Esto no es una elegía

El libro Rostros nos pone de cara a esos sentimientos que a veces por manidos nos resultan invisibles, o de los que, en su defecto, nos escondemos por lo que remueven. Y es que el libro toma como pretexto el vínculo afectivo entre una y otra persona (y a veces otras) y todo lo que estos encuentros pueden provocar.

Su autora es Lisbeth Lima Hechavarría, santiaguera, bióloga y especialista en Antropología Física. Es graduada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, vicepresidenta de la AHS en su tierra natal, y se desempeña, además, como colaboradora de La Jiribilla, Caimán barbudo, Portal del Arte Joven Cubano, Revista Somos Jóvenes, entre otros. Sus cuentos y poemas han sido publicados en antologías y revistas de Cuba, Venezuela, Francia, España, Colombia, Argentina, Austria, Polonia y Estados Unidos.

Tal es el caso del libro que nos convoca hoy, que estuvo a cargo de la Editorial Primigenios, radicada en Miami, en el año 2021. Y que es, además, el primer libro publicado de Lisbeth.

El exergo de Rostros constituyen los dos primeros versos de un poema del escritor cubano Jorge García Prieto:

Me quito el rostro y debajo

hay otro rostro y lo quito.

Tengo un rostro que está inscrito

y un rostro con que ultrajo

el close up de cierta foto.

Tengo un rostro que es ignoto

de tantos ser a la vez.

Hoy llevo un rostro al revés

encima de un rostro roto.

La metáfora alude a los rostros como máscaras detrás de las que nos escondemos, y en este sentido es intención de Rostros no permitirlo. La autora busca desnudar las vivencias subyacentes en las experiencias del amor, el erotismo, las relaciones afectivas. Un acercamiento que se gestiona desde los sentimientos de sus protagonistas, y también, desde la mutabilidad que en este sentido es propia de la naturaleza humana.

Hay mucho dicho sobre estos tópicos, son rostros inscritos, sin embargo, con el close up que constituyen cada uno de estos cuentos a determinadas fotos sobre la sexualidad, Lisbeth busca ultrajar, poner de revés, romper, esas maneras trilladas, obsoletas de ver la sexualidad, y de verse a uno mismo como ser sexuado.

Los 15 cuentos funcionan como un espejo, como diría Abel Guelmes –escritor cubano quien también ha reseñado el libro–, en el que vemos y nos vemos. Nos descubrimos y reconfiguramos en relaciones que se consumen con el paso del tiempo, en el autoerotismo como salida, en parejas tóxicas, en el goce que brindan determinadas prácticas sexuales como el sadomasoquismo, en la homosexualidad y en las triejas, en amores adolescentes, y en inseguridades que son atemporales. En amores que matan y que mueren.

Dice la propia Lisbeth que “el amor puede llegar a ser tan grande y horizontal como se quiera y nos permitamos”. Su esencia se organiza alrededor de dos polos fundamentales: el amor, como expresión de vida, y el desamor y todos sus sentimientos negativos asociados, como símbolo de muerte. Emerge el sexo entonces, en esta lucha histórica, a modo de canalizador.

La primera vez que presenté el libro, un compañero me preguntaba por la canción de Silvio Rodríguez “Esto no es una elegía”, porque en ella se habla de un hombre que se quita el rostro y lo dobla encima de un pantalón. Sin embargo, más allá de esta coincidencia de imágenes, para hablarles de Rostros yo preferiría el final. Silvio termina su canción diciendo:

Tú me recuerdas el mundo de un adolescente, un seminiño asustado mirando a la gente, un ángel interrogado, un sueño acostado, la maldición, la blasfemia de un continente y un poco de muerte, y un poco de muerte”.

Y es que en Rostros encontramos ese temblor de quien se enfrenta por primera vez a algo que es universal, tan dado, pero a la vez tan construido, tan de uno, como lo es el sexo. Es el caso del cuento Zona inexplorada. También el susto, la sorpresa con que se quedó la Lyuba de Entre químicas cuando se le cayó de las manos su pequeño amor correspondido. Y el caso opuesto, la duda que moviliza, que trastoca, a la protagonista de Alma ante la indiferencia del otro: “¡¿Cómo es posible que no hayas sentido nada?!”.  Hay muchos sueños que yacen en las camas de Rostros, y en las personas con las que se comparten esas camas y en las ansias de sus protagonistas. Sueños frustrados y autosatisfechos como, por ejemplo, en Próximo Inning. Dentro de la blasfemia que puede ser la sexualidad, hay incluso tópicos aún más malditos, demonizados: como la homosexualidad, y la homosexualidad femenina específicamente, o formas de vinculación no monogámicas, como las triejas. Los encontramos en De amor y otras aberraciones, por ejemplo, y en Cosa de tres.

Finalmente, como en toda alusión a la vida, y a lo que de ella es más movilizador, más estremecedor, más desestructurante, como lo son el amor y el sexo, las pequeñas muertes, las grandes, las accidentales muertes también se personifican. Sucede, por ejemplo, en Entre químicas.

La canción de Silvio no es una elegía ni Rostros tampoco. Se lamentan en él determinadas pérdidas sí, como se pierden cosas en este hecho de vivir, de amar(se), pero más que todo es eso, una defensa de la vida, un intento por reivindicar el amor y su derecho a expresarse, a vivirse.

En este sentido, Rostros es un libro esencialmente realista, aunque nos regala, nos sorprende gratamente también, con su dosis de fantasía. Les comparto un fragmento de Papel en blanco como cierre e invitación a la lectura:

“Varias noches al mes escucho en medio de la madrugada el silbido de tu pecho apretado al respirar (…) No es molesto escucharte, al contrario, el insomnio es mi rutina, y agradezco, así puedo dedicarme a observarte cada noche mientras duermes. Divido tu cuerpo en partes, observando entre casillas segmentadas. Este compartimento me permite detallar cada hemisferio; primero tus pies desnudos, blancos y suaves, tan suaves que serían perfecto tobogán para deslizar mis utopías, ¡lo imagino! (…) Luego tus piernas, las diviso en líneas oblicuas. Admito que me lleva tiempo descubrirlas, así que las separo, tobillo –rodillas, rodillas- muslos. Sigo subiendo.”

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