Un almuerzo con Chaplin

En las Romerías de Mayo, como en Macondo, cualquier cosa puede suceder: lo mismo te arrastra la música por las plazas de Holguín que te sorprenden los teatristas con los telones multicolores de su escenario itinerante. Así mismo puede uno sorprenderse de repente conversando con Fernando Pérez o almorzando con Chaplin.

Ese personaje encantador puede usted encontrarlo en esta gran fiesta atravesando cualquiera de nuestras hermosas y, por esos días, efervescentes plazas. Con la sonrisa siempre dispuesta, la mano tendida y hasta el beso robado a una mejilla furtiva, su andar de pasos abiertos lo trae desde la lejana capital de la isla. El traje negro con las puntadas largas de una apresurada costura por fuera, el sombrerito que lanza el alegre saludo a niños y adultos por igual. Bastón en mano, blanco el rostro, entintado el bigotito… no puede ser otro que él, usted lo ha encontrado… es Charles Chaplin en Romerías.

Muchos deben estarse preguntando desde la primera vez que se le vio por nuestras tierras quién es este Chaplin romero. Su nombre es Eduardo Almirante… ¿? Sí, es el hijo mayor de Enrique Almirante, el muy querido actor cubano ya fallecido. Desde bien pequeño se le vio en la pantalla grande, con solo cuatro años trabajó en la película El bautizo (1965). Y con a penas seis comenzó a estudiar pantomima con maestros de la escena como Simón Rodríguez. «Soy uno de los pocos actores que ha trabajado en el circo y el ballet», afirma con una sonrisa inocente dibujada en los labios ya sin maquillaje.

Eduardo Almirante es actor de teatro y televisión, ha trabajado en un sinfín de grupos como Teatro Estudio y Tropatrapo. Hace veintitrés años que carga con la figura del genio del cine, uno de los personajes más queridos en todo el mundo: Charles Chaplin. Su amor por el arte de la pantomima y la fascinación por el humor lacerado y nostálgico del personaje de Chaplin lo llevaron a usar su traje y montar su espíritu en la ciudad de La Habana por allá por los años ochenta.

A medida que terminaba nuestro almuerzo en el restaurante del Hotel Turquino, el Chaplin se me iba desdibujando para mostrar cada vez con mayor intensidad y definición al hombre-actor, ese Eduardo Almirante que tiene una ceja negra y la otra rubia. Espero se lo encuentren por alguna de nuestras calles, pero si no ha tenido la suerte aún, apúrese a buscarlo y no dude en responderle el saludo, tenderle la mano y hasta devolverle un beso… no todos los días se resucita a un genio.

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