El misterio del relojero

Reparaba el tiempo en el silencio de alguna mesa. Aguada de Pasajeros era para él un oasis que negaba la existencia de otros desiertos y mantenía al relojero ocupado en manecillas durante y después de todas las estaciones.

Pero aprendió que ciertos misterios no son tan exactos como los mecanismos que impulsan péndulos, y encontró creaciones capaces de mover también el espacio de maneras diferentes y sonoras.

En 1990 surgieron las primeras canciones, quizá menos precisas, pero como fieles y antiguos jeroglíficos encerraban el enigma de sostener sobre sí la divinidad de una civilización.

Algunos lo catalogan como la voz más tierna de la trova cubana, y no les falta razón; otros, destacan un lirismo inigualable y fuerza poética en sus canciones, y de igual manera aciertan.

Ariel Barreiros es unos de los trovadores cubanos más relevantes, aunque la promoción y presentaciones en escenarios claves digan lo contrario. Es un buen amigo al que conocí, antes en canciones, y luego como el más simple de los mortales.

Un día viste tocando a un viejito que iba mucho a tu casa y así te entró «la cosa». ¿Cuán de poderosa resultó ser esa imagen (o transición) en tu vida?

Se llamaba Horacio Acea y era un trovador tremendo, no componía canciones pero interpretaba toda la trova tradicional cubana, el filin y el repertorio de la mejor música latinoamericana de una manera impresionante. Siempre lo recuerdo borracho y con la guitarra a cuestas, muchas veces la dejaba en mi casa y al otro día la venía  buscando desesperado, la verdad es que ese hombre fue el que me metió el virus de la trova en la sangre. Decía haber conocido a Miguel Matamoros, a Sindo y a otros trovadores emblemáticos, una vez le hice una canción pero luego la deseché cuando fui madurando porque me pareció mala, algún día quizás me salga algo que celebre mejor a aquel viejo.

¿Aún sigues siendo más el «relojero que el trovador del pueblo»?

No, afortunadamente eso ha ido cambiando con el tiempo, me ha costado muchísimo pero ya la gente me reconoce más como lo que soy en realidad. Me paran más por la calle para preguntarme qué estoy haciendo, dónde toco y cuándo, que para darme relojes a reparar, aunque a veces suceden las dos cosas a la vez, es inevitable en un pueblo tan chico.

Muchos trovadores actuales poseen una formación autodidacta, y tú pasaste de relojero a trovador. ¿Qué particularidades a la hora de realizar una carrera puede encerrar este hecho?

La cosa con los trovadores a mí me parece que está más en lo que uno le dice bomba, corazón, talento…, el nombre que se le quiera poner. Si tuviste la suerte de tener una formación musical más o menos completa pues mejor, pero si no te tocó ese extra mínimamente necesario pues olvídate de todo el solfeo, la armonía, la guitarra que toques, la poesía que hayas leído.

En los últimos tiempos tenemos casos tremendos que lo juntan todo a la vez y es cuando te encuentras con un tipo como Leonardo García que marca una diferencia del resto. Yo soy uno más en el grupo de los que aprendimos lo poco que sabemos a golpe de fusilarle temas a los maestros.

Insertarse en el escenario trovadoresco cubano, cimentado desde el siglo xix por figuras como Pepe Sánchez, Sindo Garay, Miguel Matamoros, además de todos los intérpretes que sobrevinieron después con la Nueva Trova, presupone un esfuerzo, quizá, doble. ¿Cómo aconteció para Ariel este suceso?

La verdad Melissa es que yo nunca me lo planteé de una manera tan trascendental. Las primeras canciones te confieso que las hice a regañadientes y casi obligado por un amigo poeta y otro teatrista que me oían cantando a Silvio como un poseso a toda hora y me dijeron que probara a hacer algo mío, que no tenía nada que perder y así fue.

Después no pude parar, como dice el mismo Silvio: me fui enredando en más asuntos, cuando vine a ver tenía 20 canciones y como es lógico quería que las oyeran. Primero castigué a los amigos y luego lo hice de una manera más pública. Un día me enteré de que existía una asociación que promovía el arte de los jóvenes y así fui a dar a la AHS donde me hice realmente trovador. Allí me encontré con la gente de mi generación, y a la vuelta descubrí que fueron ellos mis verdaderos maestros. Lo demás fue cantar donde me dejaran y el tiempo pasando, hasta hoy.

En una ocasión catalogaste tus canciones como ingenuas. ¿Se trata de un discurso intencional?

Ese apelativo de ingenuas se lo escuché por primera vez a un periodista en un artículo con motivo de la presentación del disco trov@nonima.cu y yo de ingenuo me lo dejé endilgar como si fuera un elogio. Era la primera vez que escribían sobre mí en un periódico así que lo que dijeran a mí me parecía fabuloso. Tanto se repitió ese concepto que en algún momento hasta yo mismo lo acepté con cierta naturalidad y en alguna entrevista desafortunada lo admití como cierto.

Tengo todo tipo de canciones en mi obra y no le veo nada de ingenua, la verdad, cada palabra en mis canciones esta ahí después de mucho ganárselo. Aquel periodista se precipitó a generalizar habiendo oído solo dos de mis temas iniciales y ese estigma me ha perseguido mucho tiempo. Luego cambiaron «ingenuo» por «tierno» para suavizarlo y fue peor, ninguno de los dos me gusta pero parece que tendré que cargar con ellos.

Seguidores de tu música y críticos elogian en tu obra la poesía en las canciones. ¿Te consideras, mucho más, un poeta que canta?

Los que dicen eso, aún con la buena intención, que se agradece, no saben muy bien de lo que están hablando. Yo solo soy un hacedor-cantador de canciones y nada más. Respeto demasiado la poesía en su estado puro para ser tan pretencioso. Si algo poético hay en mis temas no seré yo quien lo niegue, pero es gracias a los poetas y no porque yo me sienta poeta. ¡Ojalá!

¿De cuáles poetas te sientes más cercano al punto que pueden haber moldeado tus creaciones?

No sé si al punto de moldear mis canciones, pero si tuviera que mencionar a uno solo de los poetas que he leído, ese sería Eliseo Diego. Claro que llevo en mi corazón a muchos más, de todos he aprendido porque soy un consumidor fuerte de poesía, pero Eliseo es a quien siempre regreso.

Una vez dijiste que viviste mucho tiempo apartado de lo que en materia musical hacía tu generación. ¿Eso te dio margen para componer alejado de toda corriente, tal vez con un sello único, o crees que te afectó en algo?

La verdad es que ese tiempo en que solo conocía a Silvio, a Pablo y acaso a Serrat solo duró —poniéndole mucho— tres años. En la época en que hice ese comentario eso parecía mucho tiempo, pero viéndolo desde hoy no es ni siquiera un metro del trecho que llevo caminando este trillo. No creo que eso haya afectado demasiado mi promoción ni ayudado a crearme una manera distinta de cantar.

Si algo de particular hubiera en mi obra habrá que buscarle otra razón, quizá el sitio donde crecí y donde vivo todavía, que no es precisamente el medio ambiente usual de un trovador. 

Has participado en eventos de teatro callejero en Colombia, en el Festival de la Juventud y los Estudiantes de Venezuela, has estado en Bolivia, Argentina, España… ¿Cómo ha sido el enfrentamiento con otros públicos?

Lindo, distinto y, a ratos, triste porque te preguntas cómo puede ser que el público real de la trova cubana no esté en Cuba. En Colombia yo viví la tremenda experiencia de una plaza completamente llena para un concierto mío, nadie sabía quién era yo, solo sabían que venía de Cuba y que era trovador.

¿Crees que la trova continúa siendo una misión para las disqueras?

La trova como yo lo veo no es solo una misión para las disqueras, es un estorbo, y así seguirá siendo mientras no cambien el concepto de mercado y otro montón de cosas que hacen a la trova un producto menor y por tanto desechable. Cualquier día se van a desayunar con otro Buena Vista Social Club de trovadores cubanos, y entonces a correr, porque canciones hermosas son lo que sobra ahora mismo en Cuba.

¿En qué radica, para ti, la utilidad de un trovador?

Somos, a mi entender, una de las tantas formas de ayudar en el mejoramiento de lo humano. Tampoco es para creernos el ombligo del mundo ni nada parecido, pero si logro que alguien, una vez, tararee un solo verso mío y le resulte de algún provecho, pues la verdad es que me siento muy útil.

¿A qué se debe la lucha contigo mismo de colocarle como título a algunas canciones el primer verso de las mismas?

Es quizá un problema de holgazanería intelectual. Cuando termino la canción me doy por vencido con ella y me cuesta dedicar tiempo a encontrarle un título sugerente. Entonces, para que no suceda que la pobre se quede dos años sin título, lo que hago es ponerle como empieza y listo. Al final, si una canción va a ser mala no importa demasiado que el título sea una genialidad.

Una canción para Frida y Diego (2008) y Una canción para Miguel (2009), concursos convocados por el Centro Pablo, son algunos de los premios alcanzados por Ariel. Por el segundo de ellos fue invitado a España con el motivo de las celebraciones del centenario de Miguel Hernández.

Ariel es tal vez un guardián de Pompeya, sigiloso y valiente, o un hombre que avanza medio lento hacia el destino que moldea la explosión de las cuerdas de su guitarra. 

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