El teatro es el piano del presente

(Aproximaciones a las cuerdas percutidas Raúl M. Bonachea)

Un cuerpo, tres rostros y un piano viejo. La ciudad como trampolín de afectos, la ciudad como teatro de lo cotidiano. ¿Puede un piano sonar tan violento? ¿Pueden sus teclas rotas percutir desde el presente? ¿Cómo se teje la esperanza en el piano de la vida?

El teatro posee el peso de cada generación que lo practica. Todo cuanto conforma el hecho escénico integra también la voluntad de soñar y crear fuera de las tablas. El teatro para algunos es un laboratorio donde se construyen símbolos ausentes en la realidad. Sin embargo, para otros, es el lugar para desconstruir los símbolos de la realidad. El teatro es el lugar para TODOS y TODO, nada le es inalcanzable. Cada día, el espectador frente a la obra, se da la oportunidad de pensar(se) diferente.  

Durante el mes de noviembre asistí al Café Teatro del Complejo Cultural Bertolt Brecht en busca del teatro que se nos fue negado por la pandemia. Fui invitado para ver el estreno de Cuerdas percutidas, un espectáculo dirigido por Raúl Miguel Bonachea Miqueli a partir del texto homónimo de la dramaturga Elaine Vilar Madruga. Se trata de una propuesta donde la escena es zona de conflicto para la memoria. Un espacio donde el desamor, la frustración, el miedo y los sueños imposibles, son las cuerdas que percuten ante la experiencia y la necesidad por encontrar algo en lo cual creer.

Cuerdas percutidas propone al espectador un mundo cargado de trastos emotivos y desencuentros. Voces superpuestas al poder de la edad y la locura. Voces condenadas por la tragedia del infortunio y la necedad del cuerpo. Voces sentenciadas a desaparecer. Esta es una obra donde Claustrofobia, Jana y la Mujer Basura representan a seres marginados, cuerdas de un piano roto, la feminidad como objeto para el deseo o, a la locura como un camino hacia un entendimiento otro.

El Laboratorio Fractal Teatro nos propone un discurso donde la actriz Ana Patricia Pomares juega a interpretar la música del sobreviviente. Un basurero guarda los espejos de una ciudad demencial ante el ojo que observa. El ojo sarcástico de la vida que expone las carencias individuales y colectivas de las personas. La basura hace del escenario un lugar donde habitar es la única opción como circunstancia pero también como metáfora. En medio de tanto, la obra encuentra su valor: el peso de nuestras acciones es el peso del destino.         

Hay cierta musicalidad en la obra, una que es impuesta por las tres voces a la que el director recurre para contarnos la verdad de esas mujeres que buscan la esperanza como recipiente, como tabla de salvación. La construcción espectacular descansa en las entradas y salida de las voces/cuerpo para habitar una historia sobre el fracaso común. Ana Patricia se desdobla entre varios registros para albergar la contradicción de cada cuerda. Percutir un piano de tres vidas es difícil para cualquiera, son tres rostros, tres culpas, tres melodías dispuestas a desafinar solo por sentirse presente. El teatro es el piano del presente. 

También el diseño escénico a cargo de Massiel Teresa Borges ayuda a la armonía del espectáculo. La escena aúna basura, objetos fragmentados, objetos teatrales, un piano roto y una distribución puntual para equilibrar la presencia de la actriz. El vestuario simboliza lo que esas tres voces/cuerpos son en la realidad de su interior. No es un vestuario para vestir a la actriz ante el espectador, es una construcción de lo que significa cada personaje y su comportamiento psicológico. En estos aspectos recae tal vez, los grandes aciertos de la diseñadora. Borges procuró argumentar su labor desde la improvisación, la adaptación y la simplicidad según el espacio. Sería bueno ver esta propuesta en un lugar no diseñado para el teatro. Un lugar alternativo, donde la diseñadora y el director pudieran re-diseñar las estructuras, las esquinas, el techo, los escalones o las paredes. Un lugar que se aleje de nuestras salas tradicionales y donde la creatividad de este equipo le indujera mayor performatividad a la puesta.    

Raúl M. Bonachea desarrolla una mirada perturbadora sobre la soledad. La historia termina siendo una aproximación a mundos paralelos donde estas voces/cuerpos (Claustrofobia, Jana y la Mujer Basura) están necesitadas de alguna presencia real. La idea de que sea una actriz interpretando a las tres, hace que esa presencia que reclaman sea imposible, están y siempre estarán solas.

La plantea parece distante, el espectador observa como mismo la ciudad observa a seres semejantes. No hay pretensión porque el público tenga otra activación que no sea la mirada endógena hacia su comportamiento. El teatro le recuerda el caos, la basura, el piano y los espejos que yacen en el suelo que pisan a diario, sin participar de un cambio de mirada colectiva hacia esas disonancias.

El teatro de Raúl M. Bonachea Miqueli irrumpe en nuestro contexto para naturalizar contenidos y materiales contemporáneos que permiten aunar distintos modos de abordar la escena. Su praxis nace del ecosistema del actor y regresa como un boomerang a ese territorio marcado por “lo sensible”, “lo simbólico”, y “lo conceptual”. Estamos en presencia de un teatro imperfecto/impertinente/inexacto. Un teatro en construcción constante y cuya virtud más necesaria es la capacidad de adaptación. Como diría la actriz/personaje: el piano es tuyo, pero sé inteligente y bótalo.  

Con el proyecto de esta puesta en escena, su director ganó la Beca Milanés en 2019, otorgada por la Asociación Hermanos Saíz, lo que demuestra su valía desde la concepción de las ideas iniciales. Ahora empieza el trabajo más duro, hacer llegar la obra a todos los públicos posibles y hacer que crezca en ese trayecto. El teatro también es como un piano que hay que afinar.   

 

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