Un amante para remediar la rutina

¿Y si de repente la idea de que su esposa sea visitada regularmente por un amante, en su propia casa, no le resulta descabellada? ¿Si al salir de casa todos los días la despide con un sencillo: ¿viene tu amante hoy?, para luego dar el consentimiento con una sonrisa? ¿Y si, por azar de la vida, esta situación “absurda” le da a su matrimonio un sentido nuevo, diferente, tolerable? ¿O si de pronto lo absurdo es la rutina y cualquier método de escape resulta válido?

Quizás el dramaturgo inglés Harold Pinter se preguntó lo mismo al escribir El amante, obra que proponen por estos días el grupo teatral Pálpito y el Proyecto Teatro Dador en la Sala Llauradó de la capital, bajo la dirección general de Ariel Bouza.

La obra hurga en la cotidianidad de Richard y Sara, calladamente infelices en un matrimonio sostenido por el amante de ella y la aprobación de él, para ambos una situación tan normal que resulta poco creíble al espectador.

A medida que transcurre la trama se aceptan las circunstancias como posibles y, también, el vacío que rodea a ambos personajes, a la espera de una reacción que no se produce hasta el final, cuando el amante y el esposo deciden que es tiempo de poner fin a la farsa, a la vida de conformismos y apariencias en la que viven.

La puesta en escena de Ariel Albóniga Carmona recae sobre dos jóvenes actores, Amaury Millán (Richard) y Yura López (Sara). Aunque sus interpretaciones por momentos no logran llenar los espacios de una escenografía bien pensada y funcional, los actores sí logran transmitir aquello que caracteriza a sus personajes: el miedo y la aceptación ilógica de compartir aquello que aman con alguien más. Sara tiene un amante mientras Richard ve en sus ratos libres a una prostituta. Pero no buscan en sus infidelidades nada sentimental, nada que los ate, eso lo tienen ya en casa. A su manera se aman, se necesitan una vez caída la tarde, al menos para compartir los adulterios de la jornada.

El amante, otra obra sobre las complejas relaciones humanas y de pareja, busca quizás llamar la atención sobre lo peligroso de la rutina, de la convivencia diaria y sus fantasmas. Un tema ampliamente dramatizado, es cierto, pero que no deja de atraer por lo cercano que resulta siempre.

Esta vez a partir del absurdo, el binomio Pálpito-Dador deja en el espectador —quizás sin proponérselo— el sabor ácido de la duda: ¿y si con la trama de El amante se nos ofreciera solución a la rutina? ¿Cuán asombrados estaríamos si funcionara?

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