Entrega
Pensar la ciencia: Riesgos para un joven investigador y cómo manejarlos (II)
Estableciendo el enfoque (II): Razones por las que no debes hacer un doctorado
En la primera parte de esta reseña les comenté acerca de algunos motivos que te pueden servir de impulso para enrolarte en una investigación doctoral. Esta vez, traigo para ti tres razones por las que no deberías hacerlo. Si recién terminaste tu máster o licenciatura, probablemente te enfrentes con algunas de estas situaciones. Recuerda que, aunque cada vez son menos, en algunos países como Cuba, no es un requisito tener un título de máster para hacer el doctorado. Si te sientes identificado con alguna, piénsalo dos veces antes de que te veas arrastrado a situaciones poco beneficiosas para ti. Así ahorrarás tiempo, esfuerzo y sinsabores.
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Embullo
He aquí el primer escenario ante el que debes estar alerta. En ocasiones, uno trabaja en colectivos jóvenes y hacen actividades juntos. No solo comparten oficina y horas de trabajo, también salen en grupo e inventan un sinfín de acciones extraprofesionales. Los lazos que los unen son estrechos y transitaron por los años de la carrera como un solo bloque. Ahora también comparten los avatares del ambiente profesional y se valora la posibilidad de enfrascarse en la labor investigativa. ¡Atención!
El doctorado es la ruta de un lobo solitario y las razones que motivan a tus compañeros no tienen que ser las tuyas. Además, el proceso te exigirá conocimientos y habilidades únicas que deberás desarrollar y que no son transferibles de un investigador a otro. No caigas en la trampa del comportamiento del grupo. Tómate tu tiempo y asume tus decisiones con responsabilidad.

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Compromisos laborales
Este es el segundo ambiente que debes avizorar con cautela. El número de doctores en el claustro de un departamento es un indicador central de su performance. Debes sumar, que la investigación científica es uno de los motores que atraen proyectos y, con ellos, financiamiento. Por esa razón, las universidades tienen la formación doctoral como una de sus prioridades y ejercen mucha presión sobre sus profesores para encauzarlos en ese rumbo. Es importante que tengas muy claro tus motivos. Solo así podrás alinear los objetivos de la institución donde trabajes con tus propias aspiraciones personales.
Aquí debes tener algo en cuenta. En Cuba, el título de doctor no es imprescindible para trabajar como profesor universitario, a diferencia de la mayoría de los países. No obstante, este es un panorama en transformación, y si te interesa dedicarte a la academia, el doctorado es el primer gran paso para asegurar ese destino. De modo que, al integrarte a un claustro universitario, debes avizorar los proyectos de investigación activos en tu ámbito y orientarte de inmediato hacia el que más te interese. Preparar tu carrera profesional investigativa te permitirá prever los indicadores de tu institución y así evitar el apremio.

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Dinero
Este es el último consejo. Si revisas otros blogs sobre temas similares, encontrarás que muchos recomiendan el doctorado como una forma de generar nuevos ingresos. Y tienen razón… en parte. Como ya dijimos, el título de doctor hace que suba tu valor en el mercado laboral y eso viene acompañado con un mejor pago por tus servicios profesionales (también en Cuba). Más importante aún, durante el proceso investigativo tendrás la posibilidad de intercambiar con otros académicos de tu rama y expandirás considerablemente tu red de trabajo. Comúnmente, eso atrae también oportunidades de empleo. Hasta aquí todo bien.
Pero no te engañes, los beneficios económicos del doctorado no compensarán nunca el tiempo y la energía que conlleva el obtenerlo (en ningún lugar del mundo). La investigación, como todas las profesiones, demanda ímpetu y entrega absoluta. Por ello, la motivación ha de encontrarse en el proceso mismo y en las satisfacciones de hacer lo que te gusta de manera cotidiana. El dinero no puede ser la zanahoria que hace andar a la tortuga, pues se trata de una recompensa pírrica.
Piénsalo de la siguiente manera: como investigador, eres un profesional que intercambia su tiempo por dinero. El doctorado te permitirá alcanzar un mayor nivel de especialización por lo que también aumentará el valor de tu tiempo. Hasta aquí todo bien y si esto te hace feliz no hay ningún problema. Pero en tu día a día como académico de una universidad, difícilmente te enfrentarás a la creación de productos en los que estés involucrado directamente en su comercialización.

Si lo que te interesa es acumular riqueza entonces deberás dar vuelta a esa fórmula. Es decir, dejar de canjear tiempo por dinero y generar bienes o servicios que solucionen una necesidad de tu entorno. Es decir, debes identificar los flujos de capital de tu área y encauzarte hacia ellos. El doctorado no está en esa ruta.
Hay mejores opciones, por ejemplo, dirigir tus habilidades hacia la producción, el sistema empresarial o de emprendimiento. Las historias de millonarios que abandonaron superuniversidades, como Bill Gates o Mark Zuckerberg, están mal contadas. No hicieron su capital por haber dejado de estudiar, sino que crearon nuevos elementos de alta demanda y se colocaron más cerca del flujo de capital. Como dijimos, la formación doctoral no está en línea con ese fin.
…
Con estos consejos terminamos las primeras entradas de esta reseña. La prioridad de Estableciendo el enfoque, en sus dos partes, fue presentarte algunas de las interrogantes que afronta todo joven que comienza su camino como investigador. Los análisis y soluciones son solo mi opinión y nada más. Coloca en tu balanza imaginaria los pros y contras de una carrera científica. Para mí, el ejercicio de la indagación, la búsqueda de los “por qués”, el comprender mejor el ambiente donde vivo, es una pasión. Dicen que el que trabaja en lo que le gusta es una persona con suerte, porque eso significa que no trabajará nunca. En esta columna te ayudaremos a alimentar el entusiasmo por la ciencia y a superar con éxito los retos de la vida académica. Te espero.
* El autor es profesor del Dpto. Historia del Arte, Universidad de Oriente
El laboratorio teatral de Raúl Bonachea (+ Fotos)
El teatro forma parte de su vida desde las primeras imágenes, los pasos, gestos y sonrisas iniciales… Creció entre actores, vestuarios, guiones, libros y sueños en los escenarios, adonde sube para intentar cautivar al público desde los cinco años de edad.
En su mente palpitan las escenas de su abuelo Miguel Migueli en la casa cuando en noches de apagones durante el denominado Período Especial interpretaba para él personajes, incluidos héroes de la historia cubana. En sus palabras está también el cariño a la madre, Maridely, instructora y directora en su localidad durante más de cuarenta años.
Nacido en el municipio de San Antonio de los Baños en 1988, Raúl Bonachea se mantiene fiel a ese anhelo grande, que guía sus pasos desde pequeño. Mejor graduado integral de la Universidad de las Artes en 2018, es autor del libro 1 + 2 igual 3, y conjuga una incansable labor teatral con el magisterio. Licenciado en Derecho y director del proyecto Laboratorio fractal, posee diversos reconocimientos como creador, incluidos el Premio nacional de Talleres Literarios en 2014 y el Premio a la Mejor Puesta en Escena en el Festival Nacional de Teatro Olga Alonso en 2015.
El 2019 fue como manantial de aplausos para él, pues culminó la Maestría en Dirección Escénica, obtuvo el premio Abelardo Estorino; una beca otorgada por la Universidad de las Artes para la producción de su obra La Caída; y también la Milanés, entregada por la Asociación Hermanos Saíz, gracias al proyecto Cuerdas Percutidas, con texto dramático de la escritora Elaine Vilar Madruga.
Respecto a esa obra, manifiesta que conjuga varias de sus obsesiones creativas. “Trata de la exclusión, la memoria de un país y las personas más vulnerables. Aborda la locura, los miedos y pesadillas de tres mujeres para intentar desde la oposición creativa develar sus sueños, para construir una realidad poética, donde se sublime lo que en la vida olvidamos, lo que aborrecemos.
“Trata de lo que desechamos, los recuerdos, los maltratos y de los seres humanos que a veces eliminamos en lo social, porque son diferentes o incómodos. Queremos reescribir una narrativa mejor para los que no tienen nada”, expresa quien en 2011 fundó como director el grupo teatral Imágenes, en su su municipio natal, cuando apenas tenías 22 años de edad.
Ese fue un gran reto para él, pues “ser el responsable principal del proceso me hizo crecer, los aciertos o fracasos dependían en gran medida de mis decisiones, de mi carácter y de mi propia cosecha intelectual, por lo que estaba expuesto como nunca, inclusive más que como actor en un escenario. El juego se convertía en oficio.
“En ese momento no comprendía todo lo que eso representaba. En el 2011 tenía un grupo de amigos universitarios que, después de los primeros años de estudios y de tantas luces de ciudad, extrañaban nuestro pueblo y las ricas tertulias sobre cómo transformarlo. Todas las noches, aun teniendo becas en nuestros centros de estudios, veníamos y nos veíamos en el parque, guitarra en mano, con nuevas ideas en la lengua y con ganas incontroladas de transformar el municipio, azotado por ciclones y la emigración temprana de sus pobladores.
“El teatro se volvió la plataforma donde toda esta energía se canalizó en un universo, tal vez más organizado y acorde a nuestros deseos. Fue muy difícil, lo que en un principio creía resuelto. El primer reto era que ninguno de los amigos tenía formación actoral, incluso la mía venía de la ´empiria´, por lo que desde el primer encuentro me fui trasformando en una especie de profesor, camarada de sus alumnos y a la vez el estudiante más preocupado de la clase. De profesor solo tenía el personaje. Claro, con el tiempo y la superación individual, mi roll suprimió al empirismo de esa primera intentona.
“Después de un año de madrugadas donde el cuerpo y la mente recibían otros conocimientos muy distintos a los libros de textos, nació un montaje donde el negrito, la mulata, azuquita y el gallego volvían a ser los voceros del pueblo. Estos personajes de la obra Dándose Lija, de la escena ariguanabense de inicios del siglo XX, se transformaron en los recipientes de seres del siglo XXI que luchaban por hacer teatro, por cambiar su realidad”.
Amante también de la historia y la literatura, asegura que el sainete (la comedia) coqueteaba con el drama, y con el propio hecho de hacer teatro, política y experimentación escénica. Una búsqueda, tal vez inocente todavía, que lo condujo a la dramaturgia.
“En un año me trasformé en una suerte de maestro de actuación, director, productor y “dramaturgista”, a la par que terminaba mis estudios como licenciado en Derecho. Después del primer estreno del grupo dejé de ser un adolecente inquieto para asumir una responsabilidad y oficios propios de un hombre, no de un muchacho. El teatro una vez más me hizo crecer como ser humano”, dice con satisfacción.
— ¿Cuánto se diferencia aquel proyecto inicial del actual Laboratorio Fractal Teatro?
—Ahora no se trata de poner una obra en pie, es más complejo, se trata de una actitud ante la creación, una filosofía. Rigor, superación, entrenamiento corporal, militancia teatral si se quiere, efectividad de la experimentación, integración con otras disciplinas artísticas, dan coherencia a un sueño que empieza a bocetarse menos amorfo que hace diez años. Cambié las noches de tertulia y la complacencia de un grupo de seguidores incondicionales, por estar casi las veinticuatro horas del día pensando y haciendo por el teatro.
En Laboratorio… busco resolver mis preguntas estéticas y mis cuestionamientos intelectuales, ahí puedo fragmentar y replicar en pequeñas porciones, que son deglutidas por los actores, equivalentes a horas, días y años empleados en esta carrera que da sentido a mi personalidad, a mi yo social y psicológico.
Cuando dirigía Imágenes soñaba con tener un Laboratorio, ahora quisiera tener la inocencia de esos primeros días, así que entre recuerdos, descubrimientos y retos continuos trato de reinventarme sin perder de vista quien soy y donde estoy. Imágenes era un sueño, una etapa de conquistas menos complejas, de formación. Laboratorio Fractal es la puesta en marcha de esos objetivos hasta sus últimas consecuencias.
— En 2019 los aplausos fueron frecuentes…
— Creo que ese año marcó el punto fronterizo entre estas dos etapas creativas que te comentaba, pues esos procesos silenciosos o a veces ignorados por los artistas coronaron en mayores resultados.
El Premio Estorino fue desde la dramaturgia la concreción de un crecimiento hasta espiritual, donde a partir de la figura de Ignacio Agramonte colonizo la historia y mi realidad. Aquí pude desarrollar mis roles dentro de la porción que me corresponde en la rica tradición del teatro en nuestro país.
Articulé desde la dramaturgia una respuesta posible a una angustia histórica que es la muerte, inexplicable para muchos como yo, de la figura de El Mayor. Me serví de un argumento metateatral para refractarme en una especie de héroe, antihéroe, insomne y obcecado de la escena. Critico la escena contemporánea, tan fácil de caer ante los cantos apolíticos y de banalidad que a veces afectan a sus ejecutantes más jóvenes.
Un proyecto bastante ambicioso que de inmediato puso en marcha una puesta en escena que fue mi tesis de Maestría en Dirección Escénica. En un mismo proyecto confluyeron todos estos oficios, ahora de una manera profesional, con los tiempos, compromisos y responsabilidades correspondientes. Cuando terminé el proceso fue que tomé conciencia de lo que representó, un salto a un circuito, a un público que no te conoce y que espera recibir una experiencia artística que de alguna manera, le haga reflexionar sobre su propia existencia y su país.
Fue un año de mucho trabajo, de expandir mis límites y de cerrar el perímetro de los estudios formativos. En ese año resultados y proceso creativos encontraron la satisfacción del reconocimiento, que siempre es un impulso para llegar a nuevas fronteras.
— Precisamente en La caída, estrenada en la sala Raquel Revuelta, uno percibe tu interés en la historia y la capacidad para revisitar hechos y personajes de gran trascendencia, desde una visión reflexiva y muy particular…
— La principal motivación para esa obra fue responderme preguntas, reconfigurarme como creador y como cubano. La muerte de Agramonte, ese final tan ambiguo para una vida tan luminosa, era algo que desde pequeño, en esas historias nocturnas de mi abuelo siempre me había generado una respuesta poco convincente.
Partí de ese héroe en un foso común, de esa muerte sin mucha explicación para entrar en su vida, sus conflictos y sus errores y descubrí que los míos en el teatro eran muy similares. Estaba al frente de un grupo de jóvenes, que no cobraban por su trabajo, que no estaban respaldados, aun con una producción. Jóvenes que viven en un país que lucha diariamente contra adversidades económicas y donde ellos se desconectan con facilidad de la historia y el ideario que nos conforman como nación, problemáticas que en otras circunstancias también tuvo que abatir, machete en mano, El Mayor en la manigua.
Convertí mi teatro en el campo de batalla donde se forja la nación y la asamblea donde se discute la Constitución de Guáimaro, pero también la más reciente. Yo soñaba con Agramonte y él de alguna manera conmigo.
El proceso fue agónico, productivo, idealista y pragmático a la vez como fue la Guerra de los Diez Años, muy contradictorio. La investigación histórica en cuanto a personajes, documentos, citas, circunstancias históricas, tonos, leguaje de estas personalidades me tomó casi tres años, por lo que fe un proceso de escritura y de puesta en escena largo y enjundioso que incluyó, además visitas al terreno, museos y entrevistas con especialistas, entrenamientos de danza, circo y algo de esgrima.
Luego lo más difícil en cuanto dramaturgia fue hacer posible y orgánico mi visón escénica, la investigación y dar respuesta a la incógnita de saber lo que pasó el 11 de mayo 1873, además hacerlo en el tiempo lúdico y maravilloso de una puesta en escena.
Vale aclarar que no son el Ensayo y la Narrativa géneros que tienen un tiempo y una mediación. En el escenario el problema está vivo, el argumento no se cuenta sino que se ejecuta porque hay espectadores y actores que en un tiempo determinado activan la emoción, la ciencia y el juicio político, desde lo simbólico y lo kinestésico. Si no tomamos bien el pulso de lo que queremos hacer, el espectador se levanta de su silla y vuelve a su vida lejos de la escena, por eso el texto nunca debe transformarse en un panfleto. En el escenario todo se carnaliza.
Luego fue arrancar las máscaras al resto de los intérpretes, desmovilizar o reubicar la contradicción de ellos con la historia y con su contexto para que lograran salir a la carga, con un sinnúmero de obstáculos en su contra, pero desnudos y sin miedo como en las cargas mambisas. No retrocedieron hasta la última función.
—¿Ese ha sido tu mayor desafío profesional…?
— Sí, La Caída. Con la escritura de esta obra me evalúe como licenciado en Arte Dramático, pero después cuando el texto y la puesta en escena estuvieron listos, fue mi tesis de la Maestría en Dirección. No era un ejercicio facilista, pues tenía que desempeñar el rol de actor, director y dramaturgo con un tema que también revaloraba la historia y nuestro presente político más inmediato. Fue un momento donde muchas variables se combinaron para articularse en un complejo entramado emocional que incluso socavó hasta mi salud, pero aún así fue una experiencia maravillosa. Representó un crecimiento muy fuerte en lo personal y lo creativo.
—¿Qué tipo de personajes prefieres? ¿Por qué?
— Prefiero a los personajes secundarios, porque ellos no tienen el espacio suficiente en casi ninguna obra de desarrollarse, están mutilados y guardan muchas preguntas desde el punto de vista sicológico. Tienen lagunas en su caracterización, agujeros en sus biografías, por lo tanto siempre hay que completar estos vacíos, esta situación es claramente un nicho que atrae a la creatividad.
Los personajes secundarios son individuos que necesitan, lejos de lo que muchos piensan, de un actor lo suficientemente sagaz para que partiendo de las claves textuales viaje el mundo interior que no nos cuenta el texto, hacia lo imaginado o lo probable. Desde la dirección son verdaderas fuentes para dar nuestro punto de vista del protagonista, son depositarios de nuestros juicios estéticos. Si estás en el proceso como dramaturgo con dos o tres giros en sus parlamentos, imperceptibles en apariencia, o la transformación de una acción sugerida en la versión original, se puede cambiar radicalmente el discurso.
Los prefiero por el estado permanente de construcción que nos brindan, por sus preguntas más que por las respuestas.
—¿Cuán favorable resulta para ti la conjugación de tus conocimientos y la práctica como actor, director escénico, dramaturgo y también profesor?
— No hay separación entre estas categorías en la práctica, sólo que cada roll subsume a los demás según sea el contexto. No sé cómo lo hacen otros colegas, pero para mí lo que la mente puede separar, la práctica lo amalgama, un ensayo se transforma en un segundo en una clase, un texto toma cuerpo en mi voz cuando hago una pausa en la escritura y lo interpreto en casa para sentir su pulso o cuando se lo leo a los actores. El teatro es el punto de encuentro, es un espacio espiritual, creativo e intelectual que arropa una conferencia con la piel de mis personajes, que trasmuta mis memorias. En ese el lugar que está en mi cabeza, más que el espacio, las letras se vuelven cuerpos en tensión.
Cada oficio es una parte del todo, diferente pero similar. La pedagogía, la actuación, la dirección, la dramaturgia, solo son fractales para enfrentarme a un escenario, a un público y para sentirme parte de la isla, yo como otro fractal entre once millones.
—¿Asumes el aula como otro escenario? ¿Cuánto te aporta el intercambio con los alumnos?
De alguna manera todo es un escenario. Esto me facilita mucho el diálogo y entender también los procesos de mis estudiantes, siempre los incentivo a encontrar los caminos entre la teoría, la historia del teatro y lo que están haciendo ellos, lo que está pasando en la escena actual cubana. Me encantan las clases con el curso por encuentros, muchos son profesionales en ejercicio y sus inquietudes están muy aterrizadas en la técnica y la cotidianidad de lo que hacen.
También trabajo con niños en mi pueblo, puedo confesar que son las clases para las que más me preparo, las que más disfruto e incluso las más profundas, ellos son como profesionales pero con altas dosis de sensibilidad y creatividad, son mis fractales más puros, por eso con ellos me exijo más. Cuando siento que una clase es un encuentro entre colegas, que me aporta a mí como ser humano entonces le encuentro sentido a estar ahí para ellos y a que ellos me devuelvan las ganas de seguir adelante. De esa manera borro tantas clases que recibí en mi vida donde el aula era una especie de tribunal, en el cual el profesor juzgaba y los demás acatábamos sentencias.
—¿Cuáles son los riesgos de actuar en una obra que también es dirigida por ti? ¿Se puede ser suficientemente exigente con uno mismo y los demás?
— Es cómo saltar de un avión sin paracaídas, solo puedes aterrizar en una pieza si los que te acompañan en esa caída libre te dan la mano. A la vez debes asegurarte antes de saltar que ellos tengan el equipamiento para aterrizar sanos y salvos. Tiene que haber un verdadero equipo creativo, una democracia teatral, lo cual es muy difícil de lograr y sostener por largo tiempo.
Creo que un director en cualquier proceso debe ser primero exigente consigo mismo, debe aplicarse el rigor máximo a su tarea y, si además actúa, debe saber comprender a los otros y trabajar mucho en solitario para que su proceso de actor no nuble su juicio como líder. Para mí siempre exigencias, creo que demasiadas.
—¿Cuánto le temes o no a las reacciones del público?
— Con el tiempo he dejado de temerles. Es lo que necesito, así sean las más duras, porque hago teatro para compartirlo y comunicarme desde el cuerpo, desde mi espíritu. Escucho a mis espectadores. Nunca termino una obra porque cuando ya está lista para recibir la mirada del público, esta interacción riquísima hace que vuelva sobre mis pasos para que la obra siga creciendo, siga mutando. Público y artista son parte de la obra de arte. No funciona muy bien esta ecuación cuando se tergiversa público por populismo, por producto comercial, por propaganda, eso son residuos de la relación emocional principal: actante-obra-público.
— ¿Cuáles son tus referentes en el teatro, cubanos y extranjeros?
— Tengo varios superhéroes teatrales que vinieron después de mi abuelo y mi madre, entre ellos puedo mencionarte a Meyerhold, Augusto Boal, Richard Scheckner, Stanislavsky, Eugenio Barba y más recientemente Michael Chekhov. En la escena cubana a Vicente Revuelta, Eduardo Martínez y Lola Amores, mis maestros Carlos Celdrán y Raquel Carrió; pero no hay nada más importante en mis referencias teatrales que el juego de mi familia de hacer lo cotidiano teatral, cuando estoy perdido vuelvo a esa casa vieja a encontrar mi camino.
El teatro constituye parte del patrimonio espiritual de la nación, por lo tanto siempre va estar de una forma u otra. Es un diálogo con el presente, con nuestros maestros y los espíritus que nos guían.
—En tu opinión, ¿cómo deben ser los jóvenes creadores la Cuba de hoy?
—Debemos ser actores y nunca espectadores de nuestra realidad social, por muy compleja que esta sea, sin miedos, ni justificaciones para expresar el pulso de nuestro tiempo. Con nuestras creaciones tenemos que labrar algunos de los destinos de Cuba, que nunca podrá ser un futuro ajeno a una tradición y a la idiosincrasia que nos caracteriza.
—¿Nos quieres adelantar algo de tu segundo libro, que está en proceso editorial por Tablas Alarcos…?
—Es precisamente La Caída. Habla de la muerte y el renacer de un héroe, de una manera de interpretar la cubanía, pero también de un director que expone su cuerpo a la necropsia de los espectadores y de los otros actores. Intenta ser un proceso alquímico para hacer renacer a un héroe y explicar una angustia histórica.
—¿Qué importancia le concedes a la Asociación Hermanos Saíz como aglutinadora, impulsora de proyectos y defensora de los jóvenes escritores, artistas e investigadores?
—Creo que es la plataforma principal para los jóvenes creadores y gracias a ella se visualizan muchos artistas. Si nosotros tenemos que preguntarnos qué tipo de jóvenes somos y que queremos hacer por el futuro de la nación, la Asociación debe estar preparada para ese diálogo y creo que muchos de sus directivos asumen esa responsabilidad desde la comprensión, el apoyo y la promoción, venga de donde venga la obra o el artista. Es ella la que tiene la misión de encausar este impulso hacia los mejores puertos.
—¿Principales sueños en el mundo creativo…?
—Tener un espacio para que mi Laboratorio deje de latir dentro mi cuerpo y aterrice en algún lugar donde se cumplan los otros sueños. Hacer una obra donde niños, estudiantes, profesionales, artistas sin formación académica y de otras disciplinas se agrupen en pos de un objetivo, ni docente, ni creativo, sino espiritual que engloba a ambos. Unir todos los fractales posibles para transformarnos en mejores seres, que es una manera más efectiva de obtener resultados humanos perdurables en la sensibilidad de una época y sus creadores.
Entregarlo todo, para que no haya divorcio
A mis profesores.
Por razones borrascosas hace unos años me divorcié de la telenovela cubana; y como buen divorciado, lleno de orgullo, me propuse no verlas más. Sin embargo, ahora escucho rumores, como cuando tu ex se “supera” y te llegan insinuaciones de aires renovados. Estos son los viejos motivos por lo cuales, solo a hurtadillas, veo algún fragmento de la última Entrega, o mejor dicho, de la presente telenovela de la televisión nacional. Pero, como no acostumbro a hablar de mis divorcios, me voy a concentrar en un tema resucitado por la novela y en una visión más allá de ella.
Las telenovelas cubanas han tenido tempestuosas dificultades para tratar con calidad y sin exceso de melodramas la realidad cubana. La última factura ha tenido el mérito de traer a la pantalla un importante debate y decisivo conflicto de nuestra educación y cultura: la enseñanza y aprendizaje de la Historia de Cuba.
Por estar involucrado de cerca en el proceso y ser miembro de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba, me alejo de la hipótesis de la propia novela y me adentro en las convulsas y actuales circunstancias. Conlleva entonces a dolorosas preguntas:¿Qué hemos hecho mal para que los jóvenes desarrollen tanta apatía por la historia? ¿Por qué algunos cubanos discriminan la vinculación de lo patrio con lo cultural?
La respuesta es complicada y se dispersa en la urdimbre de cataclismo que ha sacudido nuestra cultura.
Resalta un problema: Existen diferencias entre los estudios especializados, los testimonios y la enseñanza de la historia y la cultura cubana. Esto parece sencillo pero no lo es. Se mezcla y se confunde y va dejando lagunas amplias, pobladas por el fértil marabú de la ignorancia.
Uno de los mayores retos del país es la capacidad de enseñarse autocríticamente así mismo. No es una cuestión meramente pedagógica; transciende a su praxis cultural. Es innegable que existen millares de investigaciones sobre la historia y cultura cubana desde múltiples enfoques y disciplinas científicas realizadas dentro y fuera de Cuba. El gran problema es cómo sus diferentes actores y la propia Revolución articulan estas acciones. ¿Cómo se puede lograr que tales investigaciones sean atractivas a los jóvenes y no mutiladas en sus aspectos más polémicos?

En cuanto a la enseñanza de la asignatura Historia de Cuba, la educación ha sido el principal canal para articular los conocimientos e investigaciones de alcance y prestigio. No obstante, la tendencia de la actualización de los contenidos, los materiales de estudios, programas… demoran varios años y siguen manteniendo estructuras metodológicas rígidas y la persistencia de los llamados relatos lineales, muchos de los cuales intenta desmontar Entrega.
¿Qué sucede con las innumerables investigaciones pedagógicas y académicas? La mayoría permanecen reducidas al estricto ámbito de las gavetas o archivos, en las bases de datos de prejuicios académicos o, cuando más, en los circuitos de eventos científicos. Aún es exigua la sociabilización de estas investigaciones de carácter público y masivo para trascender a otras esferas, crear empatía y conciencia.
La enseñanza de la Historia se ha convertido en hecho lógica, se parece más a una momia cosificada que a un pretérito sustancioso. Por mucho tiempo hemos esterilizado parte de la cultura en la historia del país, la hemos inmolado por lo épico. Los estudios son monótonos y muchas veces las proezas intelectuales son alejadas.

El predominio de la épica política ha lastrado una buena porción de la historia cultural y social. Y ese elemento, lo veo a escondidas desde las rendijas de mi cuarto, el Profesor Manuel intentando rescatar: la necesidad de una historia nutrida de la cultura en su más amplio sentido (football, música, cocina o cine).
Tal vez dirán que es un soñador, pero si les puedo asegurar que no es el único. Hay un puñado mujeres y hombres, tiza en mano, luchando contra ese monstruo llamado dogma y defendiendo hasta con sus puestos laborales la cultura e historia de este país. Es una asignatura pendiente (literalmente) conceptualizar para los estudiantes cubanos un plan de estudio denominado “Historia de la Cultura Cubana”. Quizás ustedes piensen que será estéril o más de lo mismo. Y este cuestionamiento es parte de la respuesta.
Por estos velos empolvados hoy no entendemos cómo el primer presidente de la República en Armas figuraba hace poco en un cartel por la cultura cubana. Hemos politizado en exceso parte de la cultura, y viceversa, a veces somos víctimas de los panfletos, la propaganda y el adoctrinamiento en detraimiento de la cultura. No siempre acertamos a movilizar con las fibras más sensibles de la Patria. No siempre usamos la mejor adarga para defender el país.
Es una alternativa posible lograr insertar contenidos sobre el propio proceso para transcender más allá de una orientación al programa de estudios de Historia de Cuba. La inclusión de un programa multidisciplinar de especialidades de historia, arte, filosofía, sociología, literatura, cine, teatro, etc., para vislumbrar nuestra memoria y sus posibilidades de futuro.
Aún no se consolida a escala mayor la concepción para que no existan recelos entre la cultura y la academia. Los libros de Tula o Padura, la poesía de Heredia o Guillén, las artes plásticas de Lam o Amelia, el teatro bufo o el de Virgilio, la danza de Alicia o afrocubana y las películas de Titón, Solás o Fernando Pérez, son parte de nuestra cultura y nuestra historia. Su uso alimenta nuestra espiritualidad como nación y hace más potable la metáfora de lo incomprensible.
Mientras esta utopía se acumula en congresos y reclamos, son varios los especialistas que han propuesto investigaciones sobre la apropiación de la historia desde la literatura, la plástica, el cine, el teatro y demás manifestaciones. El éxito de tal alternativa depende en la capacidad de ser reflexiva y poder construir las bases de culturas amplias y libertarias.
Sirva este intento televisivo para honrar a la pedagogía joven, pero no olvidemos a los viejos profesores que lo entregaron todo a pesar de las penurias materiales y aún hoy no tienen nada.
Sin embargo, denoto la falta, precisamente, de este nexo dramático en la novela. ¿O acaso Manuel no se inspiró en otros profesores de más experiencias o no hemos tenidos profesores así en los 60, 70 o los 80? Sabemos que sí, e incluso, en esa época algunos fueron marginados por esos métodos heterodoxos y siguieron fieles a la Revolución.
Todavía no sabemos lo que va suceder al final de la telenovela. Si Manuel triunfa utópicamente, se convierte en el director quiméricoy entra en lo socialmente deseable o termina colgando la tiza, como ha sido el destino de muchos. Pues no olvidar que el dramatizado fue rodado antes del aumento salarial y el protagonista está asumiendo el paradigma del joven y abnegado, pero el desenlace puede inclinar la balanza al desencanto o al éxodo sufrido antes del acontecimiento laboral.
Lo esencial de esta novela ha sido demostrar la necesidad de retirar las barreras mentales de nuestra Historia. También urge escuchar a muchos Manueles que ya existen en las aulas y corremos los riesgos de perderlos entre el desgaste y la decepción.
Por mi parte no les garantizo una “reconciliación matrimonial”, pero sí puedo asegurarles que intento salvar el matrimonio con la cultura y la Historia de esta Cuba y entregarlo todo, para que no haya divorcio.
