Antologías


La danza de las palabras en la luz: un pacto entre narración oral escénica y literatura (+ video y podcast)

Como aedas de la luz y el viento van guiados por un hilo invisible que los conduce por la calle Maceo de la ciudad de Holguín, una arteria que conecta la mágica casita del cuento, en las faldas de la Loma de la Cruz, con el número 121 de la céntrica vía, en cuyo segundo nivel tiene la joven literatura cubana un oasis luminoso.

De cómo Ediciones La Luz y la Compañía de Narración Oral Palabras al Viento se unieron en simbiosis que vuelve a la palabra danza, canción, e insufla vida al libro desde las sonoridades de las voces de los narradores, cuentan sus artífices.

Esta plática transcurrió en la sede de Ediciones La Luz, en vísperas de la primavera. Queríamos conversar de cómo se cumplen los sueños. Fermín López habla bajo, con un chisporroteo de satisfacción en los ojos, ha de ser por la historia que ahora lo desborda. Es el director de la agrupación, única de su tipo en la ciudad:

“Desde nuestros inicios quisimos estar vinculados al trabajo de los escritores, principalmente los de las provincias. Nacimos en Holguín, donde hay compañías de tanto prestigio como el Lírico, el Guiñol, Codanza y, por tanto, donde lograr posicionarse, obtener reconocimiento, tener un lugar dentro de la cultura de la provincia y el país, es difícil.

Nuestro vínculo, casi desde los inicios, con Ediciones La Luz y conocer a Luis Yuseff, el director de la editorial, fue muy importante y colaboró a que Palabras al Viento se ubicara en el lugar que tiene en estos momentos, porque todos saben de este sello y su certera selección de textos y autores. El hecho de darnos la posibilidad de empezar a crear con sus publicaciones hizo que nuestro trabajo fuera creciendo y tuviera cada día más valor y una factura artística acabada”.

Yordanis Sera está a mi diestra trae una gran agenda con apuntes. Es integrante de la compañía y me cuenta anécdotas conmovedoras y tiernas, todas no caben en este relato. Es enfático cuando asegura “creo que no coincidimos solamente por estar en el mismo camino. Nuestros trabajos tenían que encontrase, como vanguardistas, como generadores de una visualidad hermosa, por la búsqueda del atractivo para seducir al público.

Retoñando en La Luz

Esta confluencia nos lleva a perpetuar amistad y relación de trabajo, así llegamos a nuestro primer proyecto juntos, Retoños de almendro. Luis Yuseff, siempre nos motiva y nos reta porque desde La Habana, a donde fuimos a participar en el festival Primavera de Cuentos, Mayra Navarro nos habló de Retoños, no teníamos en nuestras manos ese libro y llegamos aquí con el “bicho” de encontrarlo.

Pablo guerra, en grabación de audilibro Retoños de almendro/ cortesía del entrevistado

Esa literatura de autores cubanos nacidos a partir de los 70 no formaba parte de nuestro repertorio como narradores. Entonces Luis Yuseff nos llamó y logró despertar en Fermín la pasión por la idea. Creo que ellos mientras hablan van viendo lo que desean lograr y hasta yo mismo veo lo que se arma y gesta ahí. El audiolibro Retoños de almendro nació así, de una chispa que se prendió.”

“Este proyecto está pensado, más que todo, para un público infantil que tiene limitaciones y que demanda una enseñanza especial: los niños ciegos y débiles visuales” (1), aclara Luis Yuseff, tras una taza de café. Todo el tiempo ha estado escuchando nuestro diálogo tripartito, escoltado por sus infaltables caracoles, cuadros, originales enmarañados y recuerdos de sus amigos de todas partes. Rompe el silencio para acotar: “El audiolibro entra en la colección Quemapalabras. Pablo Guerra y yo la ideamos con la intención de preservar la memoria de la voz, pero Retoños… ya no tiene las voces de los autores como en los audiolibros anteriores de la editorial. El propósito de acercar esa obra a los niños para los que estaba dirigido merecía otros añadidos que fueran más allá, por eso acudimos a un grupo de profesionales que no acostumbraba a lidiar con una cabina de radio, pero sí con un público amplio. La condición siempre fue que se respetara en la grabación el texto tal cual”.  

“El trabajo con Pablo Guerra como director fue una experiencia grandiosa, él llegaba a grabar con todo pensado, también fue muy divertido, existieron muchos encuentros y desencuentros, pero, finalmente tuvo éxito,” resalta Yordanis.

Todo no quedó en el éter. Estos textos fueron a la escena y recuerda Luis Yuseff que “la puesta tiene una visualidad que los niños a los que se destinan los audiolibros no pueden disfrutar, pero hay otros públicos que también merecen la belleza de esta representación que no se resume nada más en buenas actuaciones, salidas ingeniosas, los colores del vestuario, sino en una puesta que es coreográfica”.

Ya antes Yordanis me ha mostrado en su gran libreta de apuntes, algo que dijo Fermín hace unos días y es que “la narración oral es una expresión teatral con estructura danzaría”. Todo coincide con la mirada del poeta-editor sobre los actores. Y esto distingue a Palabras al Viento, su ritmo, el tempo, la forma grácil de moverse en la escena.

Yordanis Sera en grabación de Retoños de almendro/ cortesía del entrevistado

Con ese singular modo de expresión “vino un espectáculo que fue Premio de la ciudad, con autores del catálogo de La Luz: Alabanza para una ciudad, donde Fermín logra que el vestuario se convirtiera en elemento escenográfico dentro de una puesta de narración oral. Fue un espectáculo exitoso y hermoso”, rememora Yordanis.

Retoños también está versionado para pasacalles y aclara Fermín que “es muy difícil para un narrador trabajar en espacios públicos porque la narración es a viva voz. Para Palabras al Viento se convirtió en algo sencillo porque teníamos una iniciativa que se llamaba Cuenta cuentos en movimiento y entrábamos a las instituciones de la ciudad a narrar.

Sacamos cuentos de Retoños y fue genial. No teníamos la banda sonora que habitualmente nos acompaña, eso nos obligó a sustituirla por guitarras, claves maracas, y era el mismo cuento, pero en otro contexto.

Y como árbol de raíz persistente Retoños… retoña en un proyecto audiovisual de la joven directora de televisión Eylín Abreu. A la vuelta de media vuelta piensan llamar al programa que prevé de trece a quince entregas con los cuentos del libro interpretados por estos actores.

Abrazos y confesiones

Los pactos entre Palabras al Viento y Ediciones La Luz no van solo dirigidos al público infantil. “Luis Yuseff nos retó con El libro de los abrazos, de Eduardo Galiano”, dice Fermín y sonríe cómplice: “siempre tengo la suerte o el privilegio de que él me de los textos enmarañados, así puedo ver el proceso y eso enriquece mi mundo de creador. Cuando comencé a leer este libro me di cuenta de que era muy complicado lo que me estaba pidiendo hacer. No era un juego creativo como en otros casos. Los textos de Galiano son sintéticos y breves y para llegar a los cuarenta y cinco minutos de espectáculo era necesario trabajar quince o dieciséis cuentos. Entonces pensaba en cómo iba el público a digerir tantas historias pequeñas y me llevó mucho trabajo armarlo, pero el resultado fue fantástico. Se utilizaron todos los recursos de la escena, algo que parece muy distante de nuestra especialización, donde el narrador casi nunca usa todo el aparataje del teatro.

Fermín López en escena/ Autor: Carlos rafael/ cortesía del entrevistado

En esa obra a la que llamamos Confesiones, cada puente está enriquecido por tecnicismos. Trabajamos muchas imágenes que van apoyando cada texto y eso le dio cuerpo al espectáculo. Para mi tiene una magia increíble y nos acabó de posicionar en un lugar soñado. Y lo que ha acontecido con el público es asombroso.

De mi maestro Nelson Dorr aprendí que lo más importante para un espectáculo es el efecto final y este tiene un efecto final sorprendente. Para mi es de los espectáculos más retadores y elaborados que tenemos hasta el momento.     

El vestuario fue diseñado con mucho tino. Es una tela que casi nadie quiere utilizar, guinga, y fue porque no había otra, pero pensé, son cuadros, están enmarcados, es muy difícil distinguir uno del otro, como a veces es difícil entender el texto, hay muchas transparencias en los diseños porque estamos descubriendo cosas, diciendo otras que en un momento no se podían decir, además el peinado y maquillaje tienen que ver con la línea estética y concepción del espectáculo mismo”.

Puede parecer barroco a algunos el modo de presentar a los narradores, con fantásticos atuendos y elaboradas escenografías. Mas, la eficacia comunicativa del texto narrado que se sostiene en los recursos del teatro es de efectos perdurables, extraordinarios. Entonces ¿por qué habría de privarse en la escena a la narración de las posibilidades expresivas de tales herramientas? Indago.

Fermín me explica que “la escuela de narración oral ortodoxa tenía reglas como que los narradores solo debían vestirse de negro o blanco, estaban despojados de los tecnicismos de la escena y solo tenían como arma potente la voz; después la narración se fue nutriendo de otras expresiones y existe el temor de que las personas empiecen a llenar sus espectáculos de otros elementos y se pierda el cuento.

“Pero el cuento te brinda aperturas para las otras manifestaciones del arte. Cuando no haces un análisis profundo de él no las encuentras. Eso lleva un estudio para que fluya la apertura a otras artes y estas se empasten con la historia. Pero siempre digo que independientemente de lo que utilicemos hay que respetar el discurso del cuento, es la única ley”.

Esto me resulta muy claro cuando Yordanis declara que “la narración oral es como un trasvase del texto escrito al oral, de la literatura a la escena, donde se reinventa la historia y se entra a un proceso de cocreación con el escritor. Cuando la palabra está bien dicha, el vestuario y lo demás no la dañan porque está bien danzada, bien escrita, bien armada”.

Al respecto agrega Fermín que “hay autores que uno trabaja y respeta fielmente el texto, en el caso de El libro de los abrazos, nos ajustamos casi todo el tiempo al texto original y fuimos creando una historia a nivel de imágenes, paralela a este texto que se articula a él, y esta historia es la que hace que el público se acerque y se aleje y se reinvente la historia misma”.

Los narradores aseguran que esta obra los aproximó al público joven como ninguna hecha antes. Tal vez por eso se han animado a multiplicarla, según confiesa Fermín: “estamos trabajando en Confesiones 2, que se pondría consecutivamente en escena en dos días. Tendrá otro diseño de vestuario y concepción de montaje. Ya tenemos una selección de textos”.

Cuando brota el musgo

Volviendo a los inicios mis interlocutores me recuerdan que las colaboraciones entre estos equipos creativos continuaron con “Dice el musgo que brota”(2), un audiolibro que recoge una parte de la antología de igual nombre y de donde sale un personaje que tomó vida propia y forma parte de otro espectáculo”, dice Yordanis.

“Este segundo audiolibro es distinto totalmente del primero, que se trataba de cuentos, con un cuerpo amplio donde se podía jugar con la historia. Son poesía. Textos muy cortos, resultado de una selección que hicimos en conjunto, que resultaba un reto porque era el trabajo de diploma para graduarse del ISA del director, Héctor Ochoa. No obstante, lo disfrutamos mucho.

En su caso nos enfrentamos a otra dinámica de trabajo, con gran flexibilidad para trabajar, conocía dónde quería llegar con cada texto, pero daba un margen para crear, proponer cosas. En ambos audiolibros nos sentimos muy bien. Cada uno con sus características y ahí está el resultado”, especifica Fermín.

“Hemos hablado de la posibilidad de insertar en la escena de la puesta de Dice el musgo que brota, la exposición de las ilustraciones en grandes piezas que acompañan al libro”, añade Luis Yuseff.

Y como es de sabios agradecer, añade: “todo esto siempre ha tenido el apoyo de las becas El reino de este mundo de la Asociación Hermanos Saíz. Siempre habrá que agradecer a los amigos que nos han apoyado, entre ellos, Jeremy Harris, músico australiano. Y hay que acotar que estos audiolibros se han distribuido de manera gratuita”.

Reflejos

La extensión del Sars-cov 2 han limitado la presencia en las tablas de la compañía holguinera, pero ellos buscan modos de hacerse escuchar siempre junto a La Luz. Yordanis anuncia que grabarán cuentos de la colección Espejo (3). “Luis nos convocó, en la era del WhatsApp, a grabarlos y ya tenemos algunos”. Estos audios se distribuirán por las distintas redes sociales y plataformas en las que se insertan la editorial y Palabras al Viento.

Los sueños, el futuro, lo alcanzado

Y así se cruzan los caminos de ambos empeños. Aquí se hacen libros, allá se narran, entre ambos se construye la fascinación por la palabra. Luis Yuseff augura “los vínculos entre la editorial y la compañía han estado matizados por libros que dentro de nuestro catálogo son los más importantes y atractivos para el público.

Retoños de almendro y Dice el musgo que brota son dos antologías importantísimas dentro del panorama literario cubano. Ambas antologadas por Eldys Baratute, y con el valor añadido de ser ilustradas por artistas plásticos de todo el país.

En el caso de Retoños fue el primer libro de la editorial que tuvo todos sus interiores en cuatricromía. Entrábamos a una nueva era. Fue la primera tirada que superó los 6 000 ejemplares para un título de un sello perteneciente al Sistema de Ediciones Territoriales, pensada para el trabajo de la risográfica y las limitantes propias de dicho sistema de impresiones. Pero este se convirtió en un proyecto que sumó una exposición itinerante, juegos de postales y una de las campañas de promoción del libro y la lectura que tuvo a los muchachos de la Casa del Cuento como protagonistas, y fue el primer audiolibro que se grabó dedicado al público infantil.

Retoños de almendro abrió una puerta que no se cerrará. Marca un antes y un después en la proyección de Ediciones La Luz, porque lo que vino luego fue El libro de los abrazos, una idea largamente acariciada que se logró gracias a la amabilidad de Ivonne Galiano y Eduardo Heras León, un libro que atrajo hacia La Luz la atención de un público que tal vez no sabía que existíamos, y luego estuvo Dice el musgo que brota, un libro muy parecido al concepto de Retoños… y toda la campaña que generó, pero tiene el añadido de que nos trajo por primera vez el Premio de la Crítica Literaria y también Premio de Edición en la Feria del Libro en Holguín.

Por último, la colección Espejo, una de las más buscadas y reconocida por un Premio Especial del Lector en la última Feria Internacional del Libro en La Habana. Esta es una colección atractiva también ideada por Eldys Baratute para celebrar la unión de dos generaciones de autores en un mismo volumen”.

Ante los logros comunes no parecen satisfechos. Los narradores, el poeta editor, sus compañeros y cómplices continúan en el inveterado arte de buscar lo imposible para los otros.

“Ellos seguirán trabajando con el catálogo de la editorial”, declara Luis Yuseff convencido y convincente. “Van a permanecer los vínculos porque estos nexos de Ediciones La Luz y Palabras al Viento siempre están relacionados con libros que en la luz marcan hitos”.


Generación de antologados en tiempos de soledad

El título de esta reseña (Generación de Antologados) es una de tantas definiciones utilizadas a lo largo de la novela La soledad del tiempo, del escritor cubano Alberto Guerra Naranjo, para referirse a una generación definida por las circunstancias de su tiempo, como cualquier otra, pero con situaciones singulares. 

A primera vista pareciera que no necesita una reseña más, un escrito más después de tantos que se han publicado en los últimos años acerca de ella; sin embargo, una vez leída por este servidor, me queda claro que aún necesita otras –no importa cuántas– si se trata de ubicarla entre las mejores novelas escritas en los últimos 20 años de literatura cubana.

Su eje central es el entorno literario de la isla, no su lado agradable, sino esos fantasmas reales que acechan la espiritualidad del escritor y, por consecuencia, el resultado de su trabajo, y el mapa mentiroso que se va creando a partir de un entorno donde el amiguismo, los favores, el sexo, la mediocracia –entiéndase esa tratada por Alain Deneault en su libro de igual nombre– que apela a la protección entre mediocres (yo diría inferiores) con el único objeto de protegerse y prevalecer por un tiempito en nuestras letras nacionales, o más bien sus arrabales, sin esforzarse por dejar la vida en la oración.

Semejantes agresiones a una historia letrada no serán jamás adoptadas por textos como este de Guerra Naranjo, más bien extraídos y llevados a juicio literario y moral. Cito y citaré más adelante otros por ser inevitable, un párrafo de esta novela:

“Las historias que pienso escribir no serán nuevos bodrios para las letras nacionales. De tantas malas páginas y de tantos escritores ridículos el lector se cansa. Mi novela debe ser mi sangre y mi paz. Ah, Walter Benjamín, qué claro estabas, no es la forma ni el contenido lo que importa, es la sustancia, sólo la sustancia.”

Los extremos de ese eje que mencioné son, por un lado, Sergio Navarro, un escritor de a pie que nos representa a todos: aquellos que no nos prostituimos por un puesto de poder, ni una antología para desesperados, ni ponemos la mirada en el Trono de Hierro, que intimida desde Desembarco del Rey por un viaje.

Un Jean Valjean caribeño marcado, no por la cárcel, o un obstinado y muy equivocado en sus principios Javert, sino por el sol implacable, los 10 pesos en el bolsillo, los sueños, los principios correctos y seres como el que habita en el otro extremo: Emilio Varona, funcionario acostumbrado a acumular beneficios y repartirlos según le convenga.

Este Emilio es la antítesis de Sergio. Entre ambos, pasan ante los ojos del lector historias hermosas por bien narradas, pero esencialmente duras como solo pueden serlo cuando se escribe desde el dolor. Trescientas y una páginas y 34 capítulos que bastarán, supongo, para cualquier estudioso de nuestro mundo letrado, en el futuro, cuando quiera comprender los males de un sistema literario que pide a gritos una actualización, un acercamiento a la forma en que se mueve el mercado (sí, acabo de escribir mercado), para salvarse del desamparo en que mantiene a sus mejores nuevos escritores, a costa de algunos autores, no todos, por debajo de la calidad media en un país que presume de un alto índice cultural. Treinta y una páginas que al fin han resuelto un problema: tanta literatura sobre escritores (últimos 20 años) demasiado centrada en complacer precisamente a los escritores:

“Este mundo literario, me dije mientras prendía un cigarro (después de almorzar no hay nada mejor que un cigarro), tiene demasiadas zonas que no son literarias. Escribir bien no basta. Desencadenar toda una estrategia de horas, de días, de años frente a la página en blanco, es sólo el comienzo. Después, aunque se consiga cierto éxito, llegan como al náufrago de un barco ahuecado, imprevisibles avalanchas convertidas en un mar de sombras.”

La soledad del tiempo hace ver a muchos de los más recientes escritores, algunos de la autoproclamada Generación Cero, por ejemplo, como eternos aprendices que se perdieron en la estrategia promocional y jamás en las páginas.

Los malnacidos, o mal remunerados escritores, los que no pertenecieron a un grupo literario que se entregó premios y espacios para la promoción de su basura, los que no han sido señaladas mujeres que sonríen a todos y encuentran entre el Todo al intelectualoide que la llevará a giras y antologías y promoción vergonzosa, los que no pertenecieron a talleres de dudosa enseñanza, arcaica enseñanza, esquemática enseñanza, los solitarios, los que iban al Coppelia a tomar su helado pensando cómo ubicar su novela dentro del circo, y no acompañados de aduladores embriagados de vino barato y té de manzanilla, esos, repito, los solitarios y desprotegidos, ya tienen su novela:

“¿Habría pasado el genial Julio Cortázar por los mismos pasmes que a él le sucedían? ¿Habría comprado cigarro a menudeo a un viejo renqueante, que contaría el dinero con una calma increíble antes de echarlo en el platico del bisne? ¿Habría sabido qué coño era bisne, qué coño cigarro a menudeo? ¿Habría arrastrado un colchón por la ciudad por tirarle un cabo a dos marginales? ¿Habría trabajado alguna vez de CVP, en alguna empresita de París o Buenos Aires? ¿Habría corrido detrás de un extranjero para tumbarle unos fulas e ir tirando? ¿Habría pasado los mismos trabajos para escribir una cabrona palabra? El viejo trajo los cigarros y se quedó mirándolo.

— ¿Algún problema, muchacho?

— Nada, Prendes, pensaba un poco.”

Esta novela está escrita desde el dolor, lo mencioné antes, y es posible que sea la versión artística del sufrir que ha experimentado Alberto Guerra en diferentes épocas, mientras bebía samagón de patatas, entiéndase vino de papas de a cinco pesos la botella en aquel Período Especial. En su casa a la espera de un verano mejor, mientras The Others arrojaban toda serie de ruidos que le erizaban la piel pero no lograron quebrarlo.

Carece además, La soledad del tiempo, de alardes estilísticos innecesarios, de palabras rebuscadas, y muestra con lenguaje directo, preciso, lo que se quiere mostrar. Me hizo olvidar estructuras y me atrapó en la mencionada sustancia. Querida sustancia, ausente en muchos libros sin la presión de un embargo, sin regulaciones o planes, ausente en tantos y tantos libros por falta de bomba y talento, y malas gestiones desde la editorial.

Papeles al viento, no así en esta novela que como fenómeno de nuestra reciente literatura ha logrado la reedición en tres ocasiones, rompiendo así con un esquema presente en nuestro sistema editorial donde al estar sometido a planes no es dado a reconocer el impacto de un libro mediante la reedición, sino a continuar con los siguientes en el llamado colchón editorial.

Pocos libros rompen ese esquema y muy pocos desde la calidad literaria. Quizá también esta novela se extiende más allá del anaquel porque representa a muchos, es colectiva y no individual. La individualidad es algo marcado en muchos textos recientes en la literatura de la isla. Algunos exponentes de la autoproclamada Generación Cero están marcados por una literatura individual, donde los intereses son inclinados hacia el autor y sus socios, llena de situaciones que a pocos interesan, no literarias a veces, solo de su inmediata cotidianidad y por efecto poco interesante al lector universal.

He escuchado que hay quienes le señalan a La soledad del tiempo que su mayor defecto es ser una novela para escritores. Eso solo puede afirmarlo quien no ha notado, o no quiere notar, la crítica implícita al racismo (Capítulo Sudoroso), el retrato de una sociedad donde hay maleantes y oportunistas, jineteras circunstanciales y no solo prostitutas de oficio, estafadores, un ensayo sobre el suicidio (Capítulo 27. Hospital) que me hizo recordar los múltiples ensayos que alberga esa obra universal titulada Los miserables, de Víctor Hugo.

Incluso hay un tratamiento peligroso del sexo, extremo cuando de literatura se trata, zoofilia incluida (Capítulo 10. Ay, Atencio, compadre). Es cierto que si se es un escritor cubano se entenderán guiños y situaciones implícitas, explícitas, que alguien ajeno al mundillo literario no alcanzaría a notar de inmediato, pero dudo que al terminar la obra no haya sido bien ilustrado acerca de ese mundillo; y eso es precisamente lo que la buena literatura hace, ilustrar, de no ser así, para qué leer.

Esta es novela incómoda y continuará haciéndolo:

“Los Novísimos, para mi gusto, eran una triste generación de segundones, de tipos incapaces de escribir lo que hacía falta, de cómodos mamalones de la teta institucional. No habían hecho una sola novela con vergüenza, un solo libro de cuentos que valiera, y como poetas resultaban incoherentes, caprichosos, experimentales a pulso, iconoclastas en apartamentos de microbrigada…” 

“…militantes de la mariconería organizada, del lesbianismo chato, víctimas de antologadores de ocasión, pastos de eventos literarios, pirañitas de concursos acoplados, plañideras frente a la injusticia de los viejos escritores atrincherados en sus cargos públicos…”

“… escribían a favor o en contra del gobierno, pero sin miaja, sin bomba, sin demonio. Jamás protestaban, ni pronunciaban una queja coherente, eran incapaces de concertar una buena reunión por cuenta propia, perseguían a los editores extranjeros, caían como palomas a sus pies y se acomodaban a las exigencias del mercado con una desvergüenza increíble. Hablaban mal unos de otros, se ponían trampas entre sí, cáscaras de plátano entre sí, para lograr, por ejemplo, un simple viaje a una feria del libro.”

Tampoco escapa a esta excelente mirada crítica dividida en capítulos la burla en la que se han convertido muchas citas literarias en la isla, repetitivas, dispuestas para promocionar muchas veces a quienes no merecen ninguna promoción, eso y más se refleja en el capítulo 30: Reunión de Escritores.

Ahora, esta dolorosa vuelta por las miserias del mundillo literario, y el otro mundillo que nos toca a todos, viene desde un lenguaje hermoso, no minimalista a lo cubano –¡gracias a Dios!–, sino suelto, natural, sincero, sobre todo sincero y original, sí, eso, original, distante de la cuestión repetitiva que nos invade cuando de nueva literatura se trata. Y, sobre todo, entretenido. No puedo creer que acabo de escribir esa palabra en una reseña, la escribiré de nuevo: en-tre-te-ni-do. Es claro que el propósito estuvo en la mente del señor Guerra:

“De nada vale aburrir a los lectores, ¿para qué cansarlos, para qué agotarlos? De nada vale competir con el colega inmediato y perderse en la niebla del corrillo literario, es preferible, mil veces, llegarse al Madoka, buscar una pareja entre esos hombres de pueblo, entre esas criaturas de visión insuperable, y jugar la partida de turno como si fuera la última. Eso es ser maestro, eso es ser Juan Rulfo, no más que eso. Gracias.”


La poesía es el territorio de la concisión

En la poesía de Verónica Aranda viven los adioses y las bienvenidas, una fabulosa cartografía de viaje que es también la cartografía del alma humana frente a las circunstancias cambiantes de la vida. Verónica ha sabido recoger, en el poema, el mapamundi de la experiencia: para ella, el verso es sinónimo de ese territorio de la concreción donde todo, efectivamente todo, es contemplado con lupa. [+]