interrelacionadas y entrelazadas que llevan al espectador desde el Pacífico Sur en el siglo XIX, hasta un futuro post-apocalíptico. Actúan Tom Hanks, que acaba de recuperarse de la COVID-19; Halle Berry; Jim Broadbent; Hugo Weaving; Jim Sturgess; Bae Doona, conocida por haber trabajado en varios de los filmes más importantes de Bong Joon-Ho y Park Chan-Wook; Susan Sarandon; Ben Whishaw; James D’Arcy… Larga, entretenida cuando sabes “atrapar” las pistas que unen una historia con otra, con admiradores y detractores, Cloud Atlas tiene, además, cierto aire moralista de aventura juvenil. El bien siempre prevalece, no importan las adversidades en el camino por la libertad, y nuestro objetivo es alcanzarlo sin importar las consecuencias, parece decirnos ellos.

Andréi Tarkovski/Rubliov

Tarkovski únicamente realizó siete largometrajes a lo largo de 25 años de carrera y a pesar de su prematura muerte, por un cáncer de pulmón, es recordado por su renuencia a acatar los dogmas culturales.

Andréi Rubliov (1966), de ese maestro llamado Andréi Tarkovski, es una obra maestra sin discusión. Uno de esos filmes que, después de verlo –y dura casi tres horas–, sabes con seguridad que presenciaste una obra irrepetible. Una joya del cine y de la libertad autoral (aunque se presentaría en el resto de Europa siete años después de su primera proyección, ganando premios en Belgrado y Helsinki). Tarkovski convierte la vida del pintor de íconos ruso Andréi Rubliov –lo hace en forma cronológica y a manera de episodios– en un fresco de los primeros años del siglo XV en Rusia. Andréi Rubliov es un reflejo, además, de la vida cotidiana –como en aquellos cuadros de Pieter Brueghel el Viejo– de los campesinos y la gente en los pueblos de Rusia (las invasiones tártaras, las enfermedades, la escasez de alimentos y la persecución de los herejes o paganos por parte de la iglesia ortodoxa son “captados” también). Uno termina “allí”, en esos años, al lado de Rubliov, mirando embobecido sus íconos. Recordemos también que en el guion participó otro importante director: A. Mijalkov-Konchalovski. Algunos momentos impresionantes, como la invasión bárbara a la ciudad y la construcción de la campana, que finaliza la película, demuestran que Tarkovski es un universo único. Siempre recuerdo, cuando veo algo suyo, a Rufo Caballero cuando decía jocosamente que Tarkovski era uno de los cineastas que más daño le había hecho al cine, pues todos los estudiantes querían imitarlo y él es, sencillamente, inimitable.

Out of Africa

Además de los siete Oscar ganados en 1985, recibió cuatro nominaciones más (Mejor actriz a Meryl Streep, actor secundario a Klaus Maria Brandauer, vestuario y montaje).

Muchos recuerdan solo a Sydney Pollack (1934-2008) por su filme Out of Africa (1985). Lo demás –en una carrera que comenzó en 1965 y duró hasta el propio año de su muerte cuando coprodujo The reader– fue bastante desigual, aunque destacan otras, varias con nominaciones al Oscar, como Danzad, danzad, malditos, Tootsie, El jinete eléctrico, y Los tres días del cóndor. Pero ninguno de ellos es el clásico en que se ha convertido con el paso del tiempo Out of Africa, por el que ganó dos Oscar: Mejor Película y Mejor Director (la película obtendría siete en total, incluido mejor guion adaptado, fotografía, dirección de arte, banda sonora y edición de sonido, y arrasaría también en los Globo de Oro y los BAFTA).

Vi la película recientemente y noto que ha “envejecido” bien, que puede volver a verse solo por el hecho de apreciar el banquete visual de la atractiva fotografía de David Watkin y a una Meryl Streep jovencísima pero muy talentosa –sería ese papel el que impulsaría en buena medida su carrera– y a un Robert Redford ya convertido en toda una leyenda del cine. Y por volver al África de inicios de siglo, la Kenia británica, en los días de la Primera Guerra Mundial, basándose en la autobiografía Memorias de África, de la danesa Karen Blixen (memorable cuando Redfort lava el cabello de Meryl y el agua jabonosa se desliza por el suelo).

La libertad, la dicha del amor, el valor, Meryl, la capacidad de soñar, las llanuras kenianas… prevalecen en las casi tres horas de Out of Africa, filme con el cual a Sydney Pollack le basta para ser recordado (aunque lo recuerdo también por su papel en Eyes Wide Shut de Kubrick).

David Fincher debutante: Alien³

David Fincher debutó en el cine con Alien³ (1992). Antes trabajó en Industrial Light and Magic, la compañía de George Lucas, en los efectos visuales de Star Wars: Episode VI-Return of the Jedi (1983), y en anuncios y videos musicales como Vogue de Madonna. El filme sería el tercero de la saga iniciada por Alien, el octavo pasajero (1979) de Ridley Scott y Aliens (1986) de James Cameron. Hoy es un filme de culto para los amantes del género –tiene incluso una versión extendida–, aquellos que siguieron a Sigourney Weaver como la teniente Ripley desde el inicio. Y aunque Fincher volvió a los videoclips, este filme sirvió para que el proyecto de Se7en (1995) cayera en sus manos, Hollywood lo fichara y vinieran filmes con bastante éxito comercial como El club de la lucha, La habitación del pánico, El curioso caso de Benjamín Button, La red social y The Girl with the Dragon Tattoo (en ellos Fincher explora el cine autoral, pero se mueve también en las pautadas exigencias del mercado).

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