Ni diálogos de sordos, ni discursos de academia

Tomado de La Jiribilla

Transgresor ante el dogma, la rutina en el pensar y el acomodo en la actuación, Fernando Martínez Heredia nunca deja de volver a la carga incluso cuando para algunos resulta “incómodo” lo que tiene que decir. Protagonista en el tiempo de incontables polémicas vinculadas al futuro de la Nación, no abandona la costumbre de provocar el razonamiento frente a las muchas variables negativas que condicionan nuestro ejercicio del pensar.

Para Fernando “en una revolución todo es dificilísimo, no hay nada fácil”; lo recuerda cuando algunos de sus interlocutores vuelven con aquello de que la realidad nos supera, o con el manido pretexto que reconoce que todo lo dicho es valioso, pero las decisiones las toman otros. Ante lo uno y lo otro, vuelve a recordarnos que ya no tenemos tanto tiempo como antes.

La evolución de un modo de producción condicionado por la deformación de siglos de dominación colonial y neocolonial, los infortunios de afuera y las perezas de adentro, no simplifican la tarea socialista. En medio de la agitación que provocan los conflictos cotidianos, lograr sinergia entre táctica y estrategia es fundamental.

Con base en esa necesidad de debatir la Cuba actual desde la multiplicidad de visiones y aristas, la producción ideológica vuelve a configurarse centro del análisis. Toda transición socialista en su desarrollo ha tenido que sortear poderosos obstáculos; “en el largo camino de la descolonización estamos obligados a liberarnos de las formas de dominación, que nos enseñaron a imitar y admirar eternamente alienados”.

Abarcar este desafío implica reconsiderar jerarquías, resemantizar conceptos y posicionar nuevas definiciones en el acabado teórico que sustenta nuestro proyecto. El lugar en que se sitúan las relaciones entre cultura y política, así como las que se expresan entre intelectuales y ejercicios de participación, deben ser reconsideradas.

Una cultura socialista y sus posibilidades de multiplicación en el imaginario social, requerirán siempre de una avanzada que logre posicionar contenidos provocadores a los que no se les vea la costura del panfleto, a la vez que exacerbe los deseos populares de cristalizar los valores y conductas en nuevos modos de actuación social.

Problemas de la mayor importancia siguen dependiendo de la posibilidad de capitalizar nuestras fuerzas ideológicas. Reconsiderar aristas del programa político de nuestro proyecto que han sido superadas por el tiempo y reconquistar constantemente, mediante el diálogo participativo, a la gente común que en su mayoría quiere protagonizar la trasformación, no son disyuntivas que podamos obviar.

Ante la inminente contrarrevolución neoliberal que se ejecuta en el sistema mundo, mantenernos solo como observadores puede ser perjudicial. Frente al ataque simbólico y cultural del que somos objeto, habría que alinear nuevamente a las vanguardias, intentar localizar posibilidades de trabajo conjunto y colocar el debate serio como una prioridad. Poco podremos avanzar en tan cenagoso terreno sin precisar y mirar con profundidad hacia lo que hemos dejado de hacer.

La impostergable ratificación de liderazgos populares, los senderos extraviados entre política e intelectualidad, la formación ideológica de sectores obreros y estudiantiles, los problemas conceptuales sobre las categorías inherentes al modelo socialista y la decodificación de la doctrina neoliberal y su discurso homegeneizante y dominador, no son cuestiones que dejen lugar para la espera.

La necesidad de “excluir el autoritarismo y los hábitos de mando irrestrictos, el gobierno sin confrontación con los gobernados, el burocratismo, la intolerancia ante la diversidad, la obstrucción de las ampliaciones sucesivas de la participación en el poder” no han dejado de ser ejes para una mirada crítica de la herejía política de una revolución socialista de liberación nacional como lo es la cubana.

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El Quijote de la farola. Foto: Alberto Korda

En esa herencia descansan claves vírgenes, métodos sin emplear, expectativas en pausa y enseñanzas valiosas, que interpretadas con un prisma de contemporaneidad conducirían a resultados más vigorosos en el entorno de la cultura política revolucionaria. Por otra parte, desatar las capacidades populares implica en nuestra coyuntura emprender una actualización considerable de los estilos de trabajo, recuperar la disciplina y proyectar ideas capaces de captar la simpatía de los más diversos sectores.

En este sentido, advierte el autor de El corrimiento hacia el rojo que “toda revolución es una gran fuerza unificadora que barre las diferencias, las pospone o las oculta”. Identificar las diferencias pospuestas y ocultas ante los derroteros de la Nación, no asistir con superficialidad a las que emergen como plataforma de pensamiento capitalista o abiertamente socialdemócrata, especialmente en sectores minoritarios de la población vinculados al lucro y los facilismos económicos de determinadas posiciones, resulta vital. No puedo dejar de advertir aquí la extraordinaria vigencia de un texto emergido en las difíciles y complejas circunstancias de los noventa; palabras que, veinte años después y aun en voz de su autor, no pierden su cualidad de aldabonazo. “La política cubana actual evidencia la tensión fundamental y permanente entre la necesidad de garantizar la continuidad del orden vigente mediante un poder muy concentrado y el imperativo central de la transición socialista de promover saltos en la participación y cambios en las estructuras y las relaciones sociales que conduzcan a la actividad total de la sociedad, hacia la eliminación de toda forma de dominación”.

El socialismo cubano, ante estos desafíos, debe hallar nuevas maneras de interacción con la realidad y también nuevos mecanismos de expresión de la política. Inteligencia, autenticidad, audacia y sobre todo ética, deben caracterizar las acciones que facilitan la expresión del ejercicio del poder. La recuperación de la credibilidad del pueblo en algunos de sus representantes y en la utilidad de no pocas instituciones que tienen como propósito aglutinar y proyectar las fuerzas sociales, son temas permanentes para la agenda del proyecto político cubano.

La repolitización de diversas capas populares del país, con énfasis en las nuevas generaciones, es un asunto de trascendencia capital. Promover la cultura política del socialismo transita sin atajos por ese difícil pero impostergable trayecto. No hacerlo equivale a comprometer la esencia humanista del modelo como alternativa, renunciar a la dignidad plena aprendida de Martí, entregarnos a la depredadora visión del consumo, hacerle el juego a una espiritualidad convertida en mercancía y fragmentar, por estas vías, el ejemplo que constituye la Revolución en sí misma. Todo ello implicaría una gran derrota, no solo en el campo ideológico y político, sino sobre todo en el cultural.

Frente al nuevo panorama socioclasista del país, debemos fomentar una cultura que en su amplitud abrace lo unificador, combata lo dañino y prepare para el ejercicio integrador, totalitario y crítico ante la compleja realidad que se vive. El capital cultural de la nación debe encontrar fuerza para dialogar con sus receptores y convertirlos en celosos vigilantes y multiplicadores de sus ideas. Ni diálogos de sordos ni discursos de academia pueden solucionar nuestro dilema.

La reflexión intelectual sobre la política en sí misma, sin contaminación de pesimismo ni arrebatos de triunfos efímeros, debe ser el camino. La praxis socialista cubana debe reflejar ahora más que nunca capacidad de autogeneración, autenticidad y respuestas constantes a las crecientes necesidades de la gente. Para que no nos marchemos, para que no haya hambre de patriotismo ni anemia social que genere agotamiento, para que no se olvide la ruta y el costo de la resistencia, y en esto las vanguardias juegan su papel, en tanto no renuncien a su capacidad para entusiasmar, seducir, movilizar y renovar permanentemente la confianza de las masas en las propuestas del proyecto revolucionario. Ese es el legado que nos ofrece Fernando Martínez Heredia, al tiempo que nos convoca a  cuidar y transformar todo aquello que, si bien invisible, sigue siendo vital para que salvemos y alimentemos la raíz, lo simple y lo cierto.

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