Los titiriteros del Guaso “echándole mano” a las redes

La niña que fui se recuerda sentada en platea de la sala de Teatro de Guiñol en mi Guantánamo natal. Me recuerdo feliz, y quizás fabulo, pero también persisto en que vi allí a mi primer diablo molido a palos. La niña que fui recuerda cuando le pidió a su padre que la volviera a llevar y recuerda también que le contestaron “que el edificio estaba roto”. ¡Ay! y cómo olvidar tantos años de ver aquel edificio en ruinas. No supe que los titiriteros se iban cada año a las montañas hasta que era una joven estudiante de teatro. La adulta que soy repitió muchas veces que los niños de la ciudad de Guantánamo no habían disfrutado del teatro de títeres como los de las montañas y los campos de mi provincia (por supuesto, habitaba en mí cierto resentimiento “de la niña que fui” a la niña de ciudad que se había quedado sin títeres ni titiriteros durante toda su infancia).

Pero esta realidad cambió. Tardó y mucho, pero la sala se reparó, los titiriteros nómadas tuvieron al fin una sede, empezó la programación sistemática, arribó una tropa efervescente de jóvenes graduados de las escuelas de arte y fue como un proceso natural que surgieran los eventos, las acciones para el intercambio, la posibilidad de pluralizar opciones para ese público “avidísimo” de teatro que son los niños del Guaso, mi Guaso.

Era el 2010. Y eran las 11 de la noche en el patio del Mejunje. Allí conocí a los “niños nuevos” del Guiñol de Guantánamo con un espectáculo fresquísimo, autóctono y pícaro que nos alegró a todos la noche. “El buen curador y la vecina” nos avisó que había una nueva troupe revitalizando a los “Cruzados” y que andaba contaminando con esa savia nueva y buena que aporta la juventud emprendedora. Un año después supe que aquel muchacho (Yosmel López) de aquella noche era primo mío (cosas de “petites villes”).

Hubo talleres, acciones de intercambio teórico, empezaron a asistir al TITIM, por supuesto, se sumaron a La Cruzada y en 2011 promovieron el primer encuentro de lo que, 10 años después, reconocemos como Titereando en la Ciudad, que en breves días –del 1 al 4 de este abril- celebrará su séptima edición.

Quien lo ha preparado sabe que un evento es algo complejo, pero para quien no lo sabe –y hablo como nativa– hacer cualquier cosa en la ciudad más al este de Cuba, con parte del territorio sesgado por una base militar extranjera, con más del 60% de suelos semidesérticos y altísima salinidad, factores que inciden en una significativa precariedad, le da a la tarea una dosis otra de complejidad y exige por tanto de mayor capacidad de emprendimiento, empuje, perseverancia y testarudez creativa de sus coordinadores, una mayor que al resto de los nacionales. Eso se los aseguro.

Estuve una vez –parece ser que aquello de que nadie es profeta en su tierra se aplica–, pero me bastó para entender la utilidad, siempre aportadora, que significa para los teatristas y el público esos días de incesante “titeriterismo”. Es un evento que siempre regresa a los pioneros, a los referentes; rinde homenaje desde sus dedicatorias a personalidades del teatro titiritero o agrupaciones significativas, ratificando así la máxima de que honrar, honra y que un árbol no puede sostenerse si no se cuidan sus raíces. Asimismo, se convierte en una posibilidad para los titiriteros noveles de compartir sus quehaceres y ganar en experiencia. En lo personal creo que revitaliza una zona del país (la oriental) en materia de intercambio especialmente titiritero. Se ejerce la crítica, se hacen conferencias magistrales, se celebra a la marioneta de forma compacta pero precisa.

Me encantaría volver, estar allí con mis coterráneos, disfrutar de estos provechosos encuentros y fatigarles también con lo que ellos llaman “mi hipercrítica”. Este año sigue siendo insólito en sus maneras de desarrollarse. Ahora debe acudirse a las redes, al Internet, a los medios audiovisuales todos para poder trabajar y emerger. Y por supuesto, el teatro precisa de estar en vivo, de estar frente al público, del face to face como condición imprescindible, pero yo como el personaje de Faulkner escogería también entre la nada y la memoria, la memoria. Por eso levanto mi copa por estas acciones de persistencia y reanimación teatral. Levanto mi copa por el Titereando… y la niña que fui… sonríe satisfecha.

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