Guamuhaya


Alona: Mi Patria, sus símbolos y yo

Desde su tercer año en la Academia de Artes Plásticas cienfueguera Benny Moré, emprendió el azaroso camino para hallar su propio concepto de Patria.

Para ella no fueron simples asociaciones de palabras como pueblo, nación, país, tierra, lugar, territorio… no fue una sencilla rutina de sinonimias.

Durante dos años trató de encontrar su identidad a través de símbolos propios, había llegado «el momento de percatarse cuánto del mundo forma nuestro propio estado».

Alona Hernández Román no hizo de los habituales iconos nacionales: la bandera, el himno, la palma, la mariposa… los protagonistas de su obra. Identificó en su ser los propios.

Y  «en ese sublime instante en que la artista se define a sí misma y como resultante expone los pedazos de su idiosincrasia convertidos en arte», surgió La luz que conduce a casa…

Seis piezas en esta exposición, iluminan la mente de sus perceptores.

La primera: el árbol. El de la vida, —¿acaso el genealógico?—, el horcón familiar: su madre, y la madera de que está «hecha» a quien considera «aliento», inspiración y fortaleza.

Cubierta por una simbólica urna de cristal, la reproducción en blanco papel, del juego de comedor de la abuela. Puro, níveo sitio de reunión (comunión) familiar, que convirtió la artista en la segunda pieza del conjunto.

Inmaculado luce el uniforme escolar —a mi entender la pieza más lograda de la exposición—, una retrospección a la infancia que Alona purificó en su mente. Es esta la tercera de las obras, que como el árbol, fuera premiada durante la última edición del VISUARTE cienfueguero.

Un cuarto momento simbólico en el camino de la artista nos sorprende con una propuesta más tecnológica, contemporánea. Una laptop nos participa el momento en que su «amor», consuma el ritual de raparse la cabeza, para acudir «al llamado de la Patria», al el Servicio Militar General.

Las quinta y sexta piezas de La luz…: Alona trasmutada en pez peleador (otra vez bajo una campana vítrea), revela su personalidad persistente; y ella misma camino al mar, alegoría de la partida de amigos, una vuelta al recurrente tema de la emigración.

Rodeada de espinas que más allá de dificultades y frenos, pueden interpretarse —cual las «divinas» que rodearon la cabeza de Cristo en su largo peregrinar por la fe—, como el arduo bregar de esta talentosa muchacha para hallar los símbolos que signarán su vida artística.

«Porque cada vez que una experiencia nos talla el alma —confiesa— la cicatriz se convierte en una de las grietas que construyen el tronco del árbol que es nuestra vida».

Por su sólido currículo desde la academia —en el que se cuentan varios premios en competiciones locales y nacionales junto a consagrados plásticos—, eximida del ejercicio teórico para su tesis de graduación y de los exámenes para el ingreso al Instituto Superior de Arte (ISA), era, sin embargo este, un acto necesario y un sueño que finalmente realizó.

Sólo que esta vez Alona, lo haría en los predios del macizo Guamuhaya, a más de 700 metros sobre el nivel del mar, donde en su experiencia de vida reciente, halló la pureza de espíritus humanos y naturales para exorcizar los propios: La Patria, sus símbolos y ella.


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