Tarde para no creérselo

Como quien entra a una sala de Historia Universal, uno se adentra a la muestra escultórica Tarde para no creérselo, de Luis Enrique Milán Boza, con la misma necesidad de conocimiento con la que se va a esos santuarios del devenir humano que son los museos.

Se trata de una exposición compuesta por seis piezas de gran formato que, más allá de ser representaciones de su imaginario personal, son símbolos tomados de varias religiones y escuelas filosóficas, y forman parte de la exposición Zona sagrada, serie que estuvo expuesta por un buen tiempo en la galería Collage Habana, durante 2019.

Zona sagrada, a su vez, es el resultado del premio alcanzado en la IV Edición del Evento Nacional Post-it y la beca de investigación sobre artes visuales Juan Francisco Elso, de la Asociación Hermanos Saíz (AHS). O sea, es una obra conocida por el público, pero no por ello menos interesante.

¿Qué se pretende con este juego retórico entre forma y contenido? Pues, entre otras cosas, sacar a la luz los fantasmas de la razón que produjeron esos “monstruos” hermosos en la vida del artista.

Lo consigue Milán con una maestría que supera toda credibilidad. Moviéndose entre el realismo y las figuraciones surrealistas, y empleando la resina y el barro como materiales de soporte.

Así, domina tanto este arte milenario que pareciera un escultor de los tiempos de antes de Cristo, al entablar porfías con los dioses desde lo tridimensional. Y sale airoso, porque sorprende y engalana, con su arte también arquitectónico, ornamental, cualquier salón en el que se presenta, como el de la galería Azagaya del Comité Provincial de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

Pareciera cuestionar todo lo que ha sido pan de la fe. Pareciera decirnos, desde su arte, que si existen Cristo, Eleggua, Buda, Medusa, entonces somos los insignificantes que contemplan y luego escogen a quién adorar.

Y es, también, como si a este artista no le bastara el universo para tener fe. Porque si cree en algo, dejaría de creer en lo otro; y si se fiara en lo otro, se perdería la fe en todo lo demás. En fin, también la serpiente que se muerde la cola está entre sus figuraciones.

BudaCon este busto de Buda, Milán demuestra que es un perfeccionista con el acabado de sus piezas

Por otro lado, Boza es perfeccionista con el acabado de cada pieza y no termina hasta que no está convencido de que lo ha dado todo. Con un equilibrio casi perfecto entre la forma y el contenido, nos regala bustos, rostros, manos, cabezas, con toda la carga semántica concentrada en el gnosticismo del mundo.

El escultor no se afana en descifrar la condición del universo, pero sí nos dice que el arte consigue lo que los libros y la noche permiten a los hombres: reinterpretar la realidad.

Si una de sus preocupaciones en el plano artístico es no llover sobre mojado con sus obras, sí habría que mencionar que Ciego de Ávila tiene varios exponentes, sobre todo, en la Literatura, que han anclado una parte de su obra en estas temáticas. Me viene a la memoria, verbigracia, el libro Kármicas, de Ibrahím Doblado del Rosario, publicado por Ediciones Ávila y que juega con este universo místico filosófico, reinterpretando la realidad cubana.

En cuanto a la forma, en la cuerda de las artes plásticas, solo recuerdo el cuadro de Elías Henoc Permut, Yahvéh es el ojo de los cien mil dioses. Sin embargo, la manera en que Milán Boza juega con el simbolismo y la escultura es sui generis.

Acompañan la muestra unos dibujos en aguadas que también recrean la representación escultórica, pero que, además, parecieran detalles sacados de las mismas.

En su juego creativo, Milán cuenta desde el plano dimensional algunas cosas que se le quedaron por decir. Por ello la Medusa y el Cristo se presentan con elementos numéricos y con otra visión.

iconoLos íconos universales se reinventan en esta muestra

Milán es un artista visual con un currículo aún en desarrollo, con mucho potencial. Es egresado de la academia Raúl Corrales de Ciego de Ávila, y de nivel superior en Arquitectura de la Universidad de Camagüey. Tiene doble membresía, en la UNEAC y la AHS; aboga por los espacios expositivos y por serle fiel a su obra, a su manera de pensar.

Bienvenida esta representación filosófica y materialista de Luis Enrique y ojalá sus esculturas sigan dialogando, para siempre, desde los salones de todos los museos del mundo. Soy de los que creen que no es tarde para creérselo.

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