Harry Potter presta testimonio

Dicen por ahí —a gritos, a escupidas— que se acabó la mezcla, que ya no hay forma de salvar, que todo está perdido. Pero el work in progress/academia documental Harry Potter: se acabó la magia, de Teatro El Público y bajo la dirección del Maestro de Juventudes de la AHS, Carlos Díaz, parece desmentir el testimonio expresado en el título: algo queda todavía. Como parte del 16 Festival Internacional de Teatro de La Habana, la dramaturgia de Agnieska Hernández abrió las puertas de una escuela (de magia o de vida, que el espectador diga la última palabra) que bien podría ser Hogwarts o una secundaria básica, o un preuniversitario cualquiera. Su condición es la de los múltiples rostros: el texto es capaz de dialogar con un criterio generacional, de conservación de la memoria histórica en su arista más descarnada.

Filosa y atípica, la obra/el espectáculo conservan la agudeza de lo bien pensado, lo bien reflexionado, lo dicho a gritos por necesidad, por urgencia, por emergencia. Seis jóvenes actores cubanos asisten a una particular entrevista escénica, donde exhiben las mejores poses que han aprendido de su paso por la tierra, pero también las más grandes verdades, esas que son dolorosas como el corazón de un monstruo que llora al recordar el Maleconazo.

Los histriones, en todo el esplendor de su juventud actoral, asumen los roles con intensa dignidad. Andrea Doimeadiós, Joel Hernández Lara, Amelia Fernández, Pedro González, Danaysy Estévez y Diana Tenrero, no solo asumen el reto de dar cuerpo al texto de una de las más representativas autoras de la escena cubana, sino que además tienen el honor de ser dirigidos por el Maestro de Juventudes y Maestro de la Vida, Carlos Díaz: se convierten en Harry, Hermione, Ron, Luna, Aquel-Que-No-Debe-Ser-Nombrado, o una guajirita que acaba de llegar a La Habana e intenta aprender cómo sobrevivir en esta jungla de asfalto. A veces, también, asumen las identidades de los muggles para ocultar la magia a través del testimonio, del estudio que documenta la realidad, de cierto evangelio juvenil teatralizado y contextualizado a nuestra época.

Aunque quizás el espectador haya extrañado (solo un poco) los magníficos y espectaculares escenarios/vestuarios a los cuales nos ha acostumbrado El Público, lo cierto es que texto y calidad actoral son suficientes para un work in progress. Con una escenografía minimalista, los actores construyeron la escena desde su gestualidad y el dominio del escenario, y a través de grandes instantes de monólogos.

Los jóvenes intérpretes fueron acompañados por un conjunto de estudiantes de la Escuela Nacional de Arte (ENA) —la mayor parte de ellos eran alumnos de los primeros años de la carrera—; estos últimos tomaron sus asientos como espectadores en el propio escenario, como si también fueran parte de la historia, alumnos de Hogwarts o testigos de un documental que se hubiera filmado en su propia escuela. Y ahora, pienso bien y digo: sí, en realidad lo eran. La verdad teatral —sólida, estatuaria, monumental— abrió sus puertas a esa otra verdad, la individual de cada uno de los espectadores. Platea y escena comulgaron mediante la risa, la catarsis, el dolor, que al tocar a todos dura menos. Dígase transformación.

A través de la polisemia, de un rico doble sentido, de una ironía cáustica que desborda lo textual para llegar a la escena, Harry Potter: se acabó la magia ya no nos habla de los hechizos de Hogwarts, sino de esa cotidianidad que es mil veces más irreal que la fantasía más prístina de J. K. Rowling. El sentido de la investigación colectiva se percibe no como un hecho escénico terminado, sino como potencialidad que augura un espléndido final del camino. Es esta una de las obras que, según mi entender, ha conseguido dialogar con una juventud (la nuestra) cada vez más crítica, más inteligente, más capaz de conversar objetivamente con su(s) realidad(es).

No digamos entonces que se acabó la magia. Al menos Agnieska Hernández, Carlos Díaz, y aquellos intensos muchachos —Ron, Harry, Hermione, o Andrea, Danaysi, Diana, ¿importan acaso los nombres y las definiciones?— demostraron todo lo contrario.

Aunque la mezcla haya desaparecido, aunque todos seamos un poco magos por necesidad o por costumbre, aunque la Isla haya sido apuñalada en una estación de ómnibus y sobreviva toda esta «feancia», aún queda el grito.

Foto de portada: Yailín Alfaro

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