Caliban, cercano a sus cuarenta y cinco años

Habrá que ver qué mañana vive en los intersticios de hoy (…)
R.F.R.

I
En 2016 se cumplirán los cuarenta y cinco años de la publicación de Caliban, sin dudas uno de los más notables ensayos escritos durante la segunda mitad del siglo XX en nuestro país y, de seguro, también en nuestra América. Cientos de textos, aparecidos en los más diversos idiomas, y un sin número de referencias bibliográficas dan cuenta de esa jerarquía. Su autor, el poeta Roberto Fernández Retamar, acaba de cumplir sus ochenta y cinco y con la intención de agasajarlo la Asociación Hermanos Saíz nos propone un diálogo acerca de la significación y vigencia de esa pieza de reflexión, que sabemos escrita casi de un tirón, en un rapto, como se escriben los mejores versos. Convocado a participar de este intercambio, debo decir que asumo la tarea no sin sobresalto. Mucho se ha escrito a propósito de ese ensayo e incluso el propio autor ha vuelto a él, una y otra vez, actualizándolo y ampliando su alcance en esas revisitaciones, de modo que corro el riesgo de repetir aquí lo ya sabido, lo tantas veces comentado.

Si hablamos de vigencia lo primero es decir que como estrategia de lectura de nuestras realidades y, más que nada, como reclamo de un punto de vista propio para pensarnos y sabernos, Caliban es totalmente actual. El presidente Rafael Correa, quien libra hoy una importante batalla contra el poder neocolonial de las élites que se oponen a la Revolución Ciudadana en Ecuador y a su intento por logar una justa e imprescindible redistribución de las riquezas, ha afirmado que hoy la “América Latina no vive una época de cambios, sino un verdadero cambio de épocaâ€. Protagonista fundamental de esa transformación fue, sin dudas, el Hugo Chávez quien dio nuevo impulso al proyecto de integración bolivariano y martiano. Creada en 2010, a partir de su impulso, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) constituye un nuevo espacio de integración regional que en la diversidad reconoce el valor y la necesidad de la unidad. Las voces y argumentos que se dejan escuchar en las cumbres de ese organismo y en sus encuentros con otros bloques regionales son evidencia de la expresión propia de Caliban, o sea de nosotros, los latinoamericanos y caribeños, los hombres y mujeres del Sur, los que también, gracias a la eficacia y potencia de ese concepto-metáfora podemos reconocernos juntos frente a la hegemonía imperial.

Esos argumentos son los mismos que enfrentaron en Panamá, durante la pasada Cumbre de las Américas, el intento de someter a todo un hemisferio a los efectos de una amnesia global. Allí la presencia de Cuba fue quizás la prueba mayor del espacio ganado por los hijos de Sycorax, ese otro personaje-símbolo que, como dejó ver Aimé Césaire en su versión de La tempestad, es madre y es tierra, pero también raíz y brote, o sea devenir. Cuba, de pie frente a los Estados Unidos, la mayor potencia del orbe, que reconoció, a fines del pasado año, el fracaso de su política hacia la isla, dio cuenta de ese nuevo acontecer y de su signo. Como dijera Abraham Lincoln y entre nosotros recordara Mario Benedetti: “No se puede engañar a todo el mundo todo el tiempoâ€. Es la victoria de la dignidad y de la resistencia de un pueblo todo, pero es también el testimonio de un consenso a favor de la integración cuya mejor realización es quizás la Proclama de la América Latina y el Caribe como zona de paz, adoptada en La Habana en enero de 2014.

Pero no solo en nuestra América resurgen esos que podríamos identificar como los gestos de Caliban. También llegan señales de renovación desde el centro mismo de los países hegemónicos. Fue en España donde se alzó el grito de los indignados del 15-M, cuyo rostro ha reaparecido por la vía política a través de Podemos, y fue en los propios Estados Unidos donde germinó el movimiento Ocupa Wall Street, cuyos integrantes, bautizados en 2011 por el New York Daily News como un “grupo de mocosos malcriados†, apuestan hoy por la creación de una estructura “híbrida entre un movimiento social y un partido político†con el objetivo de lograr la toma del poder. Junto a ellos constituyen también un signo de estos tiempos los reclamos indígenas de Idle No More, que con perfil propio continúa desde Canadá esas reivindicaciones de los pueblos originarios, que alcanzaron resonancia continental al sur del río Bravo a inicios de los 90 con la campaña “500 años de Resistencia Indígena, Negra y Popularâ€.

Volviendo a la América Latina es difícil pensar este nuevo contexto sin el ejemplo, radical y solidario, de la Revolución Cubana, y antes, sin Martí, a quien Fidel proclamó autor intelectual del Moncada. Martí supo ver la amenaza imperialista y dio su vida por la independencia de Cuba para impedir, según escribió a Manuel Mercado, que los Estados Unidos se extendieran por las Antillas y cayeran, “con esa fuerza más, sobre nuestras tierrasâ€. Es Martí quien también guía la reflexión de Roberto Fernández Retamar. A la vida y obra del apóstol dedicó el poeta páginas memorables y, como se sabe, ya está en algunas de ellas el germen de la reflexión que, catalizada por el contexto, condujo a Caliban.

Las confrontaciones ideológicas de la época son bien conocidas y lo cierto es que el ensayo sobrepasa, con mucho, aspectos circunstanciales de un período, lo cual por su puesto no quiere decir que no sea, a la vez, fruto inseparable de su tiempo y también, como es natural, de un quehacer intelectual inmerso en un proyecto extraordinario del cual es el propio Roberto un privilegiado protagonista. Mencionada ya la Revolución misma, por supuesto que me refiero a la Casa de las Américas, inseparable de esta, fundamentalmente por ser la hechura de Haydee Santamaría. Es ese espacio de diálogo latinoamericanista, que la Casa supo fomentar, la matriz de un pensamiento que al tiempo acabó por incorporarse al quehacer cotidiano de la institución. A lo anterior se debe por ejemplo la fundación durante la segunda década del siglo XXI, de nuevas áreas de trabajo de la institución como el Programa de Estudios sobre Latinos en los Estados Unidos, el Programa de Estudios sobre Culturas Originarias de América y el Programa de Estudios sobre Afroamérica, los dos últimos, por cierto, enfocados en realidades de todo el hemisferio y no solo de la América Latina.

La huella del ensayo del 71 ha sido tan definitiva en esas fundaciones como lo ha sido para el resto de las realizaciones de la Casa de las Américas, las que pueden seguirse de manera minuciosa a través de sus publicaciones y en particular mediante las entregas sucesivas de la revista homónima, que Roberto dirige desde 1965. En buena medida, aunque su alcance es claro está mucho mayor, Caliban puede ser leído como una manera de explicar la filosofía de trabajo, los objetivos, la razón de ser de la institución creada en abril de 1959 y ha sido luego, de manera resuelta, su plataforma ideológica. Por ello, quienes nos hemos incorporado a las tareas de la Casa en los últimos años tenemos el reto de ser coherentes con esa línea de acción, que hemos podido aprender directamente del propio poeta, extraordinario y generoso maestro.

II
Quisiera evocar aquí el intercambio que hace algunos años, en ocasión de celebrarse el cuarenta aniversario de la publicación de Caliban, sostuve con autor de Con las mismas manos. El resultado de aquella entrevista se publicó en el número uno de la revista ArteSur, un proyecto editorial sobre artes plásticas auspiciado por Alba Cultural, que solo apareció en formato digital. Su escasa divulgación entonces me permite citar en extenso, omitiendo las interrogantes –no son necesarias– un par de respuestas del poeta que son testimonio de su lectura de nuestra América hoy, de su esperanza:

(Cito) El criterio de Mariátegui conserva plena vigencia. Y cuando el compañero Chávez y otros dirigentes han hablado del socialismo del siglo XXI, entiendo que consideran se trata de esa «creación heroica» que no puede ser, de nuevo en palabras del gran peruano, «calco y copia». Piénsese en la Revolución Cubana, la cual ha alcanzado su esplendor siendo, en lo esencial, «creación heroica», y cuando ha incurrido en «copismos» cometió errores que el compañero Fidel invitó a combatir con firmeza. Los procesos que usted me nombra, y que no es dable imaginar sin el ejemplo de Cuba, son muestras de originalidad y audacia. Sin ellas, el socialismo puede no ser más que una ilusión como las que en el siglo pasado se desvanecieron en Europa.

En el siglo en que vivimos, se está en vías de refundar en nuestra América el socialismo sin dogmas, sin estrecheces de todo tipo, atendiendo a las realidades concretas de los países que lo asumen, y con atención en cada caso a sus propias tradiciones. Pues así como la Revolución Cubana viene de José Martí, la Venezolana viene de Simón Bolívar, la Boliviana de Túpac Katari, la Ecuatoriana de Eloy Alfaro. Esos próceres no quedaron congelados en el pasado, sino que abrieron caminos hacia el presente y hacia el porvenir. Avanzando por tales caminos, a la altura de estos tiempos y sus problemas, se desemboca en un auténtico socialismo (…)

En 1959, a raíz del triunfo de la Revolución Cubana, publiqué un cuaderno de versos que titulé Vuelta de la antigua esperanza. Esa esperanza era, en lo tocante a Cuba, la de las guerras por la independencia, la de las luchas contra Machado –y, desde luego, contra Batista. Yendo más allá de Cuba, y habida cuenta de la historia real de nuestra América, no veo razón suficiente para abandonar la esperanza.

Es cierto que vivimos en el mundo un momento peligrosísimo en dos aspectos: por una parte, la existencia de cuantiosas armas atómicas capaces de dar al traste con «el fenómeno humano», y el hecho de que el imperialismo ha entrado en una feroz decadencia que puede llevarlo a usar tales armas; por otra parte, el creciente calentamiento global que está lastimando seriamente al planeta, incluido el género humano. Pero lo que algunos visionarios llamaron «el optimismo de la voluntad» no tiene por qué amainar. Y la América nuestra, que en gran medida combate al neoliberalismo y a su gestor el imperialismo; que en similar medida ha echado su suerte con «los pobres de la tierra» y toma medidas concretas para que dejen de serlo; donde se dan realidades como las del movimiento estudiantil y popular en Chile (emparentado con otros movimientos incluso en el seno mismo de los países subdesarrollantes): esta América está mostrando que otro mundo mejor es posible y ya ha dado sus primeros pasos. (Fin de la cita).

Leo hoy estas respuestas y me doy cuenta no es solo Ariel quien habla. El autor insiste en pensarse en el papel del genio aéreo que es el del intelectual, pero, incluso desde ese rol, en su contribución, a la medida de su estatura nada menor, está también el gesto desafiante y rotundo de Caliban. Sin duda no solo se trata de perseverar en el “optimismo de la voluntadâ€, sino también de conquistar y fundar. Es esa disposición para la acción transformadora lo que a mi juicio singulariza la obra toda, poética y ensayística, de Roberto Fernández Retamar.

Sus textos son testimonio de una vida en revolución. Hijos de una fértil voluntad de expresión, lo son también de su necesidad de contribuir con las grandes tareas de su tiempo, un compromiso con el día a día del que se desprenden poemas y también otros muchos trabajos, como los recogidos en los volúmenes Recuerdo a o Cuba defendida, en los que memoria y circunstancia permiten articular un ámbito que acaba por revelarnos aspectos nuevos acerca de eso que hemos sido y somos, como nación, como pueblo, como región. En ese mismo sentido, Caliban, cuyo alcance se que fue ensanchando en entregas sucesivas, acaba por proponer una idea de nosotros mismos en la que sobresale, como ha dicho Abel Prieto, la articulación del binomio “otredad-universalidadâ€. Esa idea, descolonizadora por excelencia y al mismo tiempo totalmente antidogmática, es francamente imprescindible si en verdad se aspira a toda justicia para la patria, que es, como ha dicho Martí, la humanidad.

Son tiempos de integración, pero no debemos olvidar que, en respuesta, se ha levantado la implacable oposición de las derechas tradicionales, siempre aliadas de los peores interese imperialistas. Los mismos países antes mencionados, Venezuela, Ecuador y Bolivia, enfrentan hoy complejos procesos desestabilizadores. Campea también, y se intensifica cada vez más, la guerra planetaria de los símbolos que ha impuesto, mediante los más disimiles productos seudoculturales, la imagen terrible del inmensas multitudes acéfalas conformadas por muertos vivientes, zombis caníbales contra los cuales deben de luchar “irremediablemente†unos pocos elegidos, encargados de salvaguardar la especie. Series, video-juegos, literatura de aeropuerto, preparan a las bases futuras que justificaran nuevas contiendas contra ese otro que no es distinto –la intención queda clara– de los humildes, los olvidados, los pobres y condenados de esta tierra. Lo curioso es que ellos se encuentran también hoy entre los que consumen esa sazonada propaganda que estandariza, que impone una homogenización brutal.

Como ha expresado la curadora y ensayista brasileña Suely Rolnik hoy toma cuerpo una subjetividad “seriamente anestesiada en su ejercicio vibrátil de lo sensible, (…) fuertemente disociada de la presencia viva del otroâ€. Frente a ese proceso, que ella ha denominados Antropofagia Zombi, no hay mejor antídoto que el Caliban consiente y emancipado y en su nombre habrá que luchar, como dice el poeta, “con valor, inteligencia, pasión y compasiónâ€. No queda de otra, tampoco en la hora actual de Cuba.

Foto: Tomada de Cubarte.

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