¡La danza, se piensa!

Nuestras existencias están atravesadas por incontables rituales provenientes de la tradición, de la actualidad o de dinámicas cotidianas, ya en el plano más íntimo. Por ello, no es extraño que esas acciones que encierran una carga simbólica, que forman parte de un carácter, que definen una manera de entender el mundo, sean pensadas desde el arte.

En esta ocasión, la danza es la protagonista del acercamiento a los ritos de paso que suelen emerger en la cotidianidad de un sujeto, o varios. En Ritos de paso, que en estos días se presenta en el Centro Cultural “Bertold Brecht”, a cargo de Roberto Carlos Silva y El Generador, se puede reconocer el gesto de intentar ser aquello que nombro una experiencia consciente, o sea, la proposición ambiciona emerger como un arte de acción, de indagación, lo que, desde luego, se agradece. Ya estamos agotados de propuestas danzarias en las que solo se busca concebir una espectacularidad dada a partir del muestrario de determinadas condiciones físicas de los intérpretes, o lo ya trillado en algunos de nuestros bailes tradicionales.

No obstante, consideramos que los proyectos o resultados artísticos no deben quedarse en intenciones, en vistas de que, como dice un viejo refrán, “de buenas intenciones está empedrado el camino al averno”. Creemos que las intenciones, para decirlo mejor, las ideas, tienen que evolucionar, enriquecerse, alcanzar un grado de concreción que deberá estar determinado por el constante repensar de estrategias, proyecciones, acciones, que acaecerán en un producto artístico de calidad. En Ritos de paso, todavía esas ideas no se han redondeado, pulido, y ello afecta, lógicamente, la calidad de esta propuesta artística que ahora, prematuramente, se ofrece al mundo escénico.

Una de las primeras cosas que nos inquieta es la dramaturgia del espectáculo que está organizada por cuadros, “Casas enfiladas”, “Marchas”, “Bordaline”, “Contemplación de algo que termina”; que plantean circunstancias, situaciones conflictivas de una pareja que parece desafiar los cánones tradicionales de una relación amorosa, un joven alcohólico, unos bailarines que comienzan su vida en la barra académica y terminan interpretando bailes urbanos, entre otros detalles.

Sin embargo, parte de nuestras disidencias con esta dramaturgia escénica se concretan en que las situaciones que arman Ritos de paso no se muestran, se resisten a ser entendidas como rituales cotidianos o de paso, pues en esencia, no lo son. Carecen de una evidente permanencia en el tiempo, no son el resultado de una indiscutible necesidad de los sujetos escénicos (al menos como se muestra en escena), y no están planteadas con una lógica de frases en que se reiteren acciones concretas y claras que devengan ritual. Ni siquiera se contempla la voluntad de discutir los posibles rituales que se muestran, a partir de expresar sus orígenes, presencias, regularidades, efectos en la vida de un sujeto o la colectividad[1].

Tal vez, volver y definir esos posibles ritos que se pretende discutir en Ritos de paso, sería lo más producente. Todos sabríamos, tendríamos el placer de comprobar qué plantea en esencia la puesta en escena que nos presenta Silva. No se trata de intentar abordar o mostrar la realidad en toda su dimensión, sino tener la pericia de definir qué es lo que realmente nos interesa comentar de ella y cómo esto se logra desde el lenguaje danzario y su recepción por el espectador. En ese sentido, sostenemos que en esta obra danzaria muchas cosas deben repensarse y llegar a madurar.

Del mismo modo, nos preocupa la coherencia temática y estilística y lograda síntesis de algunos cuadros que la conforman. Se dice que este espectáculo tiende “como es recurrente en las propuestas de El Generador construir de lo autorreferencial, individual, particular, a lo grupal y viceversa”[2].

Antes bien, cuando examinamos las relaciones entre los sucesos escénicos, entre los cuadros apreciamos que hay falta de coherencia. Cada cuadro surge de manera independiente, incluso, dándose el lujo de alejarse totalmente del núcleo de debate[3] del suceso danzario (la escena en que uno de los intérpretes baila Latinoamérica, de Calle 13), lo cual no actúa producentemente en favor de la obra. De ahí que nos preguntamos, una y otra otra vez, qué lógica dramatúrgica, qué discurso pretende –¿lo pretende?– hilvanar el coreógrafo.

Algo parecido pasa con la coherencia estilística y la síntesis. Se alargan y se reiteran frases que no indican nada y que pudieran ser más interesantes con un mayor grado de concreción, lo que también atenta contra el ritmo de la puesta, que ya de por sí se encuentra afectado, pues los cuadros no se estructuran en función de su relación y necesaria progresividad.

Tampoco es comprensible que, desde el punto de vista estilístico, en un espectáculo donde la danza contemporánea asoma su rostro palpablemente y nos recuerda tanto la obra de Pina Bausch como la del Jerome Bell de The Show Must Go On, aparezcan sin la menor justificación, porque de otra manera no hubiese sido posible bailes urbanos foráneos, que de ningún modo se integran a la pauta danzaria que se esboza en Ritos de paso.

¿Acaso el coreógrafo cayó en el desliz de lo espectacular por lo espectacular, de la mezcla de estilos sin propósitos, y se olvidó del tema y la estética que defendía? Todo parece indicar que debe trabajar en función de encontrar las justificaciones, esos nexos que hagan que orgánicamente puedan coexistir en escena diversas modalidades danzarias a tono con lo que se presenta. No queda de otra.

Lo mismo sucede con la selección de la música, la cual debe pensarse en función de complementar las situaciones, los caracteres y rituales que se busca evocar escénicamente. Igualmente, estimamos que si un lado débil presenta Ritos de paso son las interpretaciones. Los bailarines muestran señas de escasa preparación física e incluso, mucho más, un descuido de la técnica. Fundamentalmente esto se denota en los desbalances, en las imprecisiones, en las cargadas, la falta de limpieza de los gestos, en la plasticidad y expresividad corporal. Pocos momentos, como la interpretación del Latinoamérica, llegan a complacernos, regalarnos un trabajo digno. Por cierto, es curioso que resulte bastante cercana, autorreferencial al espectáculo, la escena en que los bailarines juegan a realizar en la barra ejercicios sin ganas. ¿Acaso será esto una propia alerta para los de El Generador?

Ritos de paso, que fue una de las propuestas danzarias que se presentó en los días finales del Festival de la Universidad de las Artes, nos ha dejado la certeza de que se puede crear con un concepto de base, pero este debe ser activo, bien trazado, pues de ello dependerá la salud de una buena propuesta escénica. También nos llama a la conciencia de que no se trata de bailar, sino de interpretar con sentido de la corporalidad y la corporeidad, del espacio de comunicación que debe existir entre la escena y el público. Sirvan, pues, estas reflexiones, para convencernos de una idea con la que me identifico y que sostiene un gran amigo y maestro: “¡La danza, se piensa!”

Notas

 

[1] Porque hay rituales que son externos, signados por los contextos, y tienen un efecto sobre la vida de un sujeto y, a su vez, los rituales de un sujeto tienen, en cierta medida, su consecuencia sobre las personas que lo rodean. Sin embargo, esos rituales, sus efectos bilaterales, personales, colectivos, no se encuentran concretos, bien planteados y resueltos en Ritos de paso.

[2] Tomado de las notas al programa de Ritos de paso que se presentó en el Festival de las Artes de ISA, Universidad de las Artes de Cuba.

[3] Se nos quedan muchos cabos sueltos, ya que inevitablemente todo, hasta el caos, tiene una lógica, una relación causa-efecto. En la obra el problema radica en que no se ha llegado a concretar una motivación temática determinada, sus líneas temáticas y la relación de las distintas biografías y rituales de los danzantes o las alusiones a la vida cotidiana.

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