Yonnier Torres Rodríguez: Siempre escribo pensando en el público

Tomado de Caimán Barbudo

Yonnier Torres Rodríguez es uno de los jóvenes escritores cubanos más laureados y publicados en el actual panorama literario de la Isla. Con él conversamos hoy.

Estás entre los autores más premiados y entre los que mayor cantidad de libros publican en el panorama de las letras en Cuba a partir de 2011. ¿A qué crees que se debe?

No estoy tan seguro de pertenecer a la avanzada de los autores más premiados o más publicados, en esta primera quincena del siglo (hay autores que obtienen más premios y publican un poco más que yo), sin embargo, si me creyera tu afirmación, podría decirte que la clave, mi clave: es la persistencia.

Todo éxito radica en el trabajo diario, en confiar en que se puede llegar un poco más allá y perseguir el sueño, incluso cuando creemos que ya no se nos está permitido soñar.

Yo recuerdo haber escrito mi primera historia en el año 2006, cuando entré a la UCI para cumplir mi servicio social y descubrí que había un taller literario, que el campus universitario era bastante aburrido y que una vez a la semana podía reunirme con personas con las que compartiría, al menos, el gusto por la lectura; y como no podía llegar a la primera sesión con las manos vacías (porque no me gusta llegar con las manos vacías a ningún sitio) decidí crear una historia (horrenda, por cierto), y a partir de ahí, como que comencé a tomarle el gusto a este asunto de la escritura.

Tu carrera ha demostrado que tienes un intenso ritmo de producción literaria. Eres si lo comparamos con el deporte, un atleta de alto rendimiento. ¿Cuál es tu cronograma de entrenamiento? ¿Cuál es tu dieta literaria? ¿Cuál es tu estrategia de competición? ¿Cómo es la dinámica de tu escritura? ¿Cuáles son tus rituales, tus manías, tus fórmulas?

Cada vez que me hacen este tipo de preguntas pienso en Murakami, y la soledad del corredor (escritor) de fondo, pienso en Stephen King y sus dos mil palabras diarias, en el Yoss y su ventana abierta a las calles de Centro Habana, incluso recuerdo una gigantografía en la Feria del Libro de Santo Domingo, donde Mario Vargas Llosa posaba para la cámara, acostado sobre una cama, rodeado de velas (aromáticas, quizás) y escribiendo a lápiz, como si Conversación en la catedral pudiera, realmente, escribirse a lápiz.

No poseo rituales, o fórmulas, no escribo durante la madrugada con una estampita de la virgen sobre el monitor de la computadora, no tomo alcohol mientras escribo, no me doy una ducha caliente antes de sentarme a trabajar; aunque un poco maniático sí que soy, sobre todo con el asunto de “la ley y el orden”. Mi computadora es un laberinto de carpetas donde todo está organizado por año, mes y género. Quizás debí haber sido bibliotecario y no escritor.

Mi dieta no es solo literaria, sino más bien cultural, generalmente me alimenta más lo que veo, o escucho, que lo que vivo, soy un alto consumidor de películas, series de televisión, obras de teatro, funciones del Ballet Nacional de Cuba, música de los 90; las tertulias literarias me aburren, pero de vez en cuando voy a alguna, para ver a los amigos.

A pesar de que me considero un tipo ordenado y disciplinado, no poseo cronogramas de escritura y aunque cada vez envío a menos concursos, siento que los ojos se me encienden, cada vez que leo la palabra “Convocatoria”.

A raíz del Premio Calendario, la Beca Prometeo conferida por La Gaceta de Cuba y la mención recibida en el Premio UNEAC 2016, tu carrera ha dado un vuelco. ¿Podrías contarnos cuáles fueron los caminos que te llevaron a la poesía?

Llegué a la poesía de puro atrevimiento, un par de amigas se dedicaban a atrapar el aliento poético en mis relatos e insistían en que debía escribir poemas, que yo podía o debía ser poeta. Por un tiempo la narrativa me bastaba, construir historia es lo que siempre he querido, hasta que caí en cuenta que con un par de poemas podría asistir a tal o más cual evento, que con otro par de poemas podría visitar las provincias de Cuba, los rincones geográficos de la Isla que la narrativa me ha negado, caí en cuenta que, con todo un cuaderno de poemas, incluso, podría ganar un poco de dinero.

¿Te resulta más cómodo escribir poesía o narrativa?

Todo depende de lo que deba o quiera contar; aunque a veces ni lo pienso, me atrapa la culpa, el cargo de conciencia de que llevo un tiempo sin escribir (a veces un par de días, una semana, máximo un mes), me siento frente a la máquina, miro el cursor, a ratos con odio, a ratos con cariño y él, benévolo, me devuelve un poema, un cuento o los apuntes de lo que podría ser, quizás, una novela.

Debo confesarte algo, en principio creí que la poesía me brindaría mayores libertades, me zafaría los nudos del brazo, pero me he dado cuenta, que al igual que la narrativa, es una trampa, y como ya escribió Medardo Fraile: el hombre está hecho para la trampa (…) y está tan bien hecha, que me falta cabeza y coraje para salir de ella.

¿Lees cuando estás enfrascado en un proceso creativo? ¿Qué lees?

Leo a diario, esté enfrascado o no en un proceso creativo, en la revisión de un cuaderno o en darle respuestas a las interrogantes de una entrevista. Como ya dije soy maniático, disciplinado y con la lectura suelo ser exigente. Voy alternando géneros de acuerdo al lugar donde me siente a leer, mientras viajo o espero leo narrativa (viajo a la universidad, espero en las filas de la agencia de reservaciones, del consultorio médico o en las sillas metálicas de una terminal) y en el abrazo tierno de mi butacón de lectura, leo poesía.

¿Qué hay de Yonnier Torres en los protagonistas de tus libros?

Yo no tengo la capacidad de ser autobiográfico, lo he intentado y salen unos bodrios aburridos e insufribles. Sería muy desconsiderado de mi parte ponerle algo mío a los personajes: los pobres, no tendrían nada que decir; No he cruzado el puente de San Francisco\ el estrecho de Gibraltar\ o el desierto de Sonora. No he visitado las Islas Malvinas\ la Plaza de Mayo\ o la Gran Manzana. No he hundido mis pies en las aguas termales de Antofagasta. No he mirado a los ojos del Cristo que señorea sobre Río\ ni he sorbido las lágrimas de esa niña que pide limosna en la puerta de la catedral de Guadalajara.

En algún lugar leí que un escritor no escribe sobre lo que es, o lo que ha sido, sino sobre lo que le gustaría ser.

Mis personajes, solícitos, aceptan ser mis catalejos, los cristales con los que puedo ver más allá.

¿Sigues escribiendo Ciencia Ficción?

De vez en cuando, para no ser expulsado del gremio.

Después de los 12 libros que has publicado hasta el momento, ¿cómo asumes el acto creativo? ¿Escribes por placer o por oficio?

Creo que por ninguna de las dos cosas. Disfruto más la lectura que la escritura. Si me dieran la oportunidad de escoger un oficio, sería estrella de rock, príncipe o mejor aún, comerciante en el siglo XIX, importando y exportando prendas, maravillas civilizatorias, de Turquía a Francia, Inglaterra y de vuelta a Egipto, Portugal.

Escribo porque no sé hacer otra cosa.

En tu literatura hay símbolos que son recurrentes. Bebida: jugo de tamarindo, color: azul pálido, animal: tigre de la India, banda: Nirvana, personajes: escritores de grueso calibre, accesorio: anteojos oscuros. ¿A qué se debe este fenómeno? ¿Es casual o intencionado?

Imagino que en un principio haya sido casual, de modo general, en al arte creativo, los símbolos no se pre-elaboran sino que aparecen como detalles del inconsciente, o del subconsciente, de la cosmovisión personal; de igual forma no existe animal más bello que un tigre de la India, ni bestia más mítica que un rinoceronte, de niño, mi madre insistía en que tomara jugo de tamarindo, yo no soportaba la acidez pero ella aseguraba que era el remedio perfecto para los parásitos (yo imaginaba a los bichos correteando por mi estómago), en este infierno tropical no podría vivir sin mis espejuelos oscuros, a mis personajes les encanta la música, y no solo Nirvana , también Red Hot Chili Peppers, Tracy Chapman, David Bowie y Bob Dylan, y en este asunto de los tonos y los colores nunca ha sido realmente bueno.

Por otra parte, los símbolos, te ayudan de cierto modo, a crearte un sello personal y ya los he tomado como señales en mi obra creativa.

¿Para quién escribes?

Siempre escribo pensando en el público, si escribiera para mí, como mal-afirman la mayoría de los escritores, no tendría sentido publicar la obra. Por supuesto, me guío por mis propios códigos de escritura, escribo de lo que quiero, del modo que quiero y de la forma que me satisfaga, por lo general no suelo admitir demasiadas concesiones.

El objetivo fundamental es que el lector disfrute de lo que hago, se identifique con los personajes, logre establecer un intercambio con la obra y que la haga suya. Desde el momento en que comienzo a construir la historia, imagino que alguien la lee, que alguien, de cierto modo, se divierte y se enriquece con mis palabras.

¿Crees que tu obra ha llegado al lector? Coméntanos acerca de tus experiencias.

Sinceramente no lo sé. La mayoría de mis libros se han publicado en editoriales de provincia (Cienfuegos, Ciego de Ávila, Artemisa, Holguín, Santa Clara, la Isla de Pinos…) y las tiradas oscilan entre quinientos y mil ejemplares. Cuando eso se distribuye (si es que se distribuye) desaparece. Paso por las librerías y no veo mis títulos, es como si poseyera una obra fantasma. De vez en cuando alguien me dice: encontré un ejemplar de un libro tuyo en la librería de Marianao, o en la de San Miguel o en la de Camagüey.

Hace poco la editorial Gente Nueva me publicó la novela “Cerrar los puños” con una tirada de tres mil ejemplares, tuve el placer de verla en una librería de la capital y en las de algunas provincias. Ahora no lo encuentro en ninguna parte.

Los autores no tenemos la más remota idea, no sabemos si el libro se agotó o si duerme la siesta de los indolentes, en un almacén olvidado por la mano de Dios.

Me queda el consuelo de que una amiga camagüeyana se ha leído todo lo que he publicado, que un chico de doce años, en la Isla de Pinos, me ha dicho que le encantó “Cerrar los puños” pero que el final no lo complacía, que se quedó con ganas de seguir leyendo, que escritores de renombre, personas a las que admiro, como Eldys Baratute o Alberto Garrandés, se han tomado el trabajo de escribirme personalmente para decirme lo mucho que le gustó tal o más cual texto, que Raúl Flores (uno de mis autores favoritos) me ha dicho, un poco dolido, quizás, que mi novela Clavar los ojos al cielo sobrepasó sus expectativas, o que ustedes, entrevistadores, me han confesado que mi cuento “Reforma gubernamental”, forma parte de su Top Ten de la narrativa breve.

¿Cuáles son los escritores que más han influido en tu creación literaria?

Muchos, solo mencionaré cinco: Paul Bowles con El cielo protector; Mario Bellatín con El libro uruguayo de los muertos; Mario Vargas Llosa con La guerra del fin del mundo; Jorge Enrique Lage con La autopista: de movie y Raúl Flores con Paperbackwriter.

¿Qué es lo que más te gusta de ser escritor?

Sentir como lo creado se apodera de mí, sentir una especie de vacío cuando llego al punto final de la historia. Leerla de punta a cabo y preguntarme:

¡¿Dios, realmente pude escribir todo esto?!

Según tu opinión, ¿cuál es el papel que debe jugar el escritor en la realidad social cubana?

El escritor solo debe escribir, intentar hacerlo lo mejor posible.

¿Se puede vivir de la literatura en Cuba hoy en día?

Con los dedos de mi mano “izquierda” puedo contar a los escritores cubanos que viven de su obra y solo de su obra. El resto, hacemos otra cosa, damos clases, diseñamos páginas webs, vendemos paquetes de hojas y tinta de impresora, montamos una tarima de bisutería para turistas, importamos ropa interior desde Panamá, ofrecemos repasos de Español y Matemáticas para estudiantes de Secundaria Básica, o le damos fuerte a los pedales de un bicitaxi.

¿Qué nuevos proyectos te ocupan en este momento?

Acabo de concluir una novela para adolescentes y estoy enfrascado en el duro proceso de la revisión. El cursor, impaciente, me lleva de la mano y corriendo.

¿Cuál es tu principal aspiración como escritor?

¿Publicar en Anagrama, Tusquet o Alfaguara? ¿Vender un millón de ejemplares? ¿Negociar con Fox, Netflix o HBO los derechos para la versión audiovisual de mis novelas? ¿Ganar el Premio Cervantes, el Príncipe de Asturias o el Premio Nobel? ¿Trascender a través de mi obra?

Quizás dejar una huella delgada, a sabiendas de que se borrará con el paso del tiempo.

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