De Los años del silencio, de Elaine Vilar

No hay un personaje de Los años del silencio que no cautive y permanezca.

Kiandara niña. Pajarito de un padre que de dulce solamente tenía la sangre y que después de quemar su niñez en forma de muñecas está  destinada a convertirse en pájaro de un marido que ella no eligió. Kiandara Reina. Ave rapaz que todo lo destruye pero que esconde, bajo los polvos de arroz, su sed de ternura.

El rey de los Ejércitos. Ama y sufre, lo mismo a lomos de un dragón trunco condenado a trotar sobre la tierra que en la habitación de la Reina. Hasta encontrar el odio que yace debajo de cada pasión desmedida. Pero una semilla, una pizca de amor sobrevive las traiciones y los bombardeos y renace para Joly.

Maie. Criatura marina que Nede y Kiandara hicieron su juguete. Sirenita de agua dulce, de piscina, con las cuencas vacías y escamas opacas por la ausencia de las sales del mar. Pero Nede y Kiandara pudieron amarla y, como hacen los chicos traviesos con su juguete favorito, terminaron por destruirla.

Los Muertos. Aunque habitan en la Ciudad del Silencio donde unos pocos elegidos pueden acceder, no tienen descanso. Su discurso, versiones del pasado y presagios de muerte escarban en las conciencias y no le dan tregua ni a la Reina ni al lector.

Harune el onnagata: Actor de principio a fin: en el teatro de madera del Abuelo y en el tablado que Elaine, con pases de maga, le inventó en cada página, palabra por palabra, imagen tras imagen.

La familia y la aldea, el poder y la gloria, todo lo anula su urgencia de actuar. Se funde a la Reina y la asimila, átomo a átomo clona cada una de sus células (lo masculino sobre lo femenino) y al final se queda con una copia, una versión de sí mismo por siempre contaminada por Kiandara.

Ulm. Esposa y madre que la trama convierte en un pequeño monstruo de la venganza, otro pececito de la mancha de Orsini. Un monstruo que no llega a serlo por completo, que sueña con una burbuja de felicidad y con una vida simple en el campo donde un bebé y su amiga Maka le sonríen.

Orsini. Con su tabaco en la boca como una abuela del Caribe, uno podría encontrársela en un portal habanero entre humo, cartas y caracoles, de puente entre dos mundos: uno visible y otro invisible. Pero Orsini, la bruja, la hacker que entrena peces-virus, se adentra en lo invisible para destruir a  Varne. No le interesan Varne, ni el portal habanero, las cartas o los caracoles. ¡Todo por la corona del mundo virtual!

Los años del silencio es un libro que deja sin palabras y casi sin aliento. Poco a poco se disipan las batallas, los discursos de los muertos, los dracos, los drones asesinos y las traiciones; pero los personajes de Elaine se quedan rondando la conciencia. El alivio de que los monstruos no lo son tanto, que el mundo real supera en belleza a los mundos virtuales. La certeza de que, tabla a tabla, se reconstruyen los teatros y las vidas y que el amor y la risa sobreviven a todo cataclismo.  

“Es hermoso todo. Es hermoso todo”, dicen Elaine y Kiandara, una y otra vez.

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