Hablar de las cosas cotidianas

«Ha habido demasiado silencio sobre la intensidad de las cosas cotidianas». La frase retumba en mis oídos como una verdad de las que no se dicen en voz alta.

Dicen que para reseñar un libro de poesía se debe ser poeta. Yo no lo soy, nunca lo he pensado; pero soy un tipo de mujer, una de las muchas que pudo conocer la autora, o una de las muchas que ella misma puede ser. Tal vez eso sea suficiente para escribir sobre La intensidad de las cosas cotidianas (Sed de Belleza, 2015), de Sheyla Valladares Quevedo, un texto para reconocerme en todas las mujeres.

Habitan en este texto las perspectivas infantil y juvenil de las cosas de siempre: los vasos espirituales, los espejos, lo inmenso y vetusto de los escaparates (su sola pronunciación ya se hace complejo ante la visión de una joven).

Se me ocurre pensar que las cosas cotidianas son apenas imperceptibles, como los micromachismos. Forman parte de un sistema mayor que nos lleva a buscar las cosas trascendentales y olvidarnos de las diarias, un todo que nos hace fijar en los golpes, pero no en los platos sucios.

La-intensidad_0La segunda parte del volumen —que constituye una ruptura benévola, entre la primera y la última—, indica un viaje al pasado de la niña-poeta. Especie de alto o ventana para que veamos de donde viene esta mujer-poeta que es hoy. Así mismo, los primeros y últimos poemas del volumen muestran el presente y futuro de una autora, de una mujer que no ignora su condición, ni tampoco la vocifera banalmente:

Las mujeres ya no guardamos / lo diarios debajo de la almohada (…) / ya no le tememos a los castigos/a los insultos, / a que amemos a otra mujer / u a otro hombre, / a ser felices, / aunque nos hayan dicho toda la vida / que la felicidad no existe.

La intensidad… es un texto con una y muchas protagonistas a la vez. La Historia, ya sabemos, se compone de muchas historias individuales. Cada minuto es un relato, y aunque la memoria colectiva no esté consciente de esto, basta la sola voz de una poeta para recordarlo.

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  • No hay trillos, ni olores, ni llegan las cartas,
    se inundan los ríos, amargan las heridas en las manos,
    y el mar tampoco es mar, sino un sepulturero,
    y el silencio ya no es sino un terrible recuerdo, lagrimas
    que las paredes guardan entre esos cuentos, despiadados,
    fríos cuentos que se lleva el viento, el viento, castigador,
    mensajero del barro que cae desde las miradas descalzas,
    bajo tormentas y por las piedras afiladas como si libre
    y aunque le prefería Inocente, todos ya saben que,
    no es tormenta, no se irá, y quizás debamos salir en su busca,
    traerlo, hasta donde hace tiempo, que el tiempo se ha ido.

    JUANK

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