Regreso a un país que ya no existe

He seguido la producción pictórica de Raúl Morejón durante ya unos 10 años. Siendo testigo de toda su evolución y desarrollo plástico, lecturas filosóficas y textos, puedo decir sin temor al error, que es un creador verdaderamente singular en el novísimo panorama plástico cubano. Nos enfrentamos a un artista genuinamente anacrónico para su tiempo. Un “pintor doméstico”, cuyo ejercicio plástico está tan naturalizado como tomar un vaso con agua. Raúl, piensa, lee, estudia y pinta en su cuarto, justo al lado de su cama está el caballete. Su pintura se cocina bien lento y desde el silencio ha estado generado una obra, hermética, rara, salpicada del pensamiento filosófico alemán, teorías de la New Age, fotografías anónimas, revistas del período soviético, libros e imágenes rescatadas de la basura, sumado a eso numerosos objetos…

Si bien es un continuador de los presupuestos visuales de José Ángel Toircac y Gerhard Richter, dado el empleo constante de la fotografía, en efecto base de toda su pintura. Su obra sutilmente maneja una intimidad y anacronía que desde un punto de vista netamente conceptual es heredera de otra línea de pintores figurativos, en la cual podemos mentar a Fidelio Ponce y Lucien Freud.

“Variedades”, es la última serie de Morejón. En ella genera una sabia reflexión sobre nuestro presente político. Es un conjunto de piezas para la cual nuestro artista demandó de la colaboración de parte de la ciudadanía de su natal Matanzas. A esas personas les pidió, a modo de préstamo, la foto que captura el momento en el cual galopaban en el caballo mecánico del Ten Cents de la ciudad. Raúl reprodujo monocromáticamente al óleo esas imágenes, en efecto homogenizando generaciones muchas veces diferentes, a las cuales las unía algo más que el famoso aparato. Este caballo mecánico, juguete importado de los Estados Unidos, pasó sin penas ni glorias sus primeras décadas en el recinto comercial, hasta que, en los años 70, se convierte al calor del Elpidio Valdés, en un caballo mambí. Se pinta toda una escenografía a su fondo, y el conjunto se trasforma en una bella puesta en escena infantil, que no es más que la expresión de un sentir nacional, o, mejor dicho, de un proyecto nacional. Todo sabemos, que el juego es casi un ensayo, en efecto los niños en ese juguete ensayaban ser mambises.

Muchos de los infantes retratados, hoy ya no viven en la isla, algunos han tenido una vida delictiva, otros, sin embargo, sí fueron “mambises”. El mismo título de la serie “Variedades”, que curiosamente es el nombre actual del Ten Cent, nos guía fielmente en la lectura de estas obras, hablando de una heterogeneidad incapaz de divisar desde un punto de vista formal, teniendo en cuenta lo homogéneo de las piezas. Variedades alude y valga la redundancia a la variedad de vidas que esos niños han tenido, hoy ya convertidos en hombres y mujeres. Estas pinturas a diferencia de lo que pueden pensar muchos, solo son un medio, su fin no está en ellas mismas, es inmaterial. Constituye la generación de un “memento” en el cual el espectador queda completamente atrapado, el “proyecto infantil” de jugar a ser un embajador de la patria. Sin lugar a dudas es una hermosísima y poderosa reflexión, que parece preguntarnos, ¿Te acuerdas cuando esa era tu misión, recuerdas cuando ese era tu destino? Cuestionamiento que… en ausencia de respuesta, solo sirve para convertirnos en objetos de un país que ya no existe.

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