Ediciones Ávila


Zona limítrofe en un libro de Ariel Fonseca

Sentado en el parque descubro restos de una mariposa. Una mujer en vestido cruza la calle. Hay una cadena en su cuello, y la mano que toca su hombro es sin duda la misma que se la regaló. En la cadena cuelga una mariposa dorada. ¿Casualidad o es que en este libro todo parece planificado para que una escena sea consecuencia de la próxima? Con estas imágenes comienza la lectura de Restos, del escritor Ariel Fonseca Rivero, que vio la luz en 2018, por la editorial espirituana Ediciones Luminaria.

***

Un poemario donde será recurrente la imagen de la casa. A veces desde el balcón, la cama, el picaporte de la puerta. Pero siempre la casa: unas veces refugio, otras veces cárcel. No podría imaginar el autor que a finales de 2019 el mundo comenzaría a vivir, verso a verso, lo que en este libro describe casi como una predicción:

Voy al balcón         hojas secas      calle desierta

Tengo la sensación de estar viviendo un déjà vu

Una muchacha camina descalza        Algo en su

cara recuerda la muerte  

La soledad, el silencio, serán comparados al pez que mira el paso ralentizado de un dedo por el cristal de la pecera que le sirve como casa-jaula. Otros textos mostrarán imágenes de lo que acontece fuera: se sentará en el parque, saldrá a correr en las tardes, se confundirá con los escasos transeúntes. Sin embargo, cada una de estas escenas dejarán la sensación de imágenes construidas desde el encierro. Las paredes serán cada verso más perceptible.

La ciudad es un perro hambriento/   

Salgo a correr en las tardes/

Los transeúntes van/  

vienen/  

No ha cambiado el ruido/   

el olor de la impaciencia/

el sabor del conformismo/   

que corre por la garganta y nos impide respirar

Al final de este poema dirá, como una confirmación silente del espacio limítrofe y, tal vez, para insinuarnos el por qué de su distanciamiento: “El despertar es lo más duro de vivir”.

Mientras avanzo en la lectura siento que soy unas veces narrador omnisciente, otras el autor o el protagonista. Y es que el libro está escrito en un lenguaje conversacional, narrativo y fácilmente sugestiona por el modo de tratar el tema de la soledad, la enajenación, la prisión que en ocasiones somos para nosotros mismos.

En las altas horas de la noche el protagonista escribe y lee, se mantiene atento contra las trampas del sueño: quedarse dormido puede ser peligroso si la ciudad asecha amenazante.

A las tres de la mañana/

desde el balcón/

grito a la ciudad mi rabia

Podemos hablar de un libro construido desde la intimidad, donde el poeta nos describe con nostalgia las huellas de un amor que, en algunos textos, irá desapareciendo; en otros insistirá en mantenerse a flote como un sobreviviente que se aferra a la última tabla del naufragio:

El día que te conocí

descubrí la tortuga           Las gomas de un auto

habían machacado el caparazón     su existencia

se redujo a un montón de pedazos               que

imaginé un rompecabezas

Hoy       camino a casa        pensaba en la huella

cada vez más tenue

Jamás imaginé que el tiempo fuera capaz de

borrar algo tan fuerte      como una tortuga sobre

el asfalto

(Página 15)

 

Ensalivo el dedo y hago círculos en tu abdomen

Soy más idiota que antes       La vida me ha dado

por querer parecerme a todos             por no ser

nadie     Velo tu sueño como si alguien pudiera dañarte

(Página 26)

Ariel no esconde su postura de narrador. Ha dividido el libro en versos sin que cada poema abandone su conflicto. Sirva de muestra la página 20: la casa recordará los castillos medievales donde cuelgan en las paredes los trofeos de cacería. El autor intentará escapar del interior de la mansión, no sin antes acariciar las pieles de las bestias disecadas y sentir su dolor. Cada trofeo será una distracción inevitable. Al final una voz, que se describe como dulce y que a mí como lector me suena escalofriante, le instará a quedase, a besarla. Y la besará. Quién sabe si por amor u obligado por ser sorprendido huyendo mientras duerme. ¡Quién sabe! Intentará correr nuevamente y nuevamente fracasará. Las pieles y su dolor atraerán sus manos en una manía patológica y retardarán su escape. Al lector le quedará la duda de si “la voz” realmente existe o es la soledad que grita desde todas las esquinas.

Ha llegado la primavera y la gente camina sujeta al suelo por el cansancio, como si el invierno fuera imposible de olvidar. Se notan aburridas y aún así caminan. Los niños se mesen en los columpios y dan la impresión de que todo vuelve, vez tras vez, a ser lo mismo. La rutina y su torpeza llena el espacio. El autor se suma a esa multitud, camina. O al menos eso dice. Tiendo a creer que desde la ventana observa con dolor el paisaje e imagina que sus paredes dejan de ser el límite.

Llego a la última sección. El libro parece cada vez más breve y, sin embargo, la muerte asalta como la única salida del protagonista. La casa ha dejado de ser mencionada, pero es una alegoría que persiste. Ahora soy yo el que observa que los niños han vuelto y el ruido de los columpios es lo único que delata un tramo feliz.

Me movería al parque si no fuera más que otra farsa/

Es medianoche/

En el parque se detienen los columpios/

El olor a felicidad ajena me obliga a vomitar

A veces, acostumbrados a vivir de lo que a otros le sobra, nos negamos a creer que existe la abundancia. Los restos del dolor se anuncian en cada página: los transeúntes que pasean, las paredes de la casa, las bestias disecadas y hasta el invierno que insiste en golpear con sus recuerdos toda la consistencia de la primavera. Las puertas de escape han desaparecido para el último poema y el protagonista reprocha haber despertado. El silencio es desgarrador.


La poesía sin miedo, de frente y luchando

(Presentación del libro: TESTAMENTO DE LAS SOMBRAS de Leo Buquet, publicado por Ediciones Ávila en el año 2021, Premio “Poesía de Primavera” 2020.)

 

…vistes la muerte de ropajes pétreos,

la vistes de ciudad, la desfiguras

dándole el rostro múltiple que tienes…

 

Gastón Baquero, Testamento del Pez

Pretenden muchos resistir el agobio de la vida perdidos en una torre de marfil, o tras el espesor de cierto boscaje urbano que les permita salvar su afán de hipocresía, huyendo oportunamente, cuando la realidad se pone obscura, al refugio donde se amparan todas las atalayas del ego.

Sucede que es muy difícil, por no decir imposible, hablar de literatura (leer poesía) sin implicarse o tomar partido. Negar el testimonio de un acto iniciático, como lo es la aparición del primer libro de un poeta, pudiera estar en el ánimo de quien pretende derivar entre el bullicio grupal y el pertinente silencio, de quien fuga del miedo sin otro ánimo que no sea empujar y no darse golpes.

Aquel que prefiere hablar, no mentir, elije ser entre las sombras y hasta esas sombras llega el eco, la implícita eficacia de estas memorias que recoge sentado en el mismísimo umbral de la penumbra Leo Buquet, para dejarnos absortos, conmovidos, iluminados por el alegato frontal y concreto que le han dictado una multitud de voces, y que él ha recogido en Testamento de las sombras, cuaderno que ganara el Premio “Poesía de Primavera” en 2019 y que bajo el auspicio de la AHS llega hasta nuestras manos bajo el sello de Ediciones Ávila en este aciago año 2021.

Que haya sombras es un peligro. Que las sombras se congreguen y estén próximas, para insinuarnos su legado, sería terrible si no fuese porque lo hacen bajo la égida valiente de Leo Bouquet, quien ha captado sus voces y las ordena en ríos de palabras bien escogidas, sin recovecos pomposos ni imágenes absurdas, apegándose a dos modelos rítmicos que le permiten pasearse, y exhibir su talento, por diferentes variantes estróficas del soneto y la décima; haciendo de lo convencional algo diferente y único; pues único, y muy bueno, es un libro escrito desde fórmulas tradicionales para conquistar la atención de cualquier jurado en un premio de poesía, y se atreve a dialogar sin miedo con el ámbito cotidiano de sus pretendidos lectores.

Dividido en tres etapas: “Nosotros, las sombras”, “Siluetas personales” y “Eclipses de fondo”; este testamento funciona como un argumento de la realidad para burlarse de sí misma, siendo capaz al mismo tiempo de cuestionar su ocurrencia, el sentido de la vida, donde la conspiración y el hartazgo se unen para juzgar lo complaciente, y medir ese hálito de mediocridad que por más que intentamos quitarnos de encima acaba sitiándonos en todos los cuarteles donde pretendemos combatirla.

Así empezamos por descubrir que en una torre están confabulándose los necios allí dónde rondan, juntas siempre, la obscuridad y la luz, luchando cada una por establecer su dominio, por ganar almas, bocas idiotas, dioses terrenales; donde nuestra experiencia consiste en respirar poniendo un orden alfabético a la costumbre del dogma. En esta batalla, en este cerco se aglutina la duda que impregna cada momento del libro, donde Leo Bouquet nos provoca e inquieta, no solo dibujándonos contornos de esas sombras cuya trascendencia germina en el enunciado filosófico y florece en la cínica realidad, sino que también retrata con agudeza y precisión la esencia mediocre del individuo, publicando sus secretos, ventilando sus honores, como si fuesen partículas de sombras entre las sombras.

Esta reverberación satírica, punzante, se disfraza en un aparente delirio empático, salpicada con versos lapidarios que nos distancian del texto conectándonos con la propia intimidad, reflejándonos en las sombras o haciéndonos expresión visceral de ellas allí donde nos advierte de que mentimos por cumplir con el oficio… y mas adelante a la ignorancia nada se le escapa… como un anuncio de que todo es mentira, que la realidad de los titulares y pantallas no es la realidad.

Pero si en esa primera parte las sombras son un arquetipo múltiple, que nos definen como público y personaje coral a la vez, donde la cordura es otra inversión trágica… sin manual de indicaciones, en la segunda etapa del cuaderno Leo Buquet consigue definir los límites de cada sombra, las singulariza bajo el espectro de la noche hermanándolas con la muerte, haciéndolas personificaciones de ella al tiempo que juega con sus atributos cuando afirma el tiempo es el pecado de la muerte. Y quizás sea en estas siluetas más individualizadas donde la procacidad del verso sea más necesaria para disipar el tremebundo engranaje de la muerte jugando con esa máscara que es el tiempo, negando el arbitrio de la corrección (o la seudomoral) al momento de elegir las palabras, y hacerlo de frente, sin miedo como debe hacerlo la poesía de verdad cuando dice la verdad, y no se resiste a cerrar un poema con toda la grandeza y valor que requiere hacerlo con un verso tan exacto como este: el tiempo es otra puta indiferente.

El tiempo, la muerte, las sombras. Este es el camino por el que nos ha traído hasta aquí Leo Buquet, apuntalado en variaciones del soneto, conviviendo con el desafío de una tradición literaria universal que sostiene estructuralmente el discurso de las sombras, amoldándose a sus propios intereses estilísticos, mostrando un oficio y dominio de su contemporaneidad admirables, pero ¿qué hay al fondo? ¿Qué puede verse más allá, después de las sombras y la muerte, fuera del tiempo? ¿Quién es ese rostro cuya calavera se ha visto eclipsada en todo momento? ¿Dónde está Leo Buquet? ¿Cómo hallarlo entre las sombras cuyo testamento ha transcrito?

No hemos terminado de leer.

Testamento de las sombras cierra como Dios manda. Ha generado su propio apocalipsis: la revelación del augur, la confluencia de todos los esbozos creados en un rostro único que tiene el suficiente valor para mostrarse no mostrándose, para hundir su mirada en sí mismo, sin dejarnos verle, ofreciéndonos un paisaje que juega con tres niveles de entendimiento y creación, que nos invita a jugar bajo la máxima de no definirse, de no conocerse, por eso quizás insinúa, Leo Buquet, en uno de los textos de esa tercera parte: No soy yo, soy otra gente perdida en la desmemoria…

Qué buen recurso: el olvido cuando la verdad es transitoria y nos descubrimos en el mejor momento, ese en el que hacemos gala de nuestra ironía certera, concisa como un relámpago; que se sostiene en el ejercicio de la espinela, crudo y casi improvisado, pero recurrente de los mismos instrumentos que hacen de la poesía de Leo Buquet una exhibición total de su oficio depurado y consciente, un manejo notorio del verso como vehículo absoluto de la imagen donde el lector, una vez acabada su lectura no le queda más que preguntarse, ante tanto dolor propio y público, ¿Por qué es que respirar nos cuesta tanto?

Dejemos pues de agobiarnos y leamos esta poesía. Dejemos que nos secuestren las sombras. Dejemos que Leo Buquet nos lea y escriba. Dejemos que la poesía nos llegue de frente, luchando, sin miedo.


Capítulo #16: Fosa Común (Parte I)

(notas sobre la poética de Onel Pérez Izaguirre)

I

¿Cómo se construye una fosa común?

¿Para qué construirla desde la poesía?

¿Será una solución eficaz a la enfermedad del “ser poeta”?

Enterrar esos cadáveres que por alguna razón no tienen sepultura propia en un foso creado desde la poesía, puede minimizar el contagio masivo de la enfermedad que generan. Esta es una acción típica de la guerra. Esta es una acción típica de las utopías. ¿Anonimato? Todo poeta construye fosas para amedrentar el insomnio y la migraña. Todo poeta vive en guerra. Todo poeta es utópico.

Fosa común, también es el libro de Onel Pérez Izaguirre (Contramaestre, 1988) con el cual obtuvo el premio Poesía de Primavera 2017 en la provincia de Ciego de Ávila. Un jurado integrado por Carmen Hernández Peña, Eduard Encina y Luis Yuseff, estimó ganador del certamen a un libro diseñado para dar sepultura a algunos cuerpos del agobio colectivo. Cuerpos engendrados a través de los ciclos de la historia Cuba y la memoria de un poeta.

El cuaderno fue editado por Carmen Hernández Peña, el diseño fue de Lizardo Gómez Cedeño, y la ilustración fue de Andrés Batista. Ediciones Ávila lo publicó en 2018 y, desde entonces, las fosas comunes que describe y construye el poeta fueron públicas para el lector. 

El libro posee una estructura externa sencilla, fácil de recorrer y de comunicar(se). El poeta la divide en tres momentos para que la lectura sea también un descubrir. Una manera de acentuar lo rostros que desea mostrar(nos). Una fórmula para invitarnos a la morbosa acción de componer el cadáver colectivo que se esconde entre estas páginas. Entre estas fosas yacen, también, fragmentos de un poema generacional.  

Foto: Cortesía del entrevistado

 

II

La primera parte, Alcantarillas, posee 13 poemas, los cuales son: Lenguaje directo, Nota oficial, Paso de ceremonia, Trance, Fosa común, Año de gracia, Economía política, La situación, Arte del suicida, Pequeña carta a CH.B., Lobo del hombre, Variaciones en torno a los bárbaros y Último apunte del Diario de campaña.

Estos son poemas sobre la identidad del poeta. Escribe desde la contradicción de la existencia y los significados humanos. Escribe sobre la Patria y la abraza con todos sus defectos.

Mi patria es la contradicción,

lo que está fuera de ella

no sirve y sirva.

(P. 9)

Leguaje directo es un texto que marca la contundencia estilística y conceptual de un poeta que construye fosas, entierra cuerpos y luego los exhuma frente a todos. Aparece una referencia al poeta José Kozer, quien subraya a la Patria como centro de gravedad. Para Onel Pérez, la Patria es el sentido de lo que yace dentro de ella. Su casa, su contradicción y su acción de destruir todo a su alcance. Estas ideas se conectan con el segundo texto, Nota oficial, donde introduce a nuevos personajes: la madre, Lezama, Gorbachov y al gordo (quien medita del otro lado de la pantalla). En este poema se observa la contradicción en el cuerpo del otro. El poeta habita desde la contemplación del suceso.

Mi madre mira el noticiero

y los muros de la casa

se tambalean.

(P. 10) 

La casa es un signo imprescindible en su lenguaje. Allí llegan las angustias y los pesares. El gordo es un extraño tras la pantalla que medita, llega junto a las noticias y hace tambalear la casa con la misma fuerza que tiembla el poeta. Para él, “Morir por la Patria es callar”.

Pasos de ceremonia continua el discurso sobre la resistencia del poeta y sus circunstancias. Admite los sacrificios que están por venir y alerta sobre la pausa necesaria. 

Imiten.

La espiga sigue cosechando frutos,

engorda hacia la multitud,

traspasas dudas.

(P. 13)

Hay que apretar el paso y cerrar los labios, nada cambia. Los pasos de ceremonia son la exactitud a la que se somete un individuo poético/político/normal. Así Onel empieza a mostrar su postura sobre el poder.

El poder desfigura,

hace rodar

cabezas

con eficacia:

una, dos, tres cabezas

cayendo

hacia el poder.

(P. 14) 

Trance es un texto demoledor contra la imagen del poder. El poeta es un espejo frente al golpe, frente a las cabezas que ruedan en dirección al mismo sujeto que las cortan. Fosa común llega entonces como respuesta a esos cortes. Una respuesta que se hace desde la experiencia familiar. Desde un registro a la memoria como motor impulsor de nuestras emociones. El poder está cerca y tiene otras guerras que ganar, debe sobrevivir a la ausencia. 

Crecí sin padre,

como un perro que sangra

por la boca.

 

Nadie siente ese dolor,

sino el poeta cuando preguntan

si existe.

(P. 15)     

Foto: Cortesía del entrevistado

 

Para el poeta la poesía es lo único que no le abandona. La imagen del poder está al acecho, igual que la figura del padre ausente. No se debe embarrar las manos seleccionando un bando, esa acción no sirve de nada. Las fosas comunes del poeta son un espacio para inocular la ausencia con el olvido. Luego llega Año de gracia, un poema que nos reafirma que la primera fosa construida por el poeta es familiar. Un hueco para ocultar el miedo y el dolor de la madre. Un espacio para poder asomar la cabeza sobre el techo y respirar.

Con el pan al cuello

las estrellas caían a ráfagas

sobre el zinc.

(P. 16)

En el devenir de los textos de esta primera parte, leemos el testimonio de un individuo que se siente solo y desmembrado. Alguien que asume que la pérdida es segura y que ha creado su propio miedo. Alguien que asume que escribir puede ser traumático.

Hay referencias importantes a otros poetas a parte de los ya nombrados. Hombres que también cavaron fosas para enterrar cuerpos enfermos y malditos: Ángel Escobar y Charles Baudelaire. Un aspecto que justifica la aparición de estos nombres es la reflexión creada a partir del oficio del “ser poeta”. El rejuego con la maldición del que observa y escribe, para filtrar la realidad a tal punto que sea convertida en poesía. Para Izaguirre, la poesía es el arte del suicida. Es el calvario de una máquina, que a la vez, es un hombre lobo o una carne que grita. Esa poesía se encuentra en su aldea donde los bárbaros han impuesto variaciones en torno a su presencia.

Foto: Cortesía del entrevistado

 

El poema que finaliza este segmento del libro: Último apunte del Diario de Campaña, es una puerta que cierra algunos tópicos y al mismo tiempo abre otros caminos. El poeta ha dotado su escritura de simbolismos que le son naturales a él por su cotidianeidad y su cercanía con la historia local. En muchos cuerpos ha aparecido el héroe en esta primera parte: la madre, los poetas y el hombre que resiste. Pero en este texto evoca al mayor héroe de nuestra historia y eso hace que la heroicidad en sus personajes adquiera otra connotación.

En el fondo Remanganaguas,

las vísceras del Apóstol.

Un caballo jadea

mientras escribo y canto:

«la luz no es para sordos»,

y la penetrante sabana se cierra

para que no entren moscas.

(P. 24)

Martí tuvo su primer entierro en Remanganaguas, allí, según los pobladores, descansa el corazón de la Patria. Muy cerca el poeta vive en su aldea y ve crecer una torre donde ahoga el canto. Donde los bárbaros beben su vino en un silencio que no agoniza.             

Foto: Cortesía del entrevistado