Con ojos de cinéfilo #9

Kinski, Herzog y varios clásicos frutos de una íntima enemistad

Klaus Kinski (1926-1991) fue un actor extraordinario y uno de los más polémicos de la historia del cine. Irascible, temperamental y neurótico, bebió del teatro de la crueldad, del abstracto y el experimental, prohibidos durante el nazismo, y aprendió los conceptos de la teoría de la representación que utilizaría en una carrera que inició a fines de la Segunda Guerra Mundial, interpretando monólogos de William Shakespeare y del francés François Villon.

La película Aguirre, la ira de Dios del director Werner Herzog, con la actuación de Klaus Kinski en el papel del conquistador Lope de Aguirre en búsqueda del mítico Dorado fue un éxito resonante en 1972 y hoy es un clásico del cine/ De internet

Abandonó el teatro, que luego retomaría, y comenzó en el cine en 1948, al mismo tiempo que dejaba una estela de enemigos luego de cada filmación. Quizá el más famoso de estos “contrincantes” fue Werner Herzog, fundador del denominado Nuevo cine alemán junto a Rainer Werner Fassbinder, Wim Wenders y Volker Schlöndorf. Herzog le dedicó a Kinski el documental Mi enemigo íntimo (1999), que explora la tempestuosa y fructífera relación entre ambos. Podríamos decir que es difícil hablar de Herzog sin Kinski y viceversa, pues juntos rodaron las que quizá sean las películas más emblemáticas de sus amplias carreras: Aguirre, la cólera de Dios, Woyzeck, Nosferatu, fantasma de la noche, Fitzcarraldo y Cobra verde.

Herzog llegó a afirmar que Kinski era el mejor escritor alemán desde Kleist. En fin, como dijo el director, “El está loco (Kinski), yo estoy loco y esta es una perfecta combinación de locura”.

Cada una de ellas –acabo de repasar Aguirre y Nosferatu– es un derroche de virtuosismo interpretativo por parte de Kinski y se encuentra entre lo mejor del cine alemán y mundial. Herzog prefiere los antihéroes y Kinski lo era; sus personajes son de singular temperamento frente a un mundo hostil, al borde de la supervivencia. Ellos se rebelan ante lo absurdo de la vida y su lucha contra esta situación les lleva a la locura, a la anulación total o la propia muerte. Kinski era –como vemos– una especie de personaje-actor perenne.

En Aguirre, la cólera de Dios interpreta a Lope de Aguirre, un soldado español que se rebeló contra el rey Felipe II, adentrándose en la selva amazónica en busca de El Dorado, y que acaba, obstinado con la fama y las riquezas, enloqueciendo y llevando a la muerte a sus subordinados. Y en Nosferatu, fantasma de la noche, Herzog realiza una revisión más que de la archiconocida novela de Bram Stoker, de la clásica película de F. W. Murnau, Nosferatu una sinfonía del terror (1922). Allí Kinski se apropia sorprendentemente del sombrío Nosferatu, el “no muerto” (Drácula) que estampa sus colmillos mortales en el cuello seductor de una Isabelle Adjani joven, bellísima y “sublime”, mientras recorre su cuerpo, en una de las escenas sobre la muerte y la posesión más atractivas y sensuales del cine: Nosferatu sabe que peligra y aun así se deja “atrapar” por la belleza de la Adjani, belleza que posee y que, al mismo tiempo, lo “posee” a él en una suerte de aniquilación mutua.

Rashōmon, a 70 años del clásico de Akira Kurosawa

La cinta consagra a su autor de forma casi automática, y termina ganando el León de Oro. La cinematografía japonesa se pone de forma directa en el foco de atención de los ojos cinéfilos del viejo continente, y ‘Rashomon’ se convierte en todo un hito cinematográfico.

Antes de Rashōmon, Akira Kurosawa (1910-1998) había realizado otros diez filmes, pero fue esta película con visos de policiaco, la que dio a conocer internacionalmente a este gran maestro del cine, luego de obtener el León de Oro en el Festival de Cine de Venecia en 1951.

Era la primera vez que en Venecia, en la Sección oficial, competía una película no europea ni estadounidense. El filme consagró a su autor de forma casi automática, y más allá del León de Oro, hizo que la cinematografía japonesa se pusiera de forma directa en el foco de atención de los ojos cinéfilos del mundo entero, y que el filme, que este 2020 celebra 70 años de su estreno, se convirtiera en todo un hito del cine. Kurosawa, por entonces con 40 años, pasó a ser uno de los emblemas del cine japonés clásico, junto a Kenji Mizoguchi, Yasujiro Ozu y Mikio Naruse. Además, gracias al reconocimiento del director nipón, el canon crítico se vio obligado a desperezarse y ampliar sus miras a cinematografías ajenas a la estadounidense, francesa o italiana, lo que llevó a incluir dentro de las jerarquías indiscutibles del séptimo arte otras miradas, hasta el momento desconocidas por Occidente.

‘Rashomon’ puso en cuestión, al mismo tiempo, el cine histórico como representación del presente, la expresión del patetismo descarnado de la humanidad tras la Segunda Guerra Mundial o la verdad como presupuesto relativo y voluble a los designios de cada individuo

Y es que Rashōmon abordó, al mismo tiempo, el cine histórico como representación del presente, la expresión del patetismo descarnado de la humanidad tras la Segunda Guerra Mundial, y la verdad como presupuesto relativo y voluble a los designios de cada individuo. Asombrado, después de verla en Venecia, a Joseph-Marie Lo Duca, cofundador y crítico de Cahiers du Cinéma, Rashōmon le pareció una revelación: “Occidente ni siquiera imaginó que podría sorprenderse con una perfección tan técnica, un coraje deslumbrante en la búsqueda de los medios, un impulso de la historia tan confuso”, escribió ante una obra que requería otro esfuerzo respecto a una mirada completamente ajena a la producción occidental normativa, y para la que la información disponible era mínima, entonces casi inexistente.

La hipnótica obra de Kurosawa –inspirada en dos cuentos de Ryūnosuke Akutagawa escritos a inicios de siglo: Rashōmon (1915) y En el bosque (1922), publicados en Cuba hace unos años por la editorial Arte y Literatura, y el último de ellos, incluido también en la antología Los policiacos involuntarios, que la misma editorial publicó en 2018–, con guión de Shinobu Hashimoto (Los siete samuráis, Vivir) y el propio Kurosawa, da voz a cuatro personajes distintos, en el siglo XII, que narran como supuestos testigos del asesinato de un samurái.

‘Rashomon’ bordea continuamente la línea entre la verdad y la mentira, su conflicto avanza con la resolución como meta ansiada pero nunca alcanzada. Y es ya en su desenlace cuando la película se configura como una terrible imagen de la Segunda Guerra Mundial, en la que no hay verdad posible, sólo culpables.

Desde esa premisa, la película desarrollaba la versión de cada uno de los implicados, incluyendo la del propio muerto, para realizar un portentoso trabajo sobre el punto de vista. Por otra parte, el particular uso del flashback es fundamental y casi fundacional de Rashōmon al exteriorizar la misma premisa relativista de su propia historia, pues los flashbacks son, al mismo tiempo, reales y falsos, contradictorios entre sí, ambiguos. Bordeando la línea entre la verdad y la mentira, su conflicto avanza con la resolución como meta ansiada pero nunca alcanzada; y es en su desenlace cuando la película se configura como una terrible imagen de la Segunda Guerra Mundial, en la que no hay verdad, solo víctimas.

La historia es conocida, se ha escrito mucho sobre el filme, incluso se adaptó al western en 1964 bajo el nombre de The Outrage, con Paul Newman, Claire Bloom y Edward G. Robinson: En un templo en ruinas llamado Rashōmon tres personajes se cobijan de una tormenta: un monje, un leñador y un peregrino comentan los acontecimientos surgidos tras la violación de una mujer y el asesinato de un hombre en un bosque; a estos tres testimonios hay que añadir el espíritu del samurái asesinado. Todas las declaraciones coinciden en dos hechos básicos: la mujer del samurái no despreció al violador después de su acto, y el samurái murió atravesado por una espada o puñal. Además, los tres implicados se atribuyen la autoría de la muerte (incluido el propio muerto), pero lo relatan de forma que la culpa no recae del todo sobre ellos. Lo único cierto es que ninguna versión coincide, y no se sabe cuál es en realidad la verdad. Sin embargo, los hechos tienen que ser únicos y similares, pero los relatos, aun partiendo de esa misma realidad, resultan incompatibles e incongruentes. Estos llegan a través del testimonio del monje budista que asistió a las confesiones de los protagonistas en la instrucción policial y el leñador, que asistió a la sesión y, además, fue testigo presencial de los hechos, según versión que solo sabemos al final.

«Occidente ni siquiera imaginó que podría sorprenderse con una perfección tan técnica, un coraje deslumbrante en la búsqueda de los medios, un impulso de la historia tan confuso», escribió Joseph-Marie Lo Duca, cofundador de Cahiers du Cinéma

El guión usa tres presentes, cuyo intercalado da profundidad y relieve a la historia: el presente narrativo bajo la puerta, el de la instrucción del caso (realizada poco antes) y el de los hechos (tres días antes). La lluvia se emplea para diferenciar el presente narrativo del pasado. La atmósfera que envuelve el relato es sombría, desolada y opresiva, como la que imperaba en Kyoto en la época de las sangrientas guerras civiles que llevaron la destrucción a la urbe y la muerte a sus habitantes. La obra funciona como una exploración del ser humano, su egoísmo y vanidad, sus capacidades y limitaciones, sus relaciones con la verdad.

El guion, uno de los grandes logros del filme, en forma casi de palimpsesto, nos obsequia frases como estas del gran filósofo Kurosawa: “Aquí, en la puerta de Rashōmon, vivía un demonio y dicen que se fue porque tenía miedo a los hombres”. Aunque para muchos es una obra que vino a anteceder verdaderas joyas en la carrera del nipón (Vivir, Los siete samuráis, Trono de sangre, La fortaleza escondida, Yojimbo, Barbarroja, La sombra del guerrero) y que nos muestra al gran Toshiro Mifune aún joven y sin el esplendor interpretativo de otros filmes por los que sería mundialmente reconocido, no hay dudas que, con un montaje, dirección y fotografía exquisitamente compuestos, Rashōmon es un clásico, no solo en la amplia obra de Akira Kurosawa, que se posiciona en este filme como un narrador visual inigualable, sino en la historia de toda la cinematografía japonesa y mundial.

‘Rashomon’ fue, quizá, la primera piedra de un cine más allá de Europa y Estados Unidos; un monumento aún en construcción, pero cada vez de mayor altura.

No es, por tanto, descabellado señalar el triunfo de Rashōmon durante aquel Festival de Venecia –rodada en exteriores y en plató (Puerta de Rashōmon) con un presupuesto modestísimo, obtendría también un Oscar honorífico (Mejor película extranjera) y otros premios– también como el detonante de una proyección internacional del cine de otras latitudes. Una victoria, la de la película de Kurosawa, sin la que no se puede entender el éxito y la atracción que causan fenómenos como Parásitos, flamante Palma de Oro de Bong Jon-hoo en el pasado Festival de Cannes, o la fascinación por la filmografía de Wong Kar-wai, Apichatpong Weerasethakul, Kim Ki-duk, Chan-wook Park, Hou Hsiao-hsien, sin olvidar los filmes de compatriotas suyos como Naomi Kawase o Hirozaku Koreeda, ambos con reconocimiento crítico en la actualidad. Rashōmon fue, quizá, la primera piedra de un cine más allá de Europa y Estados Unidos; un monumento de obligada y necesaria visita para todos.

De lo mejor estrenado en 2020 y que, si no has visto aun, debes tener en lista para este año:

 

Agosto (Armando Capó, Cuba).

 

 

 

 

 

 

Bacurau (Kleber Mendonca Filho y Juliano Dornelles, Brasil).

 

 

 

 

 

 

 

 

Blanco en blanco (Théo Court, Chile).

 

 

 

 

 

 

 

 

Bliss (Joe Begos, Estados Unidos).

 

 

 

 

 

 

 

 

Corpus Christi (Jan Komasa, Polonia).

 

 

 

 

 

 

 

 

Da 5 Bloods: Hermanos de sangre (Spike Lee, Estados Unidos).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El lago del ganso salvaje (Diao Yinan, China).

El padre (Florian Zeller, Francia).

 

 

 

 

 

 

 

 

Estoy pensando en dejarlo (Charlie Kaufman, Estados Unidos).

 

 

 

 

 

 

 

 

Mank (David Fincher, Estados Unidos).

 

 

 

 

 

 

 

 

Nunca, casi nunca, a veces, siempre (Eliza Hittman, Estados Unidos).

 

 

 

 

 

 

 

She dies tomorrow (Amy Seimetz, Estados Unidos).

 

 

 

 

 

 

 

Sobre lo infinito (Roy Anderson, Suecia).

 

 

 

 

 

 

 

Verano del 85 (Francois Ozon, Francia).

 

 

 

 

 

 

 

 

Zombi Child (Bertrand Bonello, Francia).

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