El reto de construir un país desde la cultura

El inclemente sol cubano obligaba a los ocasionales transeúntes del Vedado capitalino a detener sus pasos en busca del alivio refrescante de la sombra. Mientras las dudas martillaban mis ideas, intentaba adivinar con precisión telepática los pensamientos de esa avalancha de personas reunidas por la aparente casualidad del ajetreo inherente a una gran ciudad. Cuando camino entre la muchedumbre intento descifrar en aquellos rostros anónimos cualquier señal que delate un nexo de complicidad con el entorno: miradas, gestos, palabras… Pocas cosas pasan desapercibidas a la reflexión silenciosa. ¿Cuántos tendrán un minuto en el día para pensar más allá de los problemas cotidianos y plantearse una realidad como nación? No le di más vueltas al asunto. Las manecillas del reloj anunciaban la una y cuarto de la tarde. Aceleré el paso.

Llegar temprano a ciertos compromisos tiene sus ventajas. Cuando arribas algunos minutos antes a los lugares, puedes apreciar detalles que pasan inadvertidos para muchos que convierten la impuntualidad en su credo. El Pabellón Cuba lucía diferente. Nuevas exposiciones matizaban las salas y el constante trasiego de jóvenes presurosos llenaba de vida los pasillos.

Despues de ingerir una tardía cajita de almuerzo, los muchachos del comité organizador ya estaban activos y con renovados bríos para imitar la inquietud de las hormigas. El Salón de Mayo acogió sin distinciones a todos los que cruzaron el umbral de entrada. Los primeros esbozos de un debate complejo se sumaban a la espera impaciente, al tiempo que llegaban personas interesadas en construir con sus opiniones el entramado de subjetividades derivado de una actividad de este tipo. El tema, conocido de antemano, irrumpió en las primeras intervenciones de los moderadores: la imagen país y cómo representarla desde la cultura.

Lejos del discurso encartonado de los micrófonos o el formalismo burocrático del podio, los periodistas Liriam Gordillo y Yosvanny Montero propusieron al auditorio empezar la enumeración de 1-2, típica de las clases de Educación Física.

Una vez divididos los asistentes en dos grupos, la distribución en semicírculo de las sillas en la sala desapareció para dar paso a dos tumultos indefinidos donde se compartían criterios, en muchos casos con la efusividad explosiva que nos caracteriza. “Somos seres más emotivos que racionales” señalaba Daynet Castañeda Rodríguez, docente en la Universidad de Oriente, al referirse a la importancia que le confiere el cubano a defender sus concepciones a cualquier costo.

Un gran pliego de papel fue el encargado de estructurar todo cuanto se dijo en torno a un mismo concepto. ¿Qué es ser cubano? Lo que empezó como un recuadro dibujado a líneas discontinuas fue ampliándose a medida que cada quien aportaba un criterio distinto.

Quedó claro primero que Cuba no es solo La Habana, como algunos compatriotas quieren hacernos creer en ocasiones. El profesor investigador de la Universidad de Oriente Yasmani Herrera Romero definió este Habanacentrismo como un posible resultado del centralismo imbricado al imaginario popular de país y la vaga visión de lo rural en algunos espacios de interacción social.

Los imaginarios sociales se trasladan y evolucionan. No es una copia al calco la Cuba de estos tiempos de la de los años sesenta, sino la conjugación de una serie de condiciones económicas, políticas y culturales, resultado de un devenir histórico concreto. En un mismo espacio coexisten infinidad de realidades contradictorias entre sí, por lo cual es necesario hacer una distinción entre los estereotipos y lo que realmente existe. Para eso la imagen país que proyectamos debe de estar cada vez más próxima a las personas que la conforman.

Hablamos entonces de una sociedad de identidades múltiples en busca de una legitimidad propia, que está desmontando de cierta manera la noción que se tenía hace unos años de Cuba como una República esencialmente unitaria.

“La bandera no tiene necesariamente que estar envuelta a una figura icónica para referirse a una nación en específico” resaltó Joanna Villafranca, estudiante de cuarto año de Comunicación Social de la Universidad de La Habana. Sobre esa línea la joven realizadora audiovisual Carla Valdés León argumentó la necesidad impostergable de analizar la producción de contenidos que ilustran hacia el resto del mundo la imagen país.

Los participantes reconocieron las tensiones internas entre las culturas predominantes y de ruptura en correlación con la imposición hegemónica. La condición insular del cubano lo conduce a delimitar fronteras tanto dentro de su ambiente sicosocial como hacia el exterior de este. Se produce un proceso de deconstrucción simbólica de significados que tributa irremediablemente a la idiosincrasia de las mayorías. A partir de aquí ocurre la estratificación del individuo y de las clases sociales que, según insistieron los panelistas, nunca dejó de existir.

También representan al cubano las periferias en pugna por ganar importancia dentro de la agenda mediática, el deseo de justicia social y de resistencia, resultado probable del pasado colonial de la Isla y las últimas seis décadas de Revolución. El licenciado en Historia del Arte de la Universidad de Oriente, Antonio Ernesto Planos, describe a la Mayor de las Antillas como “un país relativamente joven de 150 años de historia, inmerso en un inacabado proceso de maduración del pensamiento nacional”.

El pueblo es una mezcla mestiza, distanciada por la diversidad de religiones, territorialidades, ideologías y costumbres, unificada en la búsqueda del equilibrio entre la independencia y la identidad como vía de autoreafirmación. La diáspora también es un concepto imprescindible debido a la cantidad de cubanos en la emigración que también construyen un reflejo de esta Isla mucho más universalizado.

El empirismo arrojó el consenso parcial de existir como una sociedad con un fuerte enfoque patriarcal, incentivado por la religiosidad y sustentado ironicamente por un sector femenino más empoderado que en el pasado siglo. La vida en esa sociedad es un mosaico de microhistorias e historias locales edificadas en una experiencia común del proyecto emancipador.

“La confrontación entre la verticalidad y la participación ha encauzado el pasado, basado un presente y proyectado un futuro enraizado en la dicotomía clásica del cubano”, expresó Dayme Fonseca Moya, profesora de Periodismo de la Universidad de Oriente.

Como es habitual en este tipo de evento, las cuatro horas de intercambio no fueron suficientes. Todos tenían cosas por decir, incluso había muchas manos levantadas en el momento en que Liriam propuso terminar antes de que el debate se extendiera indefinidamente. No fue una jornada estéril. Testigo de ello, aquel papel inicialmente vacío estaba ahora repleto de ideas desordenadas e inconclusas. Los organizadores propusieron la última actividad de la tarde: definir en una palabra la experiencia vivida. De izquierda a derecha uno utiliza “útil”, otro “necesaria”, el siguiente “satisfactoria”; quien me antecede “interesante”. Mi turno. Estaba indeciso, al final me quedé con “reto”. Mirando en retrospectiva, no era una definición alejada de la realidad. Hacer realidad el viejo sueño de una sociedad mejor es un desafío que solo entre cubanos podemos resolver.

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