Valerio: «La literatura y mi vida siempre han ido de la mano»

Orlando Nodarce es un pueblo chico. Nadie conoce su nombre, es más popular llamarlo El Oeste, un oeste cubano de armas blancas, de venganzas silenciosas y de casas despintadas. Dentro de una de ellas creció Yunier Serrano. Pequeño, delgado y diferente. Tuvo que afrontar desde niño la suerte, o la mala suerte, de haber nacido en un barrio marginal.

Desde hace un tiempo vive en la capital de Pinar del Río. Ya los tiempos de la infancia se pierden en su memoria, pero aún persisten en sus textos para niños y adultos. Valerio, como se nombra a sí mismo, se ha convertido en una de las promesas de la literatura infantil en la provincia.

Ahora vive en una casita azul y amarilla, perdida detrás de otras y a la que se accede por un enrevesado pasillo. Es fácil no encontrar la dirección, perderse buscando una vivienda de muñecas. En el interior se disputan el espacio una sala-cuarto, un bañito, una cocina y un mono de felpa colgado de una lámpara. Allí se recluye para pintar y escribir, sus dos grandes pasiones.

Demoré mucho tiempo en entrevistarlo, en hurgar en su mundo. Lo conocí en la presentación de La Gaveta, publicación de la AHS en Vueltabajo. Su disertación sobre uno de los cuentos de esa entrega me pareció insípida y despreocupada. Luego comprendí que le imprime su característica distracción a todo lo que hace.

El sol amenazaba con irse y dejar la ciudad en penumbras. Después de mucho buscar llegué a su puerta. Abrió con extrañeza, luego sonrió dejando ver sus dientes limpísimos. Me brindo café y negué con la cabeza. Observé cada rincón de la casa, las paredes, el techo de tejas rojas, la ventana que da al patio de los vecinos, todo.

No sabía mucho sobre él, solo que era egresado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, ilustrador, escritor y nada más. Saqué la grabadora y me miró horrorizado.

—No me digas que me vas a grabar.

—Bueno, necesito hacerlo, te juro que solo yo te voy a escuchar.

Nos sentamos encima de la cama como dos amigos de años. Puse la grabadora sobre la sábana y comenzamos a hablar. Ambos la olvidamos por completo.

—Vamos a empezar hablando de ti. Todo lo que me digas estará bien.

—Yo, ¿qué te puedo decir?…Nací en el 85 en San Cristóbal, un municipio que ahora pertenece a Artemisa—contestó y de repente quedó en silencio.

—Entonces eres bastante joven. Cuéntame tu mejor recuerdo de la infancia —dije para lograr que confiara poco a poco en mí.

—Bueno, en 1990 mi casa se derrumbó. Mi papá quería hacer una de mampostería y vivimos un tiempo en una especie de tienda de campaña, como los sin tierra de cierta novela brasileña. Fueron los mejores meses de mi vida, era como un circo. Estaba construida de lonas negras y todas nuestras pertenencias estaban dentro. Un día llovió a cántaros y la tienda se inundó. Los adultos sufrieron mucho, pero para mi hermana y para mí aquello fue una fiesta.

— ¿Todos tus estudios fueron en San Cristóbal?

—Los primarios, secundarios y los del pre. Luego vino el Servicio Militar y después el Pedagógico aquí en Pinar.

—Entonces maestro.

—No, comencé pero dejé Lenguas Inglesas a medias. Fue una etapa muy convulsa para mí.

— ¿Y eso por qué?—le interrumpí.

—Porque mi vida cambió cuando cumplí 20 años, todo llegó y mucho se fue con esa edad. Ocurrió mi descubrimiento. No pude más. Entré en crisis y la literatura fue el método que encontré para exorcizarme. Decidí dejar la escuela, dedicarme por entero a escribir y admitir mi homosexualidad. Además no quería ser profesor.

—Muchas cosas juntas, demasiadas decisiones. ¿Y cómo actúo la familia?

—Dije que había suspendido el curso y ya.

—Y comenzaste a escribir…

—Mi sensibilidad por el arte va muy ligada a mi niñez, a la burbuja que creé para protegerme de la gente, de los niños que me maltrataban por ser diferente. La literatura y mi vida siempre han ido de la mano. Yo empecé a escribir para encontrarme, para hacer las paces conmigo mismo. Mi literatura gira en torno a lo que yo soy y a lo que he sido. En la literatura para niños exploto mucho la fantasía, si el lector sondea en lo más profundo verá mis traumas de pequeño. Pero descubrí la escritura mucho antes, en la secundaria hice cartas por encargo.

— ¿En serio? —Sonrío, no puedo evitar hacerlo.

—Sí y también tenía novias y les hacía poemas. Siempre tuve una brújula para la poesía, no leía mucho. Comencé a hacerlo para competir con mi hermana. Ella era mayor y yo quería emular para ver quien era más inteligente, más bonito y también por el amor de mi mamá. Siempre he celado mucho a mi madre.

—Y de forma profesional, dime cuándo comienzas a tomarte en serio a la literatura.

—También fue a los 20. Comencé en el taller de literatura infantil que impartía Nelson Simón y leí por primera vez en público. Todo me resultó muy sencillo, estaba en perfecta sintonía con el mundo poético.

— ¿Las publicaciones?

—Publiqué con la revista Cauce, luego con La Gaveta, y con la bayamesa Ventana Azul. Cursé con 23 años el Onelio Jorge Cardoso y lo hice escribiendo para niños, nunca he hecho narrativa para adultos, poesía sí. Con el proyecto de Un libro para espías obtuve una de las becas Caballo de Coral que otorga el centro.

— ¿Ese fue tu primer libro?

—No, el primero es Lección de amor y anatomía. Es sobre un niño al que le asignan como tarea en la escuela describir anatómicamente a un compañero de aula. Él escoge a la chica que ama y la describe con poemas; cada parte del cuerpo es un poema.

— ¿Alguno más?

—En 2016 sale un tercer libro por Ediciones Loynaz, este de poesía para adultos y Cauce publicará uno de narrativa infantil. Estoy en una antología de jóvenes poetas cubanos y haitianos.

—Nos queda pendiente el tema de la ilustración.

—En ese campo me desarrollo más. Puedo ilustrar un libro por mes pero no escribirlo.

— ¿Para quiénes has ilustrado?

—Para Cauce, la Loynaz, Editorial Oriente, Sed de Belleza, El Mar y la Montaña, Ediciones La Luz y para una publicación mexicana que se llama Papeles de la Mancuspia.

— ¿Autores en específico?

—Nelson Simón, Mildre Hernández y uno de Exilia Saldaña.

—Imagino que lo de pintar lo descubriste de niño.

—Cuando aquello alababan mis monigotes. Pero nunca estudié para pintar. La plástica en mí responde al empirismo, a mis observaciones de la vida. Por lo general estaba solo en casa y me divertía viendo dibujos en los libros, así comencé a pintar y a crear un mundo que me protegía del exterior. Aún hoy mantengo el cerco, cierta distancia con la gente. Al final sigo siendo un niño solitario y reflexivo.

Enmudecí. Sus palabras me hicieron pensar que todos los artistas tienen sus demonios dentro y que la creación nace, en la mayoría de las ocasiones, de conflictos personales. Intenté cambiar el rumbo de la conversación. Ya debía irme. Afuera todo estaba muy oscuro.

— ¿Por qué Valerio?

—Por qué no me gusta mi nombre. Y mi papá se llama Valeriano, debe ser por eso, no lo sé. Me han dicho que Valerio significa guerrero y en cierta medida eso es lo que soy.

—Bueno, creo que tengo que irme.

—Y yo tengo que hacer la comida.

—Pues te coge tarde, porque son más de las ocho —dije mirando el reloj.

—Ahora me como una ensaladita y estoy bien con eso.

—Ok. Fue un placer hablar contigo.

—Lo mismo. Te llevo a la puerta.

Recogí la grabadora y le seguí. De camino a casa pensé mucho en él, en su soledad, en su mirada profunda, en esos traumas que se esconden detrás de cada historia para niños. Desde entonces no he vuelto a verlo. Debe estar escondido detrás de letras y dibujos.

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