Más de un siglo de iconografía martiana

Recuerdo cuando niña el cuadro de Martí que había al fondo del aula. Un retrato solemne, en el que se nos presentaba como ya nos había enseñado la maestra, siempre vestido de negro y con la mirada fija. Al lado, unos zapatos rosa que habíamos hecho entre todos, la mariposa de papel y unos versos que imaginaba sencillos. Demasiado serio pensaba. ¿Y este hombre escribió La Edad de Oro? No puede ser. ¡Ese cuadro necesita colores!

Pasarían años hasta que otra vez en un aula, ya estudiante de Historia del Arte, descubriera que aquel retrato era una copia del pintado por Menocal en 1902, uno de los primeros que se acercarían a la figura del Maestro. Descubrí también que después llegarían muchos más, con diversos estilos y técnicas. Encontré varios retratos de Martí, cuya visión plástica era como la que mi imaginación de niña me hizo sospechar. Aunque admito que el cuadro de Menocal no necesitaba más colores.

Y es que Martí es la figura revolucionario de mayor protagonismo en la iconografía plástica cubana. Pero «¿cómo habría de ser pintado él mismo, de qué modo sutil, moderno, esencial, podría hallar su iconografía una correspondencia mínima con el hombre que se quería todo pincel y todo luz?»[1] En los primeros cuadros, como en el caso de Menocal, el héroe es representado desde el tecnicismo académico y la búsqueda de un realismo casi siempre estricto. Con la llegada de las vanguardias artísticas y su búsqueda incesante de la identidad, la figura de José Martí sería, junto al paisaje, la forma ideal de vindicar la nacionalidad. Así, Arche nos regala un Martí noble, tan cercano y natural como el paisaje que lo cubre al fondo. Sereno, vestido de blanco, con una mano en el pecho y otra sujetando su propio cuadro, en un gesto misterioso pero sublime. En tanto, la pintura de Carlos Enríquez no solo se aparta de la solemnidad de Menocal o de lo subliminal en Arche. Carlos Enríquez muestra a un Martí en apariencia frágil. Herido, envuelto en una agitación de luces y transparencias está el hombre intrépido que se lanzó al combate, acaso a la muerte.

El triunfo de la Revolución provocaría un profundo cambio en todos los estratos de la sociedad cubana. La historia, vista como actitud y replanteo se convirtió en uno de los temas más singulares de la cultura cubana. Lo cierto es que a partir de entonces Martí será un tema recurrente y lo veremos a veces insolente, travieso en otras formas, dogmático, pero cada día más humano, más cerca de sus artistas y su pueblo. Los años 60 y su fervor y jubileo popular aportaron una de sus visiones más espontáneas y alegóricas. Del pincel de Raúl Martínez brota un Martí todo luz y color. Desde la asimilación del arte pop el creador muestra al héroe seriado, pero en el que cada contraste de luces y colores deja entrever también distintas fases y expresiones del hombre.

En la década de los setentas, entre grisuras y desencantos, «Martí suele aparecer  como un hombre sin conflictos, que ha de ser tocado con engañosas manos de seda; pátina fetichista contra la que reaccionará la escandalosa sinceridad de los años venideros»[2]. Los años ochenta, conocidos por el renacer en las artes, mostraron una fortísima desacralización de los héroes. Martí es representado alejado de himnos y consignas, pero desde el homenaje sincero. Juan Francisco Elso, en su obra: Por América, esculpe un Martí mártir, con el cuerpo perforado. Pero el de Elso no es un Martí débil, avanzando entre dardos machete en mano, el de Elso es un Martí guerrero, irreverente. «Hay una imagen de Martí antes de Elso y otra después».[3]  En los años siguientes la iconografía martiana seguiría en ascenso y cada vez se muestra más auténtica. Martí compañero, cederista, comandante, de blanco o de negro o desnudo. Martí vivo.

Nelson Villalobos, Kamil Bullaudy, Alexis Esquivel, Tomás Sánchez, Alejandro Aguilera, Agustín Bejarano, Sandra Ramos, Alicia Leal, entre otros. Cada artista, como cada cubano, tiene su Martí. Los tuneros también se han acercado a la representación pictórica del Maestro y no pocas veces le han dedicado jornadas expositivas y salones de arte. Desde las diferentes maneras de hacer y soportes, la imagen del más universal de todos los cubanos ha llegado a las galerías tuneras. Leonardo Fuentes, Alexander Lecusay, Rogelio Ricardo, Jesús Vega Faura, Lester McCollin, Gustavo Polanco, junto a otros jóvenes que han encontrado en los Salones 19 de Mayo y Homagno una oportunidad de expresión desde la visón martiana. Entre ellos Baire Cartaya, Fernando Estrada, Raúl Leyva y Yahiron Villalobos, que con su obra Solo va al alma lo que es del alma, muestra un Martí espiritual, donde el color se diluye, se opaca, y el diálogo con el espectador se vuelve más íntimo. Daimí Silva, en su obra El fruto de Martí, dibuja al Apóstol en una güira, material alternativo que no solo simboliza cubanía sino resistencia. En el Martí de Yamila Coma, los rasgos del personaje-mujer, característico de su obra, se funden con los del Héroe.

Martí, al decir de Lezama, es ese misterio que nos acompaña. A 171 años de su natalicio se transmuta en el imaginario de un pueblo que lo ha hecho suyo según sus experiencias. Y es que a José Martí la mayoría de los cubanos lo conocemos Héroe. Desde niños su imagen nos acompaña en el cuadro del aula o en la imagen de un libro. Pero a quien se acerca un poco más no tarda en revelársele poeta, crítico de arte, periodista, amigo, confesor, hombre, luz. Captar la esencia de un ser humano excepcional, más allá de sus rasgos faciales, no es tarea fácil, y nuestros artistas han creado una iconografía martiana tan amplia como diversa.

 

Notas:

[1] Rufo Caballero. Agua bendita, p. 123. Editorial Letras Cubanas, 2009.

[2] Ibidem.

[3] Ibidem.

 

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