Un soldado de la Casa

«Yo soy un soldado de la Casa», así solía decir de sí mismo Vicente Feliú. Una Casa que ha habitado de muchas maneras y que es suya por derecho propio, porque en ella creemos en sus canciones. Aquí entregó los premios que soñó, homenajeó a los amigos que tanto estimaba, y cantó cuantas veces quiso hacerlo.

Hoy supimos de su partida física, pero nos rehusamos a despedirlo, porque él seguirá siendo el amigo, el hermano, el cómplice de muchas ideas. Cada uno de nosotros lo guarda de una manera especial: fue muy especial para Haydée Santamaría, para Roberto Fernández Retamar, y para todos los que habitamos esta, su Casa.

Nuestros archivos atesoran el relato sincero y agradecido que nos hiciera llegar al término de Un Canto de Todos, encuentro iberoamericano de la canción que él soñó e hizo realidad con nosotros.

Para él, la ovación merecida.

Alamar, La Habana, 21 de septiembre de 2000

Roberto, Marcia:

Sin Fidel, no hubiera habido Moncada; sin Moncada, Haydee; y sin ella, tampoco Casa de las Américas. Y sin Casa, los trovadores hubiéramos sido de una manera diferente, sin las luces de Yeyé nos sembró. Por eso Silvio dice que la Casa fue el útero de la trova, y tiene toda la razón.

Recuerdo el encuentro de la Canción Protesta del 67, que nos clarificó que no éramos solamente unos locos, sino parte de una locura epocal, desde el Primer Territorio Libre de América, por y para el cual venían los más preclaros cantores del mundo a decir y decirnos lo suyo.

Recuerdo el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes de 1997, año del treinta aniversario del Nacimiento del Che, en que Casa abrió sus puertas a la canción trovadoresca, poniendo en pie de guerra a todos sus trabajadores en medio de sus bien ganadas vacaciones para que los cantores cubanos y del mundo se reunieran, recuerdo también las tertulias posteriores en Presidencia, en las que muchos nos percatábamos de que Yeyé deambulaba con sonrisa sabiamente socarrona, seguramente con ganas de hacer una gigantesca tortilla de plátanos maduros, para suscitar nuevas conspiraciones culturales.

Recuerdo poco después a la Casa en los encuentros con los más jóvenes trovadores de La Habana, en el proyecto Canciones de la Rosa y de la Espina, como la casa matriz de la más fresca canción.

Recuerdo Casa Viva, el memorable y honorable concierto de los amigos de siempre, disfrutando en el 99 los cuarenta años de la salvaguarda de la cultura latinoamericana.

Hoy arribamos, en 2000, al primer Encuentro Iberoamericano de la Canción Un Canto de Todos.

Solo Cuba por su pertinaz necedad revolucionaria a favor de la cultura, la trova y la Casa de las Américas, hubieran podido convocar a esta locura. Los ochenta y dos participantes de Iberoamérica (cifra cabalística para nosotros), casi todos con escasos recursos económicos, no hubieran ido a ninguna otra parte del mundo a encontrarse. Este encuentro era un clamor de los cantores que se debaten en medio de búsquedas sobre las nuevas preguntas que trae consigo un milenio angustioso y discutiblemente probable.

Un Canto de Todos ha quedado en los corazones de los que participaron y se proponen seguir.

Por todo y por tanto, quiero dejarles en constancia mi agradecimiento personal a todos los compañeros entrañables de la Casa que hicieron posible este Encuentro, en especial a la tropa de Música, y muy particularmente a la loca mayor, María Elena Vinueza, y al mago del sonido imposible, José Luis Hernández.

Sepan que, como siempre, sigo considerándome un soldado fiel a la Casa de las Américas.

Mi abrazo para todos

Vicente Feliú

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