Si la bestia tiene hambre, déjenla comer

El hambre es un sentimiento, el hambre es una necesidad, el hambre es una función vital que hace a una escritora joven —Elaine Vilar Madruga— escribir hasta el cansancio de las baterías de su laptop, hasta que los imprevistos cortes de electricidad se lo impiden, hasta que alguien de la familia la obliga a alimentar ese cuerpo que no se sostiene solo de literatura como ella quisiera.

La bestia es una joven bella y talentosa, la bestia es «un monstruo de la naturaleza» que cual Lope de Vega hace gala al apodo de Cervantes convirtiendo millares de blancas cuartillas en historias colmadas de fantasía, realidad, desgarramientos, extrapolaciones, intertextualidades, palabras y objetos mágicos de infinitas categorías. Un impresionismo literario de nueva generación, de nueva creación, acuñado con el sello indiscutible de una bestia creadora que supera sus años vividos con sus títulos publicados.

¿Qué decir luego de estos sustantivos emparentados desde los relatos iniciáticos que leímos en nuestras infancias? Me refiero a Hambre/Bestia —mayúscula para ambos—, un dueto inseparable desde Caperucita o Barba Azul. Y es que estos ejemplos tampoco son casuales, puesto que responden a dos extremos de la fantasía clásica de los cuales brota la imaginación de Elaine para rehacer viejos cuentos infantiles y reestructurarlos en una colección capital para el desarrollo estilístico de una autora cúspide en el panorama de la ciencia-ficción, el fantástico, la narrativa, la poesía, el teatro y la literatura infantil de su país.

Elaine —y yo mismo— siente estos relatos muy cercanos al steampunk, una corriente escritural propia de novelas de ciencia-ficción alternativa. Este término guarda una familiaridad con el vapor y la revolución industrial de mediados del siglo XVIII y principios del XIX. No obstante, las maquinarias no son un objeto objetivo en la obra. Su lugar lo ocupan problemáticas humanas, situaciones y ambientaciones que evocan los filmes de Miyazaki, relatos de la Rusia zarista o la magistral prosa de otros cubanos insignes del género como Daina Chaviano y Michel Encinosa.

No es casual que el resultado final de El hambre y la Bestia (Editorial Tres Inviernos, 2018, España) sean 10 relatos —interconectados por la mirada experta— que responden a una poética deudora, pero independiente, de los autores antes mencionados. La protagonizan el estilo directo, el narrador omnisciente —cómplice, mas pocas veces delator— y una peculiar manera de trabajar los tiempos narrativos, saliendo y entrando de la primera persona a una tercera comprometedora, comprometida, abarcadora de voluntades ocultas y deseos no expresados, pero bien implícitos para los ojos del lector nato.

Es así como relatos fundamentales de la obra de Elaine como «La maldición de la espina» o «Los arcos del norte»  —que le da título a otra selección publicada por la editorial Gente Nueva, Cuba, en el año 2015— se dan la mano con nuevas creaciones de la talla de «Belleza», «La hija puñal» y el cuento merecedor del nombre del libro, «El hambre y la bestia». Hay un gran papel reservado para la Mujer —mayúscula— en todos los relatos, en toda la obra. Es la mujer la protagonista principal, hija/madre/hechicera, cumplimentando los rituales del matriarcado. Son ellas —incluso cuando van disfrazadas de hombres— las que cargan con el peso de trasmitir el estado sensitivo de este libro, el mensaje tras las miradas ocultas por velos infranqueables, la verdad de un corazón atado por la sociedad, las leyes, la tradición.

Siempre he creído —y este libro es prueba de ello— que Elaine es una escritora feminista incluyente y con esto digo que no es de las que van diciéndose Mujer y obviando al resto de la humanidad. Elaine es una feminista que demuestra que el sexo opuesto es complementario, necesario, protagónico, compañero y acompañante. Si los hombres de sus cuentos no resultan estereotipados, esta es la razón. Incluir, no apartar; una clave que transforma a un pirata en un padre, en una madre, en un ser de amor verdadero.

Aún me faltarían muchas cuartillas para tratar todas las aristas que cual ríos subterráneos van emergiendo a la superficie de los arroyos silvestres en las páginas de «El hambre y la bestia». Sin embargo, no quisiera dejar de considerar la presencia traslucida de la guerra y la calamidad —ambos puntos de movimiento, catárticos catalizadores de la trama o argumento dramático. Elaine —como dramaturga— sabe de antemano donde colocar el punto de giro, la vuelta de tuerca, que precisa el lector para continuar regresando por más de su prosa, por más de su imaginación. Empero, la guerra es un recurso escamoteado, relegado a meras referencias que calan profundo en la psiquis del consumidor, haciendo que las preguntas lluevan y en ansia —el hambre— quede sin satisfacer del todo.

Entonces, la bestia contraataca con otra leyenda, con otra fabula reinventada para los más exquisitos paladares de la modernidad y el impudor. La bestia os llenará vuestras fauces ansiosas con pedazos de morbosidad, con relaciones incestuosas, con peligros latentes y olvidados, con tecnología presente, pero inadaptada, con personajes irreconocibles al principio, imborrables al final. Si tenéis hambre, la carne de la bestia espera por vosotros. Dejadla luego satisfacer la suya con las imágenes de vuestras mentes y las fantasías levantadas en los inconscientes inocentes de ustedes, lectores hoy, seguidores mañana, devotos fervientes del futuro.

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