(Trans)formaciones de la escritura y otros medusarios. Una cita con Jamila Medina Ríos

Para muchos la literatura es solo subterfugio, simple evasiva que permite eludir un momento, algún recuerdo, un dolor. Otros pueden —seguro estoy— ver mucho más allá de la planicie que guarda bajo su espejismo otros ofrecimientos. Cuando tropezamos con la obra de la escritora Jamila Medina Ríos (Holguín, 1981), vislumbramos una ¿postura?, búsquedas que —al mismo tiempo— proyectan esa otredad de la creación, mutaciones de la escritura (como ella suele llamarle) que sondean, desde la cumbre hasta la furnia, el corpus poético/estético como propensión que se aleja de lo formal, deslindándose del estancamiento, de la calma tediosa que atenta en contra, apostando por la desfragmentación: salvoconducto del que se apropia para reconocer, abrazar, transgredir el/los límite(s) y en ese (eje)rcicio de (re)conocimiento y metamorfosis, esa necesidad de descepar y volver a erigir va forjando, la mujer hueco de araña/ primavera/ armadillo/corazón de col/anémona/hongo, una multiplicidad de voces que se difuminan y cuelan por todo intersticio, concediendo una pluralidad-ambigüedad al lenguaje y al acto escritural, que viene a ser festín de ojos que se congregan —ávidos e inquietos— en la celebración.

Viajera empedernida

Tu libro «País de la siguaraya» recibió el Premio Nicolás Guillén de Poesía 2017, por ser un poemario —de acuerdo a la declaración del jurado— en el que prevalece la utilización de una estética «que se erige en poderoso complemento del contenido, que mezcla pasado y presente, angustia existencial y aliento cotidiano». Al margen de eso, ¿qué marca este cuaderno en la poética de Jamila Medina Ríos?

—Desde pequeña soy una viajera empedernida. Lo heredé de mis padres, que se conocieron y me concibieron durante una guerra en Iraq. Allá primero, y de regreso, en Oriente, en Las Villas o en Las Habanas, nos veo como un trío de paseantes. Luego, entre las escuelas al campo, los amigos del aula o de «guerrilla», si no por la propia escritura, me las he ingeniado para recorrer Cuba. «País de la siguaraya» es uno entre muchos «Países…» posibles. Quedaron apuntes de Santiago y Baracoa, de Isla de Pinos, Gibara… Querrían estar Manzanillo, Puerto Padre, Cienfuegos, Camagüey… Y estarían Viñales y la Ciénaga, si los conociera. En cambio, entre mis padres y el amor, las aguas terminaron llevándome «de La Vana a Matanzas» (como en «Intermitente de Alamar»), y es esa la estación más larga en que me detengo, como tozuda marinera.

jamila-medina-riosMientras Del corazón de la col y otras mentiras (Colección Sureditores, 2013) aborda desmedido lo amoroso («lo púbico», como lo he llamado), «País de la siguaraya» está enfocado en «lo público», la veta metodológicamente opuesta entre las que he hecho gravitar mi escritura. Pero, habría de añadir —contradiciéndome— que hay otra franja (llamémosle «el yo») que suele vertebrar mis poemarios.1 «País…», que se distingue por ser casi en su totalidad poesía en prosa y por la inserción de fotos, se presenta, pues, como un álbum de viajes libérrimo, donde lo público epidérmico (la Isla, sus lugares-imagen) se entrevera con lo púbico (al ir con/tras el amor), al par que incursiono entre los dédalos del yo, repasando infancia y familia.

He pensado que este libro es apenas una ventana abierta a un país-aje al que se quiere volver sin hacer de él una postal, «manteniendo [si es posible, como en el amor]/ la distancia perfecta/ para ver/ lo que hay que ver…» («Columpio en las ramas»). Pero no es ventana ni balcón, porque serían atalayas muy externos, forasteros. Mejor decir que es el periscopio de un submarino o el ojo de buey de un barco en que (me) bojeo como a través de aquellos huecos de araña. Parecen lo mismo, pero no, porque el agua, literalmente, no nos deja estar fuera de ella; nos cala, nos penetra, si nos entretenemos, por cuanto intersticio encuentre (los oídos, los ojos, la boca…). Un paisaje visitado así tiene la voz cantante, y no nos deja mirarlo de soslayo, porque colma todos los sentidos.

A través de lo paraliterario

Me interesa el estilo que asumes en el acto escritural: la utilización de paréntesis, slash y la fractura de versos confieren a tu obra una pluralidad de significados que enriquecen la lectura…

Tiene que ver un poco con mi carácter. Me atrae (y me inquieta) ese mirar a muchos lugares de muchos modos a la vez; el que haya meandros, ramificaciones… Aunque emular la polifonía del ∞ con esos procedimientos sea casi pueril, son los amagos de un imposible en que me embarco —gol/zosa.

Algunos conjeturan que —justamente por ese modo de escritura— eres una autora que roza, quizás dialoga abiertamente con lo experimental. ¿Aceptas esta —digamos— etiqueta? ¿Qué arquetipo de poesía propone la escritora que eres?

Me espanto ante palabras como «etiqueta» o «arquetipo». No me adhiero a un estilo, si bien es claro que (hasta hoy…) no he publicado —por ejemplo— poesía rimada. Ciertamente, me tientan los medusarios del neobarroco y las redes de lo experimental, lo intertextual, lo transgenérico, las vanguardias…; como siento empatía por autores que religuen (en poesía o prosa) filosofía, arte y vida, tanteando a través de lo paraliterario, venga de donde venga… Más que de la horma de mi poesía, podría hablarte de su impulso, precisamente, hacia «La escritura como una mutación» (cfr. «Metamorfosis», Del corazón de la col y otras mentiras, 5: 2013). Algo así como una exploración en mi sostenido que empuje no a cristalizar sino a la desfragmentación, al desdoblamiento, a lo esquizo, a un zigzag de encarnaciones más que verbales —si se pudiere. De ahí tal vez —y lo he subrayado ya— las máscaras o «animalias discursivas» —al decir de Liuvan Herrera Carpio— que se suceden en mis poemarios: de araña de tierra a flora primaveral, de armadillo a anémona a hongo ¿a país? 

¿Es la fuerza temática o la estética del poema, una preocupante en tu oficio escritural?

En ese interregno… ¿no se debaten todos? Recuerdo que, cuando concebí Anémona —tras los «grandes» temas de Primaveras cortadas (el suicidio, las revoluciones malogradas)—, quise ocuparme de vibraciones «menores», casi inaudibles. De ahí que en mi tercer poemario (que es anterior a Del corazón… y que escribí en dos tiempos, acaso por lo cual se le siente «irregular») convivan textos de feminismo militante con otros que críticos, amigos (y hasta yo, que apenas los leo en público ni los doy a antologar) tildarían de inocuos, de intrascendentes. Ese tono como despreocupado de sí, ese decir sin peso, sin transmitir angustias tremebundas, esa suavidad líquida de «cubito[a] de hielo»… («¿Furia?») era lo que buscaba el primer Anémona, que convive (quiero creer que burlonamente) con el segundo y más visible: que alza la voz por discursar sobre la identidad (femenina, caribeña, dis-pareja, autoral…).

Usando los ejes que propones, yo diría que, quizás por aptitud o porque los rejuegos de lenguaje suspenden demasiado (la llegada de) la «comprensión», «la fuerza temática» no es precisamente lo que (do)mina mi corpus poético, sino la «estética». Más me preocupa, sin embargo, la imaginación. De hecho, me gustaría gozar de una escritura (siendo que la mía no tiene raptos de humor) de intensas dosis de inventiva, como la que han desplegado —por citar— Mariano Brull, en su «poesía pura»; o Calvert Casey al retomar el vocabulario médico en su viaje surrealista por el cuerpo amado; o Luis Rogelio Nogueras, con los apócrifos de El último caso del inspector; o —maniobrando admirablemente con la versificación— ese rimador sin pausa que es José Luis Serrano; o Soleida Ríos, al coleccionar los sueños de un país…

Volviendo a aquellas intenciones de Anémona —por si las moscas y contra cualquier excesiva intención de «fuerza temática»—, me prescribiría de vez en vez esa poesía de lo momentáneo, de lo diminuto ¿intrascendente?; que captara rapazmente un gesto, un cambio de luces, un golpe de viento o de agua, un déjàvu o girones de diálogos copiaditos al paso…

El comodín de las generaciones

Has publicado en Cuba y en editoriales foráneas. Partiendo de esta realidad, ¿cómo valoras el ejercicio de la crítica y promoción en nuestro país? ¿De cuáles factores depende —de acuerdo a tus propias vivencias— que un escritor, una obra, sean lo suficientemente atendidos por estas dos labores tan necesarias para cualquier autor?

Me sorprende siempre que nos veamos compelidos a responder preguntas de sociología literaria o a desentrañar el «azar concurrente». Mis «vivencias» de mujer cubana, escritora, editora y filóloga, residente en La Habana, que cumple este septiembre 36, no son de silencio (y enumero variables que, independientemente de mi «obra», pueden haber influido en hacerla «atendible»). He sido premiada; publicada acá y acullá; invitada a lecturas, conferencias, festivales; entrevistada (siempre dispuesta a huir) por interlocutores que conocían o no la obra en cuestión (y que editaron bien o mal mis palabras). Fuera de la Isla, entre el morbo y el encanto que despierta, subida a la cresta de sus transiciones, no extrañe la curiosidad por oír a una «joven» cubana. Dentro, he experimentado con sospecha las «bondades» de un campo cultural demasiado pre-ocupado —lo he dicho antes de cruzar esta línea vital— por las edades, no sé si por fanatismo rimbaudiano o con una propensión insuflada tras 1959 por las ansias de «forjar» al «hombre nuevo» en los «talleres» literarios. Me place que esa seguidilla de las «jóvenes promesas» inspire la ironía de Plantas invasoras(Abril, 2017), Premio Calendario de Antonio Herrada (Holguín, 1992), quien se pregunta cómo escribir «muerto», después de cruzar la frontera de los 21 años, y espeta: «no soy lo que esperaban del futuro/ si quieren salvarse/ no miren a través de mí» («Casuarina Esquesetifolia», 32). Ese mercadeo o falsa especulación con las edades de los autores, que termina conduciendo a hablar de «la salud» o a predecir «el mañana» de la creación en Cuba, está ligado a una visión evolucionista del arte que escinde el panorama con el comodín de las generaciones y que yo tacharía de un plumazo —aunque me haya dejado espolear por su retintín. Agradezco las bonanzas y sobre todo las estaciones lejanas y cercanas que recorrí, mas —lo he dicho también, ridícula o ingenuamente— me alegro de cumplir por fin 36. Al fin podré salvarme de «morir joven» y, sobre todo, no tendré que leer como «representante de las nuevas promociones»; ejerceré mi derecho a no opinar con generalidades y a no decir ni pío sobre la crítica, la promoción o la literatura contemporáneas cubanas. ¿Parecerá pueril mi salida de tono? Seguramente. Mas, algo indicará sobre la cantinela de la cuestión…

Es obvio que nos creemos carentes de una crítica crítica en la Isla. ¿Qué sumar a tópico tan saturado? También lo es que habría que dinamizar los espacios y las acciones promocionales al uso (en medios y eventos), rediseñando carteles y guiones; practicando un periodismo al estilo de nuestras publicaciones alternativas; invirtiendo en publicidad eficaz; investigando más de los autores y pensando más en los públicos; modelando la información según las cardinales de las nuevas tecnologías… Para promover a un escritor en el xxi, al centro de los massmedia, de internet y de las redes sociales, apelaría o a las vías globalizadas de difusión (Facebook, blog, twitter, publicaciones y archivos de consumo digital) o a vías alternativas, no marcadas como institucionales (flayers, grafitis, intervención de marquesinas —como hizo el artista plástico Yornel J. Martínez—, lecturas en la vía pública, susurros poéticos como los del Café bar Emiliana—, publicaciones breves y manufacturadas al estilo de las cartoneras latinoamericanas, musicalización de poemas o intersección del verso con otras artes y formatos que rebasen el libro clásico…). Estrategias que entremezclaran el espíritu de los tiempos (propenso a la expansión sensorial y a la velocidad) con un sello moderno e individualizado, siendo que entre los valores emergentes de la Isla es notable que la marca de lo «privado» posee hoy más prestigio que lo «estatal»…

Es conocido que trabajas en un proyecto de antología. ¿Podrías comentar, brevemente al menos, sobre este trabajo? ¿Cuáles criterios de selección tomaste en cuenta, temática, propósito…?

Ha sido algo demorado en los recodos editoriales, lo cual ha ido desactualizando la investigación tanto respecto a los que están como a los que no. Deberá imprimirse este año, editada en Matanzas. Los incluidos no son siempre escritores publicados después de los años 0 (una tiene todos sus poemarios inéditos), ni nacidos entre 1976 y 1986 (uno es de 1972 y otra de 1988), ni residentes en la Isla (la mitad era o ha venido a ser parte de la diáspora en el trasiego), ni son poetas a secas (hay un artista visual y la mayoría se mueve entre varios géneros literarios). «Bastante o se trancó el dominó» (que así se llama) partió de una amigable escaramuza con el poeta y editor René Coyra, siendo que La calle de Rimbaud. Nuevos poetas cubanos (2013) (muestra a su cargo) abarca varias decenas de autores y muy pocos textos de cada cual. Esta la comenzamos Legna Rodríguez Iglesias y yo, mas quedé sola en el intento y me alegró incluirla sin ambages. Son una docena de autores, con diez textos y una poética de cada uno. Una primicia aparecerá en la revista Separata, de Querétaro, y la editorial Rialta, fundada por un grupo de filólogos cubanos que la urden en su mayoría desde México, quisiera publicarla. Por lo que (contra avatares como una mudanza y el velorio de mi disco de laptop) es probable que repiense una reedición… Ello si antes no me doy a la fuga 😉    

Pretextos para disertar sobre la creación contemporánea

Se ha notado en ti cierto interés por la obra de la poeta cubana Nara Mansur…

«Cierto interés» resulta tibio, siendo que escribí sobre Nara Mansur una tesis académica, de Lingüística Aplicada, que discutí en la FLEX (UH) en 2013, con todas las obsecuencias del caso… 😉 Sí, me ha parecido sumamente provocadora su actualización de la retórica revolucionaria cubana en Charlotte Corday. Poema dramático y en otras zonas de su obra donde no en vano lo púbico, lo público y el yo convergen en proteica rebelión. Cuando quedo prendada de un autor, se entabla una cópula entre objeto y discurso, más si su corpus me permite hablar del cuerpo y de algunos fantasmas (díganse: la política y Francia, el teatro, la muerte, el amor…). Eso tiene Nara Mansur, cuyos bacilos se han trasfundido a novísimos dramaturgos como Rogelio Orizondo, Alessandra Santiesteban o Fabián Ávila Suárez —por ejemplo—, acaso porque esta época urge —pasadas las rabietas descubanizantes y posnacionales— a una revisión histórica desfamiliarizada, desautomatizadora; a una contemplación extrañada, pero atenta del cronotopo que habitamos, como hace a su vera «País de la siguaraya».

Por ese camino, he hallado (en la dramaturgia, y asimismo en la poesía, la narrativa y las artes visuales cubanas de hoy) pretexto y material para disertar sobre una zona de la creación contemporánea que se muestra más interesada en pensar Cuba que en olvidarla.2 Y he estado interrogándome, más específicamente, sobre las actuales reescrituras del imaginario mambí decimonónico. Pero ese es ya tema de un doctorado o de un libro posible…

En una entrevista anterior —realizada por Rubén Ricardo Infante— indicaste: «Quisiera trabajar la literatura de la diáspora, en la que existen muchas vetas que desconozco». ¿Crees que la poesía de los autores de la llamada «Diáspora», esa escrita por cubanos desde cualquier latitud, podría o debería ganar más atención por parte del panorama literario nuestro? ¿Cuáles valores encuentras en sus voces?

«Quisiera» incumplido. La diáspora cubana sigue siendo una bahía que no he vadeado, y de la que no osaría sistematizar —así en frío—, «valores», cuando obviando a Calvert Casey o a Nara Mansur (ambos con un pie siempre en la Isla), apenas he abordado a escritores que recientemente han ido a engrosarla (como los antologados en «Bastante…»). Como todo lo que entraña dificultad, me llama cruzarla a nado, comprenderla de un envión —hazaña imposible, que demanda diccionarios, historias de la literatura y un ensayismo sagaz que relige lo atomizado y nos avive la mirada sobre lo cercano, haciendo otear más allá.

Siendo editora en Unión, me place haber sido puente de la publicación de la poesía de Ramón Fernández-Larrea, Alessandra Molina y Waldo Pérez Cino —aunque signifique muy muy muy poco ante tamaño objeto de estudio. Me parece clave remitir al empeño de publicaciones como La Gaceta de Cuba, que hace décadas busca actualizarnos periódicamente sobre ese más allá. Y asimismo a los catálogos (que se suelen compaginar con una web o un magazine de notable dinamismo y factura) de varias editoriales nacidas fuera de la Isla, más o menos recientemente: Bokeh y Almenara (con el propio Pérez Cino), Hypermedia (con Ladislao Aguado y Pablo Díaz Espí), Casa Vacía (con Pablo de Cuba y Duanel Díaz), Rialta (con Carlos Aníbal Alonso, Ibrahim Hernández, Roberto Rodríguez, Pablo Argüelles Acosta, Juan Manuel Tabío…), que desde Europa o América están ocupándose de diseminar la literatura escrita en diversos géneros por esa diáspora —y no solo.

El poeta como visionario

La escritora cubana Dulce María Loynaz expresó en una entrevista que un poeta «es alguien que ve más allá en el mundo circundante y más adentro en el mundo interior», y que incluso esto no sería suficiente si aquel no logra «hacer ver lo que se ve». Desde esta definición, ¿qué o quién consideras es un poeta?

El poeta como visionario se alía a la corriente que concibe que los artistas (y los filósofos, los médiums…) son un canal de comunicación con el reservorio del inconsciente colectivo. Ambas ideas me provocan, pero preferiría no descarrilarme en definiciones.

Considero que al creador, y a los olmos del poeta en especial (no tanto como a los dioses, pero casi), siempre se le están pidiendo peras. Opinar, no ya de sociología…, sobretodo de política; salvar o matar al cisne; salir de la «torre de marfil»; luchar por la paz mundial; defender a las minorías; insuflar valores positivos; ejercitar la consciencia y la participación ciudadanas; cantarle a la naturaleza; sostener la identidad y el espíritu nacional; comprometerse con «lo(s) suyo(s)» y no aliarse con el poder, «hacerse eco de su tiempo»; «ser absolutamente moderno»… Y —por si fuera poco —hacerlo con «belleza» y un lenguaje «cosmopolita» que recuerde sus «orígenes», con ritmo y no mucho «hermetismo» (ni muy prosaicamente), con «voluntad expresiva» y «limpieza formal» y «emoción verdadera» y «espíritu rebelde y esperanzador», de un modo en que sea único y universal, y culto pero popular, al tiempo que esté actualizado sobre la realidad circundante y sobre los procedimientos y movimientos poéticos…, sin dejar de cultivar la «necesaria evolución» de su arte a la vez que su estilo, desde sus experiencias. ¡Si estos no son los mil trabajos de Hércules, que venga Zeus y lo diga! Lo extraordinario es que el poeta trate de ser (no muy raramente y de tantos modos) ese galimatías, ese Frankenstein —y algunas quimeras más…

Los temores de Jamila Medina Ríos

¿Qué le alarma a Jamila Medina Ríos de la poesía, la creación en la Isla?

Nada. Alarmarme sería que juzgara o pautara hacia dónde debería ir la literatura cubana…, lo que me parece superfluo y autoritario. Parafraseando algún verso no sé si de Mirta Aguirre, agradezco abrir cada libro con la mirada fresca para el saludo…

¿Cuánto ha ganado o perdido la persona/mujer/poeta, desde Huecos de araña (Ediciones Unión, 2009) hasta «País de la siguaraya» (en proceso editorial por Letras Cubanas)?

No suelo sopesarme en términos como «ganar» o «perder», y me hace gracia la pregunta, porque parece para alguien de larga data; pero lo intentaré.

Si dijéramos «ganancia» textual, puede que entre las crecidas de lo público y lo púbico haya dejado al corpus responder demasiadas veces al cuerpo que lo ata. Lastrado el yo por el (des)amor, he llegado a enmudecer y puede que haya ¿perdido? (me lo pregunto porque diría que es algo cultivable) autonomía e imaginación poéticas.

En cuanto al campo cultural, he «perdido», eso sí, libertad. Al pasar de ser una (estudiantina) desconocida a una ¿consabida?/aburrida referencia bibliográfica. Lo que, junto al trabajo editorial, se traduce en una avalancha de pendientes de los que sueño y no logro vacacionar, a no ser que impliquen la liberación de un desplazamiento a donde sea, por favor por favor… Bote, tren, papalote, estrella, bicicleta; son cascabeles que resuenan en mí cuando la columna se comba frente a la PC para «hacer los deberes»

En Huecos de araña, escrito entre el allá y el acá: antes-durante-después de los sofocos de «la carrera», vibraban Holguín, la filología y los primeros deslumbramientos poéticos. 2009 fue también el mar de Tarará, tan cerquita, y la irresponsabilidad (in)tranquilizante de seguir siendo una becada. Con un poco del premio me tatué un armadillo en el antebrazo izquierdo y no recuerdo más. Después pasé de profesora disfónica a editora, siempre atormentada por el ideal de justicia y por el perfeccionismo. Y de la beca (Calvert Casey mediante) a mi primer apartamento, en Buenavista, Playa, con una azotea y una hamaca desde las que por mucho que me empinara no veía la costa. Allí firmé «País de la siguaraya», que fue también un cubo de arena en la vuelta del mar, ese azul que me sonríe ahora mismo por la ventana del quinto piso en que me he encaramado a vivir en 2017 (como quien reclama la punta de una litera) en la mismísima esquina de San Lázaro y M. Eso he ganado, tres escotillas a la bahía, desde las que sin esfuerzo veo mis playas favoritas, por los nombres de pila de mi infancia: Pesquero, Estero, Estero Ciego, Guardalavaca…

Tu mayor temor ante la creación, ¿cuál es?

¡Las cucarachas! 😉 Cuando escribo, casi ninguno. Luego, demasiados (aparte de no entender mi propia letra). Más a la excesiva inteligibilidad que a la incomunicación—pero también a eso, si hay que leer en público. Tanto a la austeridad lingüística como a la falta de vibración emocional, y asimismo a la cursilería o al patetismo (ya que me he atrevido a hablar tanto de amor, como en Del corazón de la col…). A textos de fría cerebralidad (como cierta zona de Primaveras…) o de rayano prosaísmo. A la falta de ritmo y a la estrechez de las cajas de las publicaciones, donde no caben los versos largos. A las cubiertas sin garra. A la guillotina, a los bostezos, a las erratas. A las fichas de estilo formulario. A las malas reseñas, y a las «buenas». A los cheques vencidos y a mi foto en internet. A paneles y lecturas kilométricos. A ser antologada y traducida (sin slash ni paréntesis). A que me digan «poetisa». A tener que aceptar una entrevista…

1 Para leer esas vetas, cfr. lo público (o lo social): “Raíces/huecos de araña” (Huecos de araña, Unión, 2009), “Como un pez sin bicicleta” (Anémona, Sed de Belleza, 2013 y Polibea, 2016); lo púbico (o el amor): “Solo de sangre”, “Mar tapada” (Anémona); el yo (o lo femenino): “Cuerpo de reina” (Huecos…), “Utopia—primaveras cortadas” (Primaveras cortadas, Proyecto Literal, 2011 y 2012), “La risa de la medusa” (Anémona). Por excepción, en Primaveras… participan de lo público y de lo púbico dos secciones: “Ectopia —rollitos de primavera”, donde confluyen revoluciones abortadas (lo social a nivel macro) y amores rotos; y “Anatopia—sitio de la primavera”, donde se interrogan los lazos pasionales y filiales (lo microsocial).

2Cfr. Jamila Medina Ríos: «Una Cuba de Rubik. Holograma de los Año(s) Cero (hibridez, glocalidad, ¿des?posesión)», en un dossier sobre literatura cubana orquestado por el ensayista Walfrido Dorta y publicado próximamente por la Revista de Estudios Hispánicos, 51, 2017.

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  • Establecer este dialogo/aproximacion a la escritora Jamila Medina ha sido increible. Gracias siempre a Carelsy Falcon y a la AHS por la confianza.

    Milho

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