Cuatro cuentos en los caminos creativos de Yasel Toledo

Vuelve Asimetrías. Un sitio donde la diferencia radica en la libertad de la creación. Y regresa en un atípico martes, esta vez como una ventana a la obra del prolífico periodista, guionista, promotor, ensayista y escritor Yasel Toledo, en el aniversario 36 de la Asociación Hermanos Saíz.

Yasel Toledo Garnache (Granma, 1990). Graduado del Centro Nacional de Formación Literaria “Onelio Jorge Cardoso” y miembro de la Asociación Hermanos Saíz. Mejor Graduado Integral de la Universidad de Holguín y Estudiante más Integral de la enseñanza universitaria en esa provincia (2014). Posee varios premios periodísticos a nivel nacional, incluido el 26 de Julio en 2019 y 2020, el premio literario 20 de Octubre que se otorga dentro de la Fiesta de la Cubanía, y el Gran Premio de la Prensa Escrita en Holguín (2013). Ganador de la beca Caballo de Coral (2014) por el proyecto de libro de cuentos La remodelación. Además, el Premio Por la Obra del Año de la Agencia Cubana de Noticias (2016). En varias ocasiones fue merecedor del Premio por la Obra del Año en la provincia de Granma en Prensa Escrita y Digital, y varias veces el “Dania Casalí”, de Opinión. Ganador del III concurso de microrrelatos, convocado por Ocean Sur y Cubadebate (2019).

Actualmente es director de la revista El Caimán Barbudo y vicepresidente nacional de la AHS. Fue subdirector nacional de la Agencia Cubana de Noticias (ACN). Es, además, guionista del programa televisivo Paréntesis, codirector radial de En Clave y coordinador del espacio de debate Dialogar, dialogar. Es autor del blog Mira Joven. Trabajos suyos aparecen en varios medios de prensa. Ensayos y cuentos de su autoría aparecen en antologías como Guerra culta País de fabulaciones. Realizó la selección y el prólogo del libro Tiempo joven. Entrevistas a jóvenes creadores cubanos.

De los relatos que hoy traemos, “La pelea” es uno de sus más recientes cuentos. “El barbero” fue premio en el tercer concurso de Microrrelatos convocado por Cubadebate y Ocean Sur. “Charada” y “La remodelación” estuvieron incluidos en el proyecto de libro ganador de la beca Caballo de Coral, que otorga el Centro Nacional de Formación Literaria “Onelio Jorge Cardoso”.

Sin más, un avance de su obra.

La pelea

¡Dale al gordo! ¡Dale al gordo!, decía un barrendero desde el borde de la acera mientras los veía discutir. Poco a poco, se sumaba más gente. ¡Dale al flaco!, vociferaban otros. El grupo seguía creciendo. ¡Dale al flaco! ¡Dale al gordo! ¡Gordo! ¡Flaco!, se escuchaba en todo el lugar.

Los espectadores se iban molestando entre ellos. ¡A que gana el gordo! ¡A que lo hace el flaco!, comenzaron las apuestas. Los dos hombres seguían discutiendo. Las cifras crecían. Las expresiones de apoyo se volvían más agresivas; sin embargo, los dos hombres hablaban cada vez más bajo y apenas gesticulaban. Parecía que, poco a poco, resolvían sus diferencias.

Los espectadores gesticulaban, se ofendían entre ellos. Un piñazo, otro, otros más. Piedras. Gritos. Gente corriendo. Detrás de un árbol, los dos hombres miraban alarmados por tanta violencia.

Charada

Cualquiera cree que esto es de suerte, pero tiene sus estadísticas, su análisis, su lógica. Hoy la cosa está peor que nunca. No nos ponemos de acuerdo. Llegamos a empujarnos, a ofendernos. Eso aquí es normal. Sabemos tanto de esto que cada quien defiende sus criterios con locura. A veces, voceamos, escribimos en la tierra, intentamos descubrir el significado de un sueño o la adivinanza del día.

El Flaco analiza las tablas en su libreta, tiene apuntados todos los números que han salido desde el año 2000. Dice que el que más sale los martes es el 8, pero cree que hoy no sucederá así, porque ayer fue el 6, y esa gente no suele tirar dos números chiquitos seguidos. Él asegura que el de hoy es el 34, mono, porque los últimos dos martes ha salido el número inverso al del día anterior, y ayer fue el 43. Así que para él todo está claro. Habla de supuestas reglas de triangulación, escalera…, y de una Teoría del desglose, no entiendo nada, pero hay algo de lógica en sus palabras. Algunos hasta mueven la cabeza en señal de aprobación.

Se percata de que le estamos prestando atención, y sube el tono de voz, nos tiene embobecidos, parece el jefe. Siempre especula con que una vez en la ciudad dio un golpe de miles cuando acertó en un parlés, pero como en este pueblucho sólo se juega al número fijo no sabemos cuán bueno o no es en eso.

Ese maldito tiene tremenda muela. Convence a cualquiera de lo que se proponga. Una vez, hizo que Pacho le pusiera los cincuenta pesos de la manutención de su hija al 62, y nada, falló.

Él no quería gastarlos, porque era lo único que tenía, pero el Flaco parecía tan seguro. Si acertaba, esos cincuenta se convertirían en 3 mil cabillas, y podría comprarle algún jean o blusa a la niña, además de darse unos tragos de ron del bueno. Pero no le picó ni cerca. Por poco no se formó tremendo lío, porque Pacho se sentía engañado y quería golpear al Flaco. Al final, no pasó nada. Aquí todo el mundo sabe que nosotros compartimos ideas, nos molestamos, maldecimos, aconsejamos, pero no obligamos a que nos hagan caso. Pacho siempre juega el número que alguien le dice, porque no tiene mente para pensar solo, y esa vez se jodió.

Yo tampoco soy tan bueno en esto. Las primeras veces vine a disfrutar las escenas y reírme con las cosas de cada uno, pero me he ido embullando y hasta he mejorado. Al principio me iba detrás de las curvas, o de lo que parecía obvio. Ahora, soy más analítico para decidirme por un número y la verdad es que estos debates ayudan bastante.

El Flaco sigue hablando de las posibilidades de que salga el 34. Negro lo interrumpe, parece molesto. Dice que no podemos creer mucho en las estadísticas porque eso es basura. Si sirvieran, el Flaco nunca fallara, pues hace más cálculos que un profe de Matemática, siempre tiene buenas teorías, pero casi nunca da en el blanco. Asegura que hay que confiar en la intuición y arriesgarse. Cree que el de hoy es el 82, pleito, porque al lado de su casa hay tremendo lío desde temprano. Lo pensamos un poco, porque Negro acertó dos veces la última semana, y eso significa que tiene una racha buena. Pero si le hacemos caso a todo lo que pasa, nos volvemos locos. Los líos, las puñalá y hasta las muertes suceden todos los días.

Ahora otro dice que saldrá el 49, borracho, y todos nos embullamos a dar pronósticos: el 21, majá; el 68, cementerio; el 86, tijeras… Esto parece una competencia para ver quién habla más alto, casi ni se entiende lo que cada cual dice. Menos mal que los dos policías del barrio no se meten en esto. A veces, ellos también juegan, y tienen hasta suerte los desgraciaos.

¡El de hoy es el 60!, vocea alguien desde la carretera, a unos 6 metros de nosotros, y todos comenzamos a reírnos. Desde que pasó lo que pasó, el tipo siempre juega ese número, le es más fiel que a su mujer. Le decimos El Loco, porque en verdad hay que estarlo, para ponerle 10 cañas todos los días de la semana pasada al 60, huevo, y todavía dice que es el de hoy. Na, que la gente se empecina, y no hay alguien más aferrao que ese Loco. A cada rato nos reímos de él. Una vez le puso 240 pesos al 12, mujer santa, y dijo que, si acertaba, el día siguiente le pondría 500 al dichoso 60, buscó a varios listeros del pueblo, porque cada uno solo acepta 10 o 20 pesos por número, así no les sacan tantos baros de un solo golpe, pero anduvo fatal. El primer día salió el 33, tiñosa. Se pasó toda esa noche llorando, y hasta dijo que más nunca jugaría a la bolita. Al día siguiente adivinen cuál fue: ¡el 60!

Por esa blandenguería de andar llorando y tirao por los rincones no cogió unos cuantos billetes. Desde la semana pasada juega otra vez, pero le ha quedado el trauma o ¿acaso eso de ponerle dinero siempre al mismo número no es estar chiflao? ¡Jueguen el 60!, vuelve a vocear. Vete pa un manicomio, le responde alguien.

El Flaco vuelve a sacar la libreta. Dice que, además del 34, también está bueno el 37, brujería, y cuando va a comenzar con el discurso de las estadísticas, Negro le dice que se calle. Se miran fijo. Los dos se ponen de pie. El Flaco está desbaratao, pero cuando se molesta le sube la guapería y coge cuchillo, machete, piedra, palo, lo que aparezca. En el barrio, se faja con frecuencia, casi siempre pierde, pero tira pa lante. Negro sí está fuerte. Nunca ha tenido pleitos con vecinos, pero dicen que era boinirroja, karateca o algo parecido. Vino echando pa acá porque le partió una pierna a otro en un entrenamiento. Si se fajan, el Flaco saldrá mal, lo van a poner rojito, quizá los piñazos hasta le saquen algunos dientes.

Ese maldito renacuajo no tiene miedo, ya se quitó el pulóver y está dando brinquitos. En cualquier momento Negro lo revienta a patadas, empujones, rectos de derecha, ganchos, sopapos, wazaris, ippones. Sí, porque los boinirrojas esos saben boxeo, judo, de todo.

Pacho sonríe, seguro que quiere ver sufrir al Flaco, así recibe su merecido por hacerlo perder el dinero de la manutención de su hija. Alguien del grupo les dice que no se fajen, que resuelvan eso como verdaderos hombres, porque cualquiera se faja, todos los días si quiere, pero acertar en la charada es otra cosa. Les dice que cada quien juegue su número con 100 pesos y apueste 3 mil, aunque los pidan prestados. Si alguno gana, se lo lleva todo.

Hay un silencio de esos que impacientan, en los que todo el mundo se mira, pero nadie habla. El Flaco deja de saltar, se pone el pulóver y vuelve a mirar la libreta. Yo juego el 34, dijo bastante confiado, todo lo que gane me lo gastaré yo solo, no quiero que después alguien quiera que le pague una cerveza.

Sonreímos, porque él siempre dice eso, pero nos invita hasta a comernos un plato con arroz blanco y huevo en su casa. Nunca festeja nada sin compañía. Yo le voy al 82, dijo Negro, y ni una palabra más.

Los resultados siempre se saben a las 8 de la noche, pero esta vez no averiguaríamos nada hasta el día siguiente. Hicimos una especie de pacto. Esperar sería una muestra de hombría, como pocas, pues había demasiado en juego. Y el que no fuera hombre, ese sí que tendría problemas en este barrio. Todos sabíamos que era peor perder una apuesta antes de ser un flojo, antes de traicionar la decisión del grupo.

Y, claro, solo había uno incapaz de aguantar. A las 8: 40, Pacho se apareció en mi casa. Se fastidió el Flaco, me dijo con tremenda cara de alegría. Y siguió: Ya se lo dije, y lloró como una niña ¡Qué tipo más vengativo!

Verdad que cuando alguien está en racha todo le resulta. Negro, cuando llegó aquí, nunca acertaba, y ahora lo ha hecho tres veces en los últimos siete días. El Flaco seguro quema la maldita libreta, y maldice las estadísticas, los cálculos, la charada y toda esa mierda.

Pobre Pacho, por blandito, por no esperar al otro día. Ese más nunca será uno de nosotros.

Estamos debajo de la mata de mango otra vez. Solo faltan el Flaco y Negro, además de Pacho, claro.

¿Vieron?, salió el 60, vocea un listero. ¿Cómo que el 60?, respondemos casi a coro.

Todo fue un invento de Pacho. Ese maldito solo quería hacer sufrir al Flaco. ¡Coño! El Loco tenía razón. ¡Acertó!

– Socio, ¿cuántos pesos cogió El Loco?, le pregunto al listero.

-Ninguno, ayer jugó el 12.

El barbero

Pregunté al hombre que picaba mi cabello si acaso no me temía por mi aspecto y encontrarme en tan lejano sitio a pesar de no tener familiares ni amigos allí. Los demás se apartaban, y siempre cuchicheaban algo en voz baja.

Él siguió como si nada. Yo sentía el sonido de la tijera. Le insistí. “El miedo es lo primero que algunos perdemos”, me respondió.

“¿No quieres saber por qué vine hasta acá? “, le pregunté. “Cada quien tiene derecho a esconderse”, dijo tajante y sacó una navaja para hacerme los últimos cortes. “O el derecho a buscar a un escondido”, pensé en voz alta. Entonces me pidió que me alejara tan rápido como pudiera, y permaneció en actitud amenazante con la navaja en una mano y la tijera en la otra.

La remodelación

La noto intranquila. Sonríe. Se pasa las manos por los muslos, los que yo le puse. Se arregla la blusa, una mucho más ajustada que la de antes, se mete un dedo en la boca… Y me mira. Me mira casi sin pestañear.

Cuando subo a un ómnibus busco un rostro, una mujer lo suficientemente sensual como para que me ayude a que el viaje sea menos tortuoso. La miro de pies a cabeza. Repaso cada parte de su cuerpo. Imagino toda una película con ella. El filme casi siempre tiene bastante morbo. Si la mujer es en verdad lo que buscaba, hasta saboreo su imagen y le paso la lengua por la punta de la nariz….

A veces, creo un pasado que puede ir desde peleas con espadas hasta concursos por ganarme una noche con ella. En ocasiones, soy todo un romántico, y puedo renunciar a lo que sea por su amor o imaginarnos como personajes de obras de la literatura, así he sido Romeo, Tristán…, aunque sin mucha tragedia, lo que más me interesa es el disfrute, el goce. También he formado parte de películas. Me encanta, por ejemplo, Pretty woman, en especial una de las primeras escenas en el cuarto del hotel. Todo eso depende de mi estado de ánimo, de las ideas que tenga en ese momento, del filme más reciente que haya visto o de la anécdota de un socio que quiera superar.

Ella puede ser una actriz famosa que se enamora de alguien de la calle, como en aquella película de Julia Roberts que se desarrolla en Londres, o puedo ser yo el famoso. Entonces la multiplico por cinco o seis, así es siempre más agotador, porque son demasiados cuerpos, demasiados movimientos a la vez, que debo planificar tratando de ser lo más creativo posible, porque el sexo es también un arte y cuanto más compleja es la obra más esfuerzo se necesita.

A veces, pongo a la mujer seleccionada a que se bañe desnuda en una piscina mientras la miro con un telescopio desde una torre cercana, dicen que así observaba Hemingway a Ava Gardner en la piscina de Finca Vigía. Yo he tenido a más de una Ava Gardner. Luego voy hacia ella, ella deseosa en el agua mencionando mi nombre, con una mirada como de lujuria, ella con un blúmer de encajes negro, como el que dicen que usó la Gardner real en Vigía, y yo… ay… yo con Ava Gardner.

En ocasiones, la visto de enfermera, con esas medias finas hasta los muslos, o de aeromoza o de bailarina. Y lo hacemos en el hospital, en el baño del avión, en un camerino o donde sea. He llegado hasta a sacar a los demás pasajeros del ómnibus para ponerla a bailar ahí mismo, para que mencione mi nombre. Me encanta escuchar mi nombre al compás de sus movimientos. Lo mejor de esto es que todo es posible. Uno hace realidad cualquier sueño.

Pero, a veces, no tengo suerte. No siempre hay una mujer así sobre el ómnibus. Antes la única solución era recostarme y tratar de dormir. Pero me he superado, he aprendido que ante los problemas uno jamás debe cerrar los ojos.

Por eso he creado un proceso al que le llamo La remodelación. Consiste en construir yo mismo la mujer que quiero. Selecciono primero la que me servirá de base, la que iré remodelando. A veces, busco que esté lo mejor posible para que todo sea más fácil, más rápido. En otras, la cojo que parezca casi insalvable, porque sería un mayor reto y también una forma de regalarle sensualidad, de hacerla deseable por cualquier hombre. He pensado mucho en la posibilidad de tirarle una foto, después de remodelada, para obsequiársela, para que me agradezca por ayudarla tanto, pero no estoy seguro de que eso vaya a funcionar.

En ocasiones la formo bien delgada o algo rellenita, con pelo rubio o rojo… Aclaro que las últimas veces me he decidido por las mulatas, con pelo bien negro. Debe ser una especie de adicción que estoy desarrollando hacia ese tipo de mujer.

Ayer parecía que no podría formar a nadie con esas características. La única mulata era una niña. Y con eso sí que no puedo. Cogí a una blanquita, la pinté y le hice todo nuevo. Esa ha sido, sin dudas, mi mejor creación hasta ahora. Me gustaba tanto que la seguí hasta su casa, toqué la puerta, intenté entrar…, y formó una bulla del carajo.

Confieso que este es un proceso complicado, en el que hay que prestarle atención a muchos detalles. A veces, uno prueba más de cinco sonrisas, más de cinco pares de tetas, hasta que por fin logra lo que quiere. En ocasiones, piensa que todo está listo, pero cuando valora el producto completo, se percata de imperfecciones. Recuerdo que al principio algunas de mis obras quedaban deformes. Solía ser muy exagerado con las nalgas y los muslos. Tenía que comenzar otra vez o conformarme con lo hecho, porque faltaba poco tiempo para que terminara el viaje.

Poco a poco, me he convertido en un profesional. No necesito probar tantas partes de otras para formar a la mujer que quiero. Casi siempre acierto a la primera. El mayor problema sigue siendo que la miro demasiado, sobre todo después de terminada. Dicen que pongo cara de bobo o de maniático. La gente siempre exagera. Lo cierto es que he tenido líos con maridos celosos, con primos u otros que se creen protectores o con ellas mismas, como si yo no tuviera el derecho de admirar mi propia obra, y hasta de tocarla, de jalarle el pelo rico y darle unas palmadas en las nalgas…

Hoy no ha sido problema mirarla. Ella también me mira desde hace rato. A veces, hasta parece que quiere hablarme. La noto intranquila. Sonríe. Se pasa las manos por los muslos, los que yo le puse. Se arregla la blusa, una mucho más ajustada que la de antes, se mete un dedo en la boca… Y me mira. Me mira casi sin pestañear. Se levanta y viene hacia mí. Trato de disimular iniciando una conversación con el pasajero de al lado, pero está dormido. Hago como que busco algo en mi mochila.

— Estás en lo mismo que yo, ¿verdad?, me interrumpe ella.

— ¿En qué? –le respondo fingiendo indiferencia.

— En La Remodelación –me dice sonriente y le avisa al chofer que se baja en la próxima parada.

Me quedo algo sorprendido mirando como camina por el estrecho pasillo hacia la puerta trasera del ómnibus. Poco a poco se desdibujan los cambios que le hice, quizá por mi falta de concentración.

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