David Martínez Balsa


Fisura de luz

Para crecer fuerte, primero se debe

hundir las raíces en la nada, aprender a

enfrentar la soledad más solitaria (…)

Debes estar dispuesto a quemarte en

tu propia llama… ¿Cómo puedes volverte

un ser nuevo y fuerte si primero no

te transformas en cenizas?

 

Nietzsche

 

De una grieta nacen estos cuentos, dice su autor y automáticamente imagino personaje tras personaje saliendo de la estrecha abertura en medio de una zona árida. Según emergen va llenándose de colores el mustio paisaje. Pasamos de cazador a presa, y viceversa, en el primer cuento que regala Deambulantes: segundo libro publicado por el sello editorial Primigenios, del escritor habanero David Martínez Balsa. Una vez más, la entrega del autor de Katabasis y Minutos de silencio afianza un estilo escritural estribado en la limpieza de una prosa firme, certera, que deja reconocer la pluma de su autor línea a línea conforme avanza.

Naturaleza marca bien la pauta de todo el cuaderno, haciéndonos saber que el entremés deja un gusto a “escudriño psicológico†muy bien llevado con el uso de la segunda persona narrativa, otra de las marcas de agua de Martínez Balsa, quien gusta además de enumerar las escenas en las historias, haciendo de tal maña un artilugio que dota al cuento de tensión, especie de recurso nemotécnico que logra surtir el efecto impacto de forma eficaz. Horacio es el primero que nace de esa hendidura, presto a volvernos caza fácil ante la gracia literaria de su autor.        

 

«Oculto detrás del espeso matorral, aguardas el arribo de tu presa. Apenas cambias la postura; tu respiración, lenta y muy sutil, se funde con el viento, desaparece entre sus murmullos. Te has vuelto un experto en pasar desapercibido. Al principio, eras un manojo de nervios, tan inquieto que hasta un ciego repararía en ti. Meses después, hallas difícil de aceptar la extensión de tus progresos. Ya mereces el título honorario de cazador, sometido a las disciplinas del sigilo, inmune al apuro o a las necesidades básicas del cuerpo».

 

Si alguna duda arribó a tu mente en la primera parada, Andar entre los vivos será el impulso que catapulte tus ganas hasta el final. En este texto asomarán las primeras conclusiones sobre el libro, sin duda alguna, la profundidad de sus personajes, el rebusque constante entre sus más intrínsecas manías y tormentos, será plato fuerte en la obra, alimentando nuestro morbo.

«De pie en el borde del hoyo, Heriberto empuja el cuerpo del oficial, que rueda y se precipita al interior, junto al resto de los cadáveres. Se acomoda bien el anillo en su dedo anular. Luego, empieza a internarse en la jungla, mientras intenta revivir cada paso que dieron los miembros de su pelotón antes de la emboscada, antes de que aquel primer balazo destrozara el pecho del Navaja. Esos pasos lo devolverán a casa, le permitirán convertir esta noche en una historia que rememorar en el futuro; otra hazaña a engordar su arsenal de anécdotas de combatiente».

 

Los cimientos, hace un stop necesario en el libro, una especie de sombra que devuelve el aire al cuerpo cuando se camina agitado.

 

«Después de la placa de la sala, el dinero se fue a pique y el mismo hueco por donde escapó, se trancó y no devolvió nada más. La casa quedó a medio hacer durante casi seis meses. Te partía el alma ver aquel híbrido, mitad concreto y mitad madera, igual a un cuerpo en un largo proceso de descomposición. Los huecos abiertos en el patio para los dados, los arquitrabes de las columnas ya listos, bueno, la mayor parte, porque las cabillas se perdieron del mercado negro; algunos sacos de arena tendidos en el cuarto designado almacén temporal de materiales, el olor a cemento que no se iba sin importar cuantos cubos de agua la vieja echara y le diera haragán».

 

La casa adopta un poco el protagónico en este texto, donde pareciera estar uno batiendo mezcla entre aquellos hombres para fundir la placa, es lo que provoca la cercanía que abraza la primera persona escogida con oficio por su autor. No obstante, pese a la tregua que muestran sus primeras páginas, a medida que progresa el cuento, reaparece el mismo hilo conductor de todo el compendio. La naturalidad de sus personajes hace que sientas cómo te susurran al oído, vas volviéndote cómplice de aquel dato que bien jugaba a esconderse desde el principio y tantas veces se desdibujó para luego unir de a golpe todas las hebras.

 

Miriam llena a uno de una mezcla de sensaciones a las que se hace imposible voltear el rostro. No hay forma de escapar ante el dolor, pitan los oídos mientras la almohada se afinca en la cara de su madre. El hedor que emana del cuento se nos cuela y se aloja en el encéfalo revolviéndonos el alma. El sentimiento de complicidad toca a la puerta, deambulante, y asusta. 

«En más de una ocasión alimentó la idea de detenerse, de apartar la almohada, pero las imágenes del pasado y de su futuro se estampaban una y otra vez contra sus ojos y Miriam solo conseguía apretar más y más. Al notar la ausencia de movimientos y los sonidos extintos, retiró la almohada. Un rostro macilento, roído por los años y las fauces del cáncer, le prodigaba una mirada de horror reforzada por una boca abierta, sin dientes. Miriam le cerró los ojos y colocó la almohada detrás de su cabeza. Se incorporó de súbito, presa de temblores, incapaz de controlar su respiración. Una súbita urgencia de vomitar la dirigió al baño, pero nada aconteció, salvo varias arcadas. Lavó los arañazos en su antebrazo y mientras el agua arrastraba la sangre hacia el tragante, Miriam notó la tensión desprenderse de ella cual una nube tóxica. Pronto, el alivio devoró la culpa y ya los días venideros perdieron la incertidumbre».

 

Uno a uno, sin chance a pestañear, siguen apretándonos fuerte los cuentos de este libro, con esa necesidad tan grande que se siente desde el inicio; es menester que escuchemos con atención, necesita decirnos algo, y lo hace. Hablar de Deambulantes, el texto que da título a la obra, me llena de pena. Un dolor me invade y llegado a este punto no seguiré reseñando en plural, no cabe, y apuesto, sin temor a equivocarme, que una vez avances hasta aquí, tampoco sentirás ganas de alejarte. Expectar desde la otredad, distante, no será una opción.

 

«—Sí, mientras haya alguien allá afuera, en el mundo de los vivos, que se acuerde de ti, que te mantenga en su memoria, pues entonces tus ropas nunca parecerán llenas de polvo, medio podridas, ni tú lucirás descompuesto.

—¿Y si no se acordaran de mí?

—Pues te verás más o menos parecido a la vieja esa. Aunque ella anda bien. No quieras ver los especímenes que me he encontrado yo. Pero no te preocupes, no tienes cara de ser mal tipo, estoy seguro que se acordarán de ti.

—¿Y cuándo no quede nadie?

—Si los tuyos mantienen fuerte tu recuerdo, siempre habrá alguien. Y suponiendo que la cosa se ponga bien mala, no te sofoques, ese proceso es lento».

 

Este, el quinto cuento del libro, hace que el folleto se reajuste el cinturón, acomode la camisa por dentro y apriete la corbata. La confabulación entre el personaje principal y su autor conduce las líneas de la historia, salta a la vista. El dolor se apropia de quien lee, nos vamos sabiendo víctimas de ese mismo derrotero algún día, quizá no muy lejano y una nostalgia tremenda anida en medio del pecho.

 

Bajo el sugerente título de Demonios en túnicas de hombre llega el sexto cuento, remarcando lo que ya en una entrevista comentaba sobre la atinada selección nominal de Martínez Balsa para sus obras. Con nitidez cinematográfica disfrutamos escena tras escena de esta especie de thriller literario que, aunque queda clara su naturaleza fría, no resulta en una crudeza visceral, y eso está bien, el lector siempre agradece las coherencias estilísticas y es que su autor se mantiene comedido ante ciertas tendencias donde lo gráfico tiende a sobrar cuando se ha logrado la atmósfera adecuada para que el mensaje llegue alto y claro.

 

Con ganas de un próximo cuento, debo admitir, arribé a DIRTY BUSINESS regodeándome en la camaradería que sentí por conocimientos afines a la temática, más, una vez en el fin de la primera escena, mis ojos se entornaron y frené de sumar inverosimilitudes en ese alter ego que se impone cuando conocemos a fondo de algo; ya no era posible reparar en tales simplezas, el texto obliga a prestar atención, toda la atención que requiere leer con esmero el ultimo cuento de un libro que tanto nos ha musitado al oído.

 

Con el mismo tono ecuánime de los anteriores, la limpieza estilística que ya va haciéndose notar claramente en la pluma de David Martínez Balsa, el lenguaje coloquial que caracteriza su narrativa sin rozar jamás el filo de los comodines que las jergas pueden ofrecer, ni verbo sensiblero alguno pese a los análisis que asoman en sus textos, con una pincelada de parábola quizá, llega triunfal este tercer libro del joven escritor cubano, cuyas grietas prometen seguir pariendo historias llenas de mundo.


El descenso puede ser también un modo de elevarte

Me asomé a la puerta del libro como quien no pretende hundir mucho la nariz, mas, cuando quise darme cuenta, lo había devorado. Katabasis, compendio de cuentos publicado recientemente por la Editorial Primigenios, EE.UU (2021), del autor habanero David Martínez Balsa, es una de esas obras que de pronto, sin pretensiones de grandeza, sutil, se acerca al lector y lo mira a uno por el filito de la hoja, a ver cuán capaces somos de ignorarlo. Yo me quedé ahí, página dos, quince, sesenta, ciento tres, y no me bastó. La abrí al estilo Cortázar, fui al centro, a un costado, al otro, de atrás hacia adelante. Repasé el orden de los textos, hasta le cambié los exergos, (atrevimientos que como lectores se nos está permitido). ¿Qué buscaba? “El trucoâ€.

Los personajes nacieron ante mí, hombres ya mayores, que brotaron de la página en blanco y manchas, para ir directo a un pasillo de pabellón, bajo el constante hostigue del Capitán Espinosa. Hacían su entrada en escena con una tranquilidad abrumadora, limpios de imposturas, como quien se dirige a paso firme rumbo misión. Cada uno cumpliendo de modo cabal su acometido en ese rol de reos, que su autor definió, sería su mejor traje. Estas bestias a reflejo no necesitan de ti, lector, para que avives su mundo, serán ellos quienes jueguen contigo y tu sentencia, tus convicciones de “bien o mal†sopesando tus prejuicios. Existe en Katabasis una coherencia estilística, una caricia de textos pulidos hasta el hastío, cosas que el buen lector siempre agradece, y de pronto comienzan a revelarse los trucos, percibidos ante manía de escudriño.

El destino de quienes han delinquido es inexorable. Ya no podrán nunca ocultar su pasado: Toda la tierra les es de vidrio (Emerson). Bien lo saben ellos, protagonistas de estas seis historias, cuyo hilo conductor se desarrolla entre las agonías del encierro y los quince minutos de descanso, luego del almuerzo. La columna vertebral del libro pudiera definirse en tres relatos: Katabasis, La flor más bella en este jardín y Toda la Tierra de vidrio. Una especie de “pena por familiar cercano que sufre†te invade apenas chocas con estos cuentos, que tan conocidos pudieran resultarnos cuando el protagonista del primer texto, asoma dejándose ver desde distintos planos en los otros dos relatos. El nivel de realidad que abordamos no más abrir la primera página, se sostiene de inicio a fin, tal como si cerráramos la verja de casa y de pronto viviéramos la vida de estos presos a través de una vecina, te dice cómo le va a su hijo, quien ya está próximo a la condicional; o un hermano que te cuenta en cartas las peripecias del “tanqueâ€.

«Oculto en su búnker, el joven no quita los ojos del negro. Está esperando que haga algo. Algo que si llegara a ocurrir, él intuye que pondrá fin a su ritmo cardíaco supersónico, a los temblores en sus manos y a la respiración entrecortada que no ha sido capaz de subyugar a su propia voluntad. El hastío lo empalaga y quiere que llegue la señal que espera».

Ha llegado carne fresca a la prisión y “el Pisa Flores†prepara su jugada. Mas es de imaginar que no está solo, alguien ya entretiene sus deseos mientras la lujuria por someter a otro chico joven va ganando espacio dentro de sí. Esteban, protagonista de esa vértebra intermedia, será quien nos muestre otra óptica ante el fin inesperado de Katabasis. La retrospectiva uniforma el libro, dotándolo de un bien llevado recurso con el fin de no entregar las armas de golpe, manteniendo las historias en ese aire de dato escondido que al final, sin excentricismos, resulta óptimo.

Veredicto, tercer cuento, es un open eyes dentro del libro. Narrado en segunda persona del singular, avizora no solo la muda sino el sentir que se aproxima, donde el malo parecerá el bueno y viceversa, reafirmando eso que, aunque lugar común, todos sabemos cierto: “es cuestión de posturaâ€, nada habrá en este mundo más subjetivo que el tener que hacer de Dios, la obra nos lo recuerda.

«—¿Y cómo vas a resolver el problema, entonces, eh? —dice — ¿Invitando al tipo a que salga? Tú sabes que eso no va a pasar.

No sabes qué responder. Él se te acerca y coloca su mano en tu hombro.

—Déjame eso a mí —lo ha hecho rápido, pero estás seguro de haberlo visto guiñarte un ojo —. A ese cabroncito lo encuentro yo. En estas cuatro paredes no hay chistoso que se me escape».

Y vuelvo sobre La flor más bella… porque las escenas en este cuento abofetean varias veces al lector, con una serenidad envidiable a la hora de propiciar un golpe. ¿Quién no quisiera llegar y propinar una galleta en mitad del rostro y quedarse tan a gusto? Bueno, eso pasa mientras se lee hoja tras hoja el relato. Si Veredicto había sido un “open eyesâ€, este es un “clouse your mouthâ€. Vuelvo y repito, la excelencia del texto no radica en el uso de técnicas, su as es la sensibilidad con que han sido creados los personajes y aquello que pretenden transmitir al lector sin ánimo de moraleja. En este cuento hacemos una búsqueda a lo más hueco del ser humano, nuestras perversidades, estados de conciencia inducidos por la resignación, esa de la que tiramos cuando sabemos que nada más nos salva.  

«—Mira como ando de nada más pensar en lo que viene por ahí —dice el Pisa Flores, cerrando los ojos —. Apriétamela, dale. Eso, suave.

Esteban sabe que debe hacerlo suave; sus manos, pese a la finura que las distingue, siguen siendo las de un hombre. El primer día que respondió al pedido de apretar el miembro del Pisa Flores, lo hizo con mucho fervor. El bofetón que vino después aun hoy lo persigue cual un profesor tenaz, para recordarle las consecuencias de suspender este examen».

El cuento que cierra da la impresión de haber sido creado con ese fin, carga sobre sus hombros el peso de todo el libro. En él se reúnen los elementos de los que se valió el autor para hilar sus historias. Capítulo a capítulo mudan los narradores, haciéndonos danzar retrospectivamente entre contrastes, quizá necesarios para experimentar sensaciones tal cual el hombre del relato. La fluidez en los diálogos nos vuelve parte de las escenas, transfigurándonos de espectador a personaje conforme avanza la narración pausada que caracteriza a toda la obra.

Martínez Balsa, en este, su segundo libro publicado, se afianza de una voz que ya venía marcando pauta en Minutos de silencio, pero que sin temor a dudas encuentra solidez entre los textos de Katabasis. Descender al infierno, donde el paisaje no será más que barrotes, puede tener también su suerte de otero. David lo sabe y avanza al ruedo, seguro, como carne de exconvicto.


La intransigencia de los lectores salvará tu libro

David Martínez Balsa confía en los lectores: en su libertad de elegir, en su intransigencia, en su mirada crítica. Solo los lectores son capaces de salvar los libros y, por tanto, también a sus hacedores. Para David, un lector es más que un aliado; forma parte también de la estructura propia del texto y, sin ellos, las palabras no son más que hilo unido a otro hilo semejante. Conversar con David es también un pasaje al mundo de la fabulación…

En la escritura, en la creación, ¿qué consideras sea esencial o indispensable?

Persistir, no desfallecer ante los retos que imponga el acto creativo. No negaré el rol esencial que juega la inspiración en todo creador, pero si algo aprendemos es que la musa no siempre nos acompaña al abordar nuestras obras. Súmale a ello las desilusiones, los tropiezos y las dudas, todos obstáculos siempre al acecho. Por eso, encuentro indispensable la voluntad del creador para construir su obra; enfrentarse a la página en blanco, el lienzo, la partitura, aunque cada partícula de su ser intente llevarlo en la dirección opuesta. Arrancar, sin detenerse a esperar la inspiración. Esa fuerza, el ímpetu de seguir batallando, lo lleva grabado todo creador en su ADN, sin dudas.

¿Puede ser mesurable la calidad de un libro de poesía o de cuentos, o esto depende de las sensaciones, emociones, experiencias, referencias y del mundo estético personal de cada uno de los lectores?

Me encanta esta pregunta, pues a mi juicio, tiene un poco de trampa. Yo, en lo personal, siempre aspiro a llegarle a los lectores, provocar una sonrisa, una lágrima o al menos la satisfacción de haber disfrutado el libro al que eligieron dedicarle su tiempo. No existe mayor alegría que se te acerque alguien que haya leído tu novela o libro de cuentos y te diga cuán placentera le resultó la experiencia. Claro, siempre existirá una dualidad de opiniones, habrá apoyo y detractores, y eso lo encuentro igual de bien; pues, como creador, te pones a disposición del juicio del público al entregarles tu trabajo. Si la mayoría de las opiniones te favorecen, pues celébralo; de lo contrario, levántate, aprende y sigue.

Por supuesto, existen estándares literarios, críticos especializados, jurados de concursos, quienes abordan el tema desde una perspectiva más imparcial. No obstante, por muy fríos que intentemos ser a la hora de evaluar una obra para emitir un dictamen, a veces el lado humano prevalece; la parte que siente y se conmueve ante un cuento que, tal vez, otros hallaron falto de elementos que sus contrincantes sí poseen. Estos detalles hacen difícil llegar a un consenso a la hora de premiar o reconocer un texto (hablo en caso de un concurso literario). Todo libro necesita una estructura sólida, fuerza en las técnicas narrativas, un lenguaje limpio (pues no vamos a pedirle a quien nos entregue un poco de su tiempo que se lea un libro en el que no hayamos dejado hasta la sangre con tal de construirlo lo mejor posible) pero, en mi opinión, no puede faltarle ese ingrediente que lleva al lector a brincar, casi sin darse cuenta, de la acción de leer a la de sentir. Eso es magia y quien pueda provocarla, no sé si su obra tendrá calidad en el más estricto sentido de la palabra, pero para mí merece aplausos.

¿Es posible definir qué es la creación? ¿Podrías aventurar tu definición personal?

Difícil, pero déjame intentarlo y ser lo más breve posible: te diría que es una adicción saludable. Placer y al mismo tiempo tormento. Es una necesidad que llevas dentro, que no para de perseguirte; incluso cuando estás creando, sientes ese apremio, una especie de frenesí que disminuye, pero no cesa del todo.

¿Cómo transcurre tu proceso creativo? ¿Cómo piensas la estructura o arquitectura de un libro?

Por lo general, escribo de noche o en las mañanas, aunque prefiero las noches: hay más tranquilidad. En ocasiones escucho música, otras no (depende de lo que me pida el cuerpo); eso sí, no puede faltar la compañía del café y el cigarro. A veces arranco una historia sin saber en qué acabará la cosa. Todo empieza por una escena, un personaje, o algo tan simple como una frase. Llegan de golpe y enseguida me siento frente a la computadora y trato de llevarlo todo a la página, sin saber bien el rumbo que se va dibujando mientras avanzo. Hay otros momentos en los que la historia cae completa y anoto enseguida los detalles, no vaya a ser que la musa me traicione si la descuido mucho. Siempre escribo tres versiones de un libro: la primera es un desastre, un rompecabezas armado a todo tren. En la segunda, abordada desde una perspectiva más fría, estructuro el libro lo mejor posible; trabajo los personajes y las escenas al detalle, elimino los excesos innecesarios, intento darle coherencia y realismo al texto. En esta versión invierto más tiempo, pues es la que entrego a mis lectores de confianza. Ya con las críticas que recibo, pulo una tercera versión hasta dejarla lo más digna posible de ser leída.

¿Cuánto valoras el contacto crítico con los creadores de tu propia generación?

Si algo aprendemos todos los que pasamos el Onelio es lo esencial que puede llegar a ser la comunicación con los creadores, ya sea de tu propia generación como de cualquier otra. El beneficio del contacto crítico es mutuo y para nada debe desestimarse; se obtienen lecciones vitales y que pueden ayudarte muchísimo en tu proceso creativo, así como incentivarte a crear.

Recientemente acabas de obtener el Premio Boti por un libro escrito para niños y jóvenes…

Amarrados al puerto, el libro que mereció el Premio Regino E. Boti, es un cuaderno de cuentos escrito en el 2020, durante los momentos más difíciles que se vivieron ese año por el coronavirus. Los cuentos que lo componen tratan precisamente este tema, vistos desde el lente de sus personajes, todos niños que viven las vicisitudes propiciadas por la pandemia, sin escapar también a las implícitas en el tránsito de la niñez a la adolescencia. En el libro se abordan temas como la soledad, el abuso físico y emocional, la inseguridad y el temor a no ser aceptado por tus características, todo fundido con las dificultades impuestas por la pandemia y lo que ello conlleva para un niño. Te confieso que nunca esperé que obtuviera premio y el galardón ha sido una muy grata sorpresa. Ahora mi anhelo es que el libro termine su viaje y llegue a los lectores lo más pronto posible, para que ellos den la última palabra.

Como escritor, siempre he preferido el realismo, aunque en ocasiones abordo el fantástico y la ciencia ficción (géneros que disfruto y respeto muchísimo). Creo que, como escritores, nunca debemos dejar de experimentar, de atrevernos, de probar nuevos horizontes y géneros y demostrarnos a nosotros mismos que sí se puede. Salir del área de confort, arriesgarse. El estilo propio se cultiva mediante la lectura y sobre todo, la escritura constante. Yo, en lo personal, aunque tengo mis preferencias de estilo, sigo en la búsqueda. Este libro fue mi segundo intento de alejarme del género que usualmente practico. El primer intento llegó con Los Caciques, una novela juvenil que obtuvo mención en el Edad de Oro 2020 y que la Editorial Gente Nueva me hará el honor de publicar, contando con la edición de la excelente Gretel Ãvila. Y ahora este librillo. Ambos han sido muy importantes, pues han marcado un cambio en mi forma de abordar la literatura y me han hecho comprender lo complicado que es el género infanto-juvenil y con cuánta delicadeza debe recorrerse ese terreno, pues escribir para niños y jóvenes se las trae… Sí, mi escritura está en constante cambio y ojalá sea para mejor.

¿Crees que el oficio del escritor es el más solitario del mundo? ¿Por qué?

El oficio en sí, en su núcleo, es y debe ser solitario. Necesitas estar solo para dar vida y orden al cúmulo de ideas que tienes en la cabeza, pidiendo a gritos que las lleves a la página en blanco delante de ti. Esa tarea requiere concentración, disciplina y soledad. Ahora, ya culminado el proceso creativo, el escritor, como todo ser humano, debe escapar de esa burbuja y socializar: en esto incluyo el diálogo crítico con otros creadores, compartir su obra con lectores de confianza que le ofrezcan su opinión. El oficio es solitario, quien lo practica no necesariamente tiene que ser una persona solitaria.

En los años que llevas de carrera literaria has recibido no pocos premios, ¿cuánto importan estos en la vida de un autor? ¿Son acaso un tránsito más, uno necesario, si se quiere publicar con algo de facilidad?

No negaré la importancia de los premios literarios, pues además de atraer el foco sobre tu obra y elevar los ánimos, te permiten la realización del sueño de todo escritor: la publicación de su trabajo. Ahora, no debemos convertirlo en el Santo Grial, pues se corre el riesgo de una innecesaria decepción cuando no ganamos y ello vuelve más difícil el levantarse tras la caída. Te lo digo por experiencia, pues me he quedado al fly en muchos concursos (y todavía me faltan unos cuantos ponches más). De los premios debemos llevarnos dos cosas muy importantes. Primero: si ganas, celébralo, disfruta cada segundo del privilegio que le han entregado a tu trabajo. Y segundo: si no ganas, no te atrevas a menospreciar ni a tu obra ni a ti como escritor. Rendirse no se vale, le debes a tus libros seguir insistiendo en publicarlos y, sobre todo, seguir escribiéndolos.

Para dialogar con el lector de su tiempo, ¿la obra debe parecerse a ese tiempo, a esa realidad, o debe poetizarla, transformarla en algo más? ¿Cuál es tu apuesta?

Prefiero una mezcla de las dos opciones que ofreces. No hay motivo para que una novela o cuento, con sus transformaciones, embellecimientos y detalles que puedan resultar hasta fantasiosos, no guarde relación con su tiempo; eso sí, el escritor debe entregarle al lector las herramientas para hallar la conexión entre ambos. 

¿Crees en el fatalismo geográfico? ¿Existe aún ese fatalismo para los jóvenes autores cubanos, pese al avance paulatino que han tenido las redes sociales en nuestro mundo?

En parte, sí. Las redes sociales y su impacto en el mundo han ayudado a muchos autores jóvenes cubanos a dar a conocer su obra no solo a nivel nacional, sino internacional (el tuyo es uno de esos casos) y creo que es maravilloso cuántos autores cubanos están publicando en revistas extranjeras o son reconocidos por editoriales de España, Latinoamérica, incluso de Estados Unidos. No obstante, ese horizonte recién empieza a expandirse y todavía tiene espacio para más. Lo que es digno de celebración es que estén abriéndose poco a poco las puertas para que la literatura cubana sea más reconocida a nivel mundial. Hay que seguir insistiendo.

En tu experiencia, ¿cuáles son los valores de la narrativa actual? ¿Es posible aventurar la opinión de qué sobrevivirá o no al paso del tiempo?

Hay mucho potencial en la narrativa de nuestros tiempos; sobran talento y ganas de trabajar. Creo que la pandemia ha puesto a prueba muchas determinaciones, y entre ellas cuento el afán de la literatura por crecerse ante los obstáculos. El ánimo de los jóvenes autores (y los no tan jóvenes también) es contagioso. Entre el 2020 y el 2021, las redes sociales han cobrado un auge indiscutible y basta darse una vuelta por internet para conocer el interés, el apetito y la promoción que disfruta la literatura hoy en día, la disposición a defenderla a capa y espada. Escritores, editores, casas editoriales, los organizadores de certámenes, jornadas y peñas literarias, nadie ha dejado de trabajar, a pesar de las duras circunstancias; al contrario, se han superado. Así que me atrevo a decirte que, mientras sigamos escribiendo, leyendo y disfrutando de lo que hacemos, la narrativa sobrevivirá a lo que sea.

A tu criterio, ¿cuáles son las principales herramientas, materiales o espirituales, de las que debe estar dotado un buen escritor?

Las principales herramientas de todo escritor (y me limito a repetir lo que tantos han afirmado) son la lectura y la escritura incansables. Una cosa complementa a la otra. La lectura, otra adicción saludable, te entrega todo un arsenal de herramientas con las que afrontar el oficio. Por otro lado, escribir, así sea un párrafo al día o si te parece un desastre lo que acabaste de teclear, permite conservar la agilidad en la mano. La perseverancia es también esencial y, por supuesto, la capacidad de escuchar y saber trasladar a tu obra las críticas sinceras que recibes de quienes te leen.

¿Cómo sería tu lector ideal? ¿Qué le pides a ese lector a la hora de enfrentarse a uno de tus textos? ¿Cómo te gustaría ser leído?

Que sea despiadado conmigo, que no me perdone en lo absoluto. Al final, su intransigencia salvará mi libro. Son increíbles los errores que cometemos los escritores en medio del vuelo creativo y no existe nada más maravilloso que el hecho de que te señalen la barbaridad que eludió todas las revisiones al texto. Gajes del oficio de los que nos salva ese lector o lectores ideales. A ellos les pido lo que me gustaría oír de todos mis lectores: la verdad. Si no lo disfrutaron, aprenderé. Si les gustó, me doy por satisfecho. De todos modos, siempre agradeceré que le hayan dedicado su tiempo a mi trabajo.

Más allá de la página en blanco, ¿quién es David Martínez Balsa?

Quienes conocen a este desconocido saben que es tímido, de pocas palabras, aunque cuando le da por hablar, su novia lo manda a tomar agua para que refresque la boca. Tomo café con sed de dragón y echo humo también como uno. Los días trato de repartirlos entre la familia, mi novia, el trabajo y, claro está, la lectura y la escritura, aunque admito que desgraciadamente no siempre de forma equitativa o justa. En pocas palabras, David es un joven que trata de escribir un poquito mejor cada día y busca impulsar sus libros hacia el fin del viaje: el lector, que ojalá disfrute tanto de leerme como yo de escribir ese librillo que logró llegar a sus manos.