La amarga soledad del Pinto

La noche del Pinto, basada en un original de Reynaldo Montero, fue la entrega de Teatro D` Sur para este Mejunje Teatral. Una puesta resentida en aspectos como el diseño escenográfico y sonoro, pero que logra comunicarse con el espectador gracias –porque hay que agradecerle en verdad–, a la actuación de Jorge Luis Castillo.

En la piel de Castillo se vivencia la soledad, el desarraigo familiar y amoroso, así como las disimiles insatisfacciones que mueven a un tipo marginal y desabrido. Hasta el punto de regodearse en sus conquistas sexuales, en sus evocaciones febriles y en su propio conflicto con las mujeres a las que cree sometidas.

Desborda energía y plasticidad. Sus gestos son armónicos. En el rostro se le adivina, o mejor, transmite con sus expresiones la intensidad del personaje. Este además, tan bien caracterizado, que el espectador pudiera sentir el aliento alcohólico, desde las gradas. 

Aun así, en escena encontramos un actor a prueba de balas, que se encuentra más solo que El Pinto en su deambular a deshoras. Pues todo el diseño escenográfico se reduce a un tanque del que rescata esporádicamente unos pocos retazos de papel sanitario y un par de tacones de mujer. Muy evidente, esto último.

Huelga el diseño musical. Se entiende que el silencio también puede funcionar como recurso cuando se tiene en escena a un actor que comunica con su gestualidad y un texto intenso.

Sin embargo, en este caso a lo que tributa es a la falta de ambientación, a la desmotivación del espectador, cansado de acompañar al Pinto en una borrachera sin, al menos, una notita musical en segundo plano, un efecto de ambiente citadino, algún recurso incidental que nos extrapole de la sala Margarita Casallas a las calles nocturnas.

Es esta la noche de un borracho, con la marca de sus pintas, y sus aberraciones. En consecuencia, el discurso es delirante y caótico, pero a veces pareciera que Castillo lucha con su propio libreto para hacernos digerible la trama. No obstante, sus parlamentos logran algo que en cierto modo adolecen algunas presentaciones de este evento de pequeño formato en Villa Clara, y que es la profundidad y hondura conceptual.

En ese mismo sentido, se desarrolla un tema contemporáneo, en donde la culpa, como tópico existencial, se asocia con cierto divagar demoníaco y a la ingestión de substancias obnubilantes como el alcohol.

La dirección actoral es loable y se agradece también la promoción de uno de los escritores importantes de los últimos años en Cuba, cuya obra Donjuanjes devino premio Casa de Las Américas en el año 1986. Por lo que sin lugar a dudas, Teatro D` Sur merece 40 minutos de nuestro tiempo, y una larga vida sobre los escenarios nacionales e internacionales.

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